lunes, 4 de febrero de 2008

10.-El Castillo

…Marco despertó en mitad del bosque de pinos. Habían pasado unas horas desde el mediodía y no hacía demasiado calor. Se incorporó y comenzó a andar ladera abajo hasta que vio una valla de alambre y, detrás, un campo verde claro, con flores enormes de pétalos rosas. Miró hacia ambos lados y no consiguió divisar el final del vallado. Decidió saltarla para correr por el campo de flores y se dio cuenta de que después de este campo había otra valla, también de alambre, pero mucho más alta.

Se quedó un rato pensativo, observando las flores. Eran como las que veía en las películas de dibujos animados que su padre le ponía en la televisión cuando quería mantenerlo ocupado. Cruzó hasta la siguiente alambrada y miró hacia arriba. No resultaba difícil de escalar, pero una caída desde aquella altura podría magullarle. Aun así, Marco subió por la segunda alambrada. Al otro lado se escuchaban voces que le resultaron familiares. Cuando estaba en lo alto, vio una escalera gigantesca que recorría la alambrada, bajando de derecha a izquierda. Tenía el aspecto de roca lisa, de color crema. Los escalones eran casi tan altos como él, así que se aproximó a la parte más alta y se dejó caer. Quedó sorprendido al notar que la roca era blanda y amortiguaba la caída.

Marco dio un último vistazo al campo de flores. Era muy bonito, pero bastante aburrido. Así que echó una ojeada a lo que había a continuación. Bajando de la escalera gigante, a la derecha, había un árbol enorme de grandes ramas que se alzaba solitario, ofreciendo una gran sombra sobre un descampado. Las voces le llegaron aún más claras. Miro con detenimiento y descubrió que, en el llano, estaban sus compañeros de clase. Hablaban con un personaje bastante curioso, que balanceaba los pies, sentado sobre una de las ramas del árbol.

Bajó de las escaleras y se acercó a sus amigos dando gritos.
-¡Eh! ¿Cómo habéis llegado aquí? – Preguntó Marco.
-Hemos venido con la clase para ver El Castillo. – Le contestaron sus compañeros.
Marco los miró un poco extrañado, pues no había más de siete niños junto al árbol, y su clase contaba con veintiocho.
-¿Dónde están los demás? – Preguntó.
-Han ido con los profesores a El Castillo. Pero nosotros nos hemos quedado aquí, hablando con este Señor.

Marco se acercó despacio al árbol y miró a la rama donde estaba sentado el hombre del que hablaban. Lo primero que le sorprendió fueron las ropas. Llevaba un sombrero como el de Robin Hood, con su pluma, pero era marrón oscuro. Vestía ropas de la Edad Media del mismo color que el sombrero, y parecía un personaje simpático.

Mientras lo miraba con incredulidad, el personaje se dejó caer hacia atrás y dando una voltereta se posó de pie, delante de los niños. Todos aplaudieron y rieron al verlo. Marco, en cambio, miró más hacia su derecha, de espaldas a la escalera. Era impresionante. Como él siempre había imaginado que serían los castillos. Piedra gris azulada, torres altísimas que terminaban en tejados rojos en forma de cono y, delante de Él, un enorme jardín que dibujaba innumerables pasillos, formando un gran laberinto.

No llevaba mucho tiempo mirando cuando el personaje del árbol le habló.
–¿Cómo es que llegas tan tarde? Tus amigos vinieron hace bastante tiempo. De hecho, algunos ya han ido a ver El Castillo. – Le dijo.
– Creo que me quedé dormido en el bosque de pinos que hay tras las dos vallas. – Contestó Marco.
– Entonces, ¿no has entrado por la puerta como los demás?
– No. He saltado.
El hombre del árbol lo miró distraído.
– Mejor. Así habrás podido ver el campo de flores. Ellos han pasado por la puerta y ni siquiera lo han mirado. Algunos, incluso han seguido directos a El Castillo sin siquiera decirme hola.

El resto de los compañeros de clase de Marco recordaron el motivo de su visita y decidieron irse a verlo.
Marco se quedó junto al árbol con el hombre extraño.
-¿Me puedo subir yo también? – Le preguntó.
-Te diría que no. Pero viendo las dos vallas que has saltado creo que no tengo de qué preocuparme. ¡Adelante!

Así que Marco comenzó a trepar por las ramas hasta el lugar donde aquel hombre estaba sentado antes. Pero, cuando estaba a punto de alcanzarlo, comenzó a sentir vértigo y decidió pararse en la rama anterior. El hombre lo miró divertido y dijo.
-Buena elección. Me gusta mucho esa rama. Pero me gusta más la siguiente.

Marco, extrañado, decidió preguntarle.
- ¿Qué haces aquí?
- Me subo por las ramas.- Le contestó.

Marco no sabía sin hablaba en serio, estaba bromeando o, sencillamente, no tenía ganas de decirle qué es lo que hacía allí. Así que decidió dar las buenas tardes, bajarse del árbol y marcharse. Cuando caminaba hacia el jardín que había antes de El Castillo el hombre del árbol le gritó.

-¡No olvides ir pronto a visitar El Castillo! ¡Cuando se haga tarde tus compañeros volverán y te quedarás sin tiempo para verlo!

A Marco no le gustaba mucho que le dijesen qué tenía que hacer. Así que decidió explorar el jardín por su cuenta.

Era un jardín un poco oscuro. Estaba hecho de unos árboles muy frondosos que él no conocía y que formaban paredes bastante altas. Marco intentó atravesarlas, pero las ramas eran duras y le hacían daño. Así que decidió usar su técnica secreta para atravesar laberintos. Si todos los demás escogían la entrada principal era su problema. Marco había saltado las vallas y había visto el campo de flores. Ahora entraría por uno de los pequeños pasillos y exploraría a fondo el jardín.

Su técnica era bastante sencilla. Sólo tenía que girar a la izquierda en todos los cruces. De esa manera nunca se perdería. No estaba muy seguro, pero se la había explicado un chico mayor del colegio que sacaban muy buenas notas. Marco miró su muñeca.
-La izquierda… - Recordó. Y se adentró en uno de los pasillos del jardín, mirando su reloj y teniendo cuidado de no equivocarse.

Anduvo por los pasillos hasta que vio una salida a la derecha con un espacio abierto y una fuente que tenía una estatua en el centro. Echo un vistazo rápido y decidió que no le interesaba. Se disponía a marcharse cuando oyó cantar a una mujer. Se detuvo a escuchar y decidió entrar en el claro de la fuente para saber quién era. La mujer canturreaba algo sin letra. Solo podía escuchar un lalala bastante melodioso. Aun así, Marco sintió curiosidad y se acercó. La mujer era rubia y con el pelo largo y rizado. Llevaba un vestido blanco y había dejado al lado de la fuente un jarrón de porcelana. Marco la hubiera saludado, pero no quería interrumpir la canción.

Al momento, ella se detuvo y le dijo.

-¿Qué haces aquí? No es que me moleste que estés aquí. Yo siempre vengo a por agua. En El Castillo hay agua, pero la de esta fuente es dulce como el caramelo. Tus amigos han ido a verlo ya, ¿verdad? Supongo que todos querrán ver el salón del trono y saludar al Rey. O a quién esté en su lugar… ¿sabes? El Rey es muy desconfiado y siempre deja a otra persona en su trono para que nadie conozca su verdadera cara. Pero si alguien te pregunta, yo no te he dicho nada. Cualquiera podría pensar que quiero desvelar los secretos del Reino… Y dime, ¿por qué no estás con el resto de tus compañeros? ¿Acaso te has perdido? No andará el tipo del árbol molestándote. No es mala persona, pero a veces creo que solo actúa para que la gente le aplauda. ¿Tienes idea de…?-

…Marco comenzó a pensar en su madre. Esta señora hablaba mucho más que ella, pero algo le resultaba parecido. Miró a la estatua y se dio cuenta de que era de una mujer con un vestido que sostenía un jarrón de porcelana sobre su hombro, y desde allí caía el agua a la fuente. La mujer seguía hablando…

-…en fin. No quiero entretenerte más. Ten cuidado de no perderte. Nadie vigila los lugares más escondidos de este jardín. Y si te pierdes tardaremos un buen rato en encontrarte. Y no querrás hacer esperar a tus compañeros, ¿no?- Marco negó con la cabeza y siguió por el último pasillo donde había estado, antes de escuchar la canción. Cuando se alejaba volvió a oír el lalala.

Caminaba con la mano izquierda acariciando los árboles que formaban la pared del jardín, para no equivocarse. De pronto, las paredes le obligaron a girar una esquina a la derecha y encontró un largo pasillo que seguía adelante sin ninguna otra salida. Marco pensó que ya había encontrado el truco. Después de girar tanto a la izquierda, había llegado al límite exterior y sería sencillo llegar al otro lado. Así que comenzó a andar por el largo pasillo.

Mientras lo hacía, fue notando que el sol ya no estaba tan alto, y la sombra que se proyectaba sobre las paredes iba subiendo despacio. Cuando la sombra llegase arriba los profesores darían por finalizada la visita. Así que decidió atravesar el pasillo corriendo, para así poder ver El Castillo. Pero cuando llevaba un rato se sintió cansado y siguió andando. En ese momento, escuchó un crujido, se detuvo y miró hacia el suelo. Un poco más adelante, a la derecha, había una rama partida en el suelo.
-¡Miau!- Le llegó el sonido de un gato.
Se agachó por si podía verlo. Marco adoraba los gatos. Así que buscó detenidamente por la pared de árboles cuando, de repente, se topó con un tipo que vestía un traje azul con corbata roja, como los que usaba su padre cuando iba a trabajar. Miró hacia arriba y vio a un tipo con un pasamontañas gris y con un cigarrillo en la boca.

-¡Miau!- Dijo el tipo.
Marco lo miró extrañado y le contestó.
-Tú no eres un gato.
-¡Oh, no puede ser! ¡He vuelto a olvidar mi disfraz de gato!- Se quejó el tipo del traje.
-¿Quién eres tú?- Preguntó Marco.
-¿Yo? Yo soy Edward McBain Ran Cromwell Duncan Tercero. Pero puedes llamarme Edo. Soy un espía.
-¿Eres un espía?- Marco no podía creérselo.- ¿Y te ibas a disfrazar de gato?
-En realidad no traigo el disfraz de gato. Pero puedo disfrazarme de quien desees. Incluso puedo hacerme invisible.- Marco lo miró incrédulo y dijo.
-No me creo que puedas hacerte invisible.
Así que el tipo se levantó la manga de la chaqueta del traje y enseñó a Marco un gran reloj.
-¿Ves? Con este reloj puedo hacerme invisible.
-Entonces, ¿por qué yo he podido verte?- Preguntó Marco.
-Pues... Es que se me ha gastado la batería. Y tengo que ir a El Castillo a recargarla.
De pronto, Marco recordó El Castillo.
-¡Vaya, tengo que atravesar el jardín deprisa! O no podré visitar a tiempo El Castillo.
Edo lo miró con cara rara y le dijo.
-Tú no serás espía, ¿verdad?
-No. He venido con mi clase a ver El Castillo y a visitar al Rey. Pero una señora me ha dicho que ni siquiera es él. Que es un doble.
-Es posible. Al rey no le gusta ver a la gente directamente. Prefiere irse por las ramas.- Contestó Edo.
-Buenas tardes, Señor Edo. Me marcho.
Se disponía a darse la vuelta cuando le llegó el humo del cigarrillo. El olor le resultaba familiar. Olía a tostadas…

Marco abrió los ojos y se dio cuenta de que todo había sido un sueño. Su padre lo miraba divertido.
-¡Marco! Despiértate ya, hoy tenemos que ver a los abuelos.
-Ya voy…

Marco recordó que al final no había podido ver El Castillo. Así que decidió que la noche siguiente soñaría lo mismo, pero esta vez iría directamente a verlo.

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