lunes, 4 de febrero de 2008

4.-Cuento y cantar de las dos princesas

(Romance)

Había una vez un reino
De los de los cuentos de hadas.
Era ya muy viejo el rey,
Con su larga barba blanca,
Y en su luenga senectud
Casi nunca abandonaba
Su esplendoroso castillo
Con su corona y su capa.
El pueblo mucho temía
Por su salud y rezaba
Pues había sido justo
Y por justicia le amaban.
Pero había otra razón
Para lamentar su marcha:
No dejaba hijo varón,
Sólo dos jóvenes damas.
La mayor era muy bella
De dulzura coronada,
De sonrisa refulgente
Deslumbrante su mirada
Era sabia, justa y fuerte
Y las gentes adoraban
A la princesa heredera,
La encantadora Casandra.
La más joven era hermosa
Como, de abril, la mañana,
Pero también era fría
Como la cruel madrugada.
Con muy altanero porte
Ella siempre caminaba
Y muy pocos sostenían
Su torvísima mirada.
El pueblo la amaba menos
Y Mumadona envidiaba
El cariño que tenían
A su virtuosa hermanastra.
Porque aún siendo el rey su padre,
Del todo no eran hermanas:
La joven reina había muerto
De juventud aún colmada;
La madre de Mumadona,
De Casandra era madrastra
Y, junto con su hija aviesa,
Mientras el rey expiraba,
La alta corona y el trono
Madre e hija codiciaban.

Así llegó el triste día
En que el rey dejó este mundo.
Mientras el pueblo lloraba
Y el castillo estaba mudo,
Mientras la joven Casandra
Buscaba del ama arrullo,
Y mientras al rey llevaban
Tumbado sobre el escudo,
Mumadona con su madre
Trazaba planes oscuros.
El país de la cruel reina
Era una tierra de brujos
Y ella bien conocía
Mil y un hechizos impuros.
Atrajeron a Casandra
A una torre de anchos muros
Y sobre ella lanzaron
Un poderoso conjuro.
Por él se cambió su aspecto:
En ese exacto minuto
Mumadona fue Casandra
Y en ese mismo segundo
Casandra fue Mumadona
Y nadie notarlo pudo.
Así la hermana menor,
Con engaños tan astutos,
Sin que nadie lo impidiera,
A gobernar se dispuso.

A Mumadona dejaron
Encerrada tras barrotes,
Mas aunque fuera Casandra
De nada valió su nombre.
Dijeron que estaba loca,
Que nadie fuera a la torre
Salvo una criada sorda,
Además de tonta y torpe.
Con la reina prisionera,
Coronaron a su doble.
Casi nadie echó de menos
A su hermana la más joven,
Porque pocos la querían
En el pueblo o en la corte.
La reina madre al fin viendo
Cumplido su plan innoble,
Se puso como objetivo
Buscar a su hija un hombre
Y asegurar su poder
Consiguiéndole un consorte
De buen porte y alta cuna,
Pero un poquito zote.

Del ancho mundo acudieron
Diez veces cien candidatos
De tierra extranjera príncipes
Y también nobles vasallos
Con escoltas imponentes
Y de siervos rodeados.
Sus tiendas y pabellones
Ante el castillo plantaron,
Los pendones y banderas
Frente a los muros se alzaron
Y pocos días después
Los festejos comenzaron.
Hubo justas trepidantes
Al galope de caballos
Y combates con espada
De jinetes desmontados.
Mientras los hombres luchaban,
En sus lides enfrascados,
La reina madre elegía
Al novio más adecuado:
«Mira hacia allí, hija mía,
¿Ves al príncipe de Faro?
¿No es acaso muy apuesto,
Varonil y musculado?».
«Sin duda, querida madre
¿Mas qué es ese hedor amargo?
¿Será que aún a sotavento
Se le huele desde el palco?».
«¿Y qué me decís, mi reina
Del conde de Valle Helado?
Con su armadura de oro
No es, desde luego un hidalgo».
«Rico será madre mía,
Pero come como un asno».
«¿Y el barón de Monteviejo?».
«Más que viejo es un anciano».
«¿Y el príncipe de Silesia?».
«Podría ser un enano».
«Pues el de las islas de Eda».
«Madre, ¿no veis que es muy alto?».
«Pues decidme ya, hija mía,
¿En quién os habéis fijado?».
«Pues en aquel joven duque,
El del cabello castaño,
Que ha ganado ya diez justas
Y aún no parece cansado
Pues lucha contra dos hombres,
Una espada en cada mano».
«Del duque de Lut se trata,
Y no dudo de su brazo:
Dicen que mata cien bárbaros
Sólo con un espadazo.
Mas por bizarro que sea
No te conviene a tu lado,
Puede que sea peligroso,
Dicen que es muy avispado».
«No lo será, buena madre
No descubrirá el engaño
Se enamorará de mí,
Caerá a mis pies desarmado».

