sábado, 2 de febrero de 2008

11.-Los sueños, sueños son

La sala está en silencio.
¡Oh, Dios mío, estoy aterrado...! Esto no tiene ningún sentido, no es posible, todo tiene que ser un sueño... sí, eso es: un mal sueño. Todo es producto de mi imaginación. Probablemente dentro de poco despertaré, solo en mi piso y bañado en sudor tras una demasiado larga pesadilla. Y la sangre se habrá ido, sí. Voy a cerrar los ojos y, cuando los vuelva a abrir, seguro que todo habrá pasado...

¿POR QUÉ NO ME DESPIERTO? No, no es un sueño. La sangre, la sangre en mi cuerpo lo demuestra. ¡Oh, Dios mío! Aferro fuertemente contra mi cuerpo el mando de la televisión, lo único que alcancé a agarrar como objeto contundente en mi huida. Sangre, sangre, tanta sangre... cuando desperté varias horas antes había por todas partes: chorreando de las sábanas de mi cama, en largos regueros por el suelo y las paredes... como un idiota, lo único que se me ocurrió fue esconderme en mi armario, y no sé cuánto tiempo llevo ya aquí. No me atrevo siquiera a respirar, la estrechez del habitáculo me oprime de forma asfixiante, necesito salir pero me aterroriza tanto lo que me pueda encontrar... he oído algo ¿Hay alguien ahí? ¿Vienen a salvarme o es el responsable de esta carnicería? El ruido ha parado, tal vez el miedo me hace imaginarme cosas...

No aguanto más, voy a salir, no puedo quedarme aquí para siempre. Acerco mi mano temblorosa hacia la puerta, joder, menos mal que no soy una maraca, sino menudo escándalo. Ya se abre, poco a poco ¿Pero desde cuándo hay tanta luz en mi habitación?

¡¿QUÉ ES ESTO?! ¿Dónde está mi casa? Esto parece la sala de espera de algún hospital. Hay muchas sillas, todas blancas e inmaculadas; igual que el techo y el suelo ¿Cómo he llegado hasta aquí sin darme cuenta? Parece ser que he salido de la puerta de la consulta. Me siento más relajado ante el color blanco, tal vez sí que sea todo un sueño. Qué extraño, hay una camilla en el centro de la estancia...

Sangre.

.... la camilla está totalmente roja. De repente, todo es rojo a mi alrededor ¡No, Dios mío, no! ¡No otra vez! ¡Tengo que huir, no importa por dónde, tengo que salir de esta pesadilla!

Necesito respirar... no he corrido más en mi vida, creo que incluso he gritado como un poseso, pero nadie vino en mi ayuda. También he perdido el mando de la televisión, no sé dónde. Debo de haber atravesado varias puertas y kilómetros de pasillo y ahora, no sé cómo, me encuentro aquí, en el salón, de nuevo en mi casa. Me toco, me huelo, busco en mi cama, en el armario, pero no hay rastro alguno de sangre. Me parece que ya se me va normalizando el ritmo cardíaco, todo ha sido un mal sueño... ¡BUF! ¡Quién me mandaría a mí meterme en rollos chungos de estos! Menos mal que ya ha pasado. Voy a darme una ducha, apesto a sudor.

¡DIOS MÍO, HAY UN CUERPO EN MI BAÑERA! ¡Ay! ¿Aún no ha terminado esta locura? ¿Pero y si esta vez sí es real? ¿He llegado a tanto? Toco su cuello: lo siento frío y no tiene pulso. Dios, está muerto. Está desnudo y ensangrentado, qué mal me siento, tengo ganas de vomitar, necesito pensar con tranquilidad, sobre todo tengo que cerrar esta maldita puerta. Creo que me va a dar algo ¿Por qué he venido yo a la cocina? Ah, ya me acuerdo de lo que buscaba ¿Dónde puse el puto bote de las pastillas? Tal vez así me encuentre mejor, luego llamaré a la poli ¡Ah, aquí están!

El sonido de una puerta al cerrarse detrás de mí.

Noto que mis dedos dejan resbalar el pequeño frasco hasta el suelo, donde rueda desparramando todo su contenido; las fuerzas en las piernas comienzan a abandonarme, me siento repentinamente incapaz de retener el contenido de la vejiga.

El cuerpo... el cuerpo del cuarto de baño está ahí y... ¡SOY YO! ¡ES MI CUERPO! Me miro, lo miro. No cabe duda, soy yo. Pero la suya es una mirada desquiciada, opaca, cadáver; mientras que la mía, sollozante, petrificada. Sé bien lo que quiere, o mejor dicho, lo que quiero: son las pastillas. Pero no se las daré. Se está acercando a mí, su boca (o mi boca) chorrea baba como un perro rabioso.

Decidí hacerle frente, esto no podía ser real, tenía que ser una pesadilla. Me abalancé profiriendo alaridos contra mí mismo. Creo que resbalé con todas las pastillas, el orín, y mis pies descalzos.

Ahora, al levantarme, me encuentro mucho mejor. La casa está como siempre, aunque me parece extrañamente lejana, insustancial. Al bajar la vista comprendo por qué: mi cuerpo desnudo, tendido entre pastillas alucinógenas y orín, se encontraba inmóvil y sin vida. Un charco de sangre rodea mi cabeza, seguramente me partí la nuca al caer. Nada fue real, pero eso ya no importa.

Estoy muerto. Pero esta vez sé, quizá por aquella extraña certeza que dan los acontecimientos trascendentales e irreversibles, que no es un sueño.

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