viernes, 1 de febrero de 2008

1.-Mi Edén particular.

Recuerdo sus palabras y comienzan a encajar en mi mente. Alineadas como las luces de emergencia del espacio-puerto. Cada segundo me parece un largo transcurrir. Un gran paso detrás de otro. Un largo camino de vuelta a mi Edén particular. Mientras despego, rememoro todo lo sucedido en este día…

Un calor sofocante oprimía mi entorno, destilando mi sudor y sumiéndome en una densa nube de ingravidez. La melodía llegó a mis oídos lejana, como el murmullo del mar. Me abrazaba y me transportaba de nuevo a Europa. Lentamente abrí los ojos. El reloj marcaba las cinco de la madrugada. Mi cara había moldeado la almohada y el cobertor me asfixiaba. Con parsimonia me incorporé y activé el comunicador. Sentía mi garganta compacta como un muro de cemento. Después de toser un par de veces conseguí que un “¿Quién es?” escapase de mis labios como un quejido.

-Hola Cónrad, soy Jean.- Su voz llegó a mi mente como las primeras gotas de una llovizna, despejándome. Jean, el amor de mi vida. Intenté librarme del turbio abrazo de la resaca. Una súbita punzada de dolor traspasó mi alma cuando recordé sus palabras el día anterior “Quizá sea una buena idea… que te vayas… por un tiempo…”.

-Dime Jean, ¿ha pasado algo?- Contesté.

-No, tranquilo. Sé que es muy tarde, pero después de pensar mucho en lo que te dije… me siento mal, me he dado cuenta de que estaba equivocada. Lo siento Cónrad. Lo siento mucho…-

-No pasa nada Jean, si quieres podemos hablarlo esta noche.

-…siento haberte despertado. ¿Nos vemos en el italiano de la zona de comidas a las nueve?

-Claro. Nos vemos allí.

-Cónrad. De verdad que lo siento. Fue una estupidez. Quería probar mis sentimientos. Quería despejar las dudas para poder construir algo en común. Un lugar donde tú y yo podamos vivir felices. Pero siempre acabo comportándome como una niña y haciendo daño a los que más me quieren. Lo siento Cónrad. Sabes que te quiero…

-Jean, no te preocupes. Lo entiendo. No estoy enfadado. Mejor lo hablamos luego.

No volví a acostarme. De cualquier forma, tenía que levantarme a las seis y si no hacía algo al respecto, la resaca iba a acabar conmigo antes de que llegase al trabajo. Me arrastré hasta la ducha y emití mi orden “Activar. Templado. Oxigenación”. Después del secado me vestí y preparé mi identificador para salir de mi compartimento. El transporte me llevaba lentamente a lo largo de una de las Vetas Principales del satélite. Activé el evocador y Júpiter comenzó a enturbiarse para dejar paso a un cielo terrestre plagado de nubes. El mar estaba en calma y algunas gaviotas sobrevolaban los cultivos marinos. Comencé a pensar en Jean. Habíamos tenido una larga charla sobre nuestra relación que terminó con aquellas palabras y un miedo angustioso que atenazaba mi interior desde el estómago. Respiré aliviado y salí del transporte.

La Bóveda Cuatro o Bóveda Oeste era mi lugar de trabajo. Desde aquí, todas las mañanas, trepaba por la zona de comidas y después de un desayuno frugal subía a la plataforma de emulsión. Erik ya estaba esperándome con su mono azul y su bloc de notas.

-¿Qué tal, Cónrad? Parece que ayer estuviste de fiesta con Johnnie Walker.

-Me siento como mantequilla untada en demasiado pan…- Dije, citando una de esas películas de principios del siglo pasado que tanto me gustaban.

-Eres un puto friki. ¿Cuándo me vas a pasar alguna de esas películas clásicas que ves?

-No te van a gustar Erik. Ayer ni siquiera apareciste por el simulador de kendo. Te lo hubieras pasado bien.

-Creo que tengo mejores opciones que practicar kendo con un piloto ebrio. Además, estuve en la zona de ocio hasta bien entrada la madrugada.

Erik no era un gran bebedor, pero eso no significaba que no le gustase la fiesta. Supuse que había estado con alguna de sus conquistas o con el equipo de mantenimiento en la arena de deportes.

-¿Qué tal con Jean?- Preguntó.

-Tuvimos una pequeña discusión el otro día. Pensé que se iba todo a la mierda. Pero me ha llamado esta mañana para hablarlo. Cenaremos esta noche y espero que todo salga bien.

-Más te vale arreglar las cosas con ella. Si no quieres que te meta una llave inglesa por el culo.

-Y tú eres el que me llama friki.

Lo miré, midiendo su fuerza. No era un tipo corpulento, pero en la estación todo el mundo pasaba por un entrenamiento riguroso. Hubiese estado bien poder compartir unas sesiones de kendo con él.

-Te he conseguido una tarjeta GME. Gobierno Manual de Emergencia. El registro no notará la diferencia y podrás maniobrar manualmente durante un rato.

-Eres la hostia tío. Voy a sentirme como un piloto de aviones del siglo veinte.

-Estás zumbado. Me debes una, mamonazo. Y ahora vete a soltar los compensadores de hidrógeno y a hacer piruetas antes de que cambie de opinión y te deje sin juguetito.

Subí al Biturbina y después de algunas comprobaciones de rutina inicié la secuencia de despegue. Hasta que pudiese usar la tarjeta GME, el aparato funcionaba con total automatismo. Pensé en Jean. Tras ahogar toda esa desazón en alcohol me di cuenta de lo mucho que significaba para mí. Y me aliviaba que sintiera lo mismo por mí. Mientras observaba el SIAE (Sistema de Iluminación para Aterrizaje de Emergencia) recordé sus palabras.


El sistema automático parpadea, indicándome que debo iniciar el protocolo de fijación de rumbo. Comienzo a sentirme como un niño jugando con los aparatos de su padre. Pero lo primero es lo primero. Todo el proceso se reduce a recorrer seis cuadrantes para liberar unas sondas de compensadores de hidrógeno. Conservando el hidrógeno de la atmósfera de Europa se aumenta la densidad de ésta en las concentraciones habitadas, las bóvedas de extracción, las zonas de tratamiento de agua y las fábricas de abastecimiento. En varias décadas, se conseguirá una atmósfera suficiente con objeto de construir instalaciones de bajo coste para, en un futuro, colonizar el satélite.

Surco lo que podríamos llamar cielos de Europa. Recorro las vetas y las bóvedas de este infierno helado en un espectáculo taciturno, casi lúgubre para alguien que ha sobrevolado los cielos de África, Australia o el Océano Pacífico en La Tierra. Verifico los rumbos y las coordenadas y dejo que el ordenador de navegación haga su trabajo. La quietud de la visión es perturbadora. La poca densidad de la atmósfera y su baja temperatura hacen que la superficie helada de Europa muestre un paisaje desolador. Detenido en el tiempo.

Tras la expulsión de la última sonda saco el gancho J y abro la bahía de expansión. Inserto la tarjeta GME y me preparo para surcar los cielos de Europa. Al tomar el gobierno manual, lo primero que hago es aumentar la altura. Encaro Júpiter y dejo que su iluminada silueta pinte con algo de color este monótono paisaje. Me sitúo en el mapa y comienzo un suave picado siguiendo las vetas y virando en una ligera diagonal. Observo como se desplazan suavemente. Casi parecen olas avanzando hacia la costa.

Un crujido inquietante y un mensaje de alarma me sacan de mi viaje imaginario. Compruebo los mensajes y decido sacar la tarjeta GME. El mensaje de alarma aparece en la pantalla principal, súbitamente. Los controles automáticos no responden. Doy un amplio giro para volver al espacio-puerto y realizar un aterrizaje de emergencia. Mantener el rumbo se hace difícil pero posible. Sin embargo, la velocidad del aparato está aumentando sin control. Consigo encarar la pista de aterrizaje y vuelvo a observar el SIAE.

Ahora recuerdo sus palabras y comienzan a encajar en mi mente, alineadas como las luces de emergencia del espacio-puerto. Cada segundo se desvanece ante mí. Y aunque sé que el esfuerzo es baldío, intento aferrarme a ellos como a pedazos de mi Edén particular.

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