viernes, 1 de febrero de 2008

6.-Peligros en el paraíso

“Para lo que yo necesito hacer, tengo que librarme de este individuo lo más pronto posible. Sé que está aquí, en Peligros. Y puede perjudicar a mi cliente. Si valoras lo que has conseguido colaborarás.
Fdo.: Sr. Ramos.”

Eso es lo que ponía en el dorso de la tarjeta que me mostraba el agente inmobiliario con manos temblorosas. Al otro lado, en letras doradas sobre rojo se leía: Juan López. Inspector de hacienda.

-…la recibió hace un mes. Este Juan López está metiendo las narices y ella sabe que tiene muchas cosas que ocultar. Ha contratado al tal Ramos, un detective. ¡Sabe que estás aquí!- Su voz empezaba a retumbar en las paredes de la iglesia.

-Baja la puta voz- le espeté.

Fulgencio, que así se llamaba el pobre diablo, me conocía por unos asuntos que tuvimos años atrás, y entendía que estaba con el agua al cuello. La suerte se le acababa y tenía que tomar medidas desesperadas. Las palabras se le atropellaban en la garganta, la voz le temblaba y sus ojos me miraban desorbitados.

-Ya la conoces, Max. Es una arpía. Se lo follará, le llenará la cabeza de mierda y él vendrá a por nosotros. No quiero tocarte los cojones, pero ya la conoces. Te la jugó hace unos años cuando solo era una calienta braguetas sin un duro y ahora es toda una zorra.- Seguí escuchando su perorata otros cinco minutos y le corté en seco.

-Y ahora me toca otra vez sacar las castañas del fuego.

-Max, él sabe que estás aquí. Pero no sabe que fui yo quien te llamó. Piensa que me pondré de su parte por miedo. Tienes la oportunidad de devolvérsela.

-Mira Ful, desde mi punto de vista, ella me jodió con lo del viejo. Pero tú también sacaste tajada. ¿Y ahora me vienes con el cuento de lo mala que es y de lo buena persona que eres tú?- Estaba empezando a tocarme los cojones.

-Max, te fuiste porque caíste como un imbécil. Sabía que tú los tenías bien puestos y estabas pillado por ella. Y perdóname, pero fuiste un auténtico capullo.

-¿Qué es lo que quieren de ti?- Le pregunté.

-¿Qué coños crees que quieren? ¡Quieren quitarte de en medio con mi ayuda! ¡Y luego me quitarán a mí también!

-Ful, baja la puta voz. Es la última vez que te lo digo.

-Al tipo ese, el inspector de hacienda, se le puede callar la boca con dinero. Pero antes quieren taparte la boca a tí. Y de paso a mi. Somos los únicos que sabemos lo que pasó con el viejo y con la mafia chechena.- Volví a interrumpirle.

-Los chechenos ya os taparon la boca a los dos. Y a mí me dieron por el culo. Ella tiene ese hotel y tú la agencia inmobiliaria. Y a mí me dieron por el puto culo.

-Perdona Max, pero la culpa fue tuya. Primero por cargarte al viejo y después por no pedirles cuentas a esos hijos de puta. Pero mira el lado bueno. Ellos saben que todavía te deben algo. En el fondo son gente de honor.

-Y una mierda. Llama al fulano ese y dile que estoy en el hostal Atenas y que bajo todas las noches al Lady’s a tomar una copa. Y diles que te vas de vacaciones. Que te quitas de en medio. Y recuerda una cosa Ful. El hotel Marsella es mío. No es una cuestión de dinero, sino de principios. Ya me las arreglaré yo con los putos chechenos.

Caminamos hacia la puerta de la iglesia y salimos a la calle. Él sacó su móvil y llamó al detective. Le dijo lo que habíamos acordado y colgó. Seguimos andando en silencio por la calle y tomé un callejón a la derecha, al azar. Él me siguió. Aminoré el paso y dejé que me alcanzase. Estaba a mi izquierda. Cuando iba a empezar a hablar descargué mi puño derecho contra su gorda barriga. Calló de bruces en el suelo y con una patada en la cabeza y un crujido quedó tendido, inmóvil. Acerqué el coche, lo metí en el maletero. Cogí su móvil y llamé por teléfono al Lady’s. Un cubano respondió identificando el negocio como sala de fiestas o algo parecido.

-Quiero hablar con Vasiliev.- Vasiliev era uno de los chechenos que se encargaban de las discotecas, los burdeles y otros antros de dudosa reputación en Peligros y otros pueblos cercanos. Después de diez minutos una voz tenue y queda contestó.

-¿Quién llama?

-Buenas noches Vasiliev. Soy Fulgencio, de la agencia inmobiliaria. Alguien ha hablado de la polaca.- mentí.

-¿Qué cojones me estás diciendo?

-La niña tenía billetes. Su familia ha contratado a un tipo de Madrid. Pasará por allí esta noche. Está metiendo las narices y tiene algo. Si empieza a remover la mierda acabaremos todos con el agua al cuello.

Vasiliev llamó al cubano con un grito y le pidió que le trajese los libros. A los tres minutos y un poco más calmado contestó de nuevo.

-¿Es policía?

-No policía. Detective. Vasiliev, ese tío no puede dejar Peligros respirando, ¿me entiendes?

-Tú, hijoputa. No me dices lo que tengo que hacer.- Se produjo un silencio y esperé. Si mi mensaje había tenido efecto no podía forzar la situación. Después de lanzar algunos improperios en su idioma Vasiliev preguntó.

-¿Cómo se llama?

-No tengo ni puta idea Vasiliev, Ramos o algo así. Preguntará por un tal Max. Puede que incluso pregunte por mí. No puedes permitir que ese tío deje el pueblo.

-Sí, sí. Puto maricón. Ya hablaremos...- Colgó.

Conduje hasta el hotel Marsella, aparqué en un descampado a unos quinientos metros y caminé el resto. Entré por la zona de cocinas y subí al primer piso, donde ella tenía su despacho. Observé luz por debajo de la puerta. Me quedé dos minutos escuchando por si había alguien con ella. Después entré sin llamar.

-No sé dónde te crees que estás, pero este es mi despacho y antes de entrar…- Levantó la cabeza y sus ojos azules me miraron con terror. Solo dos segundos después su mirada gélida volvió. Sus ojos se entornaron y comenzó a decir algo sin sentido. Empezó a deslizar las manos desde el teclado del ordenador.

-Deja las putas manos encima de la mesa, Isabel.

-Max, por dios. ¿Qué se supone que estás haciendo aquí?

-Como si no lo supieras. Tengo unos cuantos negocios que tratar en la ciudad y decidí pasarme a saludar a viejos amigos. Ful te manda saludos. Desde el infierno. Y no te preocupes, le puedes devolver la cortesía, zorra.- Me llevé las manos a la cintura y saqué la Glock 17 con silenciador. Le apunté a la cara y volví a mirar a aquellos ojos azules que habían sido mi perdición. Esa mujer y esos ojos azules eran capaces de envenenar a cualquiera. Tenía que librar al mundo de esa arpía. Con esa puta y el cerdo de Ful fuera de circulación Peligros estaría dos pasos más cerca del paraíso. Apreté el gatillo y dos detonaciones secas aplacaron mi rabia.

-No es una cuestión de dinero, sino de principios. ¿Recuerdas?- Dije…

*****

…Apuré mi tercer cigarrillo y volví a mirar a la vieja y destartalada televisión de aquel bar de carretera. Una rubia de ojos azules corría aterrorizada por un cementerio, tropezándose con todo. Un tipo con una motosierra y una máscara de hockey la perseguía. Miré mi reloj, pedí mi segundo Johnnie Walker con hielo y saqué otro cigarrillo.

-Mátala pronto, seguro que es una zorra.- Dije en voz alta. Desde el fondo de la barra, una mujer morena se me acercó al escucharme.

-¿No me irás a decir que las rubias son tontas?- Dijo.

-Al contrario. Demasiado listas.- Le contesté.

-Me llamo Lorena. Invítame a un trago y me cuentas qué piensas sobre las morenas.

-Mi nombre es Rodrigo.- Saqué la cartera y extraje de ella una tarjeta. En ella, con letras doradas sobre fondo rojo se podía leer: Rodrigo Aguado. Manager comercial.

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