viernes, 8 de febrero de 2008

9.-Los dos lados del muro

Cada día me siento peor, esta sociedad me tiene cansada, aburrida, acabada, soy un dejo de mierda y vomito en una ciudad que ya se acostumbró a tener un muro en sus entrañas, ajeno y a la vez propio.

Camino mientras observo el muro que apuñalo a Berlín hace 46 años y que permanece clavado en el centro de la ciudad y en lo más profundo de nuestros corazones, los corazones de idiotas que aun estamos aquí. Miro los escritos en las paredes y solo logro sentirme peor al ver que durante todo este tiempo hemos sido ignorados de la peor forma por el resto del mundo al igual que estos escritos han sido ignorados por la mayoría de transeúntes que por aquí han pasado.

Me detengo, y me acuesto en el piso, se hace de noche y el toque de queda empieza en una hora; miro las torres de vigilancia aun vacías y me imagino a los soldados que estarán ahí esta noche, a la espera de que algún iluso intente cruzar hacia el otro lado para poder dispararle a la cabeza, destruyendo sus sesos y sus sueños.

Tomo una piedra que yace junto a mí y me levanto, y en un pedazo de muro que misteriosamente aun esta libre de escritos, escribo una simple palabra, sin significado pero que me libera un poco de este sentimiento de repugnancia y asco que siento en todo lo que me rodea y en mi misma. Mientras me alejo contemplo mi pequeña obra de arte, y aunque sé que mi caligrafía es horrible, ese hola que escribí es, en mi mundo, perfecto.

Corro, corro y corro y las lágrimas me invaden. Llego a mi casa rápidamente, la oscuridad de siempre me cobija y el sueño me invade.

Me levanto, otro día más, el día pasa lentamente y me siento atrapada, espero la noche, porque la noche me libera me hace sentir feliz, y tengo ganas de ir a ver mi obra de arte, esa palabra que me libero, que me dio un poco más de vida, esa inyección de adrenalina que significo poder levantarme hoy, poder trabajar hoy, poder luchar hoy. Pero no sé cuánto tiempo más resistiré.

Por fin, es de noche, empiezo mi caminata por la ciudad, cada vez más desolación, la gente ya no sale, esta ciudad perdió su alegría hace mucho tiempo, sigo la misma ruta que seguí ayer, y esa sensación de asco vuelve a mí, solo espero ver mi obra de arte de nuevo, es lo único que me llena de esperanza.

Y allí esta, ese hola memorable, que ya tiene un día de vida, pero me doy cuenta que no esta solo, debajo de él se extiende una pequeña frase que ayer no estaba. Hola, ¿quién eres? La frase me sorprende, pero me llena de expectativas, una letra impecable, delicada pero con actitud, y no logro contener una sensación de éxtasis al imaginarme a la persona que escribió eso. Tomo una piedra del suelo, y debajo de esa enigmática frase escribo con delicadeza mi nombre: Diana y sin razón alguna empiezo a correr, me siento como un niño que hace una travesura, soy feliz. Duermo.

Me levanto con una sonrisa en el rostro, probablemente este sea el día más feliz de mi vida, no me puedo concentrar, por mi mente solo pasan rostros y dudas, será que encontraré algo más escrito, será que fue producto de alguien que nunca volverá por allí, los minutos pasan, cada vez más despacio, maldita relatividad.

Es de noche, la luna sale sin prisas, igual que yo, no quiero encontrarme con una decepción. Camino, como siempre, los mismos lugares, las mismas calles, las mismas personas, todo igual excepto por mí, hoy la repugnancia y el asco no entran en mí, estaré enloqueciendo, o solo descubrí una parte de mí que no conocía. Sin darme cuenta ya estoy allí, bajo la mirada despacio, y allí, al lado de mi nombre, se extiende una frase, que me deja en shock, no lo asimilo, no lo logro: El otro lado del muro es más bonito Diana. Mañana en la noche estaremos del otro lado, acá a las 22:00. Te espero, Carlos. Caigo al piso aturdida por el mensaje, yo esperaba algo más romántico, no una invitación a violar el toque de queda para saltar el muro e irme a vivir a la parte bonita de Berlín. Tengo miedo, no sé que pensar, tomo una piedra que parecía estar esperando ser tomada, y temblando escribo en la pared lo único que sale de mí: OK

El sol comienza a salir, que noche tan horrible, el sueño nunca llegó pero la duda me cobijó del frío, qué hacer, ir o no ir, no lo conozco, pero sus palabras inspiran tanta confianza, preparo una maleta con un poco de ropa, no estoy segura de ir aun, pero mejor me voy preparando. Otra vez la relatividad en mí contra, yo necesito tiempo para pensar y las horas pasan volando. Cuando me doy cuenta son las nueve de la noche, el toque de queda ya empezó, apago las luces de mi casa y salgo con mi pequeña maleta, me voy a ir de esta ciudad de una vez y para siempre.

Hoy el camino es diferente, las calles principales son patrulladas, así que las calles pequeñas y oscuras son mis aliadas, sigilosamente me abro paso por la ciudad, voy a enfrentar mi destino, el corazón me palpita y la adrenalina fluye, llego a la calle más cercana cuando aun faltan diez para las diez, así que espero; espero el momento oportuno para mi llegada. Faltan dos minutos para las diez, empiezo a correr hacia el muro, y llego a donde esta esa conversación que esta a punto de cambiar mi vida.

El reloj da las diez, y a lo lejos escucho las campanas de la iglesia. ¿Dónde estas Carlos? Han pasado solo dos minutos, tengo miedo, las torres de vigilancia están cerca y si me ven es el final. Cierro los ojos y siento un estallido, un calor impresionante se apodera de mi cuerpo y no puedo moverme. Estoy muerta.

En la torre de vigilancia del sector 7G del muro, dos hombres se ríen placidamente:

- Parece que su información era verídica Teniente Carlos – dice el mayor de ellos.

- Un revolucionario menos en la ciudad – dice Carlos con la sonrisa aun en sus labios – No sé cómo se pudo creer la patraña que escribí en ese muro, ella pensaba que yo era su vía a la salvación y yo sabía que ella era mi vía al ascenso.

- Bien dicho Teniente o debería decir Capitán.

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