viernes, 1 de febrero de 2008

10.-Uno a uno

“Para lo que yo necesitaba hacer, tenía que librarme de aquel individuo lo más pronto posible.”

Leyó esa frase en el libro que llevaba, pero no lo entusiasmó en lo más mínimo. Cerro las solapas y entró en la iglesia. Buscó una banca en específico, la octava de la hilera a la izquierda del pasillo central. El sonido de los tacones de sus zapatos chocando contra las brillantes baldosas resonaban bajo el cielo abovedado de la nave central. Se sentó e hizo el gesto de sacar un cigarrillo pero recordó el lugar donde se encontraba. Dentro, la iglesia se sentía fría. Quiso rezar un poco, pero pensó en la hipocresía de hacerlo. Cinco bancas más allá, un par de mujeres platicaban entre ellas sobre su última reunión de amigas. Llevaban cerca de 10 minutos criticando a compañeras de juergas sobre los vestidos, o si la falda de una no combinaba con su pañoleta. -Comer santos para cagar diablos.- Pensó. Las mujeres se sintieron observadas y bajaron la voz.

Se reclinó en la banca y fijó la mirada en el Cristo Crucificado de madera colgada en la nave principal. Se quedó pensando en lo asombroso de los finos y bellos detalles de la figura, en el artesano que le dio forma. -Una persona dedicada y profesional en lo que hace, como yo. -Pensó para sí mismo. Detrás de él pudo escuchar los pasos de un hombre que, vestido en gabardina oscura, se acercaba a su asiento por el pasillo de en medio. Antes de sentarse a su lado, el hombre volteó al frente y se persignó. Se sentó a su lado y se quitó la gorra para colocarla doblada en uno de sus grandes bolsillos.

-Tiene amigos muy influyentes.-Dijo el hombre
-Eso es lo de menos. ¿Tiene la información?
-Completa. Tanta como lo que costó obtenerla.-Respondió el hombre juntando las manos frente a su boca y emitiendo vapor para calentarlas
-¿Ya le han pagado?
-Hasta el último céntimo. El hombre miró de reojo detrás y hacia el lugar donde se encontraban las mujeres parlanchinas y sacó del bolsillo interior de su gabardina un sobre color ámbar. Se lo pasó a nivel de la cintura a Alain. Dentro del sobre había un recibo de una tintorería, un mapa del Cementerio les trois croix con una tumba marcada con una X y una hora escrita, una tarjeta-llave electrónica y un papel con la dirección de un bar y otra hora escrita, las 20:00 hrs.

-Que bien. Me alegro.-Dijo, cerrando el sobre y guardándolo en su maletín.

El hombre se levantó para marcharse y mientras se colocaba de nuevo la gorra de lana, Alain lo detuvo.

-Creo que sobra decirle que esta pequeña charla jamás tuvo lugar.
-Eso lo sé. La privacidad y la seguridad de mis asociados, tanto de los que compran como de los que me venden la información, es algo que valoro en grado supremo. Esa regla es lo que me ha mantenido en el negocio tantos años.
-Muy bien.-Declaró Alain convencido.
-Adieu, monsieur
-Au revoir

Ambos hombres salieron de la iglesia y tomaron sendos carros partiendo en direcciones contrarias. Una lluvia pertinaz comenzó a caer.


Burt "The Knife" O'malley era poco conocido como asesino a sueldo. Su faceta más conocida era la de mujeriego. Gustaba de gastar miles de dólares en prostitutas de categoría, sobre todo después de terminar los "trabajos" que gente de altas esferas le encargaban. Solía ser muy certero, rápido y eficaz en sus incursiones. Como la gente de su tipo, era muy desconfiado y siempre estaba alerta para evitar ser sorprendido por sus enemigos. Su único problema esa noche fue que no estuvo lo suficientemente atento a las señales. No se dio cuenta que en el bar, donde bebía su whiskey, un hombre le miraba insistentemente. Tampoco se dio cuenta que al salir del lugar el hombre se levantó antes que él.

