sábado, 2 de febrero de 2008

6.-Mujeres silenciosas

Ya tenía una tres días viéndola, y cuando lo hacía, parecía que era la primera vez que le ponía los ojos encima. Durante todo el día deseó con ansia que dieran las 20:00 hrs. para poder estar cerca de ella. Tras salir de su trabajo entró a su automóvil. Aumentó la velocidad aunque siempre respetando las señales de transito, de cualquier modo el lugar estaba cerca de ahí. Cuando llegó al punto de reunión se roció un poco de loción y se dirigió sin dilatar a donde ella se encontraba.

Allí estaba como el primer día, recostada, inmóvil y radiando hermosura. Permaneció mirándola un largo rato. Admirando el bello cuerpo que hizo que él se sintiera atraído por ella. Por un momento sintió el temor de que alguien entrara y los descubriera; quizá su esposo o algún familiar rezagado. Pero los miedos se desvanecieron y el ardor sensual tomó su lugar. Se quito las prendas de vestir y desconectó el teléfono y apagó su celular. No deseaba interrupciones de ningún tipo.

Rápidamente se recostó junto a ella y, mientras quitaba la sábana blanca, la beso. Le acarició cada palmo de sus piernas con delicadeza. Revolvió juguetonamente su cabello rubio. Posó sus labios sobre su cuerpo desnudo. Primero el cuello, luego el pecho y de ahí hasta las piernas. Estaba extasiado. Su blanco cuerpo, sus largas piernas y senos firmes. Un ruido en el exterior le sobrecogió y miró en dirección a la puerta. Nada. No podía dejar que le descubrieran. Si su esposa se enterara jamás se lo perdonaría, lo más seguro es que lo abandonaría y se llevaría a sus hijos con ella a la casa en la campiña donde vive su padre. No lo soportaría.

Pero esos pensamientos negativos desaparecieron cuando beso los labios de la mujer. La deseaba más que antes. Era de él y nadie se la arrebataría. Aunque no dejaba de acosarle una culpa que sentía. Antes hubo otras y él había tomado todo lo que ellas podían ofrecerle. Pero ahora, en este momento justo, era ella la única estrella en su universo. Ella era quien llenaba sus ansias y satisfacía su lujuria nocturna. Poco le molestaba que las otras mujeres estuvieran cerca del mismo lugar donde él se encontraba con su nuevo amor. ¿Y ella? A ella no le importaba en lo más mínimo. Al igual que las demás mujeres, ella no diría palabra alguna, no le reñiría ni le recriminaría nada. No sentiría celos de las otras. Tampoco se molestaría cuando una nueva mujer entrara a este frío lugar. Muchas han venido y se han ido, unas mucho antes que otras. A ella le sucedería igual. No discutiría con él cuando la cambiara por un nuevo capricho erótico. Así era la naturaleza del hombre. Mientras la abrazaba cerró los ojos, disfrutaba cada segundo que su cuerpo se encontraba unido al de ella. Se colocó encima de ella y le hizo el amor como nunca antes lo había hecho. La mujer ofreció resistencia pero el hombre era fuerte y el cuerpo femenino cedió. Él trataba de ser lo más firme y delicado al mismo tiempo.

Momentos después, el hombre terminó sintiéndose satisfecho. El fuego que le consumía se fue apagando lentamente. Se levantó y dio un respingo cuando sus pies desnudos hicieron contacto con el frío piso de linóleo. Se vistió con las ropas que llevó a la oficina y con celeridad cubrió el cuerpo de su amada con la blanca sabana. No supo cuanto tiempo se quedó observándola. Qué hermosa se veía. Se la imaginó como una sensual diosa bajada del Olimpo. Se acercó a su rostro y le beso la frente, los ojos y labios cerrados a manera de despedida. Sabía que ésta sería la última vez que la vería y se sintió un poco amargado por eso. Igual que con las otras mujeres en su vida, ella no dijo nada. Igual que las otras se quedó silenciosa.

Salió del local mirando su reloj: 21:45 hrs. Era temprano. Aún tenía tiempo de tomarse una copa antes de volver a casa con su esposa y sus hijos. Extrajo de su bolsillo un pequeño manojo de llaves y se aseguró de cerrar muy bien las puertas metálicas de la morgue del hospital.

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