lunes, 4 de febrero de 2008

9.-Dos cuentos para dos personitas: Marquito y Lucía

PARA MARQUITO:

Érase una vez hace mucho, mucho tiempo, en una pequeña ciudad, un panadero llamado Marquito. Como cada día, el joven se levantaba al amanecer para preparar el pan y después salía a repartir las barras a todas las casas que conformaban la urbe. Al igual que había hecho su padre, su abuelo, su bisabuelo y su tatarabuelo. Era feliz con aquel empleo pues no le exigía gran esfuerzo, aunque tenía poco tiempo para sí mismo.

Un día gris y lluvioso, el dueño de la empresa en la que trabajaba murió de repente, pasando ésta a manos de su hijo. El vástago, que había terminado sus estudios, decidió hacer algunos cambios para mejorar el negocio entre los que se incluían que el panadero fuera apuntando el nombre, dirección y cantidad de pan servido a cada cliente. Por tanto, se reunió con él y le encomendó esa misión.
Marquito se presentó poco después en el despacho del jefe con el semblante triste. Le dijo que él, desde muy pequeño, había trabajado con su padre, hecho que no le había permitido aprender a leer ni a escribir, por lo que le sería imposible hacer el trabajo pues no podía apuntar los nombres y direcciones de los clientes. El nuevo dueño, que lo conocía tanto a él como a su padre de toda la vida, le dijo que le apenaba mucho aquella situación pero que no podía mantenerlo en la plantilla porque la única forma de modernizar la empresa y estar al tanto de todos los clientes era la que él había propuesto. Por tanto tendría que prescindir de sus servicios y buscar a otro trabajador. Le entregó una generosa cantidad de dinero para que, mientras se buscara otro empleo, pudiese vivir sin problemas.

Así pues, tras terminar la charla y recoger el sobre con su último sueldo, se fue a casa. Una vez allí, decidió que hacer con tanto tiempo libre: arreglaría su huerto, el cual estaba totalmente descuidado, mientras pensaba en que otro trabajo buscar. Se dio cuenta de que no contaba con utensilios para hacerlo. En su minúscula ciudad no había ningún sitio para comprar esas herramientas por lo que, viendo que tenía todo el tiempo del mundo, pensó en ir a la ciudad más próxima a comprar una azada y un rastrillo, pese a que ésta se encontraba a un día entero de camino.

Se encaminó a ella y a los dos días volvió a su casa con los útiles de labranza. Sin perder tiempo se puso a trabajar en su huerto. Cuando hubo terminado, alguien llamó a la puerta. Era su vecino, el cual le fue a preguntar si tenía una azada para arreglar sus descuidadas tierras. Marquito le dejó la recién adquirida herramienta.
Al día siguiente el vecino fue a su casa y le comentó que le había sido de mucha utilidad y que quería comprársela. Marquito dijo que no pues aparte de lo que le había costado había estado dos días de viaje para conseguirla. El vecino le hizo entonces una proposición: “yo te pago los dos días de viaje y un dinero extra por la azada, al fin y al cabo estás sin empleo y puedes ir a comprar otra”.

Eso a fin de cuentas eran dos días de trabajo, por lo que aceptó.

Ya que estaba en la ciudad compró también un azadón y un pico. Cuando llegó a su casa otro vecino lo esperaba en la puerta:

- ¿Eres tu quién le vendió la azada a mi amigo? – preguntó.
- Si, fui yo.
- Yo también necesito útiles para mi huerto. Estoy dispuesto a pagarte los dos días de viaje y un dinero extra por cada herramienta que necesite. Como verás no todos disponemos de tiempo para ir a comprarlas.
El ex-panadero le entregó el azadón, el pico y el rastrillo y recibió su dinero.

- “No todos disponemos de tiempo para ir a comprarlas”, recordó. Si eso era cierto, quizás mucha gente necesitara que el viajara para traerle los utensilios. Viendo esto arriesgo parte del dinero que le había entregado el dueño de la empresa y compró un surtido completo de herramientas para el campo.

Al poco tiempo, la voz corrió por la urbe pues todos querían ahorrarse el viaje. Una vez en semana iba a la otra ciudad a por material y era recibido por los vecinos deseosos de hacerse con los útiles.

Cierto día pensó que podría ahorrarse viajes y dinero si utilizaba un almacén y guardaba allí las herramientas, por lo que alquiló uno. Poco después le hizo una pequeña entrada al local y lo abrió al público, convirtiéndose en la primera tienda de ese tipo en la ciudad. Su éxito fue rotundo, pues la gente de los pueblos cercanos comenzó a visitarlo también.

Pasados unos meses, marchó a la capital del país durante unos días y entabló contacto con una fábrica de herramientas. Ésta comenzó a enviarle material directamente, ahorrándose así el dinero de los intermediarios de la ciudad vecina y sacando más beneficio a cada pieza. Transcurrieron varios años, puso más negocios en otras ciudades pequeñas, convirtiéndose en el empresario más rico e importante de aquella parte del país. Tanto que un día financió la construcción de una gran escuela en la ciudad para que todos los niños pudieran estudiar sin necesidad de salir de ella.

El día de la inauguración, el alcalde y el director de la escuela le homenajearon con una gran cena. A su término le entregaron el libro de firmas para que Marquito pusiera su nombre y alguna frase conmemorativa…

- Nada me haría más feliz que firmar su libro…pero no puedo - dijo. - No sé leer ni escribir.
- Pero, ¿cómo es eso posible? Con lo que ha sido usted y lo que ha hecho por la ciudad. ¿Qué habría hecho si supiera leer y escribir? – Se preguntó el director asombrado.
- Eso tiene fácil contestación – comentó tranquilamente. Si yo hubiera sabido leer y escribir, sería el panadero de la ciudad.

PARA LUCÍA


Érase una vez, en un diminuto país, un rey tirano y déspota que tenía un hijo ciego de nacimiento. Cierto día, a la hora del almuerzo, el monarca, el cual estaba enfadado como casi siempre, mandó llamar a la cocinera real a su presencia.

- ¿Eres tú la que ha hecho esta sopa? – preguntó exaltado.
- Si mi majestad, como cada día desde hace cinco años, yo preparé la comida. – comentó humildemente.
- ¡Acércate a mi plato y míralo bien! – Gritó enfurecido. - ¡Aquí mira, aquí! – Espetó señalando con su dedo el centro del cuenco. - ¿Qué ves?

Tímidamente, Lucía bajo la mirada y observó la sopa. Flotando en ella se encontraba un pequeño cabello negro que indudablemente debía ser suyo.

- Lo siento señor. Se me ha debido escurrir sin darme cuenta. De veras que lo siento. –Dijo sinceramente apunto de sollozar.

- Lo siento, lo siento, brrrrr. – Contestó el rey imitando con sorna y regodeo las palabras de la muchacha. - ¡Podría haberme ahogado, estúpida! – Gritó a pleno pulmón a escasos centímetros de la joven. – Yo lo he visto, pero y si hubiera caído en el plato de mi hijo…él no puede ver y seguramente se habría atragantado.

- Perdóneme majestad, ha sido un error. – Lloraba ya, Lucía.
- Esta negligencia no puedo perdonarla. Mañana por la mañana serás decapitada en la plaza del mercado. – Sentenció mientras con un gesto mandaba a sus soldados que se llevaran a la mujer.

- No, por favor, tengo hijos y una madre que alimentar… - Imploraba según se la llevaban a rastras… No obstante el rey hizo oídos sordos.

Efectivamente, Lucía se caso muy joven con un marinero. Tuvieron dos hijos pero, para su desgracia, su marido murió en una de las tantas guerras en las que el rey se había embarcado. Por lo que quedó viuda y tuvo que sacarlos adelante con mucho esfuerzo. Aquella sentencia del déspota no solo significaba su muerte sino también la de su familia.

La noche antes de ser decapitada, un soldado le llevó la última cena al calabozo. Ella miró la comida y dijo: – Pobre del rey.

- ¿Pobre del rey? – Se asombró el soldado. – Pobre de ti que mañana te espera la muerte.
- Lo sé, pero mañana nuestro monarca perderá mucho más que yo… perderá la posibilidad de que su hijo vuelva a ver. – Le dijo Lucía tranquilamente mirándolo a los ojos.
- ¿Cómo dices, loca? Eso no es posible.
- Si es posible, yo conozco las técnicas y brebajes para conseguir que una persona recupere la vista.
Dicho esto la mujer se giró y comenzó a comerse la cena.

El soldado, que veía una gran oportunidad para ganarse el favor del monarca, fue rápidamente a contarle lo que la mujer le había dicho. Éste, asombrado ante semejantes declaraciones, mandó llamar a Lucía.

- ¡Devuélvele la vista a mi hijo ahora mismo, plebeya! – Ordenó furioso.
- Su alteza, nada me haría más feliz pero eso no es tan sencillo. Necesito realizar brebajes a base de plantas y hortalizas para realizar tal cosa… además de tiempo para poder realizar curas e incisiones en los ojos. Y, como su señoría sabrá, mañana a primera hora seré decapitada.
- Eso tiene fácil arreglo, ¿cuánto tiempo necesitas para devolverle la vista mi hijo? – Preguntó un monarca nervioso.
- Para que el niño vuelva a ver completamente necesitaré, al menos, un año…

El rey se quedó pensativo durante un momento y después dijo:

- De acuerdo aplazaremos tu decapitación un año y mientras trabajarás con mi hijo para que recupere la vista. ¡Comenzarás ahora mismo!

- Mi rey, nada me haría más feliz que servirle…pero no puedo. Como usted sabrá tengo dos hijos y una madre a los que cuidar. Si dedico todo mi tiempo a su vástago, ¿cómo voy a llevar la comida a mi casa?

De nuevo el rey posó la mano en la cabeza, gesto inequívoco de que estaba tramando algo.

- Muy bien. El año que estés cuidando de mi hijo a tu familia no le faltará de nada. Serán cuidados como miembros de alta alcurnia, pero pobre de ti si me engañas…desearás haber sido decapitada.

- Gracias, alteza.

Poco después Lucía se dirigía a su casa en el carruaje real. Cuando llegó fue abrazada entre sollozos por su madre y sus hijos. A su progenitora le contó la historia que había tenido con el temible monarca y ésta le dijo:

- Pero ¿tú estás loca? ¿Cómo le dices eso si sabes que es imposible? ¡Te va a matar!

A lo que ella respondió de manera sosegada:

- Mira, madre. Hace unas horas me iban a decapitar y ahora tengo un año completo para pensar que hacer. Además… se puede morir el rey… me puedo morir yo… o lo que es mejor… ¡puede que el hijo del rey recupere la vista!

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