domingo, 3 de febrero de 2008

16.-God of Sea

Ese día, el puerto de Baltimore estaba atestado de gente que iba de un sitio a otro, como hormigas se perseguían de forma inconexa y presurosa. Yo, Richard Strauss, mujeriego y vividor (el poco patrimonio del que disponía por aquel entonces, lo dilapidé en caballos lentos y mujeres rápidas), estaba acuciado por las deudas de varios acreedores y, recuerdo que busqué una salida a mi desesperada situación económica. Esa puerta me la abrió Jules, un amigo de la infancia. Jules, era hijo de un armador muy bien considerado en el gremio. Pocos días después, zarparía el bergantín God of sea rumbo a las islas africanas de Cabo verde, destino en el que esperaba tener mejores oportunidades y una vida más longeva a la que vislumbraba en caso de quedarme en Baltimore. Sin trabajo y con varios pillastres tras mis talones, tenía las horas contadas. Como es natural, no podía pensar que la salvadora oferta, sería un pasaje al abismo más infernal de la sinrazón y la locura más desgarradora. Todavía, en cualquier caso, y a tenor de lo ocurrido a bordo de ese barco maldito, doy gracias a Dios por aquel casual encuentro con mi buen, e inolvidable amigo Jules.
No sabía realmente dónde me metía ni a qué me enfrentaba. Nunca había estado a bordo de un bergantín, realmente nunca había estado a bordo de nave alguna. Recuerdo la colosal nave con una mezcla de recelo y sorpresa. Cuando puse el pie en cubierta, tuve la sensación de estar en algo vivo. Me recorrió en ese instante una corriente de pesimismo mientras oía el ajetreo de los marineros, trabajando infatigables con los aparejos. Era colosal, más tarde, supe por medio de su díscolo capitán, el señor Jack Drake, que el God of sea, tenía casi cuarenta metros de eslora y más de diez metros de manga; éstos, son términos que a día de hoy conozco a la perfección, pero me viene a la memoria los esfuerzos que tuve que hacer para comprender el lenguaje coloquial de los marineros. En esos días, no tenía ni la menor idea de lo que era la amura o el trinquete, e incluso el palo de mesana me sonaba a plato italiano. Aún me aterrorizan y atenazan, los hechos que se sucedieron semanas más tarde. Y a día de hoy, gobernando mi propia goleta, no sé bien por qué, tengo la urgencia de plasmar en el papel mis pensamientos más recónditos y los sufrimientos más agónicos, de los que fui presa a bordo del God of sea. Recuerdo que todo empezó muy deprisa, apenas empezamos a rumbear al sudeste a todo trapo, y habiendo izado el velamen hacía sólo ocho días en el puerto, empezó a gestarse el desastre. Una fuerte tempestad nos alcanzó obligándonos a capear el temporal, el God of sea, se volvió un “maldito barril ingobernable”, palabras textuales del capitán Drake. La jornada anterior fue una cosecha de calamidades inexplicables. Cuatro marineros, resultaron heridos gravemente por un cabrestante que de forma fortuita se soltó. Uno de ellos murió al día siguiente a consecuencia de las terribles contusiones que le produjo el fatal accidente. Sólo unas horas más tarde, se produjo la pérdida de dos hombres mientras sondeaban la sentina. Otra vez, y sin motivo aparente, unos pertrechos cayeron sobre ellos aplastándolos a ambos. Poco después, cuando comenzó a arreciar el temporal, algunos tripulantes empezaron a hacer corrillos y a actuar de forma sospechosa. Se corrió el rumor de que, el God of sea les hablaba. Ésto, fue algo que corroboró, a las puertas de la muerte, el marinero herido por el cabrestante el día anterior, el cual, juraba y perjuraba haber oído una voz que le decía: “Detente, no me hagas daño”. Los unos a los otros se tacharon de locos, y yo, oliendo el conflicto que se gestaba, haciendo gala de la cobardía más lastimosa, corrí a esconderme en un armario del castillo de proa, lugar desde el que, tras una rendija, pude ver todo lo que aconteció ese fatídico 18 de Febrero de 1827. Transcribo aquí, con el fin de dejar constancia de lo ocurrido, las notas que, casi desesperadamente, me obligué a tomar en aquéllos terribles días de tempestad y muerte.
19 de Febrero: Ha sido una catástrofe. Una verdadera masacre. Casi no tuve tiempo de mirar todo lo que acontecía al mismo tiempo. Repentinamente, una docena de marineros se han abalanzado sobre el resto de la tripulación. Armados con hachas y mosquetes, los amotinados, han dado muerte a cuantos se encontraron por delante. Ellos también han tenido muchas bajas. Jamás he visto locura semejante a la que envolvía a estos tripulantes. Todos gritaban con los rostros desencajados “¡El barco lo manda! ¡EL BARCO LO MANDA!”, y mientras gritaban encolerizados, asesinaban y tiraban por la borda a los que fueron sus compañeros. No me atrevo a salir del armario. Cuatro de ellos siguen aún con vida. Andan sin rumbo sobre la cubierta haciendo señales que escapan a mi comprensión. Observé al capitán Drake moverse imperceptiblemente cuando no lo miraban. Está malherido. Estoy aterrorizado y sediento. El miedo me imposibilita a salir de este estrecho y claustrofóbico armario. Bendito sea Dios, porque al menos he encontrado un saquete con carne seca. Se hace de noche, no puedo escribir más. Temo por mi vida.
20 de Febrero: Una fuerte galerna se nos ha venido encima durante la noche. Yo no veía lo que pasaba pero al grito de “¡Arriar velas!”, una serie de sonidos se han desencadenado. Muy cerca de mí, un golpe sordo me ha cortado la respiración. Con toda seguridad era el rasgar del trinquete o el bauprés al ser rizados, pero no lo sé a ciencia cierta. Tengo sed. Si algo no cambia, pronto me veré obligado a salir en busca de agua. Creo firmemente que el capitán Drake sigue vivo, me he percatado de pequeños movimientos con los que avanza hacia la proa. A juzgar por el charco de sangre que le rodea no creo que le queden muchas horas de vida. Los enajenados continúan moviéndose de forma misteriosa durante todo el día. Tan pronto hacen efusivas reverencias mirando al palo mayor del God of sea, como se paran y empiezan a dar gritos de “¡A ti te obedecemos!” La cubierta parece un teatro de fantasmas y yo, desde las tinieblas de mi prisión, no dejo de rezar para que no se les ocurra mirar dentro del castillo de proa. La tempestad ha cedido un tanto. Esto es una pesadilla. El capitán, ha conseguido su objetivo. Muy despacio, se ha tirado por la borda. No albergo ninguna esperanza de sobrevivir. Extrañas voces me asaltan constantemente en mi duermevela.
21 de Febrero: La noche ha sido dura. Ya no soportaba más la sed que me estrangulaba. He salido de mi escondite cuando los marineros trabajaban en la popa. Mis oraciones han dado resultado, he hallado un recipiente y, milagrosamente estaba lleno de agua. Venciendo el terror a ser descubierto, he sido capaz de coger unos trozos de pan duro que había en el suelo. Parece que la tempestad acompañe a este bergantín. No deja de azotar el barco ni unas horas, cuando vuelve a zarandearnos de forma persistente. Los desequilibrados tienen serios problemas de navegación. Y no es de extrañar, he comprobado que piden permiso al barco cada vez que tocan una de sus velas. ¿Estoy volviéndome loco? Me he quedado traspuesto unos minutos y he sentido un aliento en mi nuca. Me he incorporado pensando en el fin, pero allí no había nadie. Comienzo a pensar convencido, que este navío proviene del mismo infierno. ¡Dios del mar! ¿Dios del mar? ¡Eres el mismo Lucifer! Por primera vez desde mi partida he llorado en silencio. Oigo voces, pero quiero creer que provienen de los marineros. El temporal no remite y una niebla eterna envuelve la embarcación como una madre a un hijo.
22 de Febrero: La noche casi me hace enloquecer con sus misteriosos y continuos sonidos. Otra terrible tormenta nos ha azotado y al parecer, cuatro personas son pocas para gobernar el bergantín. Al no ponerse a la capa a tiempo, el barco roló violentamente. Escuché un fuerte crujido que anticipó la caída del palo mayor. Uno de los marineros ha fallecido bajo el mismo. Que Dios se apiade de mi alma pecadora pero, al amanecer y ver al marinero muerto, me embargó la alegría dentro de mi oscura cárcel. No menguó mi estado de ánimo. Mi sorpresa fue mayúscula cuando vi a los tres restantes arrodillarse, ¡Pidiendo perdón al barco por haberle herido! ¡Inaudito!. Un fuerte viento nos hizo virar violentamente. Momentos después, contemplé como los tres marineros se acercaban de espaldas a la borda de estribor. De uno en uno, se tiraron por ella silenciosamente. He comido y bebido, para inmediatamente después, aunque parezca extraño, recluirme de nuevo en mi tenebroso, pero a la vista de los recientes hechos, seguro escondite.
23 de Febrero: Espero que la muerte venga veloz a mi llamada. Medio bergantín está hundido a causa de dos enormes brechas en la amura de babor. Llevo tiempo mirando al horizonte en busca de una esperanza. En vano. El barco comenzó a zozobrar rápidamente. Sin nadie que lo gobernase, se puso a merced del oleaje ofreciendo todo el flanco. Quiere acabar conmigo, lo sé. Un fuerte golpe de mar rajó el casco y yo corrí a popa buscando resguardo. He llegado a la conclusión de que este barco, tiene vida propia. Y de que su vida dura, mientras pueda arrebatárnosla a los demás. Si alguien encuentra estas páginas escritas apresuradamente, en espera del fatal desenlace, le ruego encarecidamente, desde lo más profundo de mi ser que…
El capitán Richard Strauss, a bordo de su goleta, Surprise, sonríe tímidamente mientras mira ese último renglón que nunca llegó a terminar de escribir. Sentado en el escritorio de su camarote, recuerda perfectamente como lo quería finalizar. “Que quemen este barco”. Esa habría sido su sentencia. Y lo habría escrito, en caso de no haber divisado al navío que le salvó la vida, una vez entregado a su suerte.
“No pudiste conmigo, hijo de Satanás”, piensa ensimismado…
—Señor, la vela del bauprés ya ha sido reparada —le dijo un marinero que apareció de repente en la puerta del camarote—, en la sentina hay apenas metro y medio de líquido y parece que el viento vuelve a soplar con buen tino, además…
—Está bien señor Stevenson, puede retirarse— le cortó inmediatamente el capitán.
—… señor, parece ser que…
—¿Hay más?— le preguntó el capitán, apremiándole con un gesto.
—… sí. El vigía, ha divisado un velero que navega de forma errática, pero cada vez más cerca de la Surprise. Más que seguirnos, es como si siguiese nuestro rastro.
—De acuerdo marinero. Izad bandera blanca y veamos si quieren avituallarse o reparar algún aparejo.
—Es más que probable que sea esto último señor. El vigía asegura que el bergantín, navega sin el palo mayor… ¿Señor? … ¡Mi capitán! ¿Qué le ocurre señor?

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