lunes, 4 de febrero de 2008

FdC.-La historia de los hijos del cadí y la mansión celestial

Cuentan los hombres dignos de fe, pero Alá es más sabio, que hace muchos siglos vivía en la ciudad de Samarkanda un buen y anciano cadí, que como magistrado gobernaba a los ciudadanos con sabiduría.

Tenía el cadí dos hijos varones, ya mayores: el primogénito, llamado Jalid, era de profesión tesorero y administrador de la casa del Califa, y era un hombre arrogante y envidioso, poco dado a mostrar compasión, y maquinador. El menor, llamado Yusuf, sin embargo, era carpintero de oficio, diestro en su arte y conocido en su barrio por su buen hacer y su humildad, que sentía gran aprecio por su padre y desconfiaba de su hermano mayor, el cual siempre le había atormentado de pequeño.

Había tomado esposa Yusuf: una hermosa mujer, de nombre Saida, que era objeto frecuente de la codicia de Jalid; ella no ignoraba este hecho, pero era una mujer altamente virtuosa, por gracia de Alá, y no dejaba que Jalid se le acercara nunca a menos de diez codos de distancia.

Sucedió entonces que el anciano cadí murió por los naturales achaques de la vejez; y, como es la tradición en estos casos, los jueces eligieron a un nuevo cadí entre sus pares, siendo éste un hombre que, aunque docto en leyes y buen creyente, era muy dado a las supercherías y supersticiones y cuentos de viejas.

Aprovechándose de la credulidad del nuevo cadí, Jalid púsose a tramar un plan para quitar de en medio a su hermano y poder así acceder a su esposa con aviesas intenciones. Con este objetivo, estudió e imitó la letra de las antiguas escrituras ceremoniales de los Sesenta Sabios Sufíes durante días y días, y al final escribió un documento falso en un pergamino antiguo y fue a entregárselo al cadí, como quien acaba de hacer un hallazgo sorprendente.

– Por mi vida, señor cadí – le dijo una vez en su presencia –, que he encontrado este rollo de pergamino entre mis libros, donde antes no estaba, y maravillado me he de tal hecho. Y, por Alá, que la letra es ceremoniosa y antiquísima y ya no se estila en nuestros días, y yo no entiendo una sola palabra de lo que dice, y de seguro que vos, ¡oh docto señor!, iluminado por la luz de Alá, sabréis descifrarme el contenido del texto, pues harta curiosidad tengo por conocerlo.

El cadí, quien era no poco sensible a loores y adulaciones, aceptó con gusto la encomienda y consultó a los jueces y doctores de la Corte, con ayuda de los cuales logró traducir el manuscrito.

Convocó entonces a ambos hermanos en audiencia, y les dijo así:

– Habéis de saber, oh hijos de mi ilustre antecesor, que este manuscrito proviene de vuestro difunto padre, el antiguo cadí, quien se comunica con este mundo por la virtud divina (pues Alá, que todo lo puede, sin duda ha de haberle concedido este poder ultraterreno). Y dice que se encuentra en el Más Allá, gozando del paraíso, y os manda recuerdos a ambos, pues a los dos os tenía en estima por igual. Y dice también que se le ha concedido la gracia de construirse una mansión suntuosa en el Más Allá para en ella residir con sus huríes, pero que necesita de un buen carpintero para su construcción. Y, como su hijo menor es el mejor carpintero que conoce, ruega le sea enviado éste al Más Allá para asistirle en la tarea mientras dure dicha construcción, terminada la cual podrá regresar al mundo terrenal para continuar su vida hasta que la hora señalada por Alá le sea llegada.

Los hermanos escuchaban al cadí, en apariencia asombrados sin fin; pero Jalid lo estaba sólo en apariencia, pues él sabía bien lo que el texto decía, ya que era de su invención.

– Y así, yo, cadí de Samarkanda, encontrando una instancia tan alta como ésta, no puedo negarme a hacer cumplir esta voluntad, que es también la de Alá, pues todo cuanto sucede es Su designio. Por tanto éste es mi decreto: que vos, Yusuf, cumpláis lo que vuestro padre tan gentilmente os pide en esta misiva, y que Alá sea testigo de ello.

– Que así sea – exclamó Yusuf, pues era un hombre piadoso e inteligente y no podía hacer otra cosa en aquella situación. – Pero os pido siete días para hacer los adecuados preparativos para la marcha al Mas Allá, antes de cumplir lo decretado.

– Sea pues; contáis con siete días para prepararos – concedió el cadí.

Llegado a casa, Yusuf resolvió hablar con su esposa.

– ¡Oh mujer! Tente y escucha esta nueva, pues gran desgracia ha caído sobre nosotros – le dijo, y procedió a contarle del pergamino, el cadí, y los siete días de tiempo.

– Gran engaño es éste – dijo Saida, que no era lerda y conocía las innobles intenciones de Jalid desde tiempo ha –, pero esto no quedará así. Corre a ver al cadí y comunícale tu intención de celebrar una Pira Ceremonial en la plaza central de la ciudad dentro de siete días, en la que serás enviado en forma de humo a los cielos para reunirte con tu difunto padre y cumplir así la tarea encomendada, pues éste es el medio más rápido para ello. Y mientras, harás lo que a continuación te indico, si los dos queremos que salgas con vida de este atolladero.

– Oigo y obedezco – exclamó Yusuf, pues, aunque no era la costumbre, confiaba en la grande inteligencia de su esposa y solía seguir sus consejos, que eran siempre acertados.

Y así fue que Saida instruyó a Yusuf en construir una plataforma para la pira sobre la cual montó un armazón de madera, pero de tal suerte que en el fondo del armazón había una trampilla hábilmente disimulada que iba a dar al interior de la plataforma, que era hueca; y una vez construida, emplearon el resto del tiempo en cavar un túnel desde la casa de Yusuf hasta la plataforma, de manera que una vez dentro del armazón y preparado para ser incinerado, Yusuf pudiera escapar sin ser visto por la multitud hasta su casa.

Llevose a cabo la ceremonia, se quemó gran cantidad de leña, y todos pudieron contemplar el humo subiendo a los cielos, y muchos, que habían escuchado la historia de boca de otros, no dudaron en que el espíritu de Yusuf iba a reunirse con su padre en el Más Allá.

Tras tapar con tierra el final del túnel detrás de sí, para que no hubiera sospechas, Yusuf pasó un año entero recluido en su casa, sin salir, de modo que no fue visto por nadie; tiempo en el que Jalid, que creía muerto a su hermano, trató con gran insistencia de ganarse los favores de Saida, pero ésta evitaba encontrarle; y, cuando lo hacía, conseguía burlarle de una u otra manera, de tal suerte que el año pasó sin que Jalid lograse su propósito.

Y he aquí que, ¡alabado sea Alá!, transcurrido el año Yusuf salió por fin a la calle y se presentó en casa del cadí, quien se maravilló de verle.

– ¡Alá es en verdad grande! – dijo éste, sin sospechar la añagaza –, pues cierto es que ascendisteis a los cielos y visitasteis el Más Allá, y ahora habéis regresado, oh Yusuf. ¡Gracias sean dadas al Todopoderoso!

– Ciertamente es así, ¡oh comendador de los creyentes, baluarte de la fe! – respondió Yusuf –, que visité a mi señor padre, el cual os envía saludos, y ayudé en la construcción de su mansión celestial, que es magnífica y excelente y cuenta con cuarenta habitaciones y sirvientes numerosos, como corresponde a su dignidad. Pero, además, mi padre me entregó este mensaje para vos, el cual mi ignorancia en materias de letras me impide descifrar – y dicho esto, sacó de su manga un rollo de pergamino similar al de Jalid, e hizo entrega del mismo al cadí.

Pues ha de saberse que Yusuf no estuvo ocioso durante el año que pasó encerrado en casa, e hizo lo mismo que su hermano había hecho con anterioridad: estudió las caligrafías antiguas y practicó hasta que logró imitar la letra de los sabios místicos de antaño.

El cadí le dio las gracias efusivamente, se despidieron, y de nuevo aquél fue a reunirse con los jueces y doctores del saber, con objeto de descifrar la escritura del mensaje. Hecho lo cual, convocó a Jalid y Yusuf, para darles a conocer las nuevas.

Jalid resultó no poco asombrado al ver de nuevo a su hermano, y maravillose tanto y quedó tan estupefacto que le dio acaso por preguntarse si no habría obrado algún milagro divino, pues está en manos de Alá el volver los muertos a la vida, si así lo deseare. En su desconcierto, no dudó de que su hermano en efecto había estado en el Más Allá y había regresado de algún modo.

– Y ahora escuchad ambos – les dijo el cadí –. Pues he aquí que éste es el mensaje que vuestro padre entregó a Yusuf en el Más Allá. Y dice así: que habiendo terminado la mansión en la que habrá de residir, y siendo su construcción magnífica como corresponde a la habilidad conocida en Yusuf su hijo, la morada le satisface ampliamente, pero echa algo a faltar: un administrador que se haga cargo de ella y administre la misma e instruya a los sirvientes. Pues siendo tan ducho Yusuf en el trabajo de la madera, construyó varias estancias más de las previstas, y ahora la casa es grande y requiere de atención. Y, como no conoce mejor tesorero que su hijo primogénito, Jalid, le concede a éste el privilegio de servir en su mansión como tal, teniendo a cargo la administración de la misma. Y éste es un honor que le es reservado, pues como mayor de los dos hermanos, tiene derecho a participar de la hacienda de su padre durante un año, tras el cual, si así lo desea, será libre de regresar al mundo terrenal. Y, como cadí, decreto que ésta es la voluntad escrita de vuestro padre y como tal habrá de ser tratada y llevada a fin y cumplimiento.

Y así fue como, siete días después, se llevó a cabo otra Pira Ceremonial en la plaza, en la que Jalid, aún estupefacto por el decurso de los acontecimientos, fue pasto de las llamas y todos pudieron contemplar cómo ascendía a los cielos en forma de humo; y los asistentes no dejaron de maravillarse ante el supremo poder de Alá, señor del mundo terreno y ultraterreno, que dignábase transportar otra alma de aquella manera sorprendente al Más Allá.

Aunque se cuenta también que, al despejar la plaza de nuevo para el mercado del día siguiente, hallaron unos huesos carbonizados entre las cenizas, que nadie supo explicar con seguridad de dónde provenían, cierto como era que en el caso de Yusuf nada similar se había encontrado; y, por supuesto, al cabo de un año de los sucesos que aquí se han narrado, Jalid no regresó de la mansión de su padre, y ni los Sesenta Sabios Sufíes, con todo su conocimiento, hubieran podido determinar si la razón era que estaba tan a gusto en dicha mansión que no le apetecía volver. ¡Pero la sabiduría de Alá es infinita!

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