viernes, 1 de febrero de 2008

9.- Los torgos



- El día había amanecido gris plomizo. Salí rápidamente a la calle. Llovía y yo había olvidado mi paraguas. ¿Qué me estaba pasando?¿Cómo había llegado a aquella situación?

El policía miraba asqueado al viejo sin-techo que no dejaba de repetir una y otra vez la misma historia, utilizando exactamente las mismas palabras una y otra vez, cómo si estuviera atrapado en un bucle. Hasta el agente se la sabía de memoria. Ahora el anciano se levantaría de la silla, se arrodillaría junto a ella y diría: “Los torgos habían vuelto y estaban robándome los recuerdos, la memoria. Me querían para ellos...” y así lo hizo.
El agente Suárez pasó por el pasillo junto a ellos mirando la escena, divertido, y riéndose desapareció en dirección a las máquinas de café y pastas.
El policía maldijo a Suárez, al sin-techo, al papeleo que se acumulaba sobre su mesa y a su padre, que le había obligado a ser lo que era, a seguir una tradición familiar que no podía –ni debía- romperse. Ser policía había sido su destino desde el día en que nació.
Ahora era un tipo amargado, hastiado, sin ilusiones desde que le había dejado su mujer hacía ya tres años. Se limitaba a dejar pasar las horas frente a su escritorio, escuchando las desgracias de los demás y rellenando formularios a los que ya no encontraba ningún sentido. Hacía cuatro años que le habían retirado de la calle y le habían asignado a oficinas. Justo cómo venía pidiendo su mujer desde que tenía memoria, y luego la mala puta, cuando consiguió lo que quería, le dejó.
Aquellos recuerdos le martirizaban día y noche, haciéndolo cada día que pasaba más miserable. Se estaba apagando y no le importaba una mierda.
El sin-techo posó una mano sobre su rodilla y le sacó de sus amargas reflexiones. Se había callado al fín. Rápidamente el policía le apartó la mano, asqueado, y repitió por enésima vez, decidiendo que si ésta vez no le sacaba nada coherente lo devolvía a la calle, al frío y la nieve que caía sin cesar desde hacía dos semanas:
- ¿Quiere poner una denuncia a los chicos que le han pegado?
El viejo le miró sin decir nada, su cara hinchada y amoratada, los ojos inyectados en sangre, la barba entrecana cubierta de porquería y barro. Entonces sonrió y dijo:
- Los torgos vendrán a por tí y te harán olvidar, sí. Cómo hicieron conmigo, sí. Te robarán tu vida de mierda y tus asquerosos recuerdos. Vendrán y te llevarán y te darán una nueva y entonces serás feliz otra vez.
Y entonces se rió y volvió a la historia de siempre.
El policía se levantó y sin moverse de allí pidió a dos compañeros que se llevaran al viejo loco de nuevo a la calle. Aquél asunto le había hecho perder dos horas.
Volvió a sentarse en la silla y observó con detenimiento las tres pilas de papeles que descansaban en el escritorio. Se quedó así durante unos quince minutos. No lograba recordar dónde se había quedado.
Restándole importancia decidió ir a por un café y despejarse un poco. Luego volvería y seguiría con el papeleo. Cuando llegó frente a las máquinas decidió sacarse una pasta de crema y se olvidó del café, pero se dió cuenta de que no llevaba calderilla encima. Otro agente se acercó hasta allí y preguntó mientras introducía una moneda en la ranura de una de las máquinas:
- ¿Cómo va la noche?
Sabía que lo conocía desde hacía muchos años, pero no lograba recordar quién era. De repente se sentía mareado y le costaba pensar. El tipo que tenía delante le miraba y su rostro mostraba preocupación.
Ojeó a su alrededor y se percató de que no sabía dónde estaba. El policía estaba detrás de una mesa llena de papeles y él estaba sentado enfrente. Se sentía mojado y sucio, y además le dolía la cara. Entonces empezó a contar su historia:

- El día había amanecido gris plomizo. Salí rápidamente a la calle. Llovía y yo había olvidado mi paraguas. ¿Qué me estaba pasando?¿Cómo había llegado a aquella situación?

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