viernes, 1 de febrero de 2008

1.-El último caso

Para lo que necesitaba hacer, tenía que librarse de aquel individuo lo más pronto posible. Y debía hacerlo antes de abandonar la iglesia. El tufo a orines, excrementos, sudor y huevos podridos llenaba el claustro y le impedía pensar con claridad. Sus pensamientos revoloteaban como ciber-murciélagos aturdidos en la oscuridad, en tromba y sin dirección. Y aquel despojo humano seguía allí, a su lado, en silencio y medio encorvado. Parecía que estuviera rezando a aquél Cristo mutilado, sin brazos, que los observaba desde lo alto a través de las sombras. Deseó una vez más matarle y evitarse el asco que le provocaba su compañía. Pero ya habría tiempo para eso. Se volvió hacia él y preguntó:

-¿Dices que la viste entrar aquí?

-Así e’, Jefe. Se metió ejcapando de lo’ do’ que la bujcaban. Malagente, Jefe. Con porra’ y palo’. Por fortuna era noshe serrá y no la vieron entrá de tan ojcuro que ejtaba. Como fause de lobo, Jefe. Se lo juro por Dio’.

Soportó estoicamente la caliente y contínua baharada que surgió de aquella boca infame y decidió que le daría una muerte lenta. Haría sufrir a aquel desgraciado hasta lo indecible.

Volvió a la realidad y asintió gravemente, más para sí mismo que para el infrahumano. Luego le indicó que se callara y que permaneciera donde estaba. Sacó del bolsillo interior de la gabardina la linterna que siempre llevaba consigo y se adentró en la oscuridad del lugar. Columnas caídas y bancos rotos entorpecían sus pasos. Aquella vieja iglesia había vivido momentos más gloriosos, de eso no cabía duda alguna. Se detuvo junto a la estatua de algún santo olvidado y activó el rastreador térmico. Si había alguien más en el edificio no podría ocultarse por mucho tiempo.


Dos días antes un orondo y sudoroso Corp de clase A había bajado hasta su mugrienta oficina, embutido en su traje de 10.000$ y apestando a DolceVita 007. Le sorprendió –e incluso llegó a molestarle- que un tipo de la superfície se atreviera a descender hasta allí, pero los cinco guards armados hasta los dientes que lo acompañaban y –sobretodo- el talón que traía consigo hicieron que dejara de lado cualquier suspicacia. Una de las esposas del hombre de negocios había desaparecido y éste estaba convencido de que se había fugado con alguno de sus abogados. Sus investigadores habían empezado a buscarla, pero perdieron su rastro junto a La Necrópolis. Los de Cielo XIII, que gobernaban el mundo desde la superfície y raramente descendían al Inframundo, tenían prohibido el acceso a la zona por ley, por su propia seguridad, lo que no le dejó otra opción que recurrir a los servicios de un profesional. Fué entonces cuando llegó a nuestro hombre, el mejor Investigador Privado del Inframundo: Dex Karter.

La investigación se inició a través de los canales habituales, y con una mísera parte del talón que le había extendido el Corp como anticipo tuvo pagados a los suficientes informantes para averiguar la mayor parte de la trama que había detrás de la fuga. Lo que no descubrió pagando lo hizo torturando y mutilando, al más puro estilo Karter.

Pronto descubrió que, efectivamente, aquella fulana de la superfície se había fugado, pero no con uno de los abogados del cliente. Se había ido a conocer a un adicto a las drogas de diseño del Inframundo, al que había conocido a través de la HíperRed. Era un caso bastante habitual. Mujeres que lo tenían todo, incluso la suerte de respirar aire puro y de sentir en su inmaculada piel el calor del Sol, decidían un buen día que querían vivir “nuevas experiencias” y bajaban al Inframundo, donde pasadas pocas horas aparecían tiradas en algún callejón, despojadas de sus joyas, su vida y su intimidad. Dex Karter era de la opinión de que se tenían bien merecido todo lo que les ocurriera.

Cuando llegó al apartamento del yonki, lo encontró sentado en un desvencijado sofá, con un tiro en la frente y una pastilla de Glomox entre los labios. De ella no había ni rastro.

Fué al salir del edificio cuando se le acercó el necro y le habló de ella a cambio de unos pocos dólares. Luego accedió a guiarle hasta el lugar dónde la había visto por última vez: la iglesia que ahora recorría lentamente revólver en mano. Todo aquél asunto le olía casi peor que el tipo al que había dejado atrás. ¿Cómo una mujer de la superfície había sobrevivido tantas horas sin ayuda?

De repente se iluminó un punto amarillo en la pantalla del rastreador, indicando una presencia a unos quince metros frente a él, tras unas columnas caídas que reposaban sobre una estatua mutilada. A medida que avanzaba entre las ruinas, sus sentidos y los años de experiencia le advirtieron de que algo iba mal. Había algo en todo aquello que no encajaba. El punto permaneció inmóvil en la pequeña pantalla y perlas de sudor empezaron a resbalar por su rostro como acero fundido. Algo iba jodidamente mal.

Un ruido le llegó desde atrás. Se volvió a medias, con el revólver preparado. Sonó un chasquido a su izquierda, seguido de un tintineo, y luego un golpe seco frente a él. De reojo, mientras se volvía de nuevo, vislumbró la pantalla del rastreador. Una miríada de puntos amarillos la iluminaban. Algo le golpeó y la oscuridad se cernió sobre él seguida de un sordo zumbido. Los ciber-murciélagos habían encontrado al fín el camino a través de los túneles de metal y cayeron sobre él.


Despertó un tiempo indeterminado después, envuelto en sombras. Intentó moverse. Le dolía terriblemente la cabeza. Comprobó que estaba tumbado y encerrado en un espacio reducido, dónde apenas podía moverse, y que le habían despojado de la ropa, el revólver y la linterna, junto con todo su equipo. Se acordó del sobre con 200.000$ que llevaba en la gabardina.

“¡Malditos hijos de puta, van a saber quién es Dex Karter!¡No saben con quién mierda se han metido, joder!”

Liberó su fúria golpeando la pared que tenía enfrente. No cedió ni un milímetro.

-Hola, agente Karter –dijo una voz apagada desde el otro lado cuando dejó de golpear.

-¡Sácame de aquí, hijo de una puta bastarda! ¡Soy Dex Karter! ¡No me podeis tener aquí encerrado!

-Veo que sigues con el mismo carácter prepotente de siempre. Te sugiero que te calmes y escuches.

-¡Y yo te sugiero que me comas la polla, puto maricón! ¡Cuando salga de aquí te voy a diseccionar vivo y luego te inyectaré Glomox puro por cada una de tus resecas venas!

No hubo respuesta. El silencio cayó sobre él como una losa y sintió miedo por primera vez en muchos años. Intentó tranquilizarse. Evaluó sus posibilidades y cayó en la cuenta de que estaba metido en una buena. “Dex Karter no puede acabar así. Es imposible.” Unos segundos después preguntó:

-¿Qué quieres de mí?

-No se trata de lo que yo quiero, se trata de lo que quieren ellos. Hablo en nombre de muchos. Muchos somos los que estamos hoy aquí reunidos. Hemos venido a asistir a tu entierro.

Una respuesta murió en los labios de Dex Karter antes de ser formulada. Al fín entendió dónde estaba. El pánico le paralizó.

-Muchos años has estado matando y torturando gracias a la protección que te brindaba la placa que sostengo ahora en mis manos. Muchas violaciones y asesinatos, e inenarrables atrocidades has hecho recaer sobre nuestros hombros, habiéndolas perpetrado tu mismo. Pero eso terminó. Caíste en la trampa, Dex Karter. No eres tan listo como creías. Te dejaste llevar por tus fantasías, creíste que podrías gozar de una mujer de la superfície una vez más con impunidad. Y creíste que podrías hacerlo aquí, en nuestro territorio.

“Soy Dex Karter. El mejor Investigador Privado del Inframundo. Ésto no puede estar pasándome.”

-Te hemos juzgado y te condenamos a ser enterrado en vida, para que tengas tiempo de contemplar los rostros de todos aquellos de los que abusaste y maltrataste.

“Soy Dex Karter. El mejor Investigador Privado del Inframundo. No puedo morir así.”

-Adiós agente Karter. Podeis cubrirlo.

El sonido de metal contra madera resonó sobre su cabeza desde el exterior, y luego el de la arena cubriéndolo. La oscuridad se volvió más intensa.

“Soy Dex Karter. El mejor Investigador Privado del Inframundo.“

Empiezó a costarle respirar. Un silencio y una oscuridad totales le envolvieron como un manto. Al fín reunió fuerzas y gritó:

-¡Soy Dex Karter, que alguien me saque de aquí, por el amor de Dios!

Nadie respondió. Los ciber-murciélagos desplegaron las alas de acero cromado una última vez.

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