sábado, 22 de marzo de 2008

FdC.-Kedada sangrienta

El grupo llegó al club bien avanzada la madrugada. Habían estado bebiendo, comiendo y en algún pub intentando “pescar” a alguna hembra. Lógicamente es difícil ligar cuando cinco tipos borrachos, que se acaban de conocer gracias a una kedada foril, se creen los dueños del garito. Así pues, Alex, Javi, Jorge, Ángel y Adolfo, decidieron ir a satisfacer sus apetencias sexuales al club Cobra´s. Un puticlub que conocieron gracias a un panfleto que les dio alguien en la discoteca.

El parking estaba prácticamente vacío, cosa que les hizo pensar que estaría cerrado. Un sábado no era normal aquello. No obstante, el edificio era impresionante: cinco plantas construidas en un estilo demasiado barroco para ser lo que era. A saber cuantas prostitutas trabajarían allí. En la puerta no había “segurata” por lo que decidieron entrar sin ser invitados. El lugar tenía una especie de hall con un mostrador en el que había un timbre. Javi lo tocó y al momento salió una mujer algo mayor de detrás de unas cortinas. Era la madame.

Ésta les dijo que aquel sitio no era un club normal. Allí se podían satisfacer las necesidades sexuales de cualquier persona, por muy retorcida que fuera. Cada planta era diferente a las demás y tenía una temática. Ella les acompañaría planta por planta y ellos podrían quedarse con lo que más les gustase. Todos aceptaron y la mujer abrió una gran puerta que quedaba a la izquierda del mostrador. Tras ella había un gran pasillo que terminaba en unas escaleras de caracol. La decoración era muy extraña: el pasillo estaba cubierto por una gran moqueta roja aterciopelada, mientras que las paredes estaban pintadas del mismo rojo carmesí. Los muebles de madera que lo decoraban tenían pinta de ser antiguos y caros, al igual que las grandes lámparas doradas o los candelabros de oro. Es difícil explicar el tipo de género al que pertenecía esa decoración: parecía obra de un bujarra rococó.

Los amigos avanzaron siguiendo a la madame hasta el final. Ésta se paró al lado de una puerta y dijo que esa era la zona de la zoofilia. Jorge nunca habría atravesado esa puerta en un estado normal. Pero desde que entraron en aquel pasillo algo sucedía. Una especie de fluidos aromáticos nublaban los sentidos de los muchachos que parecían zombis siguiendo a la señora. Ninguno se extrañó cuando Jorge entró. Al contrario, siguieron a la mujer cuando les invitó a subir.

Lo que Jorge vio tras aquella puerta le impresionó. La habitación era una especie de cuadra con varios animales atados: perros, gatos, cabras, ovejas, gallinas, una burra, un caballo e, incluso, un cerdo. Recordó entonces aquellas tardes en la granja de su abuelo y como disfrutaba con Dolly. Parecía que todos los animales le sonreían, pero él tenía claro lo que quería: siempre quiso cepillarse a la burra de su abuelo. El animal estaba de espaldas, por lo que se encaminó hacia ella, se bajó los pantalones y se dispuso a penetrarla. En ese momento el caballo se desató y se tiró a por él. Lo coceo tirándolo al suelo y lo dejó en posición fetal, cosa que aprovechó para penetrar a Jorge. Le desgarró un ano por el cual comenzaron a salir las tripas y vísceras. El caballo relinchaba como un loco mientras el hombre moría. Al menos en su cara se dibujó una sonrisa.

La segunda planta se abrió a sus ojos como un laberíntico nido de putas depravadas. De todas partes asomaban ojos ávidos, no se sabe de qué. Pero Adolfo, al que todos llamaban Fito se paró, contempló a una de esas extrañas y silenciosas chicas, y fue en su búsqueda.

La madame le dio el alto:

—No te lo recomiendo —le dijo midiéndolo con mirada lasciva, era un chico realmente atractivo— esa de allí es más acertada.

Fito estaba embriagado por aquel aroma que les arropaba por todos lados. ¿Marihuana? Podía ser, en cualquiera de los casos, llevaban diez minutos en ese antro y tenía la sensación de haber perdido cinco en gilipolleces, así que allí se plantó ante la puerta que señalaba la zorra de parque Jurásico esa de la madame. Entró sin pensárselo. Cuando se entornó la puerta se le hizo la picha Pepsi cola… ¡Vaya jacas!, pensó. Cuatro chicas le esperaban con mirada sugerente y escotes imposibles. Los tangas le deslumbraron al momento. Eran poco menos que un hilo de tela que desprendía luz propia. O no. Pero no podía quitar la vista de aquellos cuatro puntos cardinales que deseaba percutir lo más rápido posible.

—Acércate aquí nene —le soltó la primera meretriz. Tenía unos ojos rojos inyectados en sangre de los que no se percató Fito.

Él sólo miraba los tangas, y a veces alternaba subiendo la mirada a las tetas. Cuando se estaba bajando la bragueta unas sombras rodearon a Fito por todos lados.

—Mira que sois raritas la hostia, pero estáis como un puto tren de cercanías.

—Fito… —le llamó una de ellas— ¡Te quedas sin pito!

Después de esto, las sombras se materializaron en otras cuatro hembras que también estaban como panes. La primera puta samurái le cercenó el pene y se lo comió. Las dos siguientes cortaron con sendos mandobles los dos brazos de Fito empezaron el banquete, la última dio una pirueta cojonuda y cuando aterrizó en el suelo le dio una patada a la espada y se clavó en el ojo derecho de Fito.

Risas demenciales llegaron hasta los oídos del resto de la compaña mientras subían a la siguiente planta.

Por fin se habían librado de aquellos plastas, coñazo tío los mendas, pareja de gorrones, se estiraban menos que el portero de un futbolín, mucho tirarse el moco de “somos gente de taco”, pero no metían mano al bolsillo ni pa sacar los klinex.
Cuando ante la tercera planta, Ángel vio un cartel que decidía “la maextra” empezó a salivar de mala manera y dijo “aquí me quedo”. Abrió la puerta y penetró en la estancia. Ante él se mostró una jamona morenaza de buen ver y mejor palpar en uniforme de Waffen SS, suponiendo que semejante uniforme consistiera en liguero y transparencias.

“Tú me enseñas lo que sabes y yo te enseñaré lo que sé”, le dijo con una sonrisa en la cara que hizo que al muchacho le decayese el ánimo y la erección. Le plantó frente a un encerado y comenzó a dictarle un texto.

Ángel comenzó a asustarse de verdad cuando percibió el ruido de la motosierra que rugía a su espalda y que la execrable mujer manejaba con soltura. “Aquí ante las faltas de ortografía y sintaxis cortamos por lo sano”.

La motosierra rugía y la tiza chirriaba en la pizarra. Con el primer error la motosierra le cercenó la pierna derecha. Llegar a la pizarra era una tarea dificultosa y escribir en semejante postura no facilitaba la labor. Confundir un diptongo con un hiato hizo que nuestro protagonista estuviera a la altura correcta de la maestra como para practicarle un cunnilingus, pero no parecía que ella fuera a conformarse con tan poca cosa.

“Por torpe ahora tendrás que escribir en el suelo con tu propia sangre”. Dos errores más y el muchacho se quedó sin brazos. “Tronco ahora tendrás que escribir con la lengua”.

Llegó el error definitivo y la motosierra se acercó a su garganta. “¿Sabes por qué este garito se llama el Cobra´s? Porque aquí el cliente siempre recibe. Por una vez Ángel se quedó con la palabra en la boca y sin poder añadir nada a lo dicho.

Tres habían elegido ya su apuesta. Por su parte, Javi, pasaba bastante del tema. A fin de cuentas ¿quién quiere sexo si tiene un buen libro a mano? Así que ni corto ni perezoso se arrimó a la madame y le dijo:

- ¿Tienen biblioteca?

La mirada de la madame le traspasó de lado a lado.

