lunes, 4 de febrero de 2008

15.-Cuentos del bosque. Segunda parte

En las noches de plenilunio, las bellas y gentiles Asrai suben a la superficie del agua para contemplar la luna. Si un sólo rayo de sol las tocara, morirían inmediatamente derritiéndose en un charco de agua. Su mayor enemigo es pues el hombre porque, una vez que han visto su belleza, quedan prendados de ella e intentan capturarlas.

En una noche de plenilunio, hace muchos años, un pescador sintió que había atrapado algo entre sus redes. Tiró de ellas y sacó a una muchacha completamente desnuda, la más hermosa que ojo humano hubiera visto jamás. La subió al bote y la cubrió con juncos para calentarla, pues estaba tan fría como el hielo y no paraba de tiritar.
«Esto no se lo va a creer nadie» dijo en voz alta y orgullosa el pescador pensando en lo que dirían sus amigos cuando vieran a la bella ninfa.
«Por favor, devuélveme al lago. Tengo mucho frío» pidió suplicantemente la Asrai. Pero el hombre pensó que era estúpido arrojarla al agua si tenía frío.
«Yo pertenezco al lago. Déjame ir...» volvió a suplicar la Asrai. Pero entre pescadores hay un viejo dicho que dice que nada en el mar es de nadie y que todo lo que se recoge en las aguas pertenece a quien lo haya pescado.
«Te lo imploro. Moriré si no lo haces» pidió por tercera vez la Asrai. Pero el pescador pensó que él la cuidaría y la protegería, así que no se tenía que preocupar de que nada malo le pudiera pasar.
Remó hasta la orilla del lago sin oír sus gemidos. Entonces el sol empezó a salir por la línea del horizonte y la Asrai dejó escapar un chillido. El pescador se volvió para mirarla pero ya no estaba. Allí no quedaba mas que un charco de agua donde antes había una vida.




La anciana bajó la mirada y observó a los niños de reojo sonriendo. La pequeña Sira se había dormido ya escuchando los cuentos, pero su hermano todavía seguía despierto.
–¿Aún no te has dormido, pequeño? – preguntó amablemente la anciana a Brian en voz muy baja para no despertar a su hermana. Él nunca en su vida se había quedado levantado hasta tan tarde pero, aguantando su propio cansancio, luchó contra la bondadosa mirada de la anciana. El sueño se empezaba a apoderar de él.
–Sólo son cuentos estúpidos para niños pequeños... – murmuró Brian somnoliento.
–¿Tú crees, jovencito? Deja que te cuente otro pues:

Dos niños muy traviesos desobedecieron a su madre que les había dicho que no se adentraran en el bosque. En cuanto pudieron, escaparon dejando a su pobre madre allí sola. Les buscó desesperada por todo el bosque mientras sus hijos se reían y divertían. Corrió y corrió, y estaba tan preocupada que no advirtió el precipicio. Cayó sin darse cuenta de lo que había ocurrido.
Mientras, los niños llegaron a un claro del bosque donde se encontraba la casa de la malvada bruja. No dudaron en entrar aunque, claro está, entonces no sabían aún que sería su perdición. La bruja tomó la forma de una viejecita inofensiva para no causar ningún recelo en los niños. Su poder provenía de los ojos y la voz, y rápidamente hechizó a la niña. Pero el niño no la miraba directamente a los ojos, así que no podía hipnotizarlo. La viejecita se acomodó y llamó a los niños para que estos fueran con ella. Casi podía sentir ya el sabor de su tierna carne en sus labios. Entonces les empezó a contar cuentos para debilitarlos. Cada historia que escuchaban hacía perder más fuerza a los niños, que finalmente cayeron desfallecidos. Entonces...

Entonces la viejecita miró a los dos niños, profundamente dormidos.
Una niña.
Un niño.
La viejecita sonrió dulcemente.
Y se dispuso a prepararse la cena.

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