sábado, 2 de febrero de 2008

17.-La lágrima perdida

Ventanales almibarados. Sabor a perfume. El pez luna.

En mi ensoñación salgo de un pasadizo clónico para adentrarme en otro siguiendo a mi propia sombra. Voces en mi cabeza susurran en lenguas extrañas que no me detenga por nada, y que no mire nunca atrás.

Otro pasillo que cruza, como cientos antes, sin marcas ni señales. Ninguna diferencia que pueda indicarme el camino correcto. Mi sombra toma el de la derecha y la sigo como un autómata sin voluntad.

Avanzo un pie, luego otro. Mi mirada vacía se pierde en el pasadizo sin fondo hasta que otro se cruza y se repite la escena. Volvemos, mi sombra y yo, a elegir el de la derecha.

Entonces veo la luz que entra por los altos ventanales a una distancia que me parece infinita, y comienzo a recordar. Recuerdo los guantes manchados de sangre, el sonido de la electricidad, el olor a hierba fresca. Recuerdo la puerta de acero y la sombra que ríe. El sabor a perfume tras un beso de despedida y la tinta china que describe una vida no vivida. Recuerdo una lágrima perdida y una caricia olvidada, una canción de cuna prohibida.

Al fín he llegado y la sombra ha quedado atrás. Ahora incluso las voces se apagan, temerosas. El alto ventanal me ciega a la vez que llena de promesas mi futuro inmediato. Avanzo, un pie tras otro, cada vez más deprisa. Ya no camino, ahora corro.

Cristales cortan mi piel, marcando mi nuevo destino. De repente me siento volar. Vuelvo a ser feliz. Y libre.

El pez luna me observa y llora.

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