viernes, 1 de febrero de 2008

18.-Gris mimetismo

Y aquí estoy otra vez. Otra vez esa sensación de impotencia, otra vez vuelvo a sentirme desengañado por volver a lo de siempre. Nada cambia. La rutina me ahoga. Todo se me hace insípido…

Otra fría mañana, quizás demasiado fría para un mes de Mayo. El día tiene un extraño tinte gris. Desde la ventana de mi oficina puedo ver como las calles evocan tristeza, aunque quizás influye que mis ojos están sometidos al cansado filtro de la monotonía.

Ya falta poco para que empiece a llegar la gente. Mi trabajo consiste en sentarme en una silla, simular que presto atención y, haciendo uso de mis indiscutibles criterios, decidir si debo firmar un documento que hará a las personas sentirse mas seguro, cuando en realidad están siendo victimas de una estafa adornada bajo un manto de jerga legal.

Suena el timbre. Me levanto y me dispongo a interpretar m papel. Desconecto y pongo el modo automático. Abro la puerta, pero noto algo extraño. Algo que me descoloca, algo que hace que vuelva en mi, algo que hace que deje de esbozar una sonrisa cortes y que enfoque mi mirada.

Ahí está, delante de mí. Menudo individuo, el tipo de persona del que no podría evitar reírme por su estrafalario aspecto. Y no solo en su forma de vestir, si no en sus gestos, en su forma de hablar. En circunstancias normales hubiera mostrado rechazo, pero, por alguna extraña razón, noto una fuerte afinidad con él, como si hubiera encontrado algún modelo, alguien en quien basarme.

Y empiezo a cambiar. Como si fuera un reflejo, una respuesta necesaria. Ya no soy yo, soy él. Me siento extraño, pero lo cierto es que me embarga un sentimiento de optimismo, de esperanza. Ya no me preocupan las apariencias, ni mi reputación. No siento coacción externa que me impida ser como quiero ser.

En alguna parte del mundo, un hombre cambió de la misma forma.

. . .

Y aquí estoy otra vez. Otra vez esa sensación de impotencia, otra vez vuelvo a sentirme desengañado por volver a lo de siempre. Nada cambia. La rutina me ahoga. Todo se me hace insípido…

Me acostumbro a todo, es muy frustrante. Al menos, aunque sus efectos fueron efímeros, experimenté un cambio.

Estoy deseando que alguien llame al timbre para encontrarme a alguien que pueda cambiar el ritmo de mi aburrida existencia.

Ya toca. No puedo esperar un segundo. Me arriesgo a llevarme decepciones con tantas expectativas pero no logro evitarlo. Abro la puerta…

Observo quien es. Me desinflo poco a poco. Toda la ilusión que podía albergar se esfuma. Es un tipo normal y corriente, como cualquier persona que se levanta pronto para acudir a un trabajo que odia. Pero empieza a hablar, y hay algo, un detalle, nada determinante, pero que si llama la atención. Trae una guitarra.

Me aferro a eso, me engaño a mi mismo. Lo necesito, necesito cambiar otra vez, sentir lo mismo que la otra vez. Y para ello me agarre al mínimo recoveco. Una guitarra, muy triste, pero me es igual.

Inmediatamente, una descarga de personalidad ajena me sacude. Y ya no soy yo, pierdo mi identidad. Me comporto, hablo, incluso gesticulo exactamente igual que el “guitarrista”. Aunque noto que no me sacia como me pasaba antes.

A pesar de eso, noto que me convierto en adicto. Ya no lo disfruto con la misma intensidad, pero ansío que suene otra vez ese timbre, y cambie. Suena ese timbre, y cambio. Necesito más. Vuelve a sonar, y vuelvo a cambiar. Quiero más. Suena de nuevo y cambio de nuevo. Mataría por más.

En alguna otra parte del mudo, un hombre cambia, y cambia, y cambia…

. . .

Y aquí estoy otra vez. Otra vez esa sensación de impotencia, otra vez vuelvo a sentirme desengañado por volver a lo de siempre. Nada cambia. La rutina me ahoga. Todo se me hace insípido…

Otra vez, ya no aguanto más. Temo que vuelva a sonar el timbre. Por favor no más.
Llego a temerlo, a odiarlo. Tengo que actuar ya. Lo haré. Es la única solución.

Saco un destornillador del cajón, me levanto, y a modo de palanca lo uso y arranco el timbre de la puerta, dejándolo destrozado por el suelo. Vuelvo a ser yo, pero el yo que no conocía, aquel yo verdadero, no mermado por la monotonía ni por el gris mimetismo. Yo. Ya puedo descansar. Ya puedo ser feliz.

En alguna otra parte del mundo, o quizás en la misma, un hombre se replantea su vida y su identidad, y cambia.

Somos espejos de la mente, somos su reflejo. Cuida tu mente, es sólo tuya. Fuera las influencias.

No hay comentarios: