sábado, 2 de febrero de 2008

13.-La cueva

Después de varias horas descendiendo por esta escalera hacia el centro del mundo, mis piernas empiezan a agotarse.
No podría decir el número de escalones que llevo, por que perdí la cuenta hace tiempo.
Varios miles quizás.
Solo sé que los dibujos que vi en la entrada de esta gruta me obligan a hacerlo. Me obligan a descender por esta cueva en su búsqueda.

Los dibujos representan animales deformes y monstruosos difíciles de imaginar.
Pájaros con tentáculos cubiertos de plumas, leones con escamas y aletas de pez, serpientes aladas…todos ellos impresionantes y diabólicos a la vez. Estaban dibujados con pintura roja en la entrada de esta grieta donde todavía daba la luz del sol, ahora sustituida por una antorcha que ilumina mis pasos hacia la oscuridad más abismal.

Los dibujos continúan también en el interior de la cueva, pero con una pequeña excepción; estos no tienen color, y no son más que relieves cincelados en la pared, lo que les da un aspecto mas oscuro y temible.

Además, la cueva se hace cada vez más estrecha a medida que desciendo.
Al principio podía ir de pie, y alargando los brazos no conseguía llegar al techo.
Ahora tengo que caminar totalmente encorvado, lo cual me está destrozando la espalda; y voy raspando mis brazos con las paredes, lo que hace que ya casi ni los sienta.

También he perdido la noción del tiempo, y tengo hambre y sed.
Por primera vez comienzo a tener miedo de verdad.
No se si son mis tripas o algún animal del interior de la Tierra, pero estoy escuchando ruidos espantosos.
Son como rugidos y gritos que provienen de todas partes y se repiten varias veces a causa del eco antes de extinguirse.
Llegado este momento he advertido que el color de la pared ha cambiando; es más oscuro que al principio y ,no se si producto de mi imaginación, parece que está húmedo.
Los relieves de la pared también han cambiado; ahora son más redondos y están como gastados.

Ahora se me hace imposible seguir a dos pies; el camino se ha hecho tan estrecho que hay que seguir a gatas o dar media vuelta.
Y mientras lo pienso, mis pies se van enterrando entre los escalones que han pasado de ser duros trozos de roca a convertirse en barro húmedo que se derrite bajo mi peso.

Me pongo de rodillas y sigo el descenso, ahora con la antorcha entre los dientes, por que me es imposible llevarla de otra forma.
Para suerte mía este tramo no dura ni diez metros, y da lugar a una estancia donde puedo estirar mis músculos agarrotados y que, a priori de investigarla más a fondo con la poca luz que desprende la antorcha, da la sensación de ser bastante grande, aparte de ser el final del viaje.

Ahora se escucha el goteo incesante del agua; los gritos de antes no han vuelto a aparecer.

Avanzo un poco y ilumina las paredes cercanas con la antorcha. En ellas se encuentran los mismos relieves monstruosos que más arriba, solo que esta vez miden varios metros y me miran con caras que helarían la sangre a más de uno.

Quien sabe que representan. Quizás una antigua civilización construyó todo aquello en honor a sus dioses, y talló estatuas gigantes que ahora mismo me están haciendo compañía en esta misma sala; o quizás sean criaturas salidas del mismísimo infierno que aguardan el día de su salida a la luz.

De vuelta al mundo real , advierto que el agua me llega casi hasta las rodillas. No puedo asegurar si el líquido estaba ahí desde que llegué, o por contra el nivel del mismo ha ido aumentando por momentos.
Lo que si puedo asegurar es que el goteo que se escuchaba cuando llegué ha desaparecido para dar paso a un ruido intenso parecido al que provoca una catarata al chocar contra el suelo.
Minutos después el agua me llega hasta la cintura. Y para colmo la entrada por la que llegué se ha deformado y ablandado tanto que me es imposible ascender otra vez por ahí.

Estoy atrapado. En la oscuridad, cerca del infierno, lo que quiera que sea lo que produce esos gritos me sacará las entrañas. O con suerte dejará que me ahogue tranquilo.

A punto de asumir la muerte se me acaba de ocurrir una idea. Una idea con pocas posibilidades de funcionar, pero es mi última y única esperanza:

He lanzado la antorcha escaleras arriba por la agujero de la entrada, el agujero por el que llegué. Con suerte no se apagará, y si lo hace me tocará subir a oscuras.

Ahora debo esperar a que el agua ascienda unos metros por encima de mi cabeza, de forma que se inunde también el túnel de entrada y pueda bucear ascendiendo por él, sin que así el barro suponga un problema. Mientras espero escucho el siseo de una serpiente, que se acerca cada vez más y más, e incapaz de aguantar más tiempo ahí, cojo impulso y subo por el agujero.
Después de unos segundos interminables, en los que he estado a punto de darme por ahogado, mi cabeza emerge del agua, ¡el plan ha funcionado!
Y por si fuera poco, unos escalones más arriba me espera la antorcha todavía encendida.
En este momento de éxtasis la recojo, me incorporo a duras penas (ya que en esta parte la cueva es todavía demasiado estrecha) y empiezo a subir peldaños de dos en dos, a toda prisa.

Los dibujos redondeados y gastados de esta parte baja de la cueva y el color más oscuro de la pared de debían al agua, no cabe duda. Tenía que haberme dado cuenta antes. Supongo que el nivel del agua aquí subirá y bajará al igual que sube y baja la marea en el mar. Eso o que todo se trate de una trampa de los Dioses de abajo cuando alguien les molesta.

Pero un detalle me ha sobresaltado. Los dibujos de las paredes se habían vuelto rojos, y recuerdo perfectamente que al bajar no tenían color. Me gustaría pensar que también era cosa de los Dioses pero, después de unos momentos horrorizado, he dado con la explicación:
Antes mientras bajaba, e igual que ahora mismo, iba raspándome los brazos contra la roca áspera. Esto hizo que mi sangre diera el color rojo a los bordes de los relieves.

Pero ya no tengo tiempo para fijarme en nada.
Noto que el agua me ha alcanzado los pies, y el ruido una serpiente se escucha más cerca que nunca.
La antorcha se ha apagado y solo me queda correr.

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