lunes, 4 de febrero de 2008

6.-Lucía perdida en el bosque

Lucía se hallaba perdida en el bosque. Y por esa razón lloraba. Un día magnífico en un bosque soleado, colorido y precioso y ella había tenido que separarse de su madre y perderse.

La niña caminaba triste, sollozante, sin mirar por donde iba, así que sin darse cuenta, casi pisa a una pequeña ardilla que entre las flores rondaba.

-¡Cuidado!-Gritó la ardilla, agitando su rojiza cola.- ¡Que casi me despachurras!
-¡Uy! Perdone Doña Ardilla.-Se disculpó Lucía, sorbiéndose los mocos.- No era mi intención aplastarla.
-Pues para no ser tu intención por poco no acabo convertida en tortilla.- Le recriminó el animalillo.
-Es que me he perdido y no sé donde estoy y... ¡Tengo miedo!

Habiendo retomado la niña el llanto por donde lo dejó, y apiadándose la ardilla de ella, bien por pena, bien por hacer callar el berreo insoportable, decidió consolarla.

-¡Ea, ea! No llores. ¿Miedo? ¿Miedo a qué? Pero si estás en mi bosque. Aquí no hay motivo para que estés asustada. Este es un lugar para jugar, correr, y cantar. ¡Anímate!

Y así hicieron. Lucía jugó, corrió y cantó con la ardillita, a punto varias veces de despachurrarla a la pobre. Jugaron entre los árboles florecientes, corriendo por los extensos campos de pétalos multicolores. Tan concentrada estaba Lucía en el juego que, sin darse cuenta, perdió de vista al roedor y se internó corriendo entre unos arbustos que acabaron conduciéndola a una zona más profunda del bosque.

Lucía se sorprendió por el cambio. En aquel lugar los árboles habían dejado caer sus flores y mostraban sus frutos maduros de apetitoso aspecto, brillantes ante el sol del mediodía.

Ensimismada estaba la niña cuando tropezó con un bello y portentoso animal: Un alce grande y robusto, con enormes cornamentas. Miraba a Lucía con orgullo y altivez.

-¡Hola, Don Ciervo!-saludó Lucía.

-¡Oye niña, un respeto!- Se indignó el alce.- Que yo no soy un ciervo, sino un alce. Y no un alce cualquiera, soy el dueño de este bosque por derecho propio, siendo como soy el más sabio de sus habitantes.
-Vaya, perdón, señor Cierv… Alce.
-Hmpf. ¿Y qué haces tú aquí?
-Estaba jugando. ¿Conoce usted algún juego divertido?
-No tengo tiempo para jugar. ¿Es que todo tiene que ser juego?
-Pueeessss…-Lucía no supo como responder a esa pregunta.
-¡Esto es increíble! Que poca cultura. ¿Es que acaso no te preguntas sobre la naturaleza de lo que te rodea? Hay tanto por aprender y tan poco tiempo… Acompáñame y te enseñaré cosas sobre este bosque y sus habitantes.


Y así lo hizo. Lucía siguió al alce y aprendió a diferenciar entre el sauce llorón y el naranjo alegre, distinguió la ardilla voladora del ratón caedor, observó al peral sabio y contempló el alcornoque. Y muchas cosas más. Lucía se sintió feliz por saber.

-No tenía ni idea de que se pudieran aprender tantas cosas.- Se maravilló la pequeña.
-Y muchas más, niña, muchas más. Siempre que quieras, puedes seguir aprendiendo.- Le respondió el alce.

Pero Lucía no quería seguir aprendiendo, ya que prefería continuar su camino y creía que no tenía nada más que hacer en aquel lugar. Después de todo, pensó la niña, debe de haber un momento en que no necesites aprender más porque ya no te caben más cosas en la cabeza. Así que se despidió del alce y continuó su camino.

Y siguió caminando por un sendero entre la hierba. Y andando, andando le alcanzó el atardecer. La luz se tornó anaranjada, dando la impresión de que se convirtiera el bosque en mermelada de naranja. Entró en un claro bañado por el sol lindado por árboles lindantes que, perezosos, dejaban caer sus hojas marronáceas al suelo, formando una alfombra.

Echando un vistazo por los alrededores Lucía encontró una nueva criatura, medio cubierta por la hojarasca.

-¡Ahí va, un burro!- gritó encantada Lucía.
-¡Burro! Jamás me habían insultado de esa forma.-Se escandalizó el animal.- Soy una mula, y bien orgullosa estoy de ello. Esta juventud de hoy en día no respeta nada.
-¡Uf! Es que no doy una.- Rezongó Lucía para sí misma. Dirigiose entonces a la mula.- Perdone, Doña Mula, pues no era mi intención ofenderla, y estando usted cubierta por la hojarasca confundí su figura. Verá, me he perdido en este bosque y llevo ya largo rato buscando una salida. ¿Me podría ayudar?
-¿Y para qué quieres marcharte del bosque, si puede saberse?- Refunfuñó la mula mientras se sacudía el manto vegetal.- ¿Acaso no te sientes a gusto en mis dominios?
-¿Sus dominios? –Lucía se hallaba confusa.
-¡Claro que mis dominios! ¿A quién sino a su habitante más viejo puede pertenecer este bosque?

Lucía pensó que aquello tenía sentido. Mientras, Doña Mula seguía con su discurso:

-Marcharse del bosque, ¡Que osadía! ¿Acaso te ha dado por pensar en QUE podría esperarte FUERA del bosque?
-Pues no, pero…
-¡Claro que no lo sabes! ¡Nadie lo sabe! No conozco a nadie que haya visto el lindero del bosque y haya vuelto para contar que esconde el otro lado ¿Te lo puedes imaginar? Podría haber cualquier tipo de cosas, podría haber monstruos o… Cosas horribles, yo que se… ¡O peor aun, nada de nada! ¿Y ahí es donde quieres ir?

En realidad, tras escuchar las palabras del viejo animal, Lucía ya no estaba tan ansiosa como antes por continuar su camino, y así se lo comunicó a la mula, que asintió complacida.

Sin embargo, al poco de haber decidido que por nada se movería del claro anaranjado, comenzó a soplar un viento fortísimo, levantando remolinos de más y más hojas. De repente, los remolinos levantaron en volandas a Lucía y se la llevaron volando a toda velocidad, muy lejos del claro.

Cuando la jovencita aterrizó finalmente de culo, había anochecido. Se encontraba en un sitio desconocido. Seguía en el bosque, pero en una zona que en nada se parecía a las que había visitado con anterioridad. Las hojas y las flores habían desaparecido, dejando únicamente troncos desnudos retorcidos en inquietantes muecas. El cielo poblado de nubes impedía el paso de la luz de la luna, y en la oscuridad el viento soplaba entre las ramas de los árboles, dando la impresión de que manadas de lobos aullaban en la oscuridad.

De repente una sombra aleteante se apoyó en la rama del árbol más cercano con un sonoro graznido, dándole un susto tremendo a Lucía. La figura se inclinó hacía adelante, y un claro de luna entre las nubes iluminó su rostro descubriendo a un viejo y ajado cuervo.

-Perdona, pequeña.- Dijo el cuervo, con voz ronca.- No quería asustarte.
-Pues menos mal que no quería, que si no…-Respondió con enojo Lucía, recuperándose.- ¿Y quién es usted?
-Yo soy solo un viejo cuervo.
-Ah, ya veo.- Lucía todavía se encontraba resentida por el susto.- Y seguro que ahora me dirá que todo el bosque es suyo.
-Para nada, aunque imagino quien ha podido presumir ante ti de semejantes bobadas.- Sentenció el ave.- El bosque no pertenece a nadie y a la vez pertenece a todos, ningún ser tiene poder como para reclamarlo como propio. Y, a ver niña, tú no eres de por aquí, ¿Verdad?
-Pues no… Me he perdido.- Reconoció Lucía.
-En ese caso estarás deseando de salir del bosque ¿Verdad?
-Pues no… Tengo miedo de lo que pueda haber fuera.
-¿Y quién te ha metido semejante idea en la cabeza? No respondas, lo imagino. Mira niña, seguro que no quieres quedarte en este lugar para siempre, y seguro que tus padres estarán preocupados porque llevan todo un día sin saber donde te encuentras.¿No quieres reunirte con ellos? ¿Acaso no estás cansada de haber estado todo el día de un lado para otro entre los árboles?

Lucía reconoció que si, que se encontraba cansada de tanto bosque.

-Pues entonces nada, y menos tu propio miedo debería impedirte salir. ¿Qué puede haber ahí fuera que te dé tanto miedo? Te lo diré, nada que sea peor de lo que has encontrado aquí dentro. Que no te quepa duda, si quieres salir, no debes temer ningún mal de lo que haya fuera. Ahora te repito ¿De verdad quieres irte?
-Si, quiero irme.
-Hecho, pues.

En el acto el claro de nubes en el cielo se ensanchó, dando paso a la luz de la luna y las innumerables estrellas, que iluminaron el contorno de los árboles y revelaron un sendero que serpenteaba entre ellos.

Despidiéndose agradecida del cuervo, Lucía corrió hacia el sendero, dejando atrás los siniestros árboles. Y siguió corriendo hasta que pudo oír una cálida voz que la llamaba por su nombre y que le era muy familiar.

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