sábado, 22 de marzo de 2008

FdC.-Cute tales Vol. 1



En Casa Caníbal el asesino en serie Alex Ruth mató, en el 55 de la calle Morgan, a 350 personas ahogándolas, quemándolas y, posteriormente, devorándolas. El sheriff Lounan, tras perder a su hija, su mujer, su perro y a la suegra a manos del psicópata, logró abatirlo gracias a los 125 disparos que escupió su Thompson. Las vísceras, tripas y huesos de Ruth quedaron esparcidos por todas la casa, filtrándose entre los tablones de ésta y llegando hasta los mismos cimientos.

En Casa Caníbal 2: El regreso de Ruth, la familia McCarthy se mudó al 55 de la calle Morgan ignorando los fatales hechos acaecidos veinte años antes. Su vida es feliz hasta que una noche comenzaron a escuchar lloros y lamentos procedentes del sótano. Primero bajó el padre, después la madre y, a continuación, sus siete hijos. Todos desaparecieron aquella noche. ¿Todos? No. El pequeño Timmy apareció en comisaría arrastrándose al haberle sido arrancada a bocados la pierna izquierda. Tras el shock inicial contó que “algo” en el sótano había devorado a toda su familia. La casa fue precintada y día tras día acudieron investigadores (que desaparecían), policías (que desaparecían), especialistas en las ciencias paranormales (que desaparecían) y el típico grupo de adolescentes que van a hacer espiritismo a casas donde la gente desaparece.
Un miembro de este grupo resultó ser el hijo del sheriff Lounan en su segundo matrimonio. Éste, desecho por el resurgir de los terribles acontecimientos que acabaron con su primera familia decidió poner fin, de una vez por todas, con Alex Ruth o lo que quedara de él. Robó cincuenta kilos de explosivos de la comisaría, se los ató por todo el cuerpo y los hizo detonar en la casa, volando de paso medio barrio.
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- Joder, es la casa más cojonuda que he visto nunca, Anna.
- ¿Le gusta, amigo? Es mi mejor producto. Una prefabricada de 100 m2 con tres habitaciones, cuarto de baño, aseo, salón, comedor, cocina, porche, piscina y pista de pádel. Todo ello en las mejores calidades. Y sólo por cincuenta de los grandes. ¿Cómo lo veo?
- Veo que tiene comprador. Eso sí, somos de Topeka, espero que tenga un buen camión para llevarla.
- Ningún problema amigo, entre a mi despacho.

Lo que aquel orondo vendedor no lees había dicho es que la casa había sido construida con materiales reciclados procedentes de un barrio de Seattle, un barrio donde se encontraba la calle Morgan.

CASA CANíBAL 3: CON LA CASA A CUESTAS

“Sucio” Brody sería el encargado de llevar la casa a Topeka. Tendría que viajar durante tres días, pero eso no le importaba. Pagaban bien y con tal de librarse de su esposa y de su suegra habría estado dispuesto a conducir hasta que le saliesen raíces en el culo. Fue a “La tienda de las casas prefabricadas Ruppert” y cerró el trato. Al día siguiente se pondría en camino.

Esa noche…

- Mierda, Lupita. Otro cliente huevón que nos va a hacer limpiar esta pocilga hasta la madrugada. Ya te dije que debimos negarnos.
- Órale Evarista. Sabes que el licenciado dijo que nos azotaría si nos quejábamos como hienas comiendo chili.
- Maldito cabrón. Ojala la virgencita de la mala esperanza le arrancase las criadillas y se las metiera por el culo.
- No te enojes mamita, terminemos esto raudas y volvamos a la caravana.

Las dos mujeres entraron en la casa en cuya placa se podía leer “Alice”. Pocos minutos después un grito estremecedor rompió el silencio de la noche. Tom, el vigilante, estaba demasiado borracho como para ir a echar un vistazo.

A la mañana siguiente Brody llegó temprano. Era un buen trabajador pese a su bien ganada fama de bebedor y problemático. Giró la llave del Peterbilt 355 y este respondió con un rugido que parecía proceder del mismísimo infierno. Se colocó sus gafas de sol y se encaminó a Topeka.
Condujo toda la mañana por la autopista sin encontrar apenas tráfico. La cosa cambiaría por la tarde cuando entrara en la interestatal. Seguramente habría colas gigantescas y el coñazo de su esposa le llamaría para hacerle “la recriminación del día” alentada por la puta de su madre. Acabaría con dolor de cabeza.

A mediodía llegó a un pueblucho y paró a comer. Se bajó del camión y miró fijamente, por primera vez, a la casa. Era imponente. En la parte delantera tenía un pequeño porche en el cual seguramente irían dos sillas y una mesa a juego con la ennegrecida madera de la vivienda. En la parte delantera se situaba la puerta principal y un pequeño ventanal que, junto a los dos superiores, recibía la luz del sol. La parte de atrás no la podía ver y pensó que el esfuerzo de ir al otro lado no merecía la pena. Además, Alice tenía algo que no le gustaba y su cuerpo se lo hizo saber produciéndole un escalofrío. Apartó la vista y entró en el restaurante.

Eric Creek, sin embargo, si quedó fascinado con la casa. Aunque el tenía sus motivos: había sido detenido varias veces por entrar en las casas ajenas y masturbarse tocando las sábanas de los propietarios. Y esa jodida casa de madera debía tener las sábanas más suaves y cálidas que nunca había probado. Se fijó en que no hubiera nadie cerca y se subió al Peterbilt. Intentó abrir la puerta de Alice pero estaba echada la llave, por lo que consideró que la mejor opción era entrar por la ventana contigua. Mala idea, Creek.

La abrió y cuando tenía medio cuerpo dentro se cerraron las dos persianas verticales destrozándole las costillas. Se volvieron a abrir y, en un segundo, se cerraron con más violencia aún. Esto se repitió varias veces hasta que partieron el cuerpo de Eric por la mitad, cayendo la parte superior del tronco dentro de la casa y las piernas en el porche. Se abrió la puerta y las succionó sin dejar huella alguna. Tras esto, la casa eructó y por uno de los ventanucos superiores salió despedida la calavera que poco antes había sido la fea cabeza de Eric.
Minutos después salió Brody del restaurante. Se subió al camión y arrancó.

En ese mismo instante, a muchos kilómetros de allí, la policía interrogaba a Ruppert Sullivan, el vendedor de casas prefabricadas en cuya propiedad se habían encontrado las calaveras de dos limpiadoras sudamericanas. Entre lo que éste contó y la mala reputación de “Sucio” Brody, la policía no dudó en seguir los pasos del camión.
Sus sospechas se vieron confirmadas cuando un niño vio como su San Bernardo se pegaba un festín con los restos de una cabeza humana en un restaurante situado en la ruta de Brody. El hombre se había convertido en el criminal más buscado de América.

Pero él no se enteró de nada. Cuando llegó al motel en el que pernoctaría tenía un gran dolor de cabeza. La foca le había dado la “paliza del día” porque su marido ya no la tocaba. “Sucio” dijo que si la tocara algún día sería para meterle un par de buenas hostias y darle otra ración a la bruja de su madre. Esto desembocó en un aluvión de improperios de las dos mujeres. Además ellas “compartían” el teléfono disfrutando de periodos de descanso entre insulto e insulto, pero Brody estaba solo por lo que tenía que aguantar estoicamente. Y debía aguantar, porque a Marie le podías insultar, le podías escupir e, incluso, le podías dar de vez en cuando una bofetada, pero dejarla a medias en una discusión significaba la destrucción total de cualquier hombre. Si Brody apretaba el botón equivocado sería su fin.

Entró en la recepción del motel y, cuál fue su sorpresa, cuando la encargada le dijo que no había habitaciones. Él mismo había llamado desde el restaurante y le habían confirmado la reserva. Pero la recepcionista estaba demasiado ocupada limpiando el sable de su novio como para tomar nota. “Sucio” la mandó a la mierda y decidió ahorrarse el dinero e irse a dormir al camión. Encima de éste estaba “Alice” invitándole a entrar pero a él no le gustaba la idea ni un pelo. Tipo listo. Brody se acomodó entre los dos asientos del acompañante conciliando el sueño de mala manera.

Horas después se levantó sobresaltado por el ruido que había fuera. Gritos, disparos y gruñidos se mezclaban con el canto de los grillos. A través de la luna delantera pudo ver varios coches de policía con las luces encendidas y al fijarse en el retrovisor observó como más de una docena de policías estaban disparando a la casa. Abrió con precaución la puerta del Peterbilt y bajó. El espectáculo que se abrió ante sus ojos era dantesco: las ventanas de Alice se abrían y cerraban violentamente succionando y devorando a todo el que estaba lo bastante cerca. De los dos ventanucos superiores emergían haces de luz de color rojizo que parecían provenir del mismísimo infierno. A Brody le parecieron dos ojos malditos sedientos de sangre. La puerta se asemejaba a una salvaje mandíbula de cuyo interior salía una lengua gigante amoratada que atrapaba a los agentes y los tiraba al interior de la casa. Alice reía, gritaba y temblaba haciendo retumbar el suelo.

“Sucio” estaba paralizado. Un agente se dirigió a él de manera frenética:

- ¿Qué has traído a nuestro pueblo? ¡Maldito loco!

Mientras pronunciaba estas palabras la lengua gigante lo envolvió, lo estrujó y lo lanzó contra el ventanal delantero el cual lo despedazó sin piedad. Poco a poco fueron cayendo por el aparcamiento del motel los restos de los policías y de algunos civiles que se habían acercado a echar un vistazo.

Brody reaccionó como pudo. Se subió al camión y lo arrancó. Alice gritó una diabólica queja que por poco le rompe los tímpanos. No sabía que hacer. Estuvo pensando en ello mientras devoraba kilómetros hacia ninguna parte. Finalmente, decidió que lo mejor sería arrojar el Peterbilt junto a la casa al mar desde el acantilado de Seven Points que estaba bastante cerca.

No tardó mucho en llegar al solitario lugar. Situó al camión mirando hacia el mar y puso el freno de mano. Su intención era acelerar a poca velocidad y salta del camión antes de caer por el precipicio. Se bajó antes para comprobar la situación. Miró a la casa y su aspecto era normal. Durante un segundo pensó que había soñado los atroces hechos acontecidos momentos antes. Pero se le quito la idea de la cabeza cuando “Alice”, con la voz de Alex Ruth, comenzó a hablarle con una voz de ultratumba.

- Brooooooody, Brooooodyyyyy. ¿Por qué me haces esto? Yo nunca te haría daño. Me liberaste de esa sucia tienda. Brooodyyyyyy descárgame aquí.
- Nunca. Eres un asesino. Tengo que acabar con todo el mal que representas.
- Noooooooo. Te puedo ayudar. Imagina lo que podrías conseguir conmigo. Tooooodooooo lo que quieeeeeeras. Solo tienes que situarme cerca de un banco y mientras yo devoro a sabrosos banqueros tu te puede llevar el dinero. Seamos socios Brody. Te juro que te dejaran de llamar “Sucio”. Mujeres, droga, alcohol y dinero solo por trasportar una casa. Puedes tenerlo toooooodoooooo Broooody…todoooooooo .


A la mañana siguiente llegó a su caravana y tocó la bocina. Salió su mujer acompañada, como siempre, por su madre.

- Querida –dijo bajando la ventana del camión. ¿No dices que nunca te doy sorpresas? Pues mira he comprado esta prefabricada para que nos podemos ir los tres al lago de vacaciones… subid y echadle un vistazo.

