viernes, 1 de febrero de 2008

3.-La carta

No te preocupes. Pronto volveré. No te dejaré sola con ello. Te quiero.

P. D. Estaré unos días cuidando de mi padre.


Firmé la carta y me la guardé.

Pasaban las horas lentamente. Tenía ganas de terminar mi jornada. ¡Oh Dios!, la nieve no paraba de amontonarse. ¡Otro día que me tocaba estar 1 hora más despejando los alrededores de mi tienda!. ¡Qué fastidio!.
Depronto vi una silueta a través de los cristales traslúcidos que me resultaba famliar. Cerré los ojos y deseé que no hubiera nadie. Los abrí y ahí entraba. Siempre sucede lo que no queremos.
-¡Buenos tardes!-dije con ilusión fingida.
-¡Hola!, quisiera las barras que le encargué- dijo esbozando una estúpida sonrisa. Llevaba un sombrero que le tapaba el rostro. Vestía con ropas araposas para ser de su posición social elevada. Siempre llevaba aquel chaleco ocre, odiaba que lo llevara. Sin darme cuenta me había quedado mirándole fijamente.
-Sabe, estoy un poco triste por mi mujer. Luego están mis padres, sobre todo mi padre. Tengo que vigilarsle demasiado. Y este frío invernal no ayuda nada con su artritis.

¡Oh! ¡pobre imbécil! así que el también tenía problemas...
-Y en cuanto a mi mujer- prosiguió- ..bueno ya sabe, aún es mi no...
-Aquí tiene-le interrumpí- son 10 rublos - dije mientras le acercaba las barras de pan.
-Tóme. ¡Qué cara está la vida! Recuerdo que en mi tiempo de soldado....
Hablaba y hablaba. Lo único de lo que podía enorgullecerse aquél individuo era de ser el portador de aquel chaleco. Me resultaba familiar. bueno yo fúi soldado hace tiempo y el respeto por esas vestimentas nunca se pierde aunque se lo veas a alguien que lo porta y ni siquiera sabe por qué.
-Recuerdo una tarde-seguía hablando-era un día frío como hoy...
No le escuchaba, ni me molestaba en darle a entender que lo que me decía no me importaba.
-Tengo que recoger unas cosas- le espeté.
-Ah, vale, señor. Yo he de irme también, acabo de recordar que tengo que ir a un sitio.
-¡Adios!- dije en tono grave.
Por fin se había ido. Depronto me vino a la cabeza lo del chaleco, ¿de qué me sonaba?, yo tuve un chaleco...
Corrí hacia el arca donde guardaba mis objetos personales, los que me daban mi identidad. Abrí la tapa, revolví mis bártulos y... Sí, yo también tuve uno...
Me dirigí rápidamente hacia la puerta y salí. No me importaba aquel aire gélido que me golpeaba como si se tratara del batir de mil gaviotas.
¡Ahí estaba!. El hombre al que acababa de atender.
-¡Disculpe!- grité, estaba raramente cansado y agitado.
-¡Por favor!- dije a media voz.
El individuo se dió media vuelta. Me miró con esos ojos invisibles debajo de aquel sombrero negro, mientras un hombre de avanzada edad muy bien abrigado y de aire elegante caminaba despacio hacia nosotros.
-¡Has vuelto!- dijo aquel anciano.
-Te dije que volvería- contestó el del sombrero.
Mis visión empezó a perder la nitidez normal. Me sentía mareado. Caí de rodillas hacia delante debido a mi propio peso.
Oía disparos, no podía dejar de percibirlos. Después gritos. venían de todas direcciones pero procedían de una única persona. Gritos muy agudos en un ambiente gélido, los sentía comos cuchillos clavándose en mis oídos.
Salía de mi un liquido muy caliente a borbotones.
Sangre.
Intenté incorporarme. Las figuras que estaban a mi lado se iban alejando cada vez más, tornándose a sombras.
-Es...per...-dije quedándome sin aliento.
-¡Padre!..¡Ah!.-el dolor era muy intenso, recorría todo mi cuerpo. Como pude miré hacia atrás. No vi nada pero sabía quién estaba ahí. Me gustaría haerlo evitado. Perdóname, soy un imbécil.
Estaba helado, no sentía mi cuerpo. Volví a mirar hacia atrás. Malamente pude ver que mi tienda estaba cerrada con candados y cadenas. Al lado yacía un cuerpo femenino ensangrentado. Empezaba a recordar...
-Te amo-susurré- te dije que no te dejaría sola, soy un imbécil.
El dolor disminuía, la oscuridad se adentraba. Luego nada.

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