viernes, 1 de febrero de 2008

13.- Anónimo.


El día había amanecido gris plomizo. Salí rápidamente a la calle. Llovía y yo había olvidado mi paraguas. ¿Qué me estaba pasando? ¿Cómo había llegado a aquella situación?
Aunque, ¿en realidad a quien estaba decepcionando? Era esto lo que se esperaba de mí, un chico más, que no destacaba por nada, ni siquiera había sido un delincuente juvenil, ni de ese modo pude llamar la atención de la gente.
Pase años en el colegio, en el instituto, en la universidad, da igual los que fueron, ni yo los recuerdo y no creo que nadie lo haga por mí, luego un trabajo tras otro, anodinos, mal pagados, sin esperanzas de ascenso ni promoción.
Sin novia, sin amigos, sin esperanzas, ni siquiera puedo decir que mis sueños no se habían cumplido, nunca los había tenido como tal.
Cuando conocí a Álvaro pensé que todo eso iba a cambiar, acababa de entrar en la empresa pero enseguida se había hecho con el departamento, conocía a todos y todos le conocían, había hecho más en dos días que yo en un año allí. Como era nuevo intentaba simpatizar con todo el mundo, incluso conmigo, el que se sentaba en una mesa apartada y no hablaba con nadie. Había que reconocer que el chico tenía don de gentes, incluso conmigo conectó desde un principio.
Él me sirvió de puente, empezamos a quedar unos cuantos compañeros al salir del trabajo, gente con la que nunca me había relacionado, ahora se mostraban simpáticos conmigo, pensaban que era tímido y algo raro y por eso no se acercaban mucho, y cuando lo hacían yo los ahuyentaba, he de reconocer que mis habilidades sociales nunca estuvieron muy desarrolladas.
Álvaro era el centro de todo, y a él esto le encantaba, ser el centro de atención, que todos le escucháramos con atención y nos riéramos con sus chistes. Empezó a presentarnos a algunos amigos suyos y a salir todos juntos los fines de semana, él era el nexo de unión entre los dos grupos lo cual le hacía ser aun más protagonista, pero como no iba a serlo, siempre tan gracioso, tan activo y con tanta energía.
Todo comenzaba a irme mejor, levantarme para ir al trabajo ya no era un suplicio para mi como lo era antes, el trabajo seguía siendo aburrido, pero los compañeros lo hacían más ameno y especialmente Álvaro, notaba que yo le caía especialmente bien, supongo que sería la típica simpatía hacia el más débil.
Lo mejor eran los viernes y los sábados, hasta mis padres estaban extrañados, en mi vida había salido tanto. Nos pasábamos las noches de bar en bar, de fiesta en fiesta, yo seguía siendo reservado y hablando poco, pero compartía la diversión y me lo pasaba bien.
Comenzábamos los viernes al salir del trabajo, unas cañas en el bar que había junto a nuestra empresa y luego a pasar la noche de pub en pub. Los sábados lo reservábamos para ir de discotecas, he de reconocer que nunca me han gustado esos sitios, pero ir todos juntos hacia que fuera divertido.
Los domingos por la tarde unos vinos y unas tapitas.
Lo peor eran los lunes, después de dormir cuatro o cinco horas de media durante el fin de semana, el día se hacia interminable, veía las caras de cansancio en mis compañeros, excepto en Álvaro, él siempre estaba alegre y riendo.
Un día nos dijo que había una fiesta por la inauguración de alguna discoteca, la mayoría de compañeros del trabajo dijeron que al día siguiente había que madrugar y no fueron, pero unos pocos y yo nos animamos a ir. Allí nos encontramos con algunos de los que salíamos el fin de semana, y en el centro de la pista como siempre estaba Alberto, le encantaba bailar y hay que reconocer que lo hacía muy bien. Según fueron pasando las horas la gente se fue retirando, yo como siempre estaba un poco apartado pero escuchando la conversación, en ese momento llego a Alberto y me dijo: - te veo muy triste, tomate esto y ya verás como te animas. Me metió una pastilla en la boca, no se por que pero me la trague sin pensarlo, poco más recuerdo de esa noche, solo que estuve toda la noche bailando, creo que fue la primera vez en mi vida que baile en una discoteca.
El día siguiente fue interminable, los minutos parecían horas, algunos compañeros me hacían comentarios graciosos sobre mi estado, pero no tenía fuerza ni para responderles.
Al salir Álvaro vino hacia mí muy serio y me dijo que sabia lo que había pasado el día anterior y que no me juntara mucho con Alberto, que era un colgado de las pastillas.
El fin de semana siguiente salimos de nuevo y entre copa y copa Álvaro se acerco a mí y me dijo que nos apartáramos a hablar, me explico que lo que me había dicho era por mi bien, que no me metiera en ese mundo de las pastillas, miro hacia los lados y me dijo: “Si quieres estar animado, no te metas esa mierda, toma esto”. Me dio un papelito doblado en cuatro, al ver mi cara de asombro comenzó a reír y me dijo que me enseñaría como se hacen esas cosas, fuimos al servicio y me enseño a hacer un rulo con el billete y a que tenia que aspirar antes de acercarlo pues si no con la respiración lo tiraría todo.
La verdad que no note que hiciera mucho efecto en mí, pase el resto de la noche hablando con mis compañeros, tomando copas y riéndome, pero no sentía nada raro, solo que me lo estaba pasando muy bien, eso hizo que no le tuviera miedo.

Esa fue la primera vez, pero no la última, los restantes meses pasan como un remolino por mi cabeza, la vida seguía siendo igual, monótona en cierta medida, lo único que cambiaba es que cada vez necesitaba más para sentirme bien, pero no había cambiado nada, lo tenia todo perfectamente controlado, eso era lo que me decía a mi mismo cada vez que iba a comprar de nuevo. Ya no solo consumía cuando salía de fiesta, todas las tardes al llegar a casa necesitaba algo, había días que con una dosis me valía, pero otros necesitaba algo más. Poco a poco mi necesidad aumentaba, notaba que empezaba a estar fuera de control, así que decidí dejarlo, lo logre durante tres días pero la ansiedad me consumía.
Un día en el trabajo me acerque a Álvaro y le dije si tenía algo, él me miro extrañado, pero le dije: “Tranquilo, es que luego tengo que ir a un sitio y no me da tiempo a comprar a mi, ya te lo devolveré” y sin que nadie se diera cuenta me metió algo en el bolsillo de la chaqueta.
Recuerdo lo que sucedió después de un modo algo difuso, me veo entrando en el baño, y esnifando en la tapa del vater, una vez, dos veces, tres, no se cuantas fueron, después escucho los golpes en mi cabeza pero no se por que no reaccione, hasta que abrieron la puerta de un golpe, allí estaban un guardia de seguridad y el gran jefazo, creo que no había sido muy discreto y había hecho bastante ruido, evidentemente fui despedido.

Los primeros días me lo tome bien, tenía bastantes meses de paro y no había prisa por buscar otra cosa, me pasaba los días colocado, todas las noches había algún sitio nuevo donde ir, algún bar o alguna discoteca, los fines de semana seguía saliendo con mis antiguos compañeros de trabajo, pero las semanas se hacían muy largas sin nada que hacer, así que también salía por las noches, al principio me aburría pero en cuanto tomaba un par de dosis me comenzaba a animar.

Soy consciente de que estoy consumiendo demasiado pero me da igual, ahora soy feliz, ahora tengo amigos y se que cuando quiera puedo aflojar el ritmo y volver a encontrar un trabajo, solo tengo que controlarme un poco durante las horas laborales y nadie se dará cuenta, pero ya habrá tiempo para eso, ahora lo único que quiero es ir a comprar mis dosis y pasar la tarde tranquilamente colocado, sin pensar en nada.


- Martínez, para por aquí, tenemos un aviso de la central, es en ese portal
- Vamos a ver que pasa
- Nada lo de siempre, el típico yonki tirado en el suelo, llama al samur para que vengan a recogerlo.
- Joder mira que pinta tiene, ¿crees que estará muerto?
- Que más da, todos estos son iguales, gentuza.

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