domingo, 3 de febrero de 2008

5.-Soy

“Mec, mec, mec” las 6:30, suena la alarma y toda la casa despierta. Te levantas con pereza, sosteniendo tu cabeza entre las manos. El pelo rebelde enredado entre tus dedos… Vas a la ducha y como si fuera un ritual te afeitas con lentitud. Yo mientras, en el comedor, contemplo el techo y los cuadros. Mi vista se congela en la ventana que, medio abierta, deja entrar la ligera brisa de una urbe que ya despierta. Me pregunto qué habrá allá afuera, en esa jungla que crece hasta tocar el negro cielo. Las estrellas se desvanecen como si fuera Dios quien, cansado, se entretuviera en apagar millones de diminutas velas.
Entras en el comedor con prisas, la toalla anudada a tu esbelta figura, las gotas de agua resbalando por tu cuerpo de deportista. Buscas desesperado una camisa planchada y me ignoras. Sigo en la mesa, mientras tú buscas ahora una corbata a juego. Creo que yo también soy una vela que has apagado. Mi alma se marchita encerrada en esta prisión y tú ni te percatas…
Sales del comedor perfectamente conjuntando; tu camisa color salmón, tu corbata grana… vas a la habitación y te pones los pantalones. El DVD, el televisor, la radio… todos me miran y se ríen, quiero llorar, pero te necesito…
Vuelves al comedor con tu café con leche en una mano y tu maletín en la otra y ahora sí, me miras. Tu pulso se detiene, tus pupilas se dilatan cuando me ves aquí, sobre la mesa sin nada que cubra mi cuerpo. Se te seca la boca… “Vamos Marc, llegarás tarde” te dices al percatarte que me has mirado durante dos largos minutos. Pero la tentación te llama con fuerza, no puedes ignorarla. Los pelos de tu nuca se erizan… me deseas. Deseas tomarme y penetrar hasta lo más hondo de mi ser, vaciarte en mi, acariciarme con tu pulso firme. Quieres verme sin barreras, sin tapujos ni complejos y quieres que te vea igual… Acercas tu mano y me tocas… una corriente eléctrica recorre tu brazo. “Venga, sólo cinco minutos…” Te sientas, vas a hacerlo, vas a tomarme… “Mec, mec, mec” la alarma que indica que ya deberías haber salido de casa. “¡Mierda!”
Te vas. El comedor a oscuras, el silencio me rodea. Todo quieto, muerto. Creo que voy a dormir… las llaves, entras como un huracán y vienes hacia mí. Me coges y me metes en la bolsa cuidando de no estropear ni las tapas ni mis páginas. Y yo reviento de felicidad ahora que sé que hoy soñaremos juntos una vez más.

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