domingo, 3 de febrero de 2008

18.-Ausencia

Amor mío, amor… ¿dónde estás? ¿Quién te ha alejado de mi mirada? ¿Es acaso la traicionera noche la que te oculta a mis ojos? No. Selene brilla en lo más alto y tiñe de plata la ciudad. Y sin embargo, no te veo. Un mal presagio se cierne sobre mí y un dolor negro crece y socava mi alma como un cáncer.¡Quién osa interponerse entre ambos apartándote de mí! Las penas del Tártaro recaigan sobre ellos y sus almas vaguen sin hallar la paz por toda la eternidad.

Amada mía… por más que me esfuerce en escudriñar el horizonte, sólo alcanzo a descubrir tu vacío. La soledad me golpea súbita, con la furia de un océano embravecido y una tristeza sin fin acecha pronta a desplegar las velas y conducirme a los puertos de la locura. Sin ti, sin tu presencia, no soy nada. ¡Oh, Parcas! ¿Qué pecado cometí para que me castigarais de este modo? ¿A qué cruel afrenta os sometí en el pasado para que os venguéis negándome a mi amor?

Escuchadme, ancianas. Cautivo en esta cárcel de piedra, víctima de la mirada de la Gorgona, mi corazón es una fragua que ruge de pasión por ella. Decidme, ¿dónde está? Calláis. Ah, ingratas, viejas marchitas y estériles, ¿adónde la habéis conducido celosas de mi amor por ella? Mas, ¿qué es esto? Los vientos del verano me traen su perfume de tierra, frutos maduros y grano dorado. Ved cómo mi deseo se aviva y arde como las mieses en un estío implacable y voraz. Me consume y devora bajo mi helada superficie como la ardiente lava al glaciar. ¡Oíd! Ella es mía, sólo mía y no me la podéis arrebatar. ¡Os lo prohíbo!

Amor, que mis palabras lleguen a ti de la mano de Argestes. Anhelo tu presencia, estar junto a ti, saciar mi sed en tu boca, colmar mi hambre en tu cuerpo, ser uno contigo, mas sometido al caprichoso hacer de un falso Pigmalión nada puedo hacer por estar junto a ti. ¡Perdóname! Impotente, contemplo mi tiro de hipocampos congelado en un escorzo imposible de belleza e inmovilidad, prisionera su naturaleza salvaje para regocijo y placer de los veleidosos mortales, incapaz de llevarme hasta ti. ¡Dioses! ¡Hermanos! ¡Ayudadme!

Convertido en percha de palomas y gorriones, adornada mi divinidad con sus excrementos, lloro tu ausencia con lágrimas que el rocío del amanecer me regala piadoso. Amor mío, amor mío, amor mío…, siento que mi alma se desvanece con las primeras luces del alba. La ciudad entera despierta y se mueve a mi alrededor, inundándome con sus ruidos. Pasos apresurados, pasos lentos, pasos… Los hijos de Prometeo alardean inconscientes ante mi persona, ciegos a mi dolor, a mi amor sin límites. ¡Malditos!¡Malditos!¡Malditos! La venenosa hidra de los celos se enrosca en torno a mí y clava sus ponzoñosos dientes en mi muda garganta. Ellos, miserables herederos de Pandora, pueden buscarte, alcanzarte, verte, admirarte. A ellos se les concede lo que a mí se me niega. La esperanza. Cruel designio el que nos ha sido impuesto, amor mío.

¡Oh, Júpiter poderoso! Apiádate de mí, hermano, y concédeme un único y último deseo. Nada es suficiente pago, no hay sacrificio que no esté dispuesto a arrostrar. Te ofrezco mi divinidad, mi inmortalidad por verla una vez más, por acariciar su rostro, por susurrarle al oído el nombre que para mí lo es todo: Cibeles, Cibeles, Cibeles.

No hay comentarios: