domingo, 3 de febrero de 2008

8.-¿La mejor opción?

Y ahí estaba Fulgencio... con los calzoncillos bajados hasta las rodillas y el culo en pompa, postura indecorosa por demás.
—Estese quieto Fulgencio —el médico le miró de arriba abajo, calibrando si salir corriendo de la consulta y pedir auxilio o morirse de la risa allí mismo.
Fulgencio le pareció una mezcla de morsa y gorrino, indefinible.
El paciente miró de reojo al médico, y ya no volvió a hacerlo, la mirada que vió fue espantosa. Aterrado preguntó:
—¿Qué tengo dóstor Fulgens?
“Un culo horroroso”, pensó el doctor con desagrado.
—Ehh... bueno... yo diría que usted lo que tiene es... —ahora el doctor empezaba a desmoronarse, podían más las ganas de reír que las de salir corriendo—. Creo que es obesidad mórbida.
—¿Lo qué? —preguntó sorprendido Fulgencio.
—Sí, es lo que tiene, se apodera de sus posaderas hasta que no es capaz de entrar por la puerta, ¿Usted es capaz de entrar por la puerta sin esfuerzo señor Fulgencio? —disimuló una risita con una tos fingida.
—Gueno, yo...
—Claro que también podría ser un simple caso de irritación. Si no es indiscreción, ¿me podría decir qué hizo ayer? —el doctor seguía tosiendo compulsivamente tapándose la risa con el puño.
—Ná del otro jueves dóstor —mintió Fulgencio descaradamente—, ¿Pueo ensubirme ya los faldones?
—¡No, por favor! Tengo que examinar... esa cosa que le sale...¡Ja! ¿Pero qué coño es éso? Espere un momento señor Fulgencio, tengo que avisar a mi colega Fulgensín—. El dóstor (perdón, doctor) cerró la puerta tras de sí, y la carcajada que soltó la oyeron en Pernambuco. A voces llamó a su compañero; le dijo que viniese corriendo, que no sabía lo que se estaba perdiendo.

—¿Qué pasa Fulgens? —preguntó sobresaltado su colega Fulgensín.
—¿Que qué pasa? ¿QUE QUÉ PASA? Anda entra ahí a ver qué te parece la retaguardia de la ballena peluda analfabeta esa que se me ha colado en la consulta.
Los doctores Fulgens y Fulgensín pasaron a la consulta ávidos de morbo, y tuvieron ración doble. Fulgencio estaba hojeando el nuevo número de la revista Interviú en cuya portada se mostraba una recauchutada y exuberante rubia... y la cosa empezaba a florecer cuando se dio cuenta de que no estaba solo. Cerró rápidamente la revista y la puso boca abajo; ágilmente fue a echarse mano al pantalón para subírselo cuando el doctor Fulgens le llamó al orden.
—¡Quieto señor Fulgencio! —le dijo a voz en cuello—.Hay que seguir con la exploración, póngase mirando para allá por favor, y agáchese usted ¿Acaso quiere usted quedarse sin culo?
—¿OOOtra vez? —Fulgenció tembló de pies a cabeza.
—Sí, otra vez —le contestó el doctor Fulgens apremiándole con un gesto.
Fulgencio se agachó...
“¡TTtttttppppffff!”
—¡COÑO!— exclamó el doctor Fulgens.
—¡LA OSTIA! —le secundó el doctor Fulgensín.
—Ehh... pendón, la comía de misposa no es... mu rápida de ligerir.
—¡Madre del amor hermoso! Fulgensín, abra usted las ventanas si es tan amable, no sé si ir a por las máscaras antigás o decirle a usted que se vaya a tomar vientos ¡No! Eso no que ya hemos tenido bastantes. En fin, a lo que íbamos, ¿Qué le parece ésa protuberancia doctor Fulgensín? —dijo señalando la susodicha.
El otro doctor, también vestido con pulcro batín blanco, se colocó los guantes con tranquilidad. Fulgencio se puso de nuevo a temblar. La sola idea de pasar por otra ITV culinaria le revolvió aún más si cabe el maltrecho estómago. En ese momento, el doctor Fulgensín recibió una serie de latigazos por parte del paciente. Lo curioso era que los latigazos se los estaba pegando con un palillo de exploración. Después de evitar los denodados esfuerzos del extraño personaje por defenderse y sus intrigantes armas, el doctor examinó con asombro el inquietante apéndice que le salía de salva sea la parte. Empezó a caminar alrededor de Fulgencio. Se sintió como un pony de feria dando vueltas alrededor de un gilipollas que trataba de atizarle.
Por fin dijo:
—Esto es un extraño caso de aparición querido colega —comentó al doctor Fulgens mientras le guiñaba el ojo buscando complicidad.
—¿Daparición? ¿Cómo seso dóstor? —Fulgencio no sabía si subirse los pantalones o rezar un Padre nuestro.
—Sí, creo que ayer debió de tener un día movidito señor Fulgencio, ¿No es así? —preguntó el doctor Fulgensín enarcando las cejas mientras le estallaban los mofletes al paciente.
—Creo que lo mejor en estos casos, y sólo por el hecho de que queremos salir de dudas antes de que el daño sea irreparable, es que nos diga usted, señor Fulgencio ¿Qué hizo durante el día de ayer? Recuerde que de la veracidad de lo que cuente, depende que podamos salvar parte de su anatomía... así que... ¡Desembuche señor Fulgencio! —los doctores se sentaron en sendos sillones a pierna suelta previendo unas buenas risas — ¡Y deje ya de quitar las páginas de contactos de mi periódico señor Fulgencio!
—¿Me enpuedo subir ya...
—Sí, puede, y cuente rápido que tengo mucha gente esperando, pero no se salte ningún detalle señor Fulgencio —le espetó el doctor Fulgens apremiándole de nuevo.
El paciente, después de guardar con aparente nerviosismo la página de contactos del periódico se subió los pantalones, no sin antes regalar los oídos de los doctores con otra sinfonía de ventosos sonidos a causa del esfuerzo.
—Pos verán dóstores, lo cierto es que un serviente, está casado… —comenzó Fulgencio.
Los doctores se escrutaron y dijeron al unísono:
—Lo sentimos, continúe.
Fulgencio se puso cómodo también, eructó sin querer, y comenzó a contar sus desventuras.

>>Es que no sé mu bien por ande empezar, peo me gustaría que ralmente, pasando lo que pasase enpués que se los cuente, sean vustedes compresivos. To empezó en cuando fui por pan. Mi siñora, sestaba cachondando como ensienpre, que sira un gordo, que sira un desgraciau, que sinu valía pa ná… ¡Un disastre oigan! Yo la enpregunté, ¿Peo Marifulgi, acaso entuviste alguna occión mejó que yo? Y ella me enrespondió que no, que nos que juera la mejó, que juí la ¨única¨ occión.

>>Yo me encabroné bastante, peo magarré la bota vino y salí por pan, gueno, y a por un paquete Celtas. En de camino mencontré con el de los cupones y mientras sagachaba a encoger cambio le birlé otro cuponcillo, ¡Menuo jalipollas qués! Por enprimera vez, compré un pidiórico. Y allí que me fui a la tasca a enverlo. La verdad es questá mu bien; en las letras de dentro salían unas mujeres mu lustrosas, óiganme. Y enllamé a un telénfono que ví ponido allí enmismo.

>>Minvitaron unas hembras mu amables pa pasar un buen rato y no me lo enpensé. Le dije a Manolo que me enllenara la bota tintorro y salí corriendo común galgo jambriento pallá. No pararé a darsus detalles que me entra la virguenza, pero lo que es guarradas, ¡pero GUARRADAS! No faltaron a un sirviente oiganme. Y en mientras tanto, yo na más que enpensaba en la mofeta de Marifulgi, y por dentro enpensaba “te jodes foca”. Así que me espaché agusto óiganme. Y encuando pasó ya mucho tiempo repartiendo billetazos y dando jodienda a to lo que tenía patas, macabé el culín de la bota vino y me endormí común zagal chico. Lo de espués ya lo saben ustedes dóstores. Me enlevanté con dolores de culo indescreíbles y me envine pacá pal médico ¡Y to esto por la gorrina mi mujer! ¡Pos no va y me dice que juí la única occión! ¡SAN PEDRO LA DE POR ENCULO! ¿Qué les paece dóstores?


Los doctores se miraron y cerraron la boca al mismo tiempo, parecían entradas del Metro. Sorprendidos buscaron apoyo el uno en el otro. De inmediato, el doctor Fulgens proclamó:
—¡Ya lo tengo! —dijo triunfal.
—¿Lo qué entiene? —preguntó preocupadísimo el infeliz paciente.
—Por última vez señor Fulgencio, póngase otra vez en… posición —trató de decir el doctor Fulgens con delicadeza. Entretanto el doctor Fulgensín miraba con entusiasmo la maniobra preguntándose por dónde saldrían los tiros.
Fulgencio se colocó de nuevo en posición, mostrando espantosamente parte de sí mismo, despacio, muy despacio…
—¡¡¡¡¡AAAHHHHHHHHHHHHHYYYYY!!!!!
—¡YOOOO TEEENGO EL PODEEERRRRR! —gritó el doctor Fulgens cual He-man, empuñando lo que a simple vista parecía un enorme pepino naranja.
—Pero, ¿Qué leches es éso? —preguntó el doctor Fulgensín mientras alzaba los brazos al cielo.
—Esto que tenemos aquí, amigos míos, es ni más ni menos que un consolador de gran longitud y grosor aterrador —sentenció el doctor Fulgens asintiendo con la cabeza.
—Y eso que tenemos ahí espatarrado —prosiguió señalando al dolorido Fulgencio— es un gilipollas borrachín que no se entera ni cuando le dan por culo. No me extraña que su mujer dijera que fue su única y desesperada occión.
—¿Me pueo llevar el parato ese por fagor? —preguntó con ojos anhelantes Fulgencio.
—¡Este tío es gilipollas perdido! —soltó Fulgensín como despedida.

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