domingo, 3 de febrero de 2008

9.-Familia

Soy la última de mi familia. Me llamo Tata y sé que me queda poco en éste mundo.

Pero antes de que llegue ése momento, he decidido dejar por escrito nuestra historia, para que no caiga en el olvido.

Nuestra historia se remonta muchísimo tiempo atrás, y comienza un día de lluvia en que las gotas caían sobre los amplios campos que se extendían por las faldas de Los Andes. Ese día nacieron los abuelos de los abuelos de mis bisabuelos, y la lluvia –de agua pura por aquél entonces- dio una húmeda y agradable bienvenida a la nueva familia.

Mi familia alimentó durante muchos años a mucha gente en Perú, y fue creciendo en número al mismo tiempo que los habitantes del país, y todos fueron felices por años.

Pero un buen día cayó la fatalidad sobre nosotros. Un tal Pedro de Cieza, un extranjero, secuestró a varios miembros de nuestra familia y se los llevó más allá del atlántico, a un país llamado España. Entre ellos estaban mis tatarabuelos, que lloraron desconsoladamente en el viaje hacia tierras extrañas. Incluso algunos primos murieron de pena durante el viaje, encerrados en la oscura bodega de aquél navío, sin sentir el calor del sol y las caricias del aire andino.

De los que llegaron a España con vida, jamás ninguno volvió a reunirse con sus familiares que quedaron en tierra ni recibieron buenas nuevas de aquella nación que los había visto crecer, pero pronto olvidaron aquel mal trago y siguieron con sus vidas. Nuestra familia siempre se ha caracterizado por ser abnegada y poner buena cara al mal tiempo, y pronto descubrieron que en aquél lugar al que habían llegado por voluntad del azar también había gente a la que alimentar.

Se instalaron en Sevilla, en el hospital de la ciudad, y alimentaron durante años a los enfermos del lugar, hasta que el nombre de nuestra familia empezó a pronunciarse por todo el país y todos querían conocernos. Los años de felicidad volvieron y ya nadie recordaba los amplios campos andinos.

Años después una calamidad azotó a los países que rodeaban España, una hambruna cayó sobre sus gentes y se convirtió en una nueva fatalidad para nuestra familia. Ésta vez fue un francés, un hombre llamado Antoine Parmentier, el que llegó a nuestro país de adopción y secuestró a mis bisabuelos junto a varios de sus primos. Y aunque fuera por una buena causa, aquello no impidió que el pesar cayera sobre los que marchaban de nuevo hacia un destino incierto, separados de sus seres queridos.

Pero una vez llegaron a destino, volvieron a hacer gala de su saber hacer y se pusieron manos a la obra. Salvaron a cientos de miles de morir de hambre, y el nombre de nuestra familia traspasó entonces fronteras, mares y montañas, y nos reclamaron por todo lo largo y ancho del mundo.

Por suerte, nuestra familia siempre ha sido muy numerosa.

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