domingo, 3 de febrero de 2008

12.-Hazme sangrar

Y allí estaba Fulgencio, caído en el asfalto, al lado de su destino no alcanzado a tiempo, la parada de bus.

- Vaya caída más tonta, colega - le dijo Amador conteniendo la risa.
- Si es que no se puede ser tan torpe en esta vida - le respondió mientras evaluaba daños -. A veces me olvido que ya no estoy hecho para correr.
- Correr es de cobardes, sí señor. ¿Volvemos a las duchas para que te limpies? Estás sangrando un poco... ¿Te duele?
- Lo que más duele es el orgullo, y no haber podido coger el bus - mintió Fulgencio, haciendo de tripas corazón, ya que sí le escocía un poco.
- Si es que se te ha ido la olla, tronco. Domingo de resaca, día en la playita, y una vez que decidimos volver a casa, a ti te da por hacer de Carl Lewis, ponerte a correr y lanzarte al vacío como si fueras un suicida... ¿Es que no has visto que te ibas a caer? ¡Que le den al bus!
- Por favor, deja de dar la brasa. Lo que no ha conseguido ni la resaca ni la caída lo estás consiguiendo tú... Oye, que después de limpiarme un poco, iré a la caseta de la Cruz Roja, a ver si pueden curarme, o desinfectarme... o algo así. Que con lo hipocondríaco que soy no me extrañaría que me desmayara.

Mientras estaba en las duchas, evitando la mirada de los otros bañistas, que lo miraban con grima, pensó en su época de futbolista de alto nivel y proyección en las categorías inferiores de un club de fútbol. Bien, de hecho, era el club el que era de alto nivel y con proyección. En cuanto conoció a su amiga Fiesta, hace ya varios años, se dejó seducir de inmediato por ella, y perdió la disciplina necesaria para ir todos los días a entrenar. En ese momento, en la ducha, creía que podría haber evitado esa caída tan torpe de seguir siendo un deportista.

- Oye, creo que desde aquí veo la caseta de la Cruz Roja. ¿Vamos hacia allá? - Amador le sacó del pozo de sus recuerdos.
- De acuerdo, vamos.
- ¿Te he explicado que una vez se me pasó por la cabeza hacerme socorrista?
- ¿Tú?
- Sí, incluso fui a hacer un cursillo. Yo sabría que hacer en caso de encontrarme con un bañista accidentado. Si no tuviera ningún problema físico, lo único que tendría que hacer sería tranquilizarlo. Si no respirara, lo que tendría que hacerle sería el boca a boca. Si no le encontrara pulso, un masaje cardíaco. Si se tragara la lengua...

Amador se tiró todo el camino, hasta llegar a la caseta, explicando lo que se debía hacer en cada caso.

- ¿Sabes lo que creo, Amador? - le interrumpió Fulgencio.
- ¿Ein?
- Que con lo desastre que eres, seguro que acabarías dando por el culo al pobre bañista, estuviera sin respiración, sin pulso, o sin lengua.
- ¡¿Cómo?! ¡Me ofendes! ¡Qué poca fe tienes en mí!
- Reconoce que es verdad, siempre te acabas liando - rió Fulgencio, al ver cómo se enfadaba su amigo- . En esta caseta no hay nadie. Muy típico. ¿Esperamos o nos vamos?
- Esperemos un momento. ¿Y cambiamos de tema? ¿Hablamos de putas? ¿Qué tal está tu madre?
- ¿Sin acritud, Amador?
- Bueno, vale, de acuerdo. Me pongo serio. ¿Conoces a la Mari?
- ¿La del barrio? ¿La "famosa" Mari del barrio?
- Sí, sí, esa.
- Por supuesto, todo el mundo en el barrio la conoce.
- Estoy pensando en hacerle una visita.
- ¿Profesional? ¿Por motivos de su trabajo?
- Joder, pues claro, no iré a que me psicoanalice. He oído hablar maravillas de ella. Y la necesidad aprieta, que hace mucho tiempo que no mojo el churro...
- Sí, yo también... En fin, volviendo a la Mari... ¿sabes el piso que tiene alquilado? Pues he oído que lo paga con lo que saca de las mamadas. ¿Y sabes la ropa que lleva? Pues lo paga con su trasero.
- Bueno, eso es que se gana bien la vida, que es buena en su trabajo, ¿no?
- Sí, sí. ¿Y has visto los barcos en el puerto, cuándo veníamos hacia aquí?
- ¿Por qué cambias de tema?
- No, no cambio de tema. Seguro que con lo apañada que es, la Mari podría tener uno de esos yates de lujo si tuviera vagina.

Amador necesitó unos instantes para reflexionar.

- Bueno... está claro que nadie es perfecto.

Y allí estaba Fulgencio, en la caseta de la Cruz Roja, en la playa de la Barceloneta. Justo en ese momento sucedió algo que marcó aun más a Fulgencio que las cicatrices que le iban a quedar en su brazo. Conoció a la mujer que le iba a cambiar la vida. Como mínimo, hasta que se presentara otra mujer que le fuera a cambiar la vida. Una chica llevaba observándoles un rato, y era muy bonita.

- Perdón, pero es que es el cambio de turno y hemos tardado un poco en hacerlo... Ya veo en qué os puedo ser de ayuda.

Fulgencio se había quedado embobado mirando a la chica de la Cruz Roja. Incluso con el bermudas naranja y la simple camiseta blanca le parecía la chica más preciosa que había visto ese día. Ese día y muchos otros días.

- ¿Eh? ¡Ah! ¿Ésto? Sí, es que he tenido un pequeño accidente... - respondió Fulgencio, volviendo en sí.

Amador lanzó una gran carcajada.

- Sí, haciendo gala de su gran agilidad, ha tropezado, ha besado el suelo y se ha arrastrado por él.
- ¡Amador!
- ¿Qué pasa? Si te da vergüenza, le puedo decir que un ladrón mal nacido te ha agredido mientras intentabas devolver el bolso a una dulce abuelita.

La socorrista dejó escapar una risita, que humilló aún más al pobre Fulgencio. Si las miradas matasen, Amador habría pasado a mejor vida en ese mismo momento.

- Amador, "amigo", ¿puedes esperar fuera mientras me curan?

La chica decidió compadecerse de aquel joven, y le dijo a Amador que mientras desinfectaba esas heridas, sería mejor que esperara en el chiringuito.

- Oh, por mí perfecto. Eso es algo que hago a la perfección. Beber, beber, beber. Pocos hay en esta ciudad que lo hagan tan bien como yo. Hasta otra ocasión, señorita - se despidió Amador de la joven. - Fulgen, pásame a buscar y nos tomamos la penúltima antes de volver al barrio.

Una vez que Amador se encaminó a la caza y captura de unas cervezas, la chica preguntó a Fulgencio si se había caído a causa del consumo de alcohol o algún otro tipo de droga.

- Ojalá hubiera bebido algo... En ese caso seguro que no me hubiera pasado nada. Hay quien dice que es de noche cuando lo ve todo más claro. En mi caso, es cuando voy bebido. La ebriedad le da un punto de sobriedad a mis ideas de bombero.

La chica se lo quedó mirando fijamente.

- Creo que te entiendo... Es algo que pasa con ciertas personas. Empezaré con algo de agua oxigenada, y después seguiré con algo de yodo. Espero que no te duela demasiado.
- Perfecto, estoy en tus manos.

Mientras la chica se concentraba en limpiar las heridas y la sangre del brazo, costado y pierna de Fulgencio, éste no le quitaba ojo de encima.

- Vaya caída... Te has hecho varios cortes. Pasarán dos o tres semanas hasta que se curen del todo.

Pero Fulgencio hizo caso omiso a esas palabras. Estaba pensando que era realmente guapa.

- Sí, muy guapa... - dejó escapar el Gollum que llevaba dentro.
- ¿Perdón?

Fulgencio salió por segunda vez de su ensimismamiento.

- ¡Ups! ¿Lo he dicho en voz alta?
- Sí. Y... ¡Vamos, hombre! ¿No puedes ser más original? Un piropo como: "si la belleza fuera pecado, no tendrías perdón de Dios". O algo un poco más picante, como: "la madre que te parió debe ser pastelera, porque un bombón como tú no lo pare cualquiera".

Fulgencio se vio humillado por segunda vez en muy poco tiempo. En lugar de pensar algo mejor, decidió escapar hacia delante.

- No, la verdad es que yo soy más de piropos como: "quisiera ser pirata, ni por el oro, ni por la plata, si no por el tesoro que tienes entre pata y pata".

Al ver que no le cruzaban la cara, se envalentonó y soltó otra de sus perlas aprendidas en el barrio:

- O como este otro: "quisiera ser un fósforo y que tu fueras una vela, para verte derretir cuando te dé candela".

La chica soltó una gran carcajada, demostrando que no era tan delicada como podía parecer en un principio. La chica perfecta para Fulgencio. Se pasaron hablando unos minutos más, mientras ella acababa de poner yodo en sus heridas. Sonriendo, habían conseguido que la situación fuera lo más natural posible.

Pero como aprendió Fulgencio hace tiempo, todo tiene un final.

- Bueno, pues ya he acabado.
- ¿Ya? ¡Qué rápido! No me ha escocido ni un poquito.
- Normal, tengo mucha maña.
- Pues sí. Muchas gracias, me pongo a tus pies. Bonitos pies, por cierto.

Después de tantos minutos hablando, explicándose chismes, chistes, groserías y piropos, se encontraron ante un silencio incómodo.

- Bueno, tendría que ir a rescatar a mi amigo Amador antes que acabe con todas las cervezas del chiringuito.
- Sí, supongo que sí.

Pasaron unos segundos más de silencio, mientras se miraban a los ojos.

- Bueno, tendrías que ir a rescatar a tu amigo Amador, antes que acabe con todas las cervezas del chiringuito.
- Sí, supongo que sí. Antes que acabe borracho como una cuba, le dé por perseguir autobuses, se caiga al suelo derrapando con su propio cuerpo y tenga que ir a alguna caseta de la Cruz Roja a que lo curen.
- Sí, eso mismo... Bueno, Fulgencio, encantada. Si algún día te vuelves a hacer pupita, pásate por aquí, te esperaré con los brazos abiertos. ¡Adiós, lisiado!
- Adiós, bonita.

Caminó unos metros hacia atrás sin darse la vuelta, intentando registrar ese momento en su memoria, hasta que chocó con una niña pequeña. Por suerte, no hubo que lamentar ningún accidente más. Habría sido la puntilla para el poco orgullo que le quedaba.

Levantando la mano, se despidió de aquella belleza. Se dio la vuelta y no miró atrás.

Llegó al chiringuito a tiempo de evitar que Amador consumara un grotesco striptease, mientras graznaba el "You can leave your hat on" de Joe Cocker, jaleado por unos alemanes que estaban tan borrachos como él.

Mientras se acercaban a la parada, Fulgencio vio el bus que tenían que coger para acercarse al barrio. Pero, mirando su brazo lleno de tiritas, reconoció que había aprendido la lección: no correr ni perseguir a aquellos desalmados de metal. Y además, también estaba Amador, arrastrando los pies, tarareando todavía aquella canción, sin saber el lugar en el que se encontraba... Milagros del alcohol y las drogas, que te hacen viajar sin mover los pies del suelo, pensó.

Y allí estaba Fulgencio, cuando se sentó en la parada del bus, recapitulando sobre aquel domingo de resaca, que había empezado tan mal y podría haber acabado tan bien... En aquel momento, en la parada, esperando a un bus, con Amador al borde de un desmayo, supo que no podía dejar pasar ese día sin saber el nombre de su socorrista, aquella que lo había rescatado de tan aciago día, y, quién sabe, de un verano que ya se escapaba.

Y, como en el fondo, todo se reducía a que necesitaba una nueva excusa, y a que era un cobarde, y no quería volver a suicidarse ni a arrastrarse por el suelo, no le quedó más remedio que pedirle un favor a su amigo Amador.

- Amador, ¡házme sangrar!

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