miércoles, 20 de febrero de 2008

1.-Benzoan

- Por tanto, tras deliberar durante 3.28 segundos, el jurado del barrio sur de la ciudad de Amphotet decide, por unanimidad, desestimar la propuesta del ciudadano 6589546. Asimismo, dicho ciudadano deberá pagar los gastos producidos por este juicio que ascienden a un millón doscientos veintitrés mil sucres. ¿Está de acuerdo con la sentencia, ciudadano?
- ¡Mierda! ¡No! – gritó 6589546 enfurecido.
- Ciudadano 6589546, por desacato a este tribunal la multa es de cien mil sucres… ¿está de acuerdo con la sentencia?

Tras un breve silencio, el hombre accedió, recogió la video-sentencia y se marchó de la sala.

Era un día lluvioso. Claro, era cinco de febrero y la Constitución Metereológica del 2157 había asignado que todos los lunes, miércoles y viernes de febrero caerían veinte litros de agua por metro cuadrado en todas las ciudades del continente.
Debía hablar con él, así que pulsó el botón de la máquina de aerotaxis y, a los pocos segundos, se subió en uno dirección a los suburbios. Tenía que encontrar a Polyqua.

Según avanzaba por los raíles superiores de Amphotet, el hombre pegó su cabeza contra el cristal y miró a través de él. Estaban dejando atrás la Colmena: el barrio donde había vivido toda su vida. El más grande de Amphotet con más de veinte millones de habitantes. Le llamaban así porque se componía de varios bloques circulares compuestos por minúsculos pisos donde habitaban todos los ciudadanos “Clase 2”. Todos los que allí vivían no tenían más aspiración en la vida que tener un golpe de suerte y poder conseguir el exclusivo carné de ciudadano “Clase 1”. Por desgracia y, a pesar de trabajar duro, lo que muchos conseguían, debido a los altos impuestos y a los robos habituales, era perder su “privilegiada” clase y convertirse en ciudadanos reciclables. Este tipo de ciudadano estaba jodido.
Una noche la policía iría a sus casas y los sacarían de ellas. Después los llevarían a una de las grandes fábricas de Benzoan, propietaria de Amphotet, y trabajarían allí como esclavos hasta que se les acabara su Contrato vital. Sí, esa era la última “gran idea” de la compañía. El individuo reciclable tenía derecho a recibir comida y cama mientras pudiera realizar los trabajos físicos que la fábrica requería. Una vez que no pudiera realizarlos el individuo solo le esperaba la muerte, “de forma dulce e indolora” decían ellos.

Llegó a medio día. Los pisos de aquella zona eran mucho más bajos que los de la Colmena. Estaban peor construidos y poco cuidados. En los suburbios vivían, básicamente, ciudadanos de “Clase 2” venidos a menos: los que perdían su carné de dicha clase, los que se largaban de sus casas antes de ser obligados a trabajar en las fábricas y la gran mayoría de delincuentes que pululaban por Amphotet.
Polyqua era de estos últimos.

Había sido su superior en el ejército, habiendo luchado juntos contra los Cocamydos o los apestosos Quateriums. Tras cumplir los quince años de Servicio Obligatorio Continental (SOC) volvieron a Amphotet. Pero mientras el hombre se había buscado la vida en una empresa de reciclaje, Polyqua se aprovechó de las enseñanzas en aquellos

años para dedicarse al tráfico de armas. El negocio le iba bien, pero no podía poner un pie fuera de la zona de los suburbios sino quería que la policía lo acribillara. Allí estaba seguro, “los cocos” no se atrevían a entrar.

Polyqua abrió la puerta vestido con el traje de infantería pero sin el casco. “Siempre alerta para la batalla” era su lema en la guerra y parecía no haberlo olvidado. El traje era fino como el papel pero resistente como el acemante. En el cinto llevaba varias bolitas explosivas de urosina, un gran cercenador y, colgado a la espalda, el cañón de hidrógeno reglamentario.
Cuando Polyqua lo vio le dio un gran abrazo:
- Maldita sea, soldado, cuánto tiempo. Por lo menos dos años. ¿Qué es de tu vida?
- El hombre se sacó la video-sentencia del bolsillo y se la entregó. Tras eso entró en el lujoso apartamento sin ser invitado.

