domingo, 3 de febrero de 2008

3.-Una broma que no tiene gracia

Y allí estaba Fulgencio. El monótono tronar de unos altavoces lo arrastró lentamente del confuso sopor etílico hasta la resacosa realidad. Parpadeó y miró a su alrededor ¿Dónde carajo estaba? Las personas próximas a él que se percataron que estaba despierto comenzaron a darle palmaditas en la espalda y a decirle cosas que no entendió. “Vamos a ver, Ful –pensaba- una de dos: o padeces el caso de sonambulismo más grave del mundo, o aquí pasa algo raro. Venga, rebobina.” Fulgencio se frotó las sienes, luchando contra el ruido y la jaqueca. “¡Ah, sí! ¡Ya recuerdo a Dani! Sí... creo que ese condenado proyecto de feto mal parido ha tenido algo que ver en lo que quiera que haya pasado... ¿Qué fue lo que dijo?:”
“¡Tío, tengo una idea genial!”
“Sí, eso fue. Y después de eso...”
“¡¡A QUIÉN COÑO SE LE OCURRE FALSIFICAR UNA PRIMITIVA DE 15.000.000 €!!”
El grito retrospectivo de su novia los despabiló por completo. ¡Ya está! Entonces, debía de encontrarse en una discoteca. Y toda esta gente...
-¡QUE BOTE FULGENCIO! ¡QUE BOTE FULGENCIO! –comenzaron a aclamar.
... le iban a arrancar la piel a tiras. Fulgencio tragó saliva. Trató de contar... serían, más o menos, unas veinte personas. “Jo, pues cuando sepan que, además, tendrán que pagar toda la consumición...”
-¡QUE BOTE FULGENCIO! ¡QUE BOTE FULGENCIO! –seguían gritando.
-¡Ya va, cojones!
Fulgencio dio saltitos de mico en dirección a los lavabos, mientras lo envolvía una ola de vítores. Allí había una ventana sin rejas. Fulgencio se rascó la cabeza, extrañado. Nunca había tenido un ataque de suerte desde que con once años partió de un pelotazo la vitrina de los 15.598 espejos de su tía Ambrosia. Es más, desde aquél día no había dejado de pasarlas putas. Fulgencio se subió a la taza y comenzó a salir por el ventanuco. Pero es que, además de gafe, Fulgencio está atontado perdido y comprendió demasiado tarde que no se puede salir de cabeza por una ventana que está a dos metros del suelo.
Cuando volvió en sí, comprobó aliviado que aún estaba solo. “¿Cuánto tiempo habré estado inconsciente? –se preguntó- Parece que no mucho, pero puede que sí el suficiente como para que Los Veinte se hayan percatado de mi ausencia ¡Ojalá no hubiese utilizado mi reloj para matar un grillo!” Fulgencio comenzó a pasearse de