El joven duque de Lut
Fue, así, el elegido
Y los demás contendientes
Se marcharon afligidos
Porque mujer más hermosa
Que la que habían perdido
Jamás habrían de ver
En diez años o en un siglo.
Mientras, las nupcias reales
Agitaban el castillo
Entre opulentos adornos
Y ansiosos preparativos.
Pero el duque, preocupado
Siempre andaba pensativo
Porque el pueblo tenía hambre,
Estaba desatendido,
Y la reina, más que en ellos
Pensaba siempre en vestidos.
«Me dijeron que era amable
Y, sin duda, lo es conmigo,
Mas, ahí sigue indolente
Mientras fuera aprieta el frío.
Pero no se lo echo en cara
Pues a su padre ha perdido
Y quizás el matrimonio
La haya aún más confundido.
A reinar la ayudaré,
Cuando sea su marido».
Así los días pasaron
Y al fin todo estuvo listo
Pero el día de la boda,
Apareció entre el gentío
Un siervo del joven duque
Desde sus tierras venido.
«Señor, señor, ayudadnos
El ducado está en peligro
La gente huye asustada
Porque avanza el enemigo.
He visto aldeas ardiendo;
De los fuertes fronterizos,
Tras una cruenta batalla,
Dicen que tres han caído
Y los demás lo harán pronto
Si no se rompe su sitio.
Hace falta vuestra espada
Señor, señor, asistidnos».
Pidió el duque su caballo,
Sus caballeros, lo mismo
Volviéndose hacia la reina
Estas palabras le dijo:
«Señora, por separarme
De vos es cruel el destino.
Porque el resto de mi vida
Quisiera que estéis conmigo
Mas dejad la iglesia abierta
Que el sacerdote esté listo
Porque veréis que ya he vuelto
Aún antes de haberme ido».
Y, antes de la respuesta
El duque hubo partido.

Casandra en su torreón,
Mientras esto sucedía
Nada podía ella hacer
Y presa languidecía
Sin manera de saber
Si alguien la liberaría.
Pero no mucho después
De la boda interrumpida,
La esperanza le llegó
Desde los cielos caída.
Sobre la estrecha ventana
Que en la muralla se abría,
Se posó un ave rapaz
Que entre sus garras asía
Una carta y una flor
A la reina dirigidas.
El hermoso azor del duque
De hechizos nada sabía
Y si eran para la reina
A la reina se las traía.
Casandra cogió el escrito,
Lo desenrolló deprisa
Y mucho se sorprendió
Mientras la carta leía.
Pues de su hermana y el duque
Casandra nada sabía
Y leyendo se dio cuenta,
Por las palabras escritas,
Que aunque estaban prometidos
Él, poco la conocía.
El duque parecía bueno
Y con ternura escribía
De su dulcísima reina
¡Qué sorpresa se daría!
Si con la cruel Mumadona
Muchos años compartía.

En ese instante a Casandra
Una duda la turbó.
¿Podría ayudarla el duque
A salir de su prisión?
¿O la creería loca?
¿O, lo que era peor,
Estaría en connivencia
Con su hermana la menor?
Pero pensándolo mucho
A escribir se decidió,
Como si fuera su hermana
El engaño devolvió.
«Así, al menos», se dijo
«Sabré más del exterior».
Cartas fueron y vinieron
Llevadas por el azor
Durante más de dos meses,
Entre Lut y el torreón.
El duque escribía siempre
Tiernas palabras de amor
Y Casandra respondía
Con ternura y devoción.
A pesar de los engaños
Cruzados entre los dos
Durante aquellas semanas
El cariño floreció.
A Casandra poco a poco
Su celda se iluminó;
Y el duque entre las batallas
Cantaba versos de amor.
Pero al fin llegó el momento
En que la guerra acabó
Y tras la victoria el duque
Su última carta escribió:
«Los bárbaros se retiran
Por ti he vencido, mi amor,
Pues volver a estar contigo
Anhela mi corazón.
Para que olvidéis mi ausencia
Os traigo compensación.
Al huir el enemigo
Entre caos y confusión,
Uno de sus hechiceros
Muy rezagado quedó
De forma que mi vanguardia
Al marchar lo capturó.
Cuando estuvo en mi presencia
Un deseo prometió
A cambio de libertad
Misericordia y perdón.
Pensad en lo que queréis
Por capricho o convicción
Y cumplido lo veréis
Cuando vuelva a estar con vos».
«Cambiarme por Mumadona,
Eso es lo que quiero yo.
¿Mas cómo puedo decírtelo
Sin que sospeches, mi amor,
Sin que creas que estoy loca
Y encerrada con razón
Y que suplanto a mi hermana
Engañándoos a vos?».
Mientras Casandra dudaba,
Pasos muy cerca escuchó
Y sin poder pensar más
Sólo una frase escribió.
Cuando entraba la criada
Y se alejaba el azor,
Ella aunque triste sabía
Que era buena su elección.

