domingo, 3 de febrero de 2008

11.-Amor carnal

Como en las grandes historias del cine y la literatura, les gusta pensar mientras viajan juntos, los dos son de muy distinto linaje, pero eso no impide que el amor surja entre ellos: en un rincón del camión frigorífico que los transporta desde la planta de procesado industrial de carnes hasta el principal mercado de la ciudad, tan lejos de la seguridad de sus primeros pasos en la granja, tan lejos del turbulento período de adaptación y transformaciones en la planta, tan lejos de todo lo que habían conocido y tal vez a causa de las emociones incontrolables que ese cambio hacia un futuro ignoto les proporciona, tal vez a causa de todo ello o tal vez no, en un rincón del camión el Señor Muslo de Pollo y la Señorita Hamburguesa de vacuno 100%, separados por un par de piezas de pollo y un par de hamburguesas, cruzan sus inexistentes miradas y se enamoran, se enamoran de tal forma que les resulta inconcebible imaginar sus vidas lejos del otro, y empiezan con voz melosa a hacer planes, y a intercambiar ideas en las que siempre coinciden, y a jurarse amor eterno y, en fin, a decir y hacer ese tipo de cosas que en esas circunstancias cualquier persona o cosa acostumbra a decir y a hacer, con la seguridad o la esperanza de que uno las pueda decir y hacer para siempre, y de que ese momento no va a terminar nunca o a uno le parece que no va a terminar, pero siempre termina, y en este caso termina no cuando el camión se detiene y unos operarios con batas blancas y manchadas de rojo y amarillo empiezan a descargar las interminables bandejas repletas de productos cárnicos, tampoco cuando el destino o la suerte les sonríe y no los separa y el Señor Pollo da con su hueso (y la Señorita Hamburguesa con su falta de hueso) en la misma carnicería del principal mercado de la ciudad, y ello reafirma su creencia en la predestinación y el amor, puesto que en el mercado hay tres o cuatro carnicerías, no hubiera sido extraño que allí terminara su vida en común, cada uno en una carnicería distinta, pero no termina allí, ni tampoco cuando quedan colocados muy cerca el uno el otro, primero en el almacén refrigerado, y en la mañana siguiente en la vitrina de la carnicería, todavía no termina allí, pero sí termina en el momento en que, a primera hora de la mañana, apenas unos minutos después de la apertura del mercado y de la carnicería, un hombre vestido con ropas caras y elegantes se detiene frente a la vitrina, examina con meticulosidad profesional las piezas de carne expuestas y parece detener su atención en la sinuosa figura de la Señorita Hamburguesa, ante la desesperación y los celos del Señor Muslo de Pollo, que de repente tiene miedo, miedo de perderlo todo ya que la Señorita Hamburguesa lo es todo para él, pero que se consuela pensando que no es posible que tal cosa suceda, que debe confiar en las promesas de amor de su amada y que, en cualquier caso, tampoco es posible que un individuo como aquel, con aquellas ropas tan caras y elegantes y con una mirada y una actitud y una forma de examinar la carne que delatan que ése es su trabajo, es decir, que no puede ser más que el chef o el maitre o el responsable de compras de algún restaurante de lujo, que tampoco es posible, en fin, que un individuo así escoja a la Señorita Hamburguesa entre las decenas de aspirantes que llenan la vitrina, pero resulta que sí, que tal cosa es posible, y que el individuo sonríe a la Señorita Hamburguesa y le dice al vendedor póngame lo de cada día y, envuelto aparte, esa hamburguesa, la del fondo a la derecha, y envuélvala con cuidado, la usaremos para las fotos de la carta del restaurante, y el carnicero asiente y empieza a preparar la mercancía, el hombre del traje asiente y espera, y el Señor Muslo de Pollo al borde del llanto, todavía incrédulo por lo que está pasando, por perder su amor, su futuro, su vida, maldiciendo no sabe muy bien qué, si al hombre