Momentos después ambos se encontraban sentados alrededor de una mesa redonda de auténtica caoba. Aquello le habría costado una fortuna pues, al menos, tendría un par de siglos.

- Me han quitado a mi hijo, Polyqua. El tribunal ha denegado mis derechos sobre él.
- ¿Qué excusa han puesto esta vez?
- Su madre murió en el parto.
- Joder… ¿y para qué coño solicitas un juicio? Con un simple resfriado bastaría para que te lo quitaran. Últimamente ya no se esconden, la población cada día lo tiene más claro y la puta Tetravisión no hace más que decir que nuestros hijos estarán mejor con ellos. Malditos cabrones.

Efectivamente, hace unos años cuando Benzoan tomó definitivamente el poder del continente dictó varias leyes. Entre ellas una alertó preocupantemente a la sociedad: la Ley de Padres Capaces. En ella se dictaba que cuando un hijo nacía las autoridades debían de realizar un estudio a los padres:
• Si estos tenían problemas de deudas graves, el niño pasaría a manos de Benzoan.
• Si los padres tenían antecedentes o problemas de drogas, el niño pasaría a manos de Benzoan.
• Si los padres estaban enfermos o alguno de los dos moría, el niño pasaría a manos de Benzoan.

Gracias a este último punto, Benzoan se hacía con las tres cuartas partes de los niños. Bastaba un simple catarro para tener una excusa. Así que con una madre muerta la cosa estaba clara. Por supuesto, los ciudadanos de “Clase 1” no tenían este problema. Aunque la Tetravisión no lo decía estaban exentos del cumplimiento de esta y otras muchas leyes.
Los niños eran criados en “Las Colonias”, grandes centros que hacían las veces de colegios y centros de formación militares. Desde pequeños recibían el dogma de servir a la compañía, convirtiéndose en semi esclavos al servicio de Benzoan.

- Estaba desesperado aunque sabía que era imposible que me lo dieran. Por eso recurro a ti, tienes que ayudarme.
- ¿Qué puedo hacer yo? Soy un humilde comerciante que no tiene sucres ni para vivir en la Colmena.
- No me jodas, capitán. Todo el mundo sabe a lo que te dedicas y el poder que tienes.
- Por eso mismo no puedo ayudarte. Si salgo de aquí me podrían cazar en cualquier parte. No me puedo mover.
- Lo he estudiado todo. Si lo hacemos en el cambio de guardia podremos entrar sin ser vistos. Tu tienes armas, sería en un abrir y cerrar de ojos.
- Maldita sea, soldado. Las Colonias están protegidas de arriba a abajo. Policía, seguridad, robots de asalto, torretas con infrarrojos, militares, instructores… ¿Cómo quieres que entremos los dos solos?
- Polyqua, ¿quién ha dicho que mi hijo está en Las Colonias? Mi mujer murió ayer, el niño aún está en el hospital Rigat. Lo estará hasta mañana seguramente. Ese edificio está mucho menos protegido, quizás algún cyborg y algo de seguridad. Nada de policía ni fuerzas militares. Podríamos entrar en el cambio del turno de noche y, con un poco de suerte, salir con mi hijo sin ser vistos.
- Sería muy peligroso…
- Me lo debes, capitán. Te salvé el culo demasiadas veces.

Polyqua le pidió al hombre que lo dejara pensárselo un momento. Al rato salió de la habitación.

- De acuerdo, lo haremos. Pero si veo problemas me largo… y procura que no te vuelva a ver más, no me gusta jugarme el culo por nadie.

Los dos bajaron al desván. Allí tenía material armamentístico suficiente como para volar media ciudad. Escogieron con cuidado los materiales y el hombre le pagó una cantidad generosa a Polyqua por su uso. Prepararon el plan y descansaron un rato. Antes del toque de queda nocturno salieron hacia el hospital.

Aparcaron en los subterráneos del edificio. No había mucho movimiento en el lugar. Sacaron los uniformes de médicos y se los pusieron. Después extrajeron las armas del maletero y se las escondieron entre la ropa. El hombre portaba un semitubo de protones y una cercenadora, mientras que Polyqua llevó su cañón de hidrógeno, las bolitas de urosina y dos aturdidoras. Con eso bastaría.
El plan consistía en esperar a que llegara una urgencia por la puerta trasera. En ese momento se armaría un buen revuelo por lo que podrían entrar sin que las cámaras les pudiesen hacer un escáner facial en profundidad. Después tomarían un ascensor hasta la treintava planta que era donde estaba el hijo del hombre. Allí llegarían los problemas. El vestíbulo de esa planta solía estar muy protegido. Aquí tendrían que utilizar una aturdidora. Después activarían las alarmas antiincendios y llegarían a la habitación. Cogerían al bebé y, con el revuelo, saldrían de allí por la ventana. Con los guantes y botas de succión y con todas las alarmas sonando, quizás nadie se fijase en la alarma sensorial de la fachada del edificio. Si alguien lo hacía tendrían problemas.

Estuvieron escondidos pocos minutos hasta que llegó la primera urgencia considerable. Al parecer era un grupo de policías que se habían visto envueltos en un tiroteo. Salieron de su escondrijo y con la cabeza agachada entraron junto a los otros médicos. Enfilaron el pasillo hacia los ascensores y se pararon frente a uno de ellos. Una enfermera se les acercó muy alterada y les pidió ayuda para tratar la urgencia (la verdad es que el grupo era bastante grande). Ellos se la negaron escudándose en que había acabado su turno. La enfermera se fue mascullando algo.

Una vez en el ascensor y vigilados por la cámara de éste, Polyqua preparó en su bolsillo la aturdidora. Cuando llegaron a la planta la sacó rápidamente y la tiró en el vestíbulo de la treintava planta. Se pusieron los protectores en los oídos y la pequeña bomba explotó. Los cyborgs y las cámaras empezaron a temblar frenéticamente soltando chispas y destellos azules y emitiendo un zumbido extremadamente alto. En pocos segundos sufrirían un cortocircuito y ya no serían problema. Los dos guardias que estaban junto a la ventana simplemente se desmayaron. Sus únicos síntomas serían que al día siguiente se levantarían sangrando un poco por los ojos y oídos pero nada que no se pudiera solucionar con una semana de descanso.

Una vez solos, el hombre apuntó el semitubo de protones contra uno de los cañones antiincendios y los disparó. Toda la planta comenzó a llenarse del humo blanco y espeso característico, y el ascensor se cerró herméticamente. Los dos corrieron raudos a la habitación. Habían estudiado bien la planta y sabían que cada uno tendría que ir por uno de los dos pasillos que confluían en la estancia del pequeño. Así lo hicieron, Polyqua tuvo que usar el cañón de hidrógeno contra un par de cyborgs que corrían hacia el vestíbulo. El humo no lo dejaba ver bien, aunque los aspiradores habían empezado a actuar. Aún así pudo ver el número de la habitación. La puerta estaba abierta…el hombre había llegado antes.

Lentamente y con el cañón empuñado entró en el habitáculo. Durante medio minuto no vio nada pero después empezó a distinguir dos figuras abrazadas.

- Soldado, cógelo y vayamos hasta la ventana. Con la urosina no tendremos problemas para hacer estallar el cristal de protección.

Las figuras apenas se movían…

- Soldado, ¿me escuchas? ¡Muévete o estamos jodidos!

Nada. Ningún movimiento. Polyqua pudo entonces ver que había tres figuras en vez de dos: una mujer, un hombre y un niño. Entonces entendió. Se dio la vuelta para salir de la habitación pero en la puerta dos cyborgs y tres policías le estaban apuntando. De los armarios y el baño surgieron varios más.
Tras un rato en silencio, Polyqua preguntó:

- ¿Qué te han ofrecido, soldado?
- Mi hijo, el carné de Clase 1 y diez millones de sucres. Eres muy importante para ellos capitán…lo siento.
- ¡Mierda!

Polyqua levantó su cañón, mientras todos abrían fuego contra él.

FIN

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