Fuera del local el frío arreciaba. Se acercó a su coche, sacó sus llaves pero estas se le resbalaron para caer al suelo cerca del neumático. Se agachó a recogerlas pero no fue si no al levantarse cuando sintió un metal frío en la nuca y escucho una voz.

-Abre lentamente la portezuela sin movimientos bruscos.
-¿Quién eres?-Dijo Burt que sintió que los vapores etílicos se le bajaban
-Un amigo de un amigo.
-¿Qué?

El hombre no se molestó en contestar y rompió el cristal de la puerta trasera del auto, le quitó el seguro, la abrió y se deslizó en el asiento trasero al mismo tiempo que Burt hacía lo propio en la parte delantera. El hombre le pidió que pusiera en marcha el coche. Ya en camino, Burt le preguntó a dónde se dirigían.

-Tú continúa conduciendo. Te haré unas preguntas, y por tu bien, espero respuestas correctas.
-De acuerdo. Nada más no me mates.

El hombre comenzó a hacer preguntas suavemente y sin prisa, como si sus diálogos estuvieran preparados desde tiempo antes. El hombre escribía todo lo que escuchaba en un bloc de notas. Burt notó que el sujeto había colocado el arma en una parte que no podía discernir. Mientras hablaba, con la mano derecha palpo el interior de su bolsillo del saco y se dio cuenta con terror que su arma ya no estaba dentro. Siempre la colocaba ahí por si alguna contingencia inesperada aparecía. El hombre detrás de él, de algún modo, se las ingenió para quitársela, quizá en el bar.

-Detente frente a ese edificio.
-Bien.-Dijo Burt mientras se estacionaba muy cerca de la acera.-¿Que es lo que vas a hacer conmigo?

No hubo respuesta. Un fogonazo iluminó el interior del automóvil y el cuerpo de Burt se reclinó ante el volante. Sin vida.


En el lujoso edificio de apartamentos de la calle 10 el teléfono sonó tres veces antes de ser contestado. La mujer que ayudaba con la limpieza del departamento de lujo de uno de los hombres con más dinero en Francia recibió el mensaje y lo escribió en el blóc de notas que se hallaba cerca del aparato telefónico. La chica escribió unos datos y antes de finalizar con la llamada le dijo a quien estaba en la otra línea:

-Discúlpeme, pero solo puede hablar con el señor DuPont mediante cita con su secretaria. Y aún así, como debe tener una agenda muy apretada, no espere una cita dentro de al menos uno o dos meses. Si gusta le puedo dar el número telefónico de su secretaria...

El hombre al otro lado de la línea había colgado. En realidad no necesitaba ninguna cita. Ni siquiera conocía a DuPont, ni tampoco le interesaba. Lo único que requería era tener la certeza de que ese sitio preciso era el lugar donde ese personaje pasaba la mayor parte de las noches.

Como todas las noches Phillipe DuPont se acercaba al ventanal, copa de coñac en mano, a ver las luces de los Champs Elysees. La música suave lo iba relajando lo suficiente hasta provocarle un sueño reparador.

-Si no se le ofrece nada más señor...-Dijo la mucama
-No, Marie. Puedes irte a casa.
-Bien señor. Que pase buenas noches.
-Cuídate.

DuPont escuchó a la mujer presionar los botones de la alarma y salir del apartamento. La música elevó su ritmo entrando en la fase del clímax de la pieza. Se acercó a su amplio escritorio y le llamó la atención un pequeño pliego de papel con lo que parecían ser garabatos. Lo levantó a la altura de sus ojos y lo que leyó le pareció de lo más extraño.

"Amigo lo verá a las 21:30, hoy"

No había nada más escrito en el papel. Miró su reloj. Eran las 21:28 y la música estaba llegando sus momentos finales. Dio un sorbo a su bebida y se acercó de nuevo a la ventana. Meditaba acerca de su próximo retiro de los negocios, ya estaba viejo para tomar nuevas direcciones y quería descansar. La férrea disposición que tenía cuando era un joven ejecutivo se le iba escapando con éstos últimos años.

DuPont estaba tan ensimismado que no reparó en el pequeño punto rojo luminoso en su pecho. El disparo no lo escuchó, pero la bala la sintió como un golpe de boxeador a nivel del esternón. Cayó sobre la alfombra roja que comenzaba a humedecerse de sangre y a mezclarse con el coñac derramado. Quiso levantarse pero el boquete en su espalda hizo que se desangrara rápidamente. Su vida se esfumo junto con las últimas notas de la música orquestal. En su muñeca, las manecillas del reloj indicaban las 21:31.

Cuando por la mañana la mucama encontró el cadáver y dio parte a la policía, nunca se dio cuenta que uno de los expedientes del archivo de Dupont había desaparecido. Ni la policía se preguntó porqué el asesinado tenía dos tarjetas electrónicas que servían para abrir la puerta y desactivar la alarma.


Era temprano en la mañana cuando Alain entró a la tintorería. El dependiente terminó con el último cliente y se acercó a preguntar si podía ayudarle en algo. Alain sacó el recibo y se lo dio al hombre de mediana edad mientras saludaba. El hombre vio el recibo y después fijó un momento la mirada en su interlocutor.

-En un momento le entrego su ropa monsieur.- Dijo el dependiente mientras cruzaba al otro cuarto detrás del mostrador.
-No hay prisa.

Pasados dos minutos reapareció el hombre con un traje de Armani.

-No se preocupe por el pago. Todo ha sido cubierto. Su “comprobante” lo encontrará en el bolsillo izquierdo.
-Gracias.-Dijo Alain y salió del lugar.

De regreso a su departamento extrajo el traje de su empaque y buscó en el bolsillo izquierdo. Sacó una tarjeta de invitación a una fiesta informal que se llevaría a cabo el día siguiente a las 20:00 hrs. Tendría suficiente tiempo para pensar lo que iba a hacer, leer su libro y dormir un poco. La parte posterior de la tarjeta tenía una pequeña banda magnética adherida y un papelito con la palabra “clavel”.


A las 20:35 llegó a la fiesta. Mucha gente se había congregado para entrar al salón de fiestas. Alain se acercó al hombre que cuidaba la entrada y que no dejaba a entrar a nadie sin invitación. Los invitados entregaban sus invitaciones a los guardias y estos pasaban un lector sobre su banda magnética y un LED verde indicaban si eran genuinas. Cuando el guardia principal tomó la tarjeta vio escrito el nombre del invitado en letras color oro “Amigo de un Amigo”. Apartó la tarjeta sin pasarla por el lector. –Que se divierta monsieur-. Dijo mientras se hacía a un lado.

Alain se sentó en una de las mesas y mientras transcurría el tiempo no despegaba la vista del hombre que había venido a buscar. Bajo, de unos 35 años, bien parecido, muy risueño y platicador. Portaba un esmoquin caro en cuyo bolsillo sobresalía un clavel.

El hombre se levantó para dirigirse a los sanitarios del segundo piso, preparados para personas importantes. El cuarto de lavabo era espacioso, limpio y aromatizado. Varios cubículos se encontraban con las puertas abiertas. Entró al primero. Alain lo siguió y dentro del cuarto esperó pacientemente hasta escuchar la descarga del sanitario. El hombre salió del cubículo para dirigirse a los lavatorios, mas al agacharse para refrescarse la cara escuchó un click, el sonido que indicaba que la puerta estaba siendo cerrada con llave.

-Sr. Silverman. Necesito hablar con usted de algo privado.
-¿Y quién diablos eres tú?- Dijo el hombrecillo visiblemente irritado.
-Deseo discutir con usted el proyecto Desmodius- dijo Alain sin exhaltarse.
-El Proyecto Desm... ¿Y cómo es que sabes de eso?

Silverman extrajo un pequeño radio de su bolsillo, pero el golpe de una vara larga le hizo cambiar de opinión de comunicarse con los guardias del lugar.

-Dr. No se empecine. No tengo mucho tiempo.
-Escucha. No soy el único... hay más involucrados. Si yo desaparezco, otro ocupará mi lugar, así funciona esto. Sólo soy un peón.

Alain sacó un pequeño grabador y pulsó el botón de "Grabar" al momento que Silverman comenzaba a hablar. Y cuando dejó de hablar Alain apagó el aparato y lo guardó. Afuera, uno de los invitados que no pudo abrir la puerta mandó a llamar a uno de los encargados.

Cuando el jefe de guardias recibió la llamada de su subalterno casi no podía dar crédito a lo que escuchó. "Será mejor que vea esto Sr. Revell" le dijo el hombre. Revell Salió de su oficina, atravesó el amplio salón que lleva a las escaleras y continuó por el pasillo hasta el sanitario de caballeros. Uno de los guardias estaba afuera del lugar pidiendo amablemente a los invitados utilizar el WC del primer piso. Al cruzar la puerta, lo que Revell vió no le gustó nada. Timothy Silverman yacía en el suelo con un pequeño agujero en el cuello por donde se desangró hasta morir. Cerca del cadáver se encontraban un montón de papeles, uno de ellos con el nombre y firma de Silverman.

La tarde cayó rápidamente y el cielo nublado auguraba una lluvia fuerte. Alain atravesó las puertas del cementerio y se acomodó su gabardina. Como precaución sacó de la guantera del coche un paraguas negro. De su maletín extrajo un pliego de papel, era un mapa del cementerio. Busco durante unos minutos hasta dar con la tumba que en el papel estaba marcada con una gran X. Un hombre estaba arrodillado, como rezando y que no se movió en absoluto a pesar de saber que alguien estaba detrás de él.

-Su encargo ha sido terminado como acordamos Sr.
-¿No tuvo ningún problema?- Dijo el hombre arrodillado
-En absoluto. Pero, dígame... ¿Sabe las implicaciones de todo esto?
-Sí.-El sujeto se levantó y dio el frente a su interlocutor.-Conozco todo.
-Bien Señor. Creo que es todo. Cualquier cosa que necesite mi contraseña sigue siendo la misma. Solo recuerde cambiar los últimos dígitos según el mes y el número de día.

Alain le dio el pequeño grabador en la mano y un pliego de papel escrito.

-Lo tendré en cuenta Alain. Gracias por todo.

Alain dio media vuelta y se dirigió a la salida del cementerio mientras el hombre se quedaba en el mismo lugar. El misterioso hombre sacó una flor que dejó sobre la lápida del cenotafio que pertenecía al hombre que más estimaba. Sabía que en la tumba no estaba el cuerpo de quien fuera su mentor y amigo, sabía que era un símbolo que lo representaba. Aún recordaba la platica que tuvo con él por teléfono hacía un año, justo un día antes de casarse. Recordó cuando le envió un correo electrónico avisándole que llegaría tarde al trabajo y como contestación recibió otro autorizándole tomarse el día para disfrutarlo con su esposa. Y pensar que se molestó al saber que el trabajo impediría que su amigo fuera a la boda por cuestiones del trabajo absorbente que lo tenía atado al laboratorio.

El hombre guardó el grabador y abrió el pliego de papel que le había dejado Alain. Solo leyó la cabecera del documento.

Proyecto Desmodius Retaliator
Aprobación de uso táctico del Prion Desmodius. Fase final.


Comenzó a llover. Entró lánguidamente a su coche y pensó en tomar la autopista al sur que esperaba no estuviera congestionada. Detrás de él dejaba una parte de su pasado, una tumba vacía que lentamente iba mojándose por las gruesas gotas de la lluvia. Una tumba en cuya lápida se podía leer “Aquí yace Jean Luc Bouffier. Un amigo como pocos”

No hay comentarios: