domingo, 3 de febrero de 2008

2.-Propósito y venganza

-Por fin te he encontrado. Hoy se cumplirá mi venganza y mi destino. Ponte en paz con tu Hacedor porque esta noche dejarás de existir.
Me lanzo contra mi adversario con ímpetu salvaje. No tiene tiempo de decir nada. Las palabras ya están de más. El único sonido que debe oírse ahora es el de metal contra metal.
Choque, finta, parada, amago. Nuestros aceros se enzarzan como serpientes en guerra. Chocamos de nuevo. Esquirlas incandescentes refulgen en la noche, saltando hacia el cielo como ascuas encendidas desde la hoguera de mi odio. Finalmente, nos desasimos de nuestro abrazo mortal. Giramos lentamente, estudiándonos con detenimiento; mi imagen reflejada sobre su negra hoja. Mientras me contemplo a mí mismo hipnotizado, comprendo que éste es el momento que da sentido a toda mi existencia y pienso en cómo he llegado hasta aquí. En lo largo que ha sido el camino…
Mi infancia. Mi existencia comenzó hace largos años, en el país de Thoria, más allá de los Tres Mares. Recuerdo el calor abrasador del hierro fundido al rojo de la poderosa fragua de Martillo-de-Trueno, mi padre; los golpes interminables sobre el sufrido yunque que tañían como acompañamiento sonoro del sublime acto de la creación; las tenazas asiendo cual implacables y ganchudas garras el derretido metal; el intenso resplandor anaranjado que iluminaba la habitación mientras el asfixiante humo de la leña ardiente impregnaba los sentidos. Mi hogar.
Una fatídica noche de invierno, mi hasta entonces plácida existencia tocó a su fin. La puerta de la forja se abrió súbitamente y, mientras los copos de nieve entrantes se arremolinaban como plumas en el viento, vi por primera vez a la letal Cimitarra Negra abrirse paso con la típica arrogancia de los nobles acostumbrados a la presta obediencia. El miedo se apoderó de mí y decidí esconderme.
-Buenas noches, maese –dijo.
-¿Que deseáis? –preguntó mi padre.
-Lo sabes bien.
-Y vos sabéis que no puedo dároslo. Está destinado a Corona-de-Plata, nuestra reina, que los dioses guarden siempre en su gloria.
-Te pagaré lo que pidas –dijo la inmensa Cimitarra con impaciencia.
-Las promesas y el cristal hacen sangrar a quienes los rompen. No es cuestión de precio.
-Entonces no me dejas alternativa. Lamento que tenga que ser así…
Rápido como el rayo, el curvado y negro acero se abalanzó sobre mi padre sin que ni él ni yo tuviéramos tiempo de reaccionar. Un solo golpe y se derrumbó en el suelo, inerte. Mil soles se apagaron de pronto en mi interior.
Entonces la forja empezó a arder en rojas llamas; mi hogar moría, como moría yo mismo por dentro. Lágrimas de fuego prendían sobre las vigas y el techo, como si llorasen la muerte de mi padre. El fuego, que había sido para nosotros la vida, ahora devoraba como un carroñero impasible todo cuanto habíamos poseído. En pocos minutos nada quedó aparte de mí. Ni rastro de Cimitarra Negra.
Miré a la noche, solo y perdido. Las frías estrellas me observaban, impávidas. Y entre mis compungidos sollozos, hallé fuerzas para gritar:
-¡Te vengaré, padre!
Cuando un instante cambia tu vida, la domina para siempre.
Vagué por las calles durante días enteros, obnubilado, sin saber adónde ir. Pero aunque me sentía desamparado y vulnerable pronto hice de las calles mi nuevo hogar. Y así crecí, mendigando limosna junto con los otros desahuciados, asaltando a los borrachos y librando peligrosas riñas callejeras. Los años pasaron deprisa, todo lo que no me mataba, me hacía más fuerte. Pero el paradero de Cimitarra Negra seguía siendo un misterio para mí.
Una noche, por casualidad, mientras estaba en la taberna escuché al tabernero, Gran Pichel, hablando con un cazador de acento extranjero:
-¡Un trago de tu mejor cerveza, posadero! Estoy sediento.
-Pues allá va raudo Gran Pichel con su mercancía, que no se diga que en mi humilde posadica las buenas gentes han pasao sedes ni hambres. ¿Cómo sus llamáis, amigo?
-Hacha-del-Bosque –dijo el extraño mientras daba buena cuenta de la dorada cerveza-. Cazador, batidor , antiguo soldado y guardabosques, para serviros… siempre que paguéis –añadió sonriendo mientras se limpiaba el rubio líquido con el dorso.
-Je, lo mismo sus digo yo, de lo de pagar. ¿Y de dónde es vuesa merced?
-De Armoria.
-Pues bien lejos estáis de casa, amigo. ¿Vais o venís?
-Ni una cosa ni otra. Pero decidme, ¿sabéis de algún rapaz voluntarioso y con ganas de aprender el noble arte de la caza? Los años pesan ya sobre mí como losas de piedra y necesito un ayudante.
-Pos no sé… Quisá os sirviera ese bravucón de ahí que no hase más que perdé el tiempo aquí con otros de su calaña…
-Vaya, en verdad que es buena pieza. ¿Qué me dices, gañán?
Asentí.
Pasé con Hacha-del-Bosque varios años cazando en los salvajes bosques de Agrestia en los que me enseñó las técnicas de combate básicas, algunas que ya me eran familiares de las luchas callejeras, y otras, triquiñuelas que sólo él conocía. Tuve suerte, pues fue un generoso y competente mentor. Pero sus inviernos estaban ya contados, y pronto llegó el día en que murió y por segunda vez en mi vida me quedé tristemente huérfano.
Afortunadamente, con el oficio de cazador más que aprendido, y la generosa herencia que me dejó Hacha-del-Bosque, pude pasar sin lujos pero sin ahogos. Y puesto que las preocupaciones mundanas no eran agobiantes, mis pensamientos siempre desembocaban en Cimitarra Negra y la ardua tarea de su búsqueda.
Cuando creí estar preparado decidí pues partir hacia el sur, con la esperanza de encontrar alguna pista que me permitiera alcanzar por fin mis fieros propósitos. Seguí la senda hacia Marrek, atravesando el Desierto Rojo, cazando para los ejércitos del Duque Escudo-de-Encina que invadían esas lejanas tierras, pero mientras cazaba fui sorprendido por las belicosas dagas de las tribus Taurg que me capturaron y me hicieron su esclavo.
No fue tiempo perdido. Mientras estaba con los Taurg descubrí por medio de los otros esclavos que la odiada Cimitarra Negra no era sino el Gran Visir de Badga. Revitalizados mis ánimos por esta revelación, aproveché la primera oportunidad que se me presentó para escapar y llegar hasta Marrek. Allí embarqué en una galera para atravesar el Mar de la Luna Blanca, en dirección por fin a la bulliciosa ciudad de Badga.
Tras meses de travesía, llegamos de noche y salté del barco con celeridad. No veía la hora de vengar por fin a mi padre y la destrucción de todo cuanto tenía. Atravesé los muelles y me sumergí en las ahora desiertas callejuelas, llenas de puestos de mercado tan vacíos como llena estaba mi alma de su vengador propósito. Entonces, entre las nubes, surgió la luna y bajo sus hechizantes rayos contemplé por primera vez el Palacio Real. Mi objetivo. Quedé sin aliento.
¿Cómo entrar en fortaleza tan formidable? Necesitaba aliados y un buen plan.
Permanecí en la ciudad, de nuevo ganándome mi estipendio como cazador, y traté de entablar amistad con compañías poco recomendables, pero que, dados mis propósitos, eran las que más me convenían. Así conocí a Puñal-de-Sombra, un ladrón y un asesino, que sabía cómo entrar en el Palacio sin despertar sospechas. No me inspiraba demasiada confianza, pero le pagué una suma considerable por su ayuda y discreción. Nada como el dinero para comprar lealtad.
La noche señalada entré en el Palacio tal como Puñal-de-Sombra me había indicado. Sorteé los centinelas, más ocupados en hacer el periódico cambio de guardia que en percibir posibles amenazas para su amo. Subí las escaleras y atravesé las ricas habitaciones blancas como la leche que olían a azahar. Y por fin le encontré. Por fin llegué hasta mi destino.
Aquí. Ahora.
Despierto de mi trance. Me siento como un coloso tras haber rememorado el recuerdo de mi padre y las penurias que soporté para llegar hasta aquí. Todo lo pasado me ha preparado para este momento.
Finta, choque, finta, amago, parada. Ejecuto un molinete que la deja sin resuello. La arrincono, la feroz Cimitarra jadea. Pronto será mía.
-Espera –dice entrecortadamente-. Dime quién eres. Dime por qué haces esto.
-Me llamo Sable de la Venganza. Mataste a mi padre, hoy te mataré yo. Es mi destino.
-¿Tu padre? ¿De quién me hablas?
-Martillo-de-Trueno. Recuerda su nombre, porque será lo último que oigas.
Entonces ocurre lo impensable. La Cimitarra Negra se ríe en una dolorosa carcajada.
-Entonces en verdad el destino es una espada de dos filos, pues tú también eres el mío. Si maté a tu padre fue precisamente porque no quiso entregarte a mí esa noche.
-¿A mí?
Asintió.
-Martillo-de-Trueno había encontrado un trozo de mineral especial, hierro caído de las estrellas, con el que forjó un sable que él y yo sabíamos que sería invencible. Tú eres ese sable.
-¿Pero para qué querías poseerme?
-Para contar contigo en mi ejército, para librar batallas y conquistar la gloria.
-Pero recuerdo que mi padre dijo que “está destinado a Corona-de-Plata, nuestra reina”…
-Sólo porque ella te vio antes y se encaprichó de tu material, porque venía de las estrellas. Desconocía tu verdadero valor. Tu verdadero potencial. Yo podría haber convertido tu potencial en verdadero y deslumbrante acto, mientras que ella te habría exhibido como un simple adorno en una vitrina. Dime ¿cuál es el verdadero propósito de un arma?
-Matar –respondo sin ni siquiera pensarlo.
-Exacto. ¿Puedes pues culparme por querer encumbrarte al que tú mismo ves que es tu verdadero propósito?
Pienso en cómo me han cambiado los años transcurridos. En las experiencias que me han hecho más fuerte. En si todo lo pasado mereció la pena. Pienso en la furia que sentí cuando mi padre murió.
Venganza o propósito.
Giro en el aire y cumplo mi venganza. Y mi propósito. No miro atrás.

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