del traje, si al carnicero, si al camión, si a la granja, si a él mismo, si a la Señorita Hamburguesa, si al destino que los colocó tan cerca el uno del otro como para permitir que se conocieran y se enamoraran, maldiciendo todo por desesperación y por dolor, el dolor de la pérdida y el dolor que le causa la reacción de la Señorita Hamburguesa, que, adulada por haber sido elegida entre las decenas de aspirantes que llenan la vitrina, no tarda en desoír desdeñosa los llantos del Sr. Muslo de Pollo ni en aceptar sin ningún atisbo de pena su nuevo destino, lejos de su antiguo amor, que de todas formas siempre le pareció algo vulgar para alguien como ella, y lejos de sus amigas cárnicas, con las que en el fondo nunca tuvo demasiado en común, y lejos de aquella deprimente carnicería, siempre supo que le esperaba una vida mejor, una vida como la que tendrá en cuanto el hombre del traje se la lleve de allí para hacerla famosa, ser tal vez la primera hamburguesa en aparecer en las más famosas guías y revistas culinarias del país, quién sabe si también del extranjero, viajes, fama, amores, todo eso imagina la Señorita Hamburguesa mientras el hombre del traje la lleva de camino al restaurante, y finalmente llegan, la almacenan en la cámara frigorífica de la cocina, escucha como el hombre del traje le indica al jefe de cocina que aquí dentro está la hamburguesa que usaremos para la sesión de fotos de esta tarde para la nueva carta, el fotógrafo llegará sobre las cinco, se hace larga espera incluso para una hamburguesa con poca noción del paso del tiempo, y finalmente llega el momento, la desenvuelven, le añaden algunos productos para asegurar su buen aspecto tras la cocción, el fotógrafo, que está por allí preparando la sesión la ve y hace un encedido elogio de la hamburguesa, encendido por el énfasis de sus alabanzas sobre el aspecto casi sensual de ese trozo de carne, pero también encendido porque prácticamente en el mismo momento en que lo hace el cocinero enciende el fogón y echa aceite sobre la sartén y espera que el aceite hierva y luego la hamburguesa sufre mientras se fríe, y por algunos momentos llega casi a arrepentirse de esa vida que ha elegido o que le han elegido, y a casi recordar con nostalgia los tiempos de la planta, y del camión frigorífico, y la carnicería, y el Señor Muslo de Pollo, pero el sufrimiento termina rápido y luego vuelven las atenciones, con un pincel la untan con algo que le da un aspecto brillante y aún más apetitoso, la adornan con un poco de salsa en el costado, con unas ramas de hierbas sobre ella, la espolvorean con especias brillantes traídas de países lejanos, y es agradable que cuiden tanto de ti, es agradable ser el centro de atención de tantas personas mientras dura la sesión, el fotógrafo, el maitre, el jefe de cocina, el responsable de marketing del restaurante de lujo, todos pendientes de ella, y ella posando feliz, mientras piensa que ha nacido para esto, que este es su momento, o más bien el momento que marcará el inicio de su fulgurante carrera como modelo cárnica, pero la sesión termina para ella después de unos minutos, y el siguiente centro de atención es un solomillo al roquefort que espera ufano su turno, y la hamburguesa es abandonada en un rincón de la cocina, alguien pregunta qué hacemos con ella, alguien responde tírenla, las fotos son buenas y no la necesitaremos más, y la hamburguesa aterrada, y un cocinero que piensa que es una lástima, que la hamburguesa todavía está de buen ver y que quizás podría aprovecharla un amigo suyo que trabaja en un bar-restaurante cercano que está renovando las fotos de los platos combinados, de modo que ya se sabe que los tópicos son tópicos pero suelen tener buena parte de verdad, y que lo difícil no es llegar sino mantenerse, y que más dura será la caída, y que la superficialidad de la sociedad actual que nos trata como a productos de usar y tirar etcétera, así que la hamburguesa inicia en este momento un decadente periplo que la lleva del restaurante de lujo a un bar-restaurante de diseño a un bar neutro a un bar de menú de obreros a un bar definitivamente sucio y aceitoso con dueño tripón y con moscas sobre la ensaladilla rusa, tan lejos del lujo y el glamour al que se creyó predestinada que entra en un proceso melancólico-depresivo en el que se lamenta de sus elecciones y extraña la ya imposible vida, seguramente simple, seguramente feliz, que hubiera podido llevar junto al Señor Muslo de Pollo, y por qué por qué, hasta que finalmente la llevan a una franquicia de una gran cadena de hamburgueserías y al entrar en la cocina escucha por la megafonía interna un pollo frito con patatas y ve cómo uno de los empleados llena de patatas y de muslos de pollo fritos una bandeja de poliuretano blanco con el logotipo de la compañía y deja la bandeja en la correspondiente fila de los productos listos para servir, y entonces reconoce en uno de los tres muslos de pollo de la bandeja los rasgos inconfundibles, a pesar del paso del tiempo y del rebozado y de la fritura, del Señor Muslo de Pollo, pero también ve cómo el muslo mira sonriente y complacido a la bandeja de palitos de merluza rebozados que tiene a su izquierda, y la Señorita Hamburguesa comprende que aquella mirada desvela tal vez no el deseo ardiente de las miradas con las que no tanto tiempo atrás le obsequiaba el Señor Muslo de Pollo, pero, en cualquier caso y de forma irrebatible, desvela el cariño y la comprensión de dos personas o productos que se quieren y que han compartido juntos momentos buenos y momentos malos y que saben que ha llegado el momento de partir y que lo hacen sin humillación ni desesperanza, porque todo ha valido la pena, y todo esto lo comprende la Señorita Hamburguesa con pena y con resignación mientras otro empleado la unta con mayonesa, la coloca en el interior de dos trozos de pan y la deja en la fila de las Burguer’s Max, casualmente a la derecha de la de los Fried Chicken donde se encuentra su viejo amor, que no repara en ella mientras en la caja, ante las filas interminables de clientes, uno de los empleados de la hamburguesería sirve la bandeja de pollo frito a un cliente joven, la acompañante del cual todavía no se decide, y la Señorita Hamburguesa ya se ve terminando sus días en la mandíbula del cliente calvo y gordo de la caja de al lado, que tiene todo el aspecto de querer una Burguer’s Max, pero afortunadamente la acompañante del cliente joven se decide antes, y no pide unos palitos de merluza rebozados sino una Burguer’s Max sin queso como ella, y en breves segundos la Señorita Hamburguesa está en la misma bandeja que el Sr. Muslo de Pollo, que por fin la ve y la reconoce y le dirige una mirada tan impenetrable y misteriosa como pueda llegar a ser la mirada de un trozo de pollo frito, y ella no sabe muy bien qué hacer o qué decir o qué pensar, pero no importa demasiado porque la pareja ya se ha sentado y el cliente joven toma su bebida y sus muslos de pollo fritos, y la acompañante su bebida y su hamburguesa y empiezan a comer y a hablar, y con voz melosa se juran amor y hacen planes, algunos de los cuales pueden verse frustrados, le explica ella, si acepta la oferta que ha recibido para presentarse al casting de una importante marca de ropa, y el novio que de repente tiene miedo de que su chica entre en un mundo mejor en el que él ya no sea lo suficientemente bueno para ella, pero que se consuela pensando que no es posible que tal cosa suceda, que debe confiar en las promesas de amor de su amada y que, en cualquier caso, tampoco es posible que una marca de ropa como aquella, tan importante que no deben de seleccionar más que a modelos consagradas, o muy profesionales, o con al menos cierta experiencia, que no es posible, en fin, que una marca de ropa así la escoja entre cientos de aspirantes.

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