sábado, 22 de marzo de 2008

12.-Tomás

Está terminando el verano. De hecho, esta noche ya no hace el calor asfixiante de las anteriores. Pero algo ocurre hoy, Tomás nota que el aire en la casa esta viciado, espeso, sucio. Está sentado delante de la pantalla escribiendo uno de esos relatos de terror que más adelante publicará en cualquier página web mediocre. Hasta que la persona correcta los lea y lo lance como escritor. Así podrá dejar de hacer ese trabajo que tanto odia. No logra concentrarse, de su mente no fluye ninguna idea coherente para poder continuar la historia.
Le apetece acabar con el protagonista pues es un tipo abierto, afable y preocupado por los demás. El tipo de hombre que todas las madres querrían tener como yerno pero que Tomás odia. No sabe como acabar con él, como destrozarlo y borrar así esa asquerosa sonrisa amable que siempre lleva dibujada en el rostro. En la web muchos critican el que sus historias tengan siempre un final nefasto, pero a él no le importa: la mayoría son unos niñatos que no entienden la esencia pura de su obra, sus propios miedos. La noche, la oscuridad, la muerte.

Mira el reloj. Es tarde. Debe madrugar para trabajar mañana en su maldito empleo. Se estira y respira hondo. El hedor es insoportable, nunca ha olido nada parecido. Va al cuarto de baño a ducharse como todas las noches. Aunque vive solo, echa el pestillo, se desnuda dejando la ropa sucia en el bidé y el móvil junto al lavabo, y se mete en la ducha. El agua caliente no funciona; el calentador es antiguo y aun no han venido a arreglarlo. No obstante está acostumbrado a sentir el agua fría recorriendo su cuerpo: le excita.

De repente se apaga la luz. Se queda totalmente a oscuras, mientras el agua le quita el jabón del cuerpo. Mira a través de la mampara y puede distinguir su albornoz blanco impoluto al igual que la toalla q se llevó de aquel hotel y la escasa luz lunar que entra por la pequeña ventana. Se gira para cerrar el grifo del agua y se queda paralizado. Parece distinguir una figura de pie apoyada contra la puerta dándole la espalda.

-¿Hay alguien ahí? No hay respuesta. Acerca sus ojos a la mampara y distingue la figura mejor.
-¿Quien es usted? Nadie contesta. El silencio es absoluto y el hedor cada vez mayor. Decide abrir un poco las puertas correderas y sacar la mano para coger la toalla. Lo consigue y se la pone alrededor de la cintura. Gira su mirada hacia el individuo y ya no está. Abre un poco más las puertas y mira a través de ellas: no hay nada anormal. Su ritmo cardiaco se relaja y sale de la ducha. Observa que la casa de al lado si tiene electricidad, seguramente han saltado los plomos. Maldita casa.

Se seca apresuradamente frente al espejo del lavabo. Tomás empieza por la cabeza, sigue por el tronco y acaba agachándose para secarse las piernas. Cuando se levanta cree ver dos luces pasar de un lado a otro del espejo: unos ojos rojos. Vuelve a estar nervioso. Se pone un pantalón corto y una camiseta. Tiene que bajar a encender la luz. Corre el pestillo y abre la puerta. Toda la casa está a oscuras. Para no tropezarse decide usar el móvil para ver algo. Llega al panel eléctrico y sube el interruptor general. En toda la casa vuelve a haber luz. Eso alivia a Tomás que suspira tranquilo. Sube de nuevo las escaleras y va al baño a coger la ropa sucia para bajarla y meterla en la cesta para la lavadora. Cuando pasa junto al panel se le escapa una risa nerviosa. Llega al final del pasillo y antes de entrar en la habitación de la lavadora se vuelve a quedar a oscuras.
Se da la vuelta y vuelve a ver una figura en semipenumbra. Deja caer la ropa de sus manos.
-¿Quién eres? En respuesta recibe una leve carcajada.

Tomás se cuela rápidamente en el baño cerrando la puerta violentamente. Su pulso está muy acelerado y su respiración se entrecorta. Sus ojos desorbitados miran a un lado y a otro; golpea la puerta con los puños cerrados. Está a punto de desvanecerse. Cierra los ojos, respira hondo y comienza a contar:
- Diez, nueve…
Cuando Tomás era pequeño e iba al caserón antiguo de sus abuelos, tenía que dormir solo en el viejo desván.

-Ocho, siete, seis…
Muchas noches tenía miedo pues confundía las sombras con presencia demoníacas. El terror le impedía dormir, por lo que decidió decírselo a su abuelo.

- Cinco, cuatro…
Éste le dio una idea: cerrar los ojos, controlar la respiración y pensar en algo que le resultase agradable. A la vez, tenía que contar muy lentamente desde el número diez hasta el cero

- Tres, dos...
A Tomás le solía funcionar. Cuando acababa la cuenta atrás solía encontrarse más tranquilo y dejaba de ver sombras sospechosas.

- Uno, cero.
Tomás abre los ojos. Está mucho mas sereno. Coge su móvil del bolsillo, lo enciende y abre poco a poco la puerta. Apunta con él hacia el panel eléctrico. No hay nada ni nadie. Sale del baño y va de nuevo hacia él. Sube el interruptor pero no hay respuesta. Quita el panel y comienza a mirar los cables. Acerca el celular a ellos y lo que ve allí le parece normal. Parece no haber ningún problema. De repente nota una presencia detrás de él. Casi puede sentir el gélido aliento de algo en su nuca y un olor insoportable rodeando a todo su ser. Comienza a temblar de nuevo. Se apaga la luz del móvil. Cierra los ojos y cuenta de nuevo hacia atrás pero se para pues la respiración de “eso” se vuelve frenética. Enciende de nuevo el celular y se gira. Es su padre…pero no es él. Las cuencas de sus ojos abarcan una oscuridad tan profunda y milenaria que lo paralizan. El mal absoluto no puede tener otra forma que la que se encuentra en aquellos globos oculares. El ente se da la vuelta y comienza a subir las escaleras. Una vez arriba, Tomás oye los pasos del ser y un portazo que le sirve de alarma para despertarse de aquella especie de trance. Se encienden todas las luces.

Se deja caer en el suelo y comienza a respirar con dificultad, pues llevaba sin hacerlo desde que vio a su padre. Una vez recuperado se levanta y sube las escaleras decidido a terminar con la pesadilla. Los tablones que colocó aquel día en la puerta de sus padres están en el suelo. Ésta ha permanecido cerrada durante semanas. El hedor putrefacto que surge de esa habitación supera con creces todo lo anterior. Se quita la camiseta y se la pone en la cabeza. Intenta encender la luz pero no funciona. Con la luz del pasillo consigue distinguir los dos cuerpos bajo las sábanas. Exactamente como él los dejo. La puerta pega un portazo tras de si: no se inmuta. Anda hacia la cama en semipenumbra como un muñeco mientras escucha la voz de su madre llamándole: Tomás, Tomás, Tomás… La habitación comienza a temblar mientras surgen chorros de sangre que empapan al hombre.
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Días después, un vecino denunció el olor que surgía de la casa y la policía pensó lo peor sabiendo los antecedentes psiquiátricos de Tomás Márquez. Dicen que muchos se desmayaron al entrar en el dormitorio de los padres debido a la carnicería. La sangre cubría sábanas, paredes y mobiliario. Pensaron que Tomás habría escapado, pero nada más lejos de la realidad: Lo hallaron en el baño de esa misma habitación tirado en la bañera. La escena era dantesca. Al parecer había cogido un hacha y se había cortado las dos piernas a la altura de las rodillas; después siguió con la mano izquierda y acabó con su sufrimiento usándola contra su propio cráneo. Había hecho una masacre consigo mismo. Sin embargo, su cara mostraba una mueca de satisfacción.
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Cuando la policía examinó el cuarto de Tomás pudo comprobar que aquello era un desastre: la cama volcada, la silla rota, las paredes tenían pintados macabros dibujos y papeles tirados por todos lados. En medio de estos yacía el ordenador que parecía haber sido destrozado a conciencia. Días después tras llevarse todo y estudiarlo a conciencia salió a flote un folio que parecía aclarar el porqué de sus actos. El papel era este:



Tras esto, Tomás bajó al sótano y cogió un hacha que utilizaba la familia para cortar leña. Subió a la habitación de sus padres y, mientras dormían, los asesino de manera brutal. Tapó los cuerpos con las sábanas y tapió la puerta dejando el arma del crimen dentro del habitáculo.

Semanas después, destrozó las tablas que custodiaban esa misma habitación y se metió en la bañera. Allí se suicidó sin motivos aparentes.

Tomás aseguraba que mató a sus padres por venganza, ya que los había escuchado decir que lo iban a encerrar en un psiquiátrico. Lo que pareció no recordar es que la última vez que lo ingresaron en ese hospital fue porque en una noche de finales de verano, seis años atrás, se acercó a sus padres mientras estos dormían, los ató a la cama y con un machete les cortó la lengua a los dos.

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