domingo, 3 de febrero de 2008

2.-Making off de un adicto

Y allí estaba Fulgencio – menudo nombre para un niño, no me extraña que ya todo en él fuera anormal - dormido sobre los brazos de su madre, como un angelito vencido por el sueño, mientras volvía a casa tras un duro día de “trabajo”.
Cada vez que le veía por la mañana entrar ansioso, tenso, pero a la vez tranquilo y relajado, como si no hubiera roto un plato en su vida, más miedo me daba pues ese estado solo le duraba un momento, lo que tardaba la puerta en cerrarse detrás de él.
Llegó un momento en que desistí de intentar hacerle comprender a su madre que cuando se iba su hijo cambiaba (no está la vida como para asustar a quien te paga el sustento), pues en su casa retornaba a la “normalidad”.
Aún recuerdo el primer día que lo vi - hace ahora justo una semana - y cómo mi vocación se transformó en pesadilla...
-Hola, buenos días.
-Bueno días, ¡no me diga más!, ese pequeñín va a ser uno de mis niños, ¿verdad? –dije yo con el entusiasmo de mi también primer día de trabajo (y que murió ese día, como descubrí después).
-Pues eso espero. Aquí donde le ve es muy cortadillo, pero cuando coje confianza...
-De eso no se preocupe usted, que menuda mano tengo yo con los críos. En nada que intime un poco con él se va a convertir ser uno de mis ojitos derechos (aún no lo sabía, pero más me valía estar tuerta entonces). Ahora déjelo aquí, en la casita de los espejos, y pase a formalizar la matrícula a mi despacho.
Cuando salimos ya lo encontré raro, pero fue al marcharse la madre cuando todo empezó a desmadrarse.
<>, <>, <>, <<¡Fulgencio, y menos aún se toca!>>, <>...
Desde entonces esa era la tónica habitual. Tras entrar en la clase se iba ansioso a la casa de los espejos. Era como si le hipnotizara, como si al ver su imagen deformada por esos caprichos ópticos su transformación imaginaria penetrara en él, y entonces no había forma de pararlo.
Jamás vi un niño tan hiperactivo, precoz, inesperado y pervertido.
El resto de mis niños aprendieron lo de las abejitas y las flores de los intentos de Fulgencio de trajinarse al peluche de Winnie the Pooh (y con el de Pigglet, mejor no digo lo que intentaba).
Las niñas salieron de mi guardería con un master en anatomía masculina por el mismo precio de matrícula.
Yo misma aprendí pronto a sustituir las faldas por los vaqueros más ajustados que pudiera encontrar tras varios “semi-strepteeses” involuntarios (aunque estos hechos, al producirse delante de unos padres - y no de unas madres -, me granjearon dos nuevos clientes).
Ayer mismo, mientras estaba en mi despacho, oí una conversación aparentemente inofensiva:
-Lauri, ¿por qué te salen dos cuernos de la cabeza?
-Zon trenzas, cara melón.
-¿Y para que valen?
-Miz padrez dizen que eztoy tanto tiempo delante de la tele que hazen de antena y zintonizan mejor loz canalez, ¿zabez?.
-Aaaaaaah, ¿y entonces los hierros de la boca son paaaara?
-Hay que ver que tonto erez Fulgen, ¡puez para cambiar de canal, por zupuezto!.
-Mentira cochina. A ver, déjame probar...
Ahí es cuando recordé que no se trataba de un chico normal, sino de Fulgencio (sobran los adjetivos cuando se le conoce), por lo que salí corriendo justo a tiempo de evitarle un rizado express a mi pequeña Laura y su lacio cabello.
Desde entonces tapé todos los enchufes que se encontraban a ras de suelo.
En definitiva, una anécdota entre muchas.
Tenía entre manos un ejemplo viviente de los beneficios del onanismo, porque bastantes cretinos hay en el mundo ya creciditos como para traerlos ya “instruidos” desde pequeños.
Afortunadamente, por norma general, cuando mis nervios amenazan seriamente con estallar su cuerpo se deja vencer por la agitación de un día entero de frenesí. Es entonces cuando su madre suele venir a recogerlo y se va con la misma cara de satisfacción que trae por las mañanas al verme torcer el gesto.
Pero hoy todo ha terminado y solo queda esperar que venga mi Manolo y me escolte a casa antes de que mi cuerpo se convierta en una masa muscular sin fuerza apenas para pestañear; pero hablando del rey de Roma...
-Hola cariño, ¿ya te has desecho de tu monstruito particular por hoy?
-Buf, calla, calla, que no se cuanto tiempo voy a aguantar así.
-Tu tranquila, ya se adaptará con el tiempo, pero venga, date prisa que ya sabes que esta noche tenemos fiesta en casa de Cristina.
-¡Pero tu me has visto!, para fiestas tengo yo el cuerpo ahora, y menos después del bajón de la última.
-No te preocupes, esta vez he conseguido unos tripis que me han dicho que son mano de santo. ¡Y los llevo bien guardaditos!, para que no ocurra lo que la otra vez.
-Mira, no tengo ganas de seguirte la broma, ayúdame a buscar el bolso y vámonos de aquí cuanto antes.
-Vale, aquí lo tienes, encima de la casita esta de los espejos... ¡pero coño!, ¿no es esta la bolsita de anfetas que perdí la semana pasada?, y encima solo queda una y baboseada...

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