viernes, 1 de febrero de 2008

18.- Tapas



“El día había amanecido gris plomizo. Salí rápidamente a la calle. Llovía y yo había olvidado mi paraguas. ¿Qué me estaba pasando?¿Cómo había llegado a aquella situación? El corazón... “Tómese estás píldoras” me había dicho el médico... Supongo que para él es fácil saber que vivirá muchos años.”
No se cansaba de releer esta frase de la página 30. La caligrafía era sutil, redondita y atrayente. Con cada letra unida a la anterior y dibujadas con esa maravillosa sangre azul. La hoja ya estaba amarillenta por el paso de los años, pero seguía conservando aquel aroma tan dulce que le cautivó el primer día. Aquel era un recuerdo, uno de los muchos que guardaba y admiraba. Un segundo, un instante de una vida que no era suya pero que acariciaba con un placer pecaminoso.
Él era un coleccionista de recuerdos. Los tenía a cientos, en fotos, en videos, en canciones... y en frases. Los había reunido durante años y eran su pequeño tesoro. Podía pasar horas caminando entre las estanterías de su inmensa biblioteca, escogiendo cuidadosamente la lectura. Pasando con cuidado el dedo por las duras tapas. Luego lo pondría sobre la mesa y se concentraría. Lo observaría en silencio y respiraría esa fragancia de sueños. Aquella era su vida y le encantaba.
Y hoy, había escogido ese, el de color rojo. Pero no pudo leer demasiado, el dolor había vuelto. Se le doblaron las rodillas, los ojos le dieron vueltas, el mundo giró. Se arrastró como pudo por la habitación, desesperado, no sabía que hacer. Vio un objeto gris con un botón rojo en el centro. Un papel amarillo lo protegía “Ayuda” despegó el post-it y pulsó el botón sin darse cuenta que por la comisura de sus labios se deslizaba un líquido rojo.

La ambulancia no tardó en llegar. La señora del tercero primera les abrió la puerta asustada. Los médicos la ponían nerviosa.
- Señora, ¿en que piso vive Juan López?
- Primero primera.
Corrieron escaleras arriba, se detuvieron en la vieja puerta de roble y llamaron. Silencio.
- Sr. López, ¿está usted bien?
- Tal vez haya olvidado tomar la medicación. Según el historial no tomarlas podría producirle un colapso.
- ¿Cómo iba a olvidarlo? –Contestó el doctor.
- El Señor Juan tiene alzheimer. –Intervino la vecina.
El médico la miró un instante y luego tiró la puerta abajo. Al final del pasillo, con el avisador todavía en la mano descansaba el cuerpo inerte de Juan. Su mirada congelada en un universo que los demás no podían ver. Detrás suyo había una biblioteca de aspecto inmaculado. Su olor los transportó a un mundo antiguo, a un lugar sagrado. Y en aquel templo, un libro de tapas rojas descansaba en el atril. El enfermero se acercó y lo observó con calma, estaba abierto por la página treinta. Parecía un diario personal. Lo cerró. En letras doradas, como un epitafio la portada rezaba, “Mi diario, Juan López.”
Volvió a abrirlo y releyó la página treinta, luego pasó a la siguiente, la última que estaba escrita...
“...si el libro está abierto, las tapas no se ven.”

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