sábado, 22 de marzo de 2008

6.-Pequeñas criaturas

Alicia introdujo la fotografía por detrás del cristal del marco, tratando de que no se doblara. "Menuda pandilla", pensó sonriendo. Los cuatro se conocían desde pequeños y se habían hecho prácticamente inseparables. Incluso uno de ellos, con el paso del tiempo, había llegado a convertirse en algo más que un buen amigo para ella. Golpeó el clavo en la pared y colocó el precioso marco, disponiéndose a contemplar qué tal quedaba la fotografía ya colgada. De repente notó una extraña presencia a su espalda y, antes de poder siquiera volverse para ver lo que era, sintió un golpe desgarrador y se desmoronó cayendo inconsciente.

Cuando por fin despertó, Alicia pensó que se había quedado dormida mientras tomaba un baño, pero al abrir los ojos no pudo creer la escena que tenía ante sí. Toda el agua estaba teñida de rojo y, frente a ella y también metido dentro de la bañera, yacía el cadáver salvajemente degollado de su novio Gerardo. Alicia gritó horrorizada e intentó incorporarse de un salto, pero algo tiró de ella hacia abajo y acabó volviendo a caer dentro de la bañera. Sacó la cabeza del agua tosiendo y escupiendo, histérica y muerta de miedo. ¿Qué estaba pasando? ¿Qué era todo esto? Notó que acababa de orinarse. Su corazón latía tan fuerte que apenas podía ni oír sus propios pensamientos. Miró hacia debajo y vio qué era lo que le había impedido salir. Unas esposas. Su muñeca izquierda estaba unida por ellas a uno de los tobillos de su novio. Intentó liberarse pero le resultó totalmente imposible. Gritó pidiendo ayuda, aunque de pronto decidió callarse. ¿Dónde estaba? Aquella no era su bañera, ni su casa, ni la de su novio. Por Dios, ¿dónde se encontraba? ¿Qué lugar era ese? ¿Cómo había llegado a parar allí? La puerta del cuarto de baño estaba abierta y podía ver desde la bañera parte del lúgubre pasillo. Escuchó un ruido de pisadas acercándose, como si alguien estuviera corriendo. Un grito. "¡Por favor, no! ¡No!". ¿Era la voz de Carlos? Podía ser, aunque le resultaba irreconocible. Nunca antes le había oído chillar de esa manera. Carlos había sido de siempre el más gallito y atrevido de la pandilla, pero por el tono de voz parecía estar ahora verdaderamente aterrorizado. Alicia le vio cruzar cojeando por el pasillo por delante de la puerta. Tenía la cabeza ensangrentada y avanzaba todo lo más deprisa que podía, arrastrando una de sus piernas, que parecía llevar casi colgando. Pasó de largo. Alicia se había quedado inmovilizada. Pensó en llamarle, pero en ese momento una segunda figura pasó por delante de la puerta. Dios mío. Parecía un niño de no más de diez años, pero su rostro era horrible y deforme, como si alguien lo hubiera rociado con ácido. En su pequeña mano hinchada sostenía un martillo por el que se escurría un líquido rojizo y espeso. Un sonido escalofriante y macabro salía de su boca de dientes podridos y torcidos, y sólo entonces comprendió Alicia que aquella era su forma de reír. Sintió pánico e instintivamente se sumergió en la bañera para tratar de ocultarse, pero el ruido del chapoteo provocó que el monstruoso niño se diera la vuelta y entrara en la habitación. Alicia se quedó quieta aguantando la respiración bajo el agua. Esposada e indefensa como estaba, no se le ocurrió nada mejor. Escuchó los pasos que se iban acercando lentamente hacia donde ella se encontraba. Estaba perdida. No podía escapar. Vio el rostro de la criatura por encima, escudriñando el interior de la bañera, mientras ella seguía tumbada quieta, deseando hacerse invisible, suplicando mentalmente para que el agua turbia por la suciedad y la sangre impidiera que aquel ser la pudiera ver, o que al menos pensara que se había ahogado allí dentro. Algo cayó dentro del agua golpeando secamente el interior de la bañera y Alicia cerró los ojos estremecida sabiendo que había llegado su hora. Esperaba que en cualquier momento empezaran a caer los golpes con el martillo que destrozaran su rostro y su cuerpo arrebatándole la vida de una forma terrible e insoportablemente dolorosa, pero nada de eso ocurrió. Volvió a abrir los ojos y comprobó aliviada que allí ya no había nadie. Sacó la cabeza del agua. La habitación parecía estar vacía. El niño se había ido. Seguía viva pero sabía que no podía quedarse allí por más tiempo. Seguramente aquel ser había vuelto tras los pasos de Carlos, a acabar lo que había empezado, y luego volvería a por ella sabiendo que no podría escapar de allí. Alicia rompió a llorar. Volvió a intentar desembarazarse de las esposas por la fuerza, pero no había manera de conseguirlo y sólo consiguió despellejarse la mano. Pero espera. Al mover su cuerpo para liberarse había notado cómo algo en el fondo de la bañera se le había clavado en la rodilla. Buscó con las manos y finalmente encontró un pequeño objeto metálico. Una llave. Temblando de miedo la introdujo en la diminuta cerradura de las esposas, y suspiró emocionada y aliviada al oír el sencillo click que hizo al ceder y abrirse. Alicia se incorporó y pudo salir por fin de la bañera. Tiritaba de frío, así que buscó algo con lo que poder cubrirse, pero allí no había nada que pudiera utilizar, ni una mera toalla. Sollozando, miró por última vez el cadáver de su novio. No era un corte limpio en el cuello, se habían ensañado con él. No quería dejarlo pero tampoco podía quedarse allí por más tiempo. Debía encontrar una salida cuanto antes.
Salió de la habitación y fue avanzando lentamente por el pasillo, tratando de no hacer ni el más mínimo ruido. Era una mansión vieja y destartalada, y a cada paso se le iban clavando astillas de madera en sus pies descalzos. Llegó hasta las escaleras, desde las que se podía ver la planta baja. Tuvo que taparse la boca para evitar gritar o vomitar. Allí abajo, frente a la puerta de entrada, yacía Carlos tumbado en el suelo sobre un charco de sangre. Un grupo de cuatro de esos niños deformes, con martillos en las manos, le golpeaban con furia en la cara y el cuerpo mientras reían divertidos abriendo sus bocas negras e inmensas. Alicia se había quedado paralizada. Dios, su cara no era ya más que un pedazo de pulpa sanguinolenta y sin forma, pero esas horribles criaturas no paraban de golpearla una y otra vez. Por fin reaccionó y regresó corriendo despavorida al pasillo por donde había venido antes. Entró en varias habitaciones, pero todas las ventanas tenían barrotes y era imposible poder salir por ahí. Fue entonces cuando se dio cuenta de dónde estaba. La casa de los horrores. Había salido en todos los periódicos de la época. La mujer que vivía en ella se había vuelto loca y había ahogado a sus hijos en la bañera, y después los había cortado en pedazos con una sierra. Alicia ya había estado aquí antes. Una tarde, años después de esa terrible matanza, ella y el resto de la pandilla entraron en la casa maldita. Fue toda una decepción. Al final se pusieron a jugar al escondite. ¿Cuándo había sido eso? Hacía seis o siete años al menos, pero reconocía aquel lugar. Estaba en aquella casa de nuevo y esta vez no era ningún juego.

Entró en otra habitación, un dormitorio, y se dirigió al armario en busca de algo de ropa con la que vestirse y mitigar el frío que sentía. Casi se le salió el corazón del pecho al abrir la puerta y encontrarse cara a cara con Patricia.
– ¡Gracias a Dios, Patri! ¿Qué haces aquí dentro?
– Me escondo de ellos. ¿No los has visto? – susurró Patricia aterrorizada.
– Sí, han matado a Gerardo y a Carlos ¡Es horrible! ¿Qué está pasando? ¿Qué hacemos aquí? ¡¿Qué son esas cosas?!
– No lo sé. Tengo mucho miedo.
– No puedes quedarte aquí, Patri, acabarán encontrándote. Tenemos que encontrar una forma de salir.
– No puedo moverme, Alicia. De verdad, tengo demasiado miedo. Por favor, cierra con llave la puerta del armario.
– Pero Patri, así no podrás huir si ellos vienen.
– Si ven que la puerta está cerrada con llave, no sospecharán que estoy escondida aquí dentro.
– Está bien, buscaré una salida y volveré a por ti. Pero por el amor de Dios, no hagas ruido, no llores, no respires. ¡Volveré! ¡Te lo prometo!
La única ropa que encontró Alicia dentro del armario fue una blusa vieja en el suelo, pero era de niña pequeña y no le servía. Se despidió entre lágrimas de su amiga y cerró la puerta del armario con llave.

