sábado, 2 de febrero de 2008

16.-Trece galaxias

Hacía un Sol de infarto y el calor no podía ser más insoportable. Bajo el Sol se encontraba Samuel, limpiando el terreno que había en frente de la casa de madera de sus padres de todo hierbajo, para luego poder cultivarlo de maíz o de patatas, algo que no fuera muy difícil de mantener…

Samuel había terminado su primer año de universidad y era la primera vez que empezaba un verano sin chicas y alcohol. No podía estar más agotado. Aunque llevaba todo el año diciendo que se iba a pasar el verano entero durmiendo, decidió finalmente optar por algo que no le provocara una atrofia muscular. Y así comenzó el verano, solo en aquella casa, aunque no duraría mucho, su mejor amigo y vecino Leo llegaría en dos o tres días.

Era alrededor de la 1pm cuando Samuel terminaba la limpieza. Entró en casa, se quitó la ropa y entró directo en la ducha. Tras el baño, salió de nuevo de la casa y se tumbó boca abajo en un sillón que se encontraba al lado de la puerta, a salvo del Sol gracias a unos toldos que, aunque viejos, cumplían bien su misión.

Rato después Samuel entró de nuevo en conciencia. Se había quedado dormido. Sin embargo, estaba tan a gusto que no abrió en ningún momento los ojos, se esforzaba en volver a quedarse dormido. Nada le molestaba. Absolutamente nada. Y fue ahí cuando se extrañó, pues no percibía ni siquiera el destello del Sol que se siente con los ojos cerrados. Abrió los ojos y se hallaba en una penumbra inquieta, en la que malamente se veía.

Estando en horario de verano, Samuel supuso que serían las 9pm aproximadamente, aunque le extrañaba haber dormido 7 horas de un tirón y sin despertarse. Entraba bastante apresurado a casa para ver la hora en el reloj de la cocina cuando resbaló con un trozo de tubería que había en frente de la puerta, cayendo hacia atrás sobre una plancha metálica que tapaba un agujero, probablemente hecho para arreglar las tuberías de la casa. Fueron pocos los segundos que necesitó para reincorporarse al darse cuenta de que la plancha estaba muy caliente, estado en el que normalmente se encontraba, pues recibía el Sol durante todo el día de forma directa. Demasiado caliente estaba aquella plancha para la luz que había. Samuel no sé lo pensó dos veces y miró al cielo. Un eclipse.

Se maldijo por haberse asustado y no haber mirado un segundo hacia arriba. A pesar de ello, sabía que debía apresurarse sino quería quedarse a ciegas completamente cuando el eclipse se completara. Entró a casa, encendió varias luces, se puso una chaqueta y cogió una linterna. Salió y se tumbó en el capó de su hyundai accent y se puso a observar detenidamente el eclipse.

Samuel no había observado nunca un eclipse, pero los que había visto en televisión no se parecían en nada a este. En el eclipse que Samuel presenciaba, la Luna parecía moverse como un péndulo, porque en ningún momento llegó a tapar completamente al Sol. Iba de un lado a otro, sin conseguir ahogar la luz solar completamente. Parecía como si no fuese lo suficientemente grande para ello. Samuel no sabía exactamente a qué se debía aquello, pero por lo menos se mantendría aquella penumbra y no se hallaría completamente a oscuras. Él tampoco sabía cuanto podía durar un eclipse, pero aquel ya iba por los diez minutos y se empezaba a aburrir. Bajó del capó del coche y encendió la linterna para curiosear a su alrededor.

Pero aquella linterna no alumbraba, o por lo menos no como debería. Cuando Samuel enfocaba al frente, quedando la linterna paralela al suelo, alumbraba muy débilmente. Para hacerse una idea, no conseguía iluminar, ni siquiera lo más mínimo, el tronco de un árbol que se encontraba a sólo tres metro de él, pero la bombilla se apreciaba encendida. En cambio, cuando enfocaba a la tierra la luz era impecable. Pero lo más curioso ocurría cuando dirigía la luz de la linterna al cielo. La linterna dejaba de alumbrar absolutamente.

Samuel miró al cielo y el eclipse seguía igual, con la Luna indecisa. Pero el cielo no. Nubes de pájaros huían del lugar y se perdían en el horizonte. A pesar de que eso le inquietó, lo que le hizo salir corriendo a la casa y coger las llaves del coche para salir lo antes posible del lugar fueron unas sombras circulares que aunque bien camufladas, divisó en el cielo. Samuel prefería hacerse la idea de que era el ejército el que le perseguía, porque aquello parecía en toda regla una invasión alienígena

Buscando las llaves del coche se trato de tranquilizar pensando que posiblemente le perseguían por las cerca de un millón de canciones que se podía haber bajado de internet a lo largo de su vida. Aunque pensó que con enviar unos agentes bastaba. Encontró las llaves debajo de un cojín, corrió a toda prisa y cuando se disponía a abrir la puerta, escuchó una fuerte explosión, que le hizo tirarse al suelo.

Pasaron unos 10 segundos en los que Samuel permaneció en el suelo, escuchando como caían escombros en su azotea. Luego se reincorporó, cogió aire, y abrió la puerta. Olía a quemado y no se veía muy bien, por lo que fue a coger la linterna, aunque sabía que de mucho no le serviría. Según fue avanzando en la penumbra, con la linterna apuntando en vertical al suelo, Samuel pudo ver confirmado lo que desde la puerta de su casa creyó ver. Su hyundai accent estaba destrozado. Tras un ataque de pánico que conseguía apagar poco a poco, se percató de que allí algo no andaba como debería, pues el coche estaba carbonizándose pero no había fuego alguno.

Samuel se acercó y enfocó la linterna hacia abajo justo encima del capó del coche. Al momento la soltó y esta, que era de plástico, empezó a derretirse. Allí había fuego. Encima del capó del coche, con ayuda de la linterna, Samuel había visto, en unas pocas décimas de segundo, fuego, fuego con el que cual se quemó y le obligó a soltar la linterna. Samuel llegó entonces a un razonamiento nada cuerdo, pero lo puso en práctica. Cogió del suelo una ramita bastante larga y la puso encima del capó del coche. Y se dirigió, bajo aquel cielo plagado de sombras, hacia los viejos toldos que había encima de la hamaca.

Samuel se anotó un punto. Averiguo el misterio, o por lo menos, algo de él. En el ambiente debía haber algún tipo de fenómeno natural que ahogaba las luces. Y este fenómeno debía proceder del cielo, ya que cuando la luz se protegía de él (enfocando la linterna en vertical al suelo, o poniendo el fuego a cubierto) dejaba de surtir efecto. Samuel acertaba en todo por ahora, excepto en lo de “fenómeno natural”.

Todavía no sabía que producía aquello exactamente, a lo mejor era algo normal en los eclipses, aunque aquel, que ya duraba cerca de media hora, no era muy normal que digamos. Por otra parte, no sabía que era lo que podía haber envuelto en llamas a su coche. Se hacía esta pregunta cuando entraba en casa y encontró unos prismáticos en la mesa del salón, debajo de él, había una nota.

“Escóndete de Luz Negra. Las 12 galaxias que te buscaban por todo el universo te han encontrado. Hemos llegado.”

Samuel cogió los prismáticos y, a través de la ventana, miró a la Luna. Pero, aquello no era la Luna. Se divisaban ventanillas y conductos tubulares por todo el objeto. Poco más se podía ver, ya que de aquel objeto manaba una luz negra sobrecogedora. Aquello parecía ser un platillo volante gigantesco. Samuel siguió mirando por los prismáticos intentando averiguar algo más cuando de repente dejó de ver nada, no por oscuridad, sino por una luz cegadora, que fue seguida de un gran estruendo. Bajó los prismáticos y delante de sí se hallaba un paisaje dividido. A la izquierda lucía la luz negra de la penumbra que había hasta ahora, pero a la derecha había una luz blanca más pura que la luz del Sol. Samuel marcaba, justamente, la línea que dividía el paisaje.

Miró al cielo, y la falsa Luna, a la que Samuel identificó como Luz Negra, se hallaba en frente de otro objeto mucho más vistoso, el cual desprendía una intensa y pura luz blanca que Samuel pudo contemplar perfectamente sin cegarse. Y todo aquello parecía estar relacionado con él.

Aquello no era precisamente la tranquilidad que buscaba.

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