- Te va lo rarito ¿eh? – dice.
- No, señora. Yo solo quiero un libro mientras espero a que estos terminen con lo suyo.
- Está bien. En ese caso, entra aquí. La bibliotecaria te atenderá.
- Vale, gracias.

Entró y miró la gran sala cubierta de libros de arriba abajo. Un paraíso, una maravilla, el edén de cualquiera a quien le guste leer. Empezó a repasar los títulos de los libros acariciando los lomos de algunos de ellos. No pudo evitar sentirse totalmente verraco ante su visión y contacto y por primera vez se arrepintió de que no hubiera nadie con quien compartir fluidos.

Justo entonces le llegó una voz.

- ¿Busca algo en concreto?
- Ehhhh, no, nada en especial – respondió volviéndose.

La que le hablaba era una anciana, arrugada como una ciruela claudia y gorda como un barril. Toda ella despedía un olorcillo rancio a libro viejo y su piel parecía tener la textura del pergamino. Simplemente, era perfecta para él. Y ella parecía darse cuenta. Le tomó de la mano y Javi la siguió como un colegial. Cuando llegaron a la mesa, la vieja le soltó y se desnudó. Se tumbó sobre ella, desparramando sus pechos y grasas por los laterales, entreabrió sus piernas de forma imposible y dijo:

- ¡¡CÓMETELO!!

Obediente, Javi se bajó al pilón y fue entonces, demasiado tarde, cuando vio que la orden no era para él. Enormes dientes se habían desplegado en una triple fila y la enorme vagina se abrió para arrancar y engullir la cabeza del pardillo incapaz de reaccionar. El cuerpo cayó al suelo y un eructo de satisfacción se oyó en todo el local:

- ¡¡BROUARGH!!

Alex se había escabullido hacia los servicios de la última planta. Cuando bebía no conseguía ponerse a tono y necesitaba un momento de contemplación. Entró en los urinarios y dejó que la puerta se cerrase mientras escuchaba a la madame susurrar su nombre. Se dispuso a echar una larga y placentera meada en el urinario de la pared cuando observó que estaba totalmente cubierto por una bolsa blanca, así que se giró y se metió en el reservado. Entonces escuchó los gritos de Jorge.
-Cabroncete con suerte. Pensó.
Apoyó su mano en la pared para mantener la estabilidad y empezó con la tarea. Un momento después escuchó algo parecido a golpes de metal. Parecía un puticlub muy especial, siempre había querido meterse cocaína sobre la vagina rasurada de una puta. Empezó a sentirse bien. La meada se alargaba cuando escuchó algo mecánico y unos chillidos. Alex recordó la última vez que su exnovia lo engañó para meterle el vibrador por el culo y pensó… -No sonaba tan estridente. En ese momento escuchó el sonido del plástico al moverse. Suave, despacio, en golpes secos. Acto seguido un rugido gutural que parecía provenir de los cimientos del edificio.

Quería darse la vuelta, pero era una de esas meadas interminables. Consiguió girar la cabeza para mirar el urinario de pared cubierto con el plástico y observó como algo goteaba por la pared.
-No sé si existe el infierno, pero estoy seguro de que huele así. Dijo con una risa nerviosa.
-No te equivocas…
Por fin terminó la meada y se dispuso a abrocharse para salir de esos servicios cuando escuchó otra vez el plástico moverse. Se giró lentamente y observo como el líquido, que parecía ser una mezcla de tonos rojos claros y blanco, cubría toda la pared. En ese momento, y sin apenas darse cuenta, el plástico se rompió y una cabeza salió disparada contra su cara, dejándolo sentado en la taza. Luego otra más que le golpeó en la boca del estómago, y otras dos más. Cuando consiguió limpiarse ese líquido hediondo de los ojos observó las cabezas de sus compañeros de borrachera en el suelo.
-¡Hostia puta!
Del urinario de la pared empezaron a surgir tampones y compresas usados que comenzaron a adherírsele a la piel. Sintió un millón de pinchazos en todo el cuerpo, luego como se le secaba la boca, la lengua, la garganta, justo antes de perder el conocimiento observó…

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