Recorrió de nuevo el pasillo abriendo el resto de puertas. En una de las habitaciones encontró a su amiga Lucía revolviéndose en el suelo, amordazada y atada con cinta de embalaje. Alicia la liberó con dificultades y ambas se fundieron en un abrazo.
– ¡¿Qué ha pasado?! ¡¿Dónde estamos?!
– Es la casa de los horrores, Lucía. Hay unas criaturas deformes. ¡No parecen humanos! Deben de ser los espíritus de los hijos de aquella mujer...
– ¿Pero qué dices? ¿Y qué hacemos aquí? Lo último que recuerdo es cuando me subí al coche...
– ¡Han matado a Gerardo y a Carlos! Dios, ¡no sabes lo que les han hecho! ¡Tenemos que escapar de aquí! ¡Pueden venir en cualquier momento!
Lucía miró a Alicia incrédula, aunque enseguida comprendió que le estaba contando la verdad. Rompió a llorar aterrorizada, pero Alicia consiguió calmarla acariciándole el pelo y la frente.
– Tenemos que marcharnos ya. Me ha parecido oírlos.
– No puedo andar, Alicia. Cuando me he despertado antes, he intentado desatarme y me he caído. Me duele muchísimo. Me debo de haber torcido un tobillo, o los dos.
Alicia le ayudó a caminar para salir de la habitación, pero Lucía no podía aguantar el insoportable dolor y acabó cayendo al suelo. Probó a quitarse las botas y un mar de sangre manó de ellas. Le habían seccionado los pies con una sierra. Lucía chillaba sin parar y Alicia empezó a llorar de nuevo. No podía más. Aquello era demasiado, pero al final consiguió reaccionar:
– Shhhh Shhhh. Te juro que vamos a salir de aquí, Lucía. Patri está escondida. Entre las dos podremos ayudarte.
Lucía la miraba horrorizada, sin parar de gemir y gritar pidiendo auxilio. Alicia no necesitó darse la vuelta para saber lo que estaba viendo su amiga. Las criaturas se abalanzaron sobre Lucía y empezaron a golpearla con saña y furia mientras reían. Después la desnudaron y hundieron sus horribles dientes podridos en ella, mordiendo y desgarrando la carne. Alicia escapó de allí a toda prisa chillando. Las paredes de la casa maldita parecían estar vivas y de ellas empezó a manar sangre hasta el suelo, tiñendo todo de rojo. Alcanzó el dormitorio y casi se le cayó el alma al suelo al ver que el armario donde estaba escondida Patricia estaba bloqueado por unas planchas de madera.
– ¿Patri? – sollozó temiéndose lo peor.
– ¿Alicia?¡Alicia! ¡Déjame salir, por favor! ¡Tengo mucho miedo y no puedo respirar! Vinieron esas criaturas y empezaron a dar martillazos al armario. Creía que me iban a matar pero después se marcharon y yo me quedé aquí, sola.
– ¡No te preocupes! ¡Ahora mismo te saco, Patri! ¡Te lo prometo! – suspiró aliviada.
Las planchas de madera estaban firmemente clavadas, pero Alicia consiguió apartarlas tras un rato. Tenía las uñas rotas y ensangrentadas y los dedos en carne viva, pero pese al dolor pudo girar la pequeña llave y abrir la puerta. Patricia no estaba dentro. En la parte inferior del armario se encontraba el esqueleto de una niña muerta muchos años atrás. Su vieja blusa estaba tirada a sus pies.
- ¿Patri? ¡Perdóname, Patri! – suplicó abrazándose a los restos de la niña. Desde ahí contempló su propia imagen reflejada en el espejo interior del armario. Desnuda, con la boca y los dientes bañados en sangre. El martillo se le cayó de las manos y se quedó ahí acurrucada, llorando, junto a su amiga.

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