Al castillo llegó el duque
Con sus banderas erguidas.
Las gentes le recibieron
Con muy sincera alegría.
Al salón del trono entró
A ver a su prometida
Y arrodillándose ante ella
Habló con una sonrisa:
«Nos encontramos de nuevo
En un momento de dicha
Que mucho se ha retrasado.
Parecen casi una vida
Las semanas que han pasado
Desde nuestra despedida.
No me lo tengas en cuenta,
Pues como antes escribía
Os traigo el mejor regalo
Que seguro os maravilla.
Aunque no puedo jurarlo:
El deseo no quería
Conocer hasta encontraros
Y compartir vuestra dicha».
La reina estaba extrañada,
A la par que sorprendida
Y se extrañó aún más
Al ver que el duque traía
A un bárbaro muy anciano
Y que esto le decía:
«Saldad ahora vuestra deuda,
Realizad la hechicería
Y cumplid sin más demora
Las palabras aquí escritas».
Le tendió un ajado sobre,
El viejo lo abrió deprisa
Y, tras leerlo dos veces
Al duque habló de esta guisa:
«No os extrañéis mi señor
De lo que pase enseguida,
Otra magia hay que romper
Para que esta sea cumplida».
Y alzando al cielo los brazos
Dijo palabras prohibidas
Y el engaño de la reina
Fue tan claro como el día.

En su alto trono sentada,
Mumadona no sabía
Que su disfraz ya no estaba
Y que todos la veían.
Pero al oír los susurros
Que por el salón corrían
Supo lo que había pasado
Y se levantó en seguida.
«¿Qué me habéis hecho maldito
Con vuestras hechicerías?
Que lo deshaga, amor mío
No quiero estar convertida».
«Ya somos dos, Mumadona
Pues yo tampoco quería
—Y de poco me ha servido—
Estar en ti convertida».
Dijo Casandra al entrar
Por sus guardas protegida.
Al ver que por el salón,
El estupor se extendía,
Rápida habló Mumadona
Al duque, muy decidida.
«Mi hermana loca señor
Os engaña en sus manías.
Y veo que ha respondido
A todas vuestras misivas.
Deshaced este conjuro
Deshaced esta mentira».
Pero el duque no escuchaba
Porque la carta leía
Y de dos largas zancadas,
Esbozando una sonrisa,
Al trono volvió la espalda
Y a todos habló sin prisa.
«Mumadona os ha engañado
Con su oscura brujería».
«¡No!» Dijo la falsa reina
«Ha sido aquella maldita
Con su maligno deseo.
Yo soy la primera hija,
La verdadera Casandra,
No creáis esta mentira».
Pero el duque mostró a todos
Lo que en el papel ponía,
No más de cinco palabras
Escritas en negra tinta:
«Que mi pueblo sea feliz».
Y nada más se leía.

Convencidos por la prueba,
Los siervos y cortesanos,
A Mumadona y su madre,
Se volvieron indignados.
«Nunca hemos sido felices
En vuestro falso reinado
Y por derecho y bondad
La corona os han quitado».
Y, sin demorarse más,
Los guardias las apresaron.
A la reina verdadera,
Aquél día coronaron
Y el joven duque y ella
Poco después se casaron,
Porque él, en realidad,
Sólo a ella la había amado.
Juntos fueron muy felices,
Con justicia gobernaron,
Juntos comieron perdices,
Y reinaron muchos años.

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