viernes, 8 de febrero de 2008

3.-Sara

No debiste hacerlo. Pero lo hiciste. Y ahora estás aquí sentada. Tiritando de frío mientras tu fino vestido blanco se encuentra empapado.

“El caudillo Tejereitor llama de nuevo a su pueblo a la armas con el objetivo de luchar contra los invasores franceses, requiriendo la presencia de todo aquel muchacho mayor de quince años…”

Voy a apagar está maldita radio. Me molesta oírla cuando conduzco. Siempre hablan de lo mismo: de guerra. Desde aquel día que todo cambió. Desde aquel día en el que comenzó una lucha que nunca acabará. Una guerra dónde sólo gana la intolerancia.

¿Lo recuerdas Sara? ¿Recuerdas la cena en casa de tus padres? ¿Recuerdas como lloraba tu madre? ¿Recuerdas el principio del fin de nuestra libertad?
Claro que lo recuerdas, como no vas a hacerlo. A pesar de todo éramos felices.

Acuérdate de cómo, esa misma noche, nos juramos amor eterno y prometimos que no haríamos sufrir a ningún niño trayéndolo al mundo.
Eso fue amor Sara.
Por nosotros y por él.
Aunque nunca nació.

¿Por qué Sara? No me lo merecía. ¿Por qué lo hiciste?

Tu…ella…yo…

Fue solo una vez. Un pequeño desliz en una relación tan larga y sólida como era la nuestra. Y fue algo irracional, sin pensar, sin amor. Recuerda la fiesta, la bebida y lo poco acostumbrado que estaba a beber alcohol. Tu me pediste que parara pero yo estaba divirtiéndome. Por una maldita vez me lo estaba pasando bien sin que tres agentes me apuntaran en la sien con su pistola. ¿Vale?

Vale…

Y tú te enfadaste y te fuiste y me dejaste solo. Solo con ella. Me dio lo que nunca le pedí y acabamos juntos en la cama. Hicimos el amor… pero sin amor. Lo hice por venganza y porque me sentía dolido contigo y con la época que nos estaba tocando vivir. No nos lo merecíamos y lo sabías.
Volviste, arrepentida, y nos viste. Y todo se acabó. Despareciste hasta hoy. ¿Sabes cuánto tiempo te he buscado? ¿Sabes lo que he llorado y sufrido por ti? ¿Las veces que he pensado en atarme una cuerda al cuello y dejar que la muerte acariciara mi alma? ¿Lo sabes Sara?

Yo… lo siento…

Lo que más me duele es que no me dejaras ayudarte. Que no hablaras conmigo para buscar una solución. Simplemente te fuiste y me dejaste solo. “Siempre juntos”, era una promesa. En lo bueno y en lo malo.

Este frío es horrible, amor. Me recuerda a aquel día cuando íbamos a visitar a tu madre a Laredo. La carretera estaba helada y cuando aquel perro se cruzó yo no pude hacer nada por evitarlo. Torcí el gesto y seguí adelante pero me obligaste a dar la vuelta para socorrer al animal. Me fastidiaba salir del coche con tanto frío, pero lo hice por ti…bueno más que por ti he de confesar que lo hice para que no te enfadaras, ya sabes lo poco que me gusta que te enfades conmigo. Esa maldita costumbre que tienes de no hablarme, salvo lo imprescindible, durante un par de días. Al principio me hacía gracia pero con el tiempo odiaba no poder escuchar tu voz. Esa voz tan dulce.
Era un Pastor alemán precioso. Estaba lustroso y tenía collar, por lo que supuse que se habría escapado de alguna granja cercana. Respiraba frenéticamente y le acariciaste el lomo para apaciguarlo. Entre los colmillos salía un hilillo de sangre. Estaba reventado por dentro. Iba a morir y los dos lo sabíamos. No me dejaste rematarlo y estuvimos esperando durante horas a que la muerte lo recogiera de aquella calzada.

Murió…

Si, murió. Pero murió entre tus brazos. Su muerte no pudo ser más dulce. Murió en esta carretera, Sara. La misma carretera que yo llevo recorriendo durante dos años para encontrarte, noche tras noche deseando escuchar tu voz de nuevo. La misma carretera por la que huiste aquel día al ver que yo te había traicionado.
Y hoy, por fin, he dado contigo. Hoy te he encontrado y te amo más que nunca. Quiero volver a estar contigo.
Y sé como hacerlo, ya verás. No me separaré nunca de ti, Sara. Nunca. Nunca. Nunca. Eternamente juntos.

Cuidado…la curva…

No hay comentarios: