sábado, 2 de febrero de 2008

3.-Pánico al final del túnel

Sabía que no podía dejarlo pasar por más tiempo. La preocupación le estaba empezando a hacer enloquecer. Era algo que no podía posponerse ya más, pero él se sentía atenazado por dentro y temeroso por lo que pudiera pasar. Sí, tenía miedo. Un miedo atroz a fracasar, a volverse a quedar a medias en su intento como la última vez, al insoportable dolor. Y, sobre todo, a llegar a ese punto sin retorno donde ya no hay posible vuelta atrás pero donde tampoco existe un camino hacia delante.

¿Cómo había podido llegar a esa situación? Repasó mentalmente los acontecimientos sucedidos en los últimos días pero no halló ninguna explicación que le convenciera mínimamente. No es que fuera algo nuevo ni repentino. Estaba acostumbrado a hacerlo como si fuera un pistolero profesional, sin pensar siquiera en ello. Simplemente hacía lo que tenía que hacer y cuando tenía que hacerlo. Sin preocupaciones. Sin más. Puede que no siempre hubiera sido fácil. En estas situaciones nunca se puede descartar la presencia de algún imprevisto, de alguna complicación. Pero al final, con esfuerzo y tesón, las cosas le habían terminado saliendo razonablemente bien.


Pero esta vez era distinto. Lo sentía por dentro. Algo le decía que no iba a ser capaz de lograrlo. Incluso llamó por teléfono para decirles que no podía hacerlo, que era imposible, que era algo demasiado gordo para él. Pero ellos insistieron en que tenía que hacerlo, casi divertidos con su evidente miedo, diciéndole que de otra forma acabaría en la cama del hospital o en algún sitio peor. Incluso le dieron consejos, como si él los necesitara. Como si no lo hubiera él hecho antes miles de veces sin problemas ni cargo alguno de conciencia. Joder, es que no podían entender que esta vez era diferente, que nunca antes se había enfrentado a algo tan grande...

Suspiró profundamente. No quería hacerlo, ni tan siquiera intentarlo, pero sabía que en el fondo tenían razón y que posponerlo durante más tiempo sólo aumentaría la agonía final. Ya que tenía que hacerlo, ya que todo esto iba a provocar un dolor inevitable, esperaba al menos que todo acabara rápido. En esos momentos hubiera dado lo que fuera porque cayera con un golpe seco. Pero ¿a quién pretendía engañar? Sabía perfectamente que no iba a ser así. Lo sabía demasiado bien.


Se echó un trago y se puso en posición, esperando el momento adecuado para entrar en acción. Su mente era un hervidero en continuo movimiento que no dejaba de dar vueltas y más vueltas sin detenerse en ningún sitio concreto. Su cuerpo sin embargo estaba rígido y apelmazado, expectante, no dejando entrever ni por un momento su estado ni sus emociones. Sabía que tenía que tranquilizarse. Cerró los ojos e intentó dejar la mente en blanco, convertir el caos interior en calma. Quizás olvidarse, aunque fuera por un momento, de lo que iba a ocurrir. Respiró profundamente y se dejó bañar por la oscuridad y el silencio mientras empezaba a notar como su agarrotado cuerpo se iba relajando poco a poco y su mente entraba en una especie de estado de ensoñación. No es que el miedo hubiera desaparecido por completo. Podía sentirlo todavía, como cuando percibes de refilón una sombra extraña y lejana, pero ahora notaba cómo podía, si no controlarlo, sí al menos dejarlo apartado en un rincón donde no molestara ni interfiriera con sus propósitos.

Abrió los ojos de nuevo y entonces supo que había llegado el momento. Despacio, muy despacio, empezó a moverse poco a poco durante unos segundos interminables. Sí, ya estaba ahí otra vez, pero aún faltaba lo peor. Comenzó a salir de allí, pero entonces, súbitamente, sufrió un ataque de pánico y tuvo que volver sobre sus pasos. Joder, joder, joder, ¡qué mal! ¡Mierda!. Se limpió con la mano el sudor que le bañaba el rostro. Joder, estaba sudando a mares. Tenía la camiseta empapada y pegada al cuerpo. Sin quitársela, la levantó por la parte inferior y la utilizó como si fuera un abanico para darse algo de aire con ella y secarse un poco. Se incorporó y dio un par de vueltas mientras se daba unos pequeños golpes en la tripa para relajarse. Nada. Estaba claro que lo mejor era lanzarse a por todas y que pasara lo que tuviera que pasar. Pero, claro, eso siempre era más fácil decirlo que hacerlo.


Volvió a tomar su posición. Esta vez no podía fallar. Espero el momento adecuado, contó hasta tres, y entonces atacó de frente y con fuerza. Fue como un choque de trenes y sintió como si algo se le rompiera por dentro. El dolor se tornó insoportable, pero él no cejó en su empeño. Sus dientes rechinaban y los ojos parecía que se le fueran a salir de las órbitas en cualquier momento, pero siguió haciendo fuerza y apretando y apretando y apretando... hasta que se oyó primero una especie de crujido y, finalmente, cayó con un estrépito que rompió el tenso silencio reinante.

Joder, no podía creerlo. Se sentía hecho polvo pero satisfecho -casi exultante- al mismo tiempo. Le descendía un hilillo de sangre lentamente, pero eso no era algo de lo que preocuparse ahora mismo. Se incorporó con cuidado para ver si tenía algo roto, aprovechando a su vez para limpiar la herida. No, todo parecía estar bien y en su sitio. Suspiró aliviado y, por primera vez en los últimos cinco días, se permitió sonreír durante un breve lapso de tiempo mientras continuaba jadeando todavía, intentando recuperar el aliento y que su corazón dejara de latir tan rápido. Pasó la palma de la mano por su frente y el pelo pegado a ella, secándose de nuevo como pudo el sudor. Se dio la vuelta y contempló su obra con una extraña mezcla de asco y admiración. Era verdaderamente enorme. Tiró de la cadena y se fue en busca de un cojín. Presentía que lo iba a necesitar durante al menos las próximas horas.

No hay comentarios: