domingo, 3 de febrero de 2008

1.-Sin título

-¡Eh tú!...¡Si tú! Escúchame, hay algo que debo contarte... ¡Maldita sea quieres mirarme! ¡Tu y tus amigos moriréis esta noche! Y yo seré quien os mate....

7 de Diciembre del 2007 16:45 horas.

El día se aplacaba sobre la granja de madera que quedaba a las afueras de Nassau, un condado de Florida limitado por la costa del atlántico. Las montañas que la rodeaban, rompían el paisaje bañadas por un sol en declive que cubría la tierra y el bosque de un cegador tinte dorado. La zona era tan tranquila como solitaria y únicamente podía escucharse el sonido de algunos pájaros que rompían a volar al percibir el ruido que emitía el motor del coche que se acercaba.
En el interior del Ford rojo, dos parejas de adolescentes vitoreaban y reían al ritmo de la música del porta CD’s. Se dirigían a pasar un fin de semana repleto de alcohol, juerga y marihuana en una vieja cabaña que un tal D.Sadboy les había alquilado por 40 dólares.
-Oye Jimmy ¿cuanto falta por llegar? Tengo hambre joder. –Dijo Lynette, la chica que se sentaba en el asiento trasero mientras jugueteaba con los dedos con el chicle que tenía en la boca.
-Según el mapa estamos a menos de cinco kilómetros. –Contestó Jimmy sin apartar la vista de la carretera polvorienta. –Eh Karl, dale algo de comer a tu novia ¿quieres?. –Ambos se rieron por el comentario.
-¡No seas bruto! –Le reprochó Rachel, la novia de Jimmy, con un pequeño golpe en el hombro.
Las risas continuaron hasta que por fin llegaron y aparcaron el coche a unos 200 metros de la cabaña, puesto que ésta quedaba situada por encima de una pequeña colina que se accedía a pie. Los cuatro se bajaron y estiraron las piernas, cogieron las cosas del maletero y fueron andando en dirección a la casa.
-¡¡¡Wooww!!! –¡Es genial tíos! ¡Mirad que pasada! –Dijó Karl emocionado dando vueltas sobre si mismo y señalando toda la zona. Se encontraban en mitad de un bosque frondoso, y las copas de los altos árboles tapaban el firmamento permitiendo la entrada de una tenue luz. Las hojas caídas del otoño adornaban el suelo como si fueran un manto multicolor con matices ambarinos y cobrizos. Sin embargo, eso no parecía agradar a Lynette, la cual seguía a su novio y a sus dos amigos subiendo por el terreno irregular, con su mochila a cuestas y a regañadientes. Al verlo, Karl volvió hacia atrás unos pasos y le ayudó con la mochila.
-Eh nena vamos.... ¿Qué te pasa? Creía que era lo que querías, un fin de semana juntos y sin tener que aguantar a tus padres.
-Ya lo sé Karl, es sólo que... es que esta no era mi idea de un fin de semana romántico.
-Vamos Lynette, ya verás que bien lo pasamos. ¡Eh! ¿quién es tu chico malo favorito? –Dijo dedicándole una sonrisa pícara, lo que hizo que su novia sonriera también.
-¡Esa es mi chica! –Le dio un beso en la mejilla y se adelantó corriendo hasta donde estaban Jimmy y Rachel, los cuales ya casi habían llegado al porche de la casa.
-Vaya, fijaos que antigua que es, ¿no estas acojonada Rachel?
-Que te jodan Karl. –Le respondió mostrándole cierto dedo de la mano.
Y así fue como Karl llegó corriendo y riendo hasta la puerta de la cabaña. Se metió la mano en el bolsillo de su tejano, extrajo la llave de hierro que les había dado el propietario y la abrió. Un fuerte olor a humedad fue lo primero que sintió. Pero no le dio importancia, enseguida se quedó maravillado por lo que vio. A diferencia de su aspecto exterior, el interior era todo de madera de primera calidad, las mesas, sillas, estanterías, la chimenea y las vajillas. Todo estaba pulcramente colocado y adornado, y no se veía ni el más mínimo rastro de polvo. En la cabaña no había luz artificial pero unos candelabros con velas encendidas, sumados al fulgor del fuego en la chimenea creaban un ambiente de lo más acogedor.
-Amigo...gracias por el detalle. –Murmuró el chico lleno de júbilo, pensando que aquel hombre se había comportado como un auténtico anfitrión preparándoles una confortable estancia. -¡Eh! ¡vamos entrar! Vais a alucinar. –Les dijo a los otros tres. Y entraron con prisas cerrando la puerta tras de sí.
Después de un buen rato inspeccionando la casa, contentos como estaban, excepto Lynette que seguía sin tenerlas todas consigo, deshacieron las mochilas y se vistieron con ropa cómoda. Escogieron que habitación sería la de cada pareja y ambas se encerraron en ellas haciendo el amor y disfrutando de su intimidad. Más tarde, cuando ya estaba oscureciendo, se encontraron de nuevo, prepararon la cena y la llevaron a la mesa. Comieron y bebieron entre chistes y más risas, para luego continuar fumando y bebiendo a medida que la noche reinaba implacable. Llegó un momento en que todos menos Lynette, habían sobrepasado de largo el punto de la sobriedad, ebrios como no lo habían estado en mucho tiempo.
-Oye Lynette.. -Dijo Jimmy más rojo que un tomate y sin articular bien las palabras. -¿Se puede saber que te pasa? Llevas un buen rato sin decir nada.
Ésta lo miró severamente, y luego miró al resto.
-Es esta casa, las maderas crujen de una forma muy extraña.
-Uhhhh...Las maderas crujen de una forma muy extraña.... –Repitió Karl en voz baja, no menos borracho que su amigo. Y al segundo los dos chicos y Rachel empezaron a reírse sin poder parar, soltando lágrimas, tronchándose y mofándose en gran parte debido a su estado.
-Capullos... –Masculló enojada, se levantó y con pasó firme se dirigió hacia su habitación cerrando la puerta de golpe, lo que hizo que escuchara nuevos crujidos en la casa, pero no les dio mayor importancia. Se acurrucó en su cama y lloró hasta quedarse dormida.

Fue un estruendoso ruido lo que la despertó en mitad de la noche, seguido de un grito escalofriante. Debía ser un sueño, pensó. ¿Cuanto rato llevaba dormida?, ¿tres? ¿Cuatro horas? Sus percepciones no eran claras, pues se encontraba en esa delgada línea que separa la realidad de la fantasía, cuando uno está punto de dormirse o se levanta de repente. Todo estaba a oscuras, pero no empezó a alarmarse hasta que deslizando su mano por las sabanas de la cama notó que su novio, Karl, no estaba durmiendo a su lado. Entonces se levantó tambaleante y fue andando a ciegas, palpando las paredes del cuarto hasta que halló el pomo de la puerta.
-¿Karl? –Dijo con voz temblorosa, apoyando su mano en la manilla y su cabeza contra la madera, como intentando escuchar lo que ocurriera en el salón. A lo mejor aún estaban de juerga y si era así, sí que iba a arrear un buen mosqueo.
Así que abrió la puerta y se encontró en mitad del lúgubre pasillo de la casa.. El olor que la invadió al instante fue repugnante, como a podredumbre y tuvo que taparse la nariz y la boca con una mano. El final del pasadizo, que torcía a la izquierda, quedaba iluminado sutilmente por una débil luz que seguramente provendría de la chimenea del salón, era lo único que permitía ver un punto de referencia para saber hacia donde andar.
-Karl vamos, no tiene gracia.. –Dijo tan quieta como asustada al ver que nadie le respondía. Poco a poco, fue dando pasos cautelosos hasta llegar al final del corredor. Y cuando la luz ya permitía ver algo mas, distinguió como las paredes ya no eran como antes. Algo las hacía diferentes entre la penumbra, acercó una mano para tocarlas y pegó un sobresalto. Se había pinchado, estaban recubiertas de alambres y para su desgracia, manchadas de sangre.
-Oh dios mío... Por favor ¡¿qué está pasando?! Gritó rozando la histeria, y dobló hacia la sala de estar, donde la visión más horrible de su vida la esperaba en forma de un escenario macabro. Todo el salón estaba cubierto de sangre y totalmente desordenado. En el hueco de la chimenea, yacía retorcido y carbonizado un cuerpo humano, a simple vista parecía ser el de Jimmy. Las llamas seguían chamuscando la carne haciendo que el olor de la estancia fuera aún más nauseabundo. Se quedó paralizada, no podía reaccionar, andar o pensar. El corazón empezó a latirle con fuerza haciendo que su ritmo cardíaco y su respiración aumentaran. En ese momento, Lynette torció la mirada y pudo ver con el rostro desencajado por el horror, como su amiga Rachel, estaba tumbada encima de la mesa, crucificada y clavada en la tabla con decenas de cuchillos en su cuerpo, su cuello estaba rebanado. Un grito de auténtico terror nació de la garganta de Lynette, y luego otro, y otro... No podía dejar de chillar, escandalizada se llevaba las manos a la cabeza y sus lágrimas se deslizaban por sus mejillas.
De repente dio otro brinco cuando algo le rozó la espalda. Al girarse muerta de miedo vio a Karl. De pié, junto a ella, estaba temblando y lleno de sangre..
-¡Karl! ¡Karl! – Le toco la cara. ¿Qué te ha pasado? –Dijo entre sollozos.
Éste la miró al borde de sus fuerzas y le dijo con voz débil y apagada.
-Lárgate... corre... corre lejos... –Justo acabar de decir eso, los alambres que habían en las paredes se extendieron retorciéndose en el aire y envolvieron el cuerpo del chico con rapidez, desgarrando su piel a tiras.
Lynette volvió a chillar, no podía hacer nada, puesto que nada tenía sentido, el miedo era demasiado intenso. Dio un paso hacia atrás y se cayó de espaldas contra el suelo, negando con la cabeza mientras veía como su novio era descuartizado, ahogándose entre sus propios lamentos.
No había tiempo que perder, pensó en un atisbo de lucidez. Se levantó con un terrible esfuerzo y corrió hacia la entrada de la casa. Pero cuando fue a abrir la puerta, estaba atascada, no cedía.
-¡Vamos joder! ¡Por favor por favor! –Rogó llorando sin dejar de intentar maniobrar el pomo.
En su cabeza retumbaron unas palabras que parecieron provenir de lejos, aunque sonaron con fuerza, transmitidas por una voz cruel y furiosa.
-¡Mírame, mírame!
Atemorizada se dio la vuelta lentamente, no vió a nadie, pero para su sorpresa y angustia, todo lo que había en el salón había cobrado movimiento; los cuchillos flotaban en el aire, los alambres se movían danzantes por la sala, las sillas daban vueltas sobre si mismas y el fuego de la chimenea crecía y crecía, mostrando unas llamas que parecían proceder del mismísimo infierno.
-¡Esta es mi verdadera forma! ¡¿Ahora si puedes oírme perra?! –Era la casa, encolerizada y diabólica quien le hablaba.
Lynette, a punto de enloquecer, se dio cuenta que estaba ya perdida. Y entonces solo sintió dolor, luego todo se volvió oscuro...

En las afueras de la cabaña, un hombre encapuchado permanecía de pie a escasos metros de ésta, observando con detenimiento. Sonrió con malicia y luego echó a andar colina abajo, sin inmutarse mientras unos gritos torturados quebraban el frío silencio del bosque...

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