domingo, 3 de febrero de 2008

11.-El after hour

Y allí estaba Fulgencio..., el hombre. O algo parecido.

Aunque, claro, vosotros os preguntaréis que quién coño es este tipo. Tal vez unas pocas notas os sirvan para haceros una idea. Por de pronto, jamás hembra jamona alguna se bajará de su moto al grito de “Busco a Fulgencio”. Si a ello añadís una camiseta de “Bad Religion”, unos vaqueros pitillo negros, una muñequera de pinchos y sesenta kilos de masculinidad maltrecha os haréis una imagen bastante clara de él. Pero aún así, seguiríais sin conocerlo, sin saber de sus intereses, de su forma de ser. Tranquilos. Yo os iluminaré.

Para Fulgencio el mundo gira en torno a las mujeres, la fiesta y lo que esta conlleva: cerveza y cáñamo. Y en su búsqueda de unas y otra, con peor y mejor resultado respectivamente, había invertido todo el verano en un tour turístico que podría titularse “Viaje al centro del macrobotellón”, un periplo que lo había llevado, junto a su amigo Charly, por toda la piel de toro y que tenía su última etapa en la ciudad de León.

De hecho, eran las ocho de la mañana de un domingo cualquiera y el fiestorro había acabado. Pero eso no suponía ningún problema para Fulgencio, un asiduo de los “After hour”. Bueno, problema, lo que se dice problema, sí, porque la dirección de “La Puta Drogaína”, el más famoso “After” de la ciudad, estaba en un papel que el Charly había aprovechado para liarse su último canuto y, lo que es peor, se lo había fumado.

Cabreado como una mona por la pérdida, Fulgencio se había acercado al centro y allí estaba, frente a la catedral, solo, mirando a uno y otro lado, a la caza de algún paisano que pudiera indicarle el camino a su paraíso particular. Y la suerte le sonreía porque una anciana se acercaba con paso apresurado de modo que, rápido como una centella, no desaprovechó la ocasión para preguntar cortésmente:

- Disculpe, vieja. ¿Me podría decir dónde queda “La Puta Drogaína”?
- ¿Cómo dice mozo? – dijo llevándose la mano a la oreja.
- “La Puta Drogaína”, ¿qué dónde está? – volvió a preguntar alzando un poco el tono.
- Ahhhh. Pues la tiene usted delante mismo, joven – respondió señalando a la catedral.

Fulgencio miró hacia donde le indicaba un tanto mosqueado. Claro que había algo que él ignoraba. La vieja se había comprado el sonotone que llevaba enganchado a la oreja en el teletienda y, de vez en cuando, le fallaba de modo alarmante. Así que no es de extrañar el equívoco, ya que lo que ella había entendido era “La Pulchra Leonina”, el sobrenombre de la insigne catedral de León.

- ¿Está usted segura?
- Totalmente. Sin duda el mejor lugar para estar a estas horas, que ni las calles han puesto, oiga. Y usted ¿también va?
- Mmm, sí, esa era mi intención.
- No sabe cómo me alegra. Últimamente sólo vienen viejos y aunque una viene a lo que viene –señaló en un tono bajo y confabulador-, usted ya sabe, está bien que vengan algunos mozos jóvenes. Ayyy, esta juventud que ya no sabe lo que es bueno. Pero dejemos la cháchara o no llegaremos al servicio a tiempo.
- No, si yo no tengo que ir al bañooooh, oh, oh, oh, picaruela. Ya te entiendo –tuteó Fulgencio a la que ya sentía como su nueva colega, más contento que unas castañuelas, mientras sorbía ruidosamente en clara alusión a lo que creía le esperaba.
- Deberías cuidarte ese catarro –comentó ella preocupada-. Mira, tengo unas pastillitas en el bolso que son mano de santo. Me las prepara una sobrina herborista a base de hierbas que ella misma cultiva. Primerísima calidad, no como esas porquerías que venden por ahí. Tú haz caso a la Eufrasia –dijo dándole un ligero codazo en las costillas y guiñándole un ojo-. Luego te las paso.
- Cuando quieras, guapa. Y tranqui, que yo te las pago –respondió feliz.
- Naaaa, para qué estamos sino para ayudar al necesitado.

Y dando por acabada la conversación, nuestra Eufrasia le cogió del brazo, y se lo llevó para adentro sin oposición alguna.

- Coñoooo, pero qué es esto –exclamó sorprendido Fulgencio, tras cruzar el umbral y deteniéndose en mitad del pasillo-. ¡Joder! Aquí sí que han tirado la casa por la ventana. No como ese tugurio de mi pueblo. Buf, vaya clase. Un poco amariconado les ha quedado con tanta figurita y tanto cristal de colorines, pero el sitio se sale. Vaya que sí.
- Shhhh, venga, vamos a ocupar nuestros asientos –señaló la vieja-. Parece que va a comenzar.
- ¡Ostia! ¡Bancos! ¡Y tres dijeys! –exclamó Fulgencio cuando vio a los sacerdotes de blanco en el altar-. Eufrasia, no me jodas que van a haber canciones en directo.
- Bueno, sí. Siempre las hay. Además, la ceremonia de hoy es cantada en su totalidad.

Y nuestro Fulgencio, totalmente alucinado por la perspectiva de un conciertazo, se sentó junto a la Eufrasia y escuchó con atención a los que creía los pinchadiscos del “After”.

- Gratia Domini nostri lesu Christi, et caritas Dei, et communicatio Sancti Spiritus sit cum omnibus vobis –saluda cantando el principal mientras el público responde con un “Et cum spiritu tuo”.
- Ay, ay, ay. Y encima extranjeros. Os salís, de verdad que os salís, Eufrasia –le susurró al oído-. Esto es de lo mejor que he visto, así, en plan interactivo, y eso que a mí el inglés se me da fatal.
- Tranquilo, zagal, que esto no es inglés. Es latín. Verás, es que nos va la onda tridentina. Ya sabes, Lefebvre, Ratzinger,… -comentó ella.
- ¡Joder! Me siento como un paleto de pueblo. Es que a mí me sacas del bakalao y soy un ignorante – respondió totalmente mustio-. Además, …

Fuera lo que fuera a decir nuestro protagonista, nadie lo llegó a oír, ahogado por el órgano que, estentóreo, lanzaba sus notas haciendo que todos se levantaran y empezaran a cantar animosamente.

Confiteor Deo omnipotenti et vobis, fratres,
quia peccavi nimis cogitatione,
verbo, opere et omissione:
mea culpa, mea culpa, (…)


Y Fulgencio estaba que ya no podía más. La música, la acústica, el coro de voces… El subidón era total; los pies se le iban, las manos también y no pudo evitar pegarse un solo de guitarra eléctrica que provocaría la mirada preocupada de la vieja Eufrasia. Angustiada, contempló al sudoroso guitarrista que, agotado, se había sentado de golpe tras el último punteo.

- ¿Estás bien? Virgen del Amor Hermoso, con esos temblores y sacudidas ¿no tendrás “pilepsis”?
- ¿Pilepsis? No, de eso no consumo –señaló extrañado- pero, lo que sí me vendría bien sería algo para pimplar. Un buen quitapenas.
- Entiendo, entiendo. Necesitas alivio para el cuerpo y el alma.
- Tú sí que sabes hablar, Eufrasia. Yo de mayor quiero ser como tú. Te enrollas de puta madre, pero dime, ¿dónde puedo… darme un alivio? –dijo mirando a su alrededor a la búsqueda de una barra.
- Sí, mira. Allí enfrente está la imagen de San Teódoto, el santo patrón de los taberneros, que nos la han dejado en préstamo ¿sabes? Debajo, en su garita, estará el pater Damián. Él te dará lo que necesitas.

Suspirando por un calimocho se acercó al confesionario. Un par de minutos después, totalmente cabreado, volvía a los bancos no sin antes pegar un buen trago de la pila de agua bendita, agradeciendo aquel detalle para con los pastilleros.

- Eufrasia, ese Damián no me gusta nada. Pero nada, nada. ¡Coño! Que cuando he llegado, en vez de preguntarme qué quería, me lanza a ver qué había hecho contra la del sexto. ¿Y cómo sabe él lo de mi lío con la vecina? ¿Eh? ¿Eh? Si ni siquiera es de mi pueblo. Y coño, si lo sabe él, es que esto lo sabe todo Dios. Y a ver cómo vuelvo al pueblo. Que la Juani está casada con un camionero y, como él también lo sepa, va a repartir ostias como quien reparte panes. Uy, uy, uy qué chungo veo todo esto.
- ¿Hostias dices? –preguntó la Eufrasia a la que volvía a fallarle el sonotone-. Ahora mismo. Las sacan junto con el vino. Pero mira, mira lo que van a hacer ahora.
- ¡Me cago en la puta de oros! Pero ¿no está montando el tío una burbuja del copón? Mmm ¡cómo huele! Ostia, que esta es mierda de la buena. Que esta resina no se pilla en cualquier lugar. Ay, ay, ay menudo colocón –dijo en un estado de éxtasis, olvidada su angustia anterior, mientras respiraba con la boca bien abierta, intentando tragar la mayor cantidad de humo de incienso posible -. Eufrasia, esto ni en el “Amnesia” de Ibiza. Putos polvos talco es lo que echan allí.
- Te gusta ¿eh? –dijo una sonriente Eufrasia encantada por los comentarios de Fulgencio que a estas alturas parecía un besugo boqueando-. El material lo he puesto yo. Me gusta hacer este tipo de cosas por la comunidad. Bueno, debería ser más modesta y decir que me lo ha regalado mi sobrina, la herborista, que como sabe que esto me pone, ¿es así como decís ahora los jóvenes?, me ha hecho un favor. Lo fabrica ella misma. Es bueno ¿verdad?
- ¿Bueno? ¿Bueno? Está de puuuuutaaaaa maaaaadreeeee.
- Qué malhablado eres bribón –sentenció encantada-, pero tienes toda la razón. Anda, anda, vamos para allí o acabarán con el vino, que de estos viejos no te puedes fiar.
- Eufrasia, si no te importa, yo paso que no me gusta mezclar.
- ¿No me digas que has desayunado?
- Mmm, sí –respondió sorprendido ante la pregunta cuya lógica no conseguía captar-. Una hamburguesa.
- Vaya, qué pena que no hayas venido en ayunas. Pero haces bien. Hay que hacerlo como antes. El Cuerpo y la Sangre no deben intoxicarse con otras sustancias –dijo levantándose y yendo a comulgar.
- Eso digo yo siempre, pero a ver quién convence al Charly.

Fulgencio se sentía en la gloria, mejor de lo que se había sentido jamás. Algo bastante fácil de comprender si tenemos en cuenta que tan solo había bebido agua y fumado un poco de inocente incienso. Tan bien estaba que cerró los ojos y se quedó dormido. Y la devota Eufrasia, al regresar y verlo en lo que creía concentrada oración, no pudo evitar decir:
- Y luego dicen que la juventud está perdida. Tú sí que eres un ejemplo. Reza tranquilo y reza por todos.

Un par de horas después, el sonido del móvil despertaba a Fulgencio.

- …
- ¿Charly? ¿Dónde te has metido saco de mierda?
- …
- ¿Yo? En “La Puta Drogaína”. Y te juro por mis muertos que no hay cosa igual. Estoy hasta pensando en mudarme a esta ciudad.
- …
- Te digo, te digo. Hay música en vivo, diyeis acojonantes, alcohol y drogas gratis y las pibas, aunque no estén muy buenas, son simpáticas y fijo que trabajándotelas un poco, pillas cacho. Es más y mira que te lo digo yo: si Dios existiera, viviría en este “After”.

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