CARRITO SANGRIENTO (CARRITO BLOODY)

Habían pasado tres años desde que Miguel entró por última vez en un supermercado. Aquel era el final de su terapia, la cual parecía estar funcionando a la perfección. Su psiquiatra le había aconsejado dar ese paso con un ser querido: solo le quedaba su hijo. El niño tenía cinco años y, prácticamente, no se acordaba de su madre.

Se paró delante de las puertas del súper y sintió un terrible escalofrío recorriendo su cuerpo. Su cabeza decía “adelante” pero sus piernas no obedecían. Un terror profundo, tan profundo que lo creía muerto, surgió de nuevo. El sudor frío volvía a perlar su frente. Ya había sufrido esa situación varias veces pero Fran, el psiquiatra, le había ayudado a superarlas. Pero él no estaba por lo que Jonás fue el que tuvo que sacarlo del trance tirándole de la pernera del pantalón.

- Mira Papá, carritos. Dame dinero para que conduzca uno.

Miguel cogió a su hijo en brazos y le abrazó. Éste lo miro extrañado pues no eran nada normales los arrebatos cariñosos de su padre.

- Más tarde, Jon. Más tarde.

El niño mostró una muestra de contrariedad pero se resignó. No era habitual que lloriqueara ni pataleara por ese tipo de caprichos.
Las piernas reaccionaron y cogidos de la mano padre e hijo se adentraron en el supermercado. Estaba bastante vacío. Habían aprovechado que había partido de fútbol para ir. Miguel mandó a su hijo a por una cesta: comprarían pan, huevos y mortadela. Para ser la primera vez estaba bien. Pasaron el arco de entrada y según superaban pasillos el hombre fue perdiendo los nervios iniciales. Su hijo correteaba con la cesta de un lado para otro, pues para el niño era la primera experiencia en un lugar como aquel. La gente lo miraba y sonreía. Llegaron a la zona de los embutidos y el padre se agachó a por la mortadela con aceitunas. En ese momento un trabajador pasó a su lado con una fila impresionante de carritos de la compra. A Miguel se le nublo la vista y empezó a recordar…

Aquel día, Sandra y él fueron a hacer la compra como todos los domingos. El bebé estaba subido en la barriga del padre mediante unos arneses. Él no pudo agacharse a por aquel bote de tomate, por lo que Sandra lo hizo. Entonces un estruendoso ruido surgió del final del pasillo: una fila enorme de carros era conducida por unos gamberros. Sandra los miró desde aquella posición y cuando se giró para echar una mirada de complicidad a su marido, un carrito surgido de la nada la golpeó en la cabeza, con tan mala suerte que ésta rebotó en el pico de una estantería que tenía un pequeño saliente y que le atravesó el ojo hasta llegar al cerebro. Murió en el acto.

Miguel estaba en la posición que Sandra había adoptado aquel día fatídico. Cogió a su hijo de la mano y tiró de él en dirección al servicio. Se metió en el váter y comenzó a vomitar. Cuando acabó se sentía muy mareado y una espesa niebla cubrió su mirada haciendo que se desmayara.
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No sabía cuanto tiempo había estado allí tirado entre papel higiénico y orina. Se levantó con un punzante dolor de cabeza. Se sentía un poco mareado por lo que se agarró a la puerta. Salió del WC y comprobó que las luces estaban apagadas. Las encendió y salió a los pasillos. Solo estaban conectadas las luces de emergencia. ¿Cuánto tiempo había estado desmayado?

Frenéticamente se giró y fue a los servicios de nuevo. Entró en ellos y grito el nombre de su hijo varias veces. Nadie respondió. ¿Dónde habría ido? El niño pensaría que papá estaba jugando y se largaría corriendo a esconderse. Sintió un nudo en el estómago y pensó que lo mejor sería salir y pedir ayuda a los guardias de seguridad. Salió al supermercado y gritó pidiendo auxilio. Nadie contestó. Pensó entonces que la seguridad estaría fuera por lo que fue a la puerta principal. Efectivamente, cuatro o cinco guardias estaban en el parking. La puerta estaba cerrada, por lo que empezó a golpearla y a gritarles.
No le escuchaban. Al rato se separaron y cada uno tiró para un sitio. En un momento de desesperación final cogió una registradora y la tiró contra la puerta.

Nada.

Cuando toda esperanza de salir de allí parecía perdida, un agente se acercó a una farola próxima a un escaparate. Miguel fue raudo hacia él. Golpeó el cristal con fuerza y el hombre le vio. Con señas se entendieron y el guardia le dijo que fuera a la salida de emergencia más cercana. Los dos avanzaron juntos, uno por dentro y otro por fuera, hasta que, de repente, un carrito de supermercado embistió al segurata de tal forma que lo lanzó varios metros hacia delante. El carrito reculó hacia atrás y volvió a golpearle. Lo hizo otro par de veces hasta que lo dejó tirado contra el escaparate, cosa que aprovechó para pillar aun más carrerilla y reventarle la cabeza contra el cristal. Una vez hecho esto se marchó.

Miguel estaba pálido y al borde del desmayo de nuevo. Sus ojos no podían creer lo que acababa de ver. Seguramente fuese una pesadilla, pero se pellizcaba y seguía allí. Decidió entonces ir de nuevo a la puerta principal a ver si veía a otra persona. Cuando se giró se quedó paralizado: media docena de carritos estaban apuntando hacia él. Estaban totalmente quietos. En una situación normal no serían una amenaza, pero tras lo que le pasó al guardia…

Andó lentamente hacia ellos. No le quedaba más remedio que pasar entre los dos que estaban situados en la mitad. Tenía la sensación de que si corría, todos se abalanzarían contra él. Los miraba esperando algún movimiento o algún giro de una simple rueda. No fue así. Pasó al lado de ellos y aligeró el paso, tanto que al alejarse unos metros echó a correr por el pasillo de los congelados. Miró hacia atrás: ya no estaban. Enderezó la vista y se detuvo en seco. Enfrente de él, al final del pasillo, había otro carrito parado que le impedía seguir avanzando. Se giró y quedó espantado, pues otro le había cerrado el paso por ese lado. Intercambiaba la mirada entre ambos y, cuando pensaba que no se moverían, lo hicieron los dos a la vez. Querían hacer un sándwich humano. Por suerte, Miguel reaccionó bien y, cuando estuvo a punto de ser atropellado, saltó a un lado haciendo que chocarán entre ellos. Se levantó y echó a correr en dirección a los servicios, zona que creía segura.

Enfiló a toda velocidad el pasillo ancho de la panadería cuando vio algo que le hizo cambiar de opinión. Un carrito a unos cincuenta metros de él atravesó el gran toldo que separaba la tienda del almacén, con Jonás montado encima. El niño estaba tumbado: estaría dormido o…¡No! No podía ser.
Gritó su nombre y corrió hacia él. Cuando iba a llegar al toldo, una docena de carros le cortaron el paso. Está vez no podía esquivarlos, tenía que pasar por encima de ellos. Lo malo fue que antes de poder reaccionar se tiraron a por él. El primero lo esquivo bien echándose a un lado, pero el segundo hizo diana y lo tiró contra una vitrina. Otro fue a rematarlo pero Miguel reaccionó y se subió encima del mostrador. Allí no llegaban aquellas máquinas infernales pero a su alrededor se concentraban cada vez más. Se echó la mano a la cabeza y comprobó que tenía una fea herida. El impactó le había abierto una brecha poco profunda pero muy dolorosa. De todas formas no era momento de lamentarse. Tenía que ir a por Jon.

Se fijó de nuevo en la concentración de carritos nerviosos que lo asediaban. Tenía que trazar un plan… y rápido. Aquellos cacharros habían empezado a embestir el mostrador para derrumbarlo. Se le iluminó la bombilla cuando vio, cerca de allí, la sección de ferretería. El suelo tembló a sus pies y antes de que claudicara la vitrina saltó a uno de los carros más cercanos; después a otro y a otro hasta que llegó a una estantería donde estaba su objetivo: un gigantesco martillo con doble taco de hierro. Lo asió y dejó caer su primer golpe hacia un par de aquellos cacharros que se habían enrollado. Ambos saltaron por los aires cayendo sobre otros. Por detrás se le acercó otro y, girando sobre si mismo, no solo lo esquivó sino que también tenía la suficiente inercia como para mandarlo a medio centenar de metros, destrozándolo contra una pared. Miguel empezó a usar su arma como un balancín horizontal abriéndose camino entre una marea de hierro. Los carros que quedaban tumbados no podía levantarse sin ayuda de otros y los que recibían un golpe demasiado fuerte parecían agonizar en el suelo.

Algunos llegaron a golpearle con bastante fuerza pero el resistía estoicamente mientras avanzaba hacia el toldo. Sabía que si caía estaba muerto. Llegó a la lona y entró. En su interior había una especie de arco que sostenía una circunferencia consistente en una capa de un líquido misterioso. Se asemejaba a la puerta espacio-temporal de Stargate. Tenía la certeza de que debía atravesar “eso” para encontrar a su hijo, por lo que soltó el pesado martillo y corrió hacia ella saltando dentro.


Cayó de bruces contra el suelo. Estaba en un almacén similar al que había entrado. No obstante, estaba seguro de que no era el de antes pues allí había “algo” que no tenía el otro. Descorrió el toldo que daba a esa otra tienda y salió. No se podía creer lo que estaba viendo: era el supermercado en el que murió su esposa…la puerta dimensional le había llevado allí. Justo en ese momento se le acercó un solitario carrito con Jon subido en el cajón. Cuando el padre se acercó a por el niño, el carro habló.

- Quieto humano. No te acerques o lo mato.
- ¿Qué queréis de nosotros?
- ¿De vosotros? Jajajaja. Todo, lo queremos todo. Pero aun no. – El cacharro tenía una diabólica voz mecánica.
- Pero… ¿qué coño sois vosotros? ¿Por qué mi hijo?
- Digamos que venimos de muy lejos. Y no es tu hijo el elegido…eres tú. Viste actuar a uno de nosotros cuando, en un experimento, mató a una humana delante de ti. Tenemos que eliminarte.
- Hacedlo, pero dejad marchar a mi hijo. A él no le creerá nadie.
- Jajaja. No podemos arriesgarnos. Moriréis los dos.

Miguel se abalanzó hacia su interlocutor y éste reculó velozmente hacia atrás. Lo hizo lo suficiente rápido como para escudarse entre otra centena de compañeros que salieron de detrás de los pasillos. Durante un momento se hizo el silencio hasta que el que transportaba a Jonás les ordenó a los demás atacar al hombre. Así lo hicieron y el no supo reaccionar. El primero le cazó y el segundo lo tiró al suelo. Todos se fueron a por él como un grupo de perros salvajes cazando a una liebre. Durante unos minutos se dieron un festín con el humano. Entonces, el carrito jefe les pidió que pararan, obedeciendo estos al instante y separándose del cadáver. Cual fue la sorpresa de todos cuando no encontraron nada salvo un rastro de sangre que llevaba al almacén.


El líder de los carritos envió a un par de ellos a rematar la faena… pero un motor sonó y Miguel rompió la lona a manos de ese “algo” que le cautivó antes: un enorme toro eléctrico. Fue directo a por el maremagno de carritos que poblaban la zona central del pasillo. Las astas las tenía bajadas por lo que se inició una carnicería. Los “asesinos metálicos” gritaban mientras eran volcados, aplastados y lanzados contra cualquier cosa. El hombre estaba muy mermado: conducía con una mano pues tenía el otro brazo roto, en la cabeza se les sumaron otro par de boquetes que sangraban abundantemente y las magulladuras y heridas eran demasiado profundas. Parecía al borde del desfallecimiento pero algo hacía indicar que no se iba a desvanecer nunca: sus ojos. Los tenía inyectados en sangre, rezumando furia y pidiendo venganza en cada milímetro de sus pupilas.

Quizá fuera ese odio el que le hizo dar un mal giro y perder el control. Acabó estrellándose contra una columna, quedándose el toro enganchado. Volvió entonces de esa especie de trance asesino y miró a su alrededor: aquello era una masacre. Grandes amasijos de hierro se entrelazaban entre sí perdiendo la noción de individuo único. Miguel juraría que aquellos bichos estaban agonizando.

Se bajó como pudo de aquella máquina de matar y se dirigió a los pocos carros vivos que quedaban. Uno de ellos era el líder el cual llevaba a Jonás a cuestas. Dejo caer al niño al juego y dijo:

- Pagarás por esto, humano. Es mi turno.

El carro echó hacia atrás para coger impulso y lanzarse contra Miguel. Este arrastraba la pierna derecha por lo que al esquivar fue tocado en esa extremidad y cayó al suelo. El carro giró y volvió a por él asestándole un duro golpe en la espalda. Se apartó para observar a su presa moribunda.

- Ya no eres tan duro. ¿Sabes lo que voy a hacer? Voy a rematarte y después voy a dejar que mis compañeros jueguen con tu hijito a las carreras. Se va a divertir cuando le revienten los sesos. Jajajaja.

Ese último comentario hizo que Miguel sacara fuerzas de flaqueza para levantarse de nuevo. Como pudo, sangrando de forma alarmante, se puso en pie. Estaba tambaleándose.

- No le vas a tocar ni un pelo a mi hijo. Voy a acabar contigo. – Dijo con la voz entrecortada.

- Jajajaja. ¡¡¡Muere!!!

El carrito se lanzó a por él a toda velocidad. El hombre ni se inmutó. Estaba claro que por mucha verborrea que tuviese se había dado por vencido. El maldito humano había echado por la borda mucho tiempo de trabajo. Muchos compañeros habían caído por su culpa. Iba a disfrutar embistiéndolo y oyendo crujir sus huesos. Estaba cerca de conseguirlo.
Cuando estuvo lo bastante cerca suya, Miguel se agachó un poco. Extendió el brazo roto hacia delante y esperó el impacto. Tenía que salir bien, era su última esperanza.

Lo tenía a unos cinco metros por lo que abrió la mano. El carrito supo entonces la intención del hombre pero ya no podía frenar. Miguel se ladeo a un lado y asió la parte delantera del carro. Con la mano sana cogió un lateral y, gracias al gran impulso que traía el carrito, lo alzó en el aire haciéndole un suplex vertical. El impacto fue terrible quedando el carro totalmente volcado en el suelo y recibiendo el hombre un golpe que le pasaría factura en las cervicales. Se hizo el silencio de nuevo.


Miguel se arrastró hacia el carro y este le habló.

- Humano, has sido más listo que yo y me has derrotado. Pero esto no ha acabado, no podrás detener a mi pueblo, tarde o temprano acabaremos con vosotros. – La voz del líder era demasiado difusa. Parecía estar al borde de la muerte.

- No obstante, te has ganado el derecho a seguir viviendo. Coge a tu hijo y sal de aquí. Pero óyeme bien, no vuelvas nunca o no saldrás vivo de nuevo. Ahora, vete...

El carro giró las ruedas de repente. Había muerto.

El agonizante Miguel se levantó a duras penas apoyándose en una estantería cercana. Avanzó dando tumbos hacia su hijo dormido y se lo echó a la espalda. Ambos fueron hacia la puerta de salida. Estaba amaneciendo. Pronto abrirían.

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