domingo, 3 de febrero de 2008

3.-Testigo de los siglos

Cuando los primeros rayos de sol me iluminan, sé que un nuevo día nace.
Siempre me gustó ser el primero en saludar a nuestro astro rey, con esa mirada de complicidad que los años inagotables nos habían concedido, y de esta manera poder dar la buena nueva a mis otrora múltiples súbditos, ansiosos por recibir aquella cálida bendición que borrase el gélido estupor nocturno de sus caras.
Solía ser la comadrona de Helios, sirviéndole con devoción hasta que su faldón se tornaba mortaja, pero la noticia cae en saco roto, pues en el fondo ya nadie me escucha.

Ahora los guía otro ser. “Nuevos tiempos” creo que le llaman, aunque por el patrón que sigue más se me asemeja a una enfermedad que a un periodo temporal.
Tú creías, o querías creer, que la controlada libertad que les dabas estaba administrada con justicia. Al fin y al cabo, solo les dictabas lo que la naturaleza ya había establecido.
Contradecirlo habría sido ir contranatura, aunque este cáncer psicológico llamado evolución se extiende rápidamente e infecta nuevos órganos, como el sentido común.

Es mediodía, pero a nadie le parece afectar.

El calor matutino me recuerda las en otro tiempo indiscutibles visitas de mi familia. Es curioso nuestro parentesco: no nos unen lazos de sangre, pero nos profesamos un cariño mutuo que hace que año tras año no eludamos nuestra cita y compartamos unos breves pero intensos momentos de paz, alegría y vida. Y cuando digo vida me refiero a la más importante de todas sus acepciones: nueva vida. ¡Cuántas criaturas he visto nacer bajo mi auspicio, y cuánto lo hecho de menos ahora!, pero venían a mí buscando refugio, y mis amenazadores vecinos se lo han negado.
Aun sigo mirando al sur, esperando ver su silueta en la lejanía, silueta que nunca más volveré a ver.

Atardece, sin embargo nada cambia.

Los de mi raza no tenemos vida propia, vivimos para y de los demás.
Tan solo una mirada, un instante de atención, y nos vemos saciados.
Somos colosos del tiempo, pero dependemos de algo mucho más débil, y en los tiempos que corren vemos ya acercarse la sombra de la inanición.
Aunque tenemos un gran corazón - formado por miles de pequeños fragmentos, cuyos latidos confirman nuestro pulso - la modernidad manda, y nuestro fin avanza a paso lento pero firme; fin que solo la indiferencia permite que se acerque.

Al anochecer me pregunto si veré un nuevo amanecer. Acaso volveré de nuevo al seno materno del que fui extraído por hábiles manos cuando el “Viejo Continente” no era aún tan viejo. Seré la base de nuevas generaciones hasta que los tiempos me vuelvan a requerir y continúe mi ciclo.
Yo he sido, soy y siempre seré. El momento y el lugar decidirán mi forma, y con ella permaneceré, aunque sé que nada perdura, excepto mi esencia.

Toco a muerto – mi muerte – mas a nadie le importa.

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