miércoles, 20 de febrero de 2008

4.-Anasus

Robby abrió los ojos. El microprocesador implantado en su cerebro la despertó con la primera sacudida recibida en su sistema nervioso. Era hora de levantarse, había dormido menos de cuatro horas pero sabía que no debía perder el tiempo. La urgencia era cada vez mayor. El pequeño receptor de pulsera emitió los sonidos previos a un comunicado de la base en Tierra. Miró el rostro inexpresivo de una anciana que apareció en su muñeca y escuchó el mensaje con atención:

Saludos terráqueos Capitana Steinner; la situación visualizada por el Hubble 185 es fidedigna. Ha habido actividad en el planeta Anasus hace menos de cuatro días. No podemos determinar qué o quienes han estado allí, pero a buen seguro afirmamos que… algo se ha movido. Nuestras fuentes apuntan a un brusco cambio atmosférico, pero esto es algo que no podemos determinar con claridad. Hoy es el día, deben bajar de inmediato. No podemos dilatar más esta situación. Suerte

Cuando terminó el molesto siseo del diminuto receptor, la faz pétrea de la anciana desapareció. Robby se acercó aún desnuda a una enorme placa que había inmediatamente a su derecha.

—Opacidad cero —musitó.

Acto seguido las partículas de la placa se despejaron para conseguir el efecto transparente de un cristal. Lo que vio allí la intranquilizó y provocó sentimientos encontrados en su interior: angustia, incertidumbre, curiosidad y una buena dosis de miedo la embargaron. Aquella esfera de vivos colores poseía una atracción más allá de lo imaginable. Ante ella tenía el objetivo de su misión, un paisaje espectacular y a la vez intrigante. Un planeta que anhelaba analizar y en el cual tenía muchas esperanzas depositadas. Ella, y el resto de la humanidad. Admiró las vistas que le ofrecía esa tierra prometida, tan llena de vida, tan llena de misterio. Escudriñó las enormes cadenas montañosas que formaban una topografía similar a la de la Tierra. Disponía de una proporción de agua y masa terráquea ideal para la vida humana. Y lo más importante: una atmósfera exacta a la de su planeta. Por algo llamaban al Planeta Tierra II entre la tripulación. Puso sus manos en el cristal líquido y se quedó embelesada cuando y aguzó la mirada. Una gran masa nebulosa cubría gran parte del planeta, acercó su nariz todavía más. Empezó a imaginar la lluvia debajo de esas nubes, y la estrella que giraba alrededor llamada Sollum encendiendo la luz a un nuevo día en Tierra II. Era fabuloso, fantástico. Sólo faltaba analizar el planeta minuciosamente, y dar la conformidad a la inminente colonización. Deseaba descender lo antes posible.

Robby terminó de abrocharse la chaqueta y al momento se encendió la pantalla holográfica mostrando lo últimos sucesos y acontecimientos más importantes de las últimas horas en la Tierra. Los ignoró, eso no era importante en esos momentos. Los pequeños nanobots se movieron en perfecta orquesta trayéndole por este orden: primero la ropa y los zapatos, para segundos más tarde ofrecerle un aromático tazón de Krymm, algo parecido al té. Lo bebió y lo puso de nuevo en las pinzas del nanobot, el cual voló obediente hacia el THT: un extraordinario electrodoméstico que igual lavaba un vaso que planchaba una camisa o cocinaba un exquisito asado de Cocodrilo. Corría el año 158 después de Ruptura. Así se llamó al fenómeno que la humanidad causó con su continua y agresiva postura contra la capa de ozono. La radiación llegó al punto crítico en el cual nadie podía exponerse al sol y las condiciones de vida en la Tierra eran intolerablemente precarias. Había que buscar soluciones, y ese era su trabajo; encontrarlas. En la Tierra todos vivían lejos de los rayos ultravioleta, ya fuera en el complejo submundo de galerías subterráneas o en edificios totalmente cerrados a cal y canto, los cuales a su vez, estaban conectados con las madrigueras. Era una vida sin vida, o lo que es lo mismo, no era vida.

“Topos cobardes”, pensó Robby, capitana del Nautilus mientras bajaba a la sala de mandos a supervisar el que sería el último trayecto de la misión y recordaba de qué manera tan “conservadora”, el consejo se había negado a mandar más viajes de expedición por miedo a perder más naves.”No sé qué quieren salvaguardar, de seguir así no van a poder conservar ni sus putos calzoncillos”, caviló enfadada. Cuando entró percibió un cierto nerviosismo en la tripulación. Se encaminó hacia Will, su controlador de confianza, amigo y compañero de cama cuando estaba de buen humor. Robby sabía dar lo que cada momento precisaba. Y lo daba todo. Tocaba ración de autoridad. Enarcó las cejas pidiendo explicaciones anticipándose a su propia voz:

-¿Y bien?

Will tecleó rápidamente en su consola de mandos. Al punto apareció una imagen en el centro de la sala con la figura de Anasus en tres dimensiones girando lentamente. Will se levantó rápido como una centella y se dirigió hacia la imagen, aprovechando el gesto para mirar fugazmente el sugerente escote de Robby.

—Capitana, sabemos que en las últimas horas ha habido un brusco cambio de presiones en Tie… en Anasus. Esto ha generado un campo de nubes en la zona de contacto muy denso que nos va a complicar el descenso. Debemos suponer que será el fenómeno al que hacía referencia el informe de la Base. Lo que ellos llaman… —la miró con complicidad— actividad. El caso es que se podría decir que iremos a ciegas y…

—… y se puede callar, señor William —le cortó Robby, vengándose por la indiscreta mirada anterior—. Hoy es el día señores. No podemos esperar más. Saben como está la situación. Y yo confío en ustedes. Las pruebas en simulador han sido satisfactorias, en un noventa y ocho por ciento de las veces. Si tenemos en cuenta que el otro dos por ciento de las veces, nuestro querido jefe de escuadra y piloto primero Wobbert se suicidó directamente con su inconsciente forma de pilotar, el éxito está asegurado. No necesitamos más.

Wobbert, el veterano y gruñón piloto del Nautilus se removió incómodo en su sillón:
—Con todos mi respetos, nadie me dijo que me fueran a poner un pedrusco del tamaño de Bionewyork enfrente de la nave sin avisarme, capitana.

—Nadie le dice que no lo vaya a encontrar cuando baje ahí, señor Wobbert –contestó Robby señalando la imagen—. ¿Acaso cree que le espera abajo un aeropuerto para naves comerciales? Más vale que se mentalice del peligro que conlleva la ignorancia, no sabemos qué hay allí. Actúe en consecuencia señor Wobbert.

—Como ordene —dijo Wobbert apretando los dientes.

Will carraspeó intentando acaparar la atención de nuevo. Robby volvió la cabeza y le apremió para que continuase.

—Los mandos hemos estimado que el mejor lugar de entrada será este, –señaló un punto entre la basta masa de nubes— y creemos que la zona perfecta para el aterrizaje sería exactamente aquí. Las capturas del Hubble 185 nos ofrecen un lugar totalmente llano. Perfecto para el descenso.

El dedo de Will apuntaba un lugar indeterminado en la imagen, se dejaba entrever que era una gran llanura, sitio idóneo para que el enorme Nautilus posase sus cinco mil toneladas de tecnología punta y el entusiasmo de su tripulación sin obstáculos.

—El único problema —continuó Will titubeando— es esa masa nubosa. Nuestros sensores atmosféricos han detectado que aunque no hay cambios de presión en las últimas diez horas, aumenta exponencialmente de tamaño. Esto nos preocupa Capitana, y nos da mala espina. Personalmente, nunca vi algo semejante.

—¿Ha estado muchas veces en Anasus señor William?

—Espero estar al menos una vez…

—Habla como si conociese perfectamente Anasus, y no es así. Ignoramos a qué se debe, pero no queda más remedio que descender y averiguarlo. Entre otras mil cosas que hay que dilucidar e investigar, así que no perdamos más tiempo. ¡Piloto primero a los mandos, hay que moverse! —sentenció Robby acercándose al enorme ventanal de proa para ver cómo se teñía todo lo que abarcaba su vista de un blanco vaporoso.

Se mostró seria y firme en su propósito. No importaban los medios para llegar a Anasus, necesitaban un nuevo hogar. Contempló la niebla que rodeaba el Planeta casi por completo con rostro impasible. Ella también estaba preocupada.A medida que descendían se le antojaba más compacta y densa. Wobbert era un gran piloto. Vanidoso como pocos, pero con ingenio y pericia a los mandos del Nautilus. La nave viró ligeramente y se deceleró bruscamente cuando alcanzaron la atmósfera de Anasus. La entrada no pudo ser mejor, apenas les quedaban unos kilómetros de recorrido para alcanzar el objetivo y Wobb se mostraba infalible en la maniobra. Una vez que dejaron el espacio atrás la niebla los rodeó por completo como en un caluroso abrazo. El scanner de acercamiento trabajaba a marchas forzadas y la tripulación miraba con impaciencia la cuenta atrás para el contacto.

Robby repartió órdenes maquinalmente en una rutina que se repetía cada vez que iban a tomar tierra. Y volvió a acercar su rostro al cónico ventanal de la sala de mandos. Estaba visiblemente alterada.

—Pero qué… —las palabras se le atragantaron— Wobbert, ¡Detén el Nautilus, inmediatamente! ¡Ya!

Tuvo que ser Will quién pusiese cordura a tal escena:

—Capitana, creo que lo que tenemos enfrente nuestro no son nubes. Eso no pueden ser nubes —repitió mirando sorprendido hacia el horizonte.

Toda la tripulación excepto Wobbert se arremolinaron en el gran ventanal, lo que vieron les produjo a todos por igual un shock considerable. Cientos de pequeños cúmulos nebulosos se dirigían hacia ellos a velocidad inusitada. Los nervios empezaron a aflorar y hubo algunos que se taparon los ojos con las manos en claro gesto de desesperación. Pero no Robby. La Capitana mantuvo la calma. Wobbert y Will se acercaron a ella para admirar lo que probablemente, pensaron, serían sus últimos minutos de vida.
De las extrañan formas emergieron unos enormes tubos gelatinosos que les enfocaron directamente amenazadores. Robby no se amedrantó, gritó con autoridad:

—¡Cañones de plasma, a sus puestos! ¡Iónicos, fijando objetivos! —Estableció el orden de artillería del Nautilus en pocos segundos— Láseres de proa, enfocando a esos cañones ¡Wobbert, maniobra de evasión!

Miró a Will con los ojos inyectados en sangre, su segundo sabía lo que tenía que hacer, el reparto de energía tenía que ser perfecto para que todo funcionase.

La tripulación salió de su lamentable estado confundida pero decidida. Si algo tenía Robby era carisma, sabía cómo infundir valor y confianza a la tripulación. Y así lo hizo. Momentos después todo acabó.

Will manipulaba la consola convulsivamente, pulsó a velocidad de vértigo el teclado buscando el problema. Pero no lo encontró. No había energía. La nave se quedó en Tinieblas y Will miró a Robby ladeando la cabeza, asumiendo que no había nada que hacer. Robby se volvió con gesto feroz hacia el desconocido enemigo. Fuera lo que fueran esos esponjosos seres les habían arrebatado la oportunidad de escapar de allí o de una contienda equiparada. Habían inutilizado todos los sistemas del Nautilus. Y los cañones estaban cada vez más cerca. Robby se preguntó qué extraña fuerza o tenología los suspendía en el aire. De aquellas enormes bocas oscuras empezó a emerger una luz que se fundió justo delante del morro del Nautilus. No daba crédito a lo que veía. Los tripulantes empezaron a correr sin rumbo fijo. La situación era desesperada y agradeció el gesto de Will al agarrarla de la mano en espera del fatal momento. La luz se acercó casi hasta la misma cúpula de protección.

—Te amo, Robby.

—Lo sé Will, pero eso ya da igual… —le contestó la Capitana.

La luz restalló y empezaron a formarse extrañas formas que ante sus ojos les parecieron signos matemáticos, palabras ininteligibles y jeroglíficos misteriosos que desconocían. Cambiaban con una cadencia increíblemente rápida, hasta que la deslumbrante luz empezó a formar lo que a Robby le pareció que eran letras. Lentamente apoyó su cabeza en el hombro de Will y este la abrazó.
Juntos pudieron contemplar la palabra que menos esperaban leer:

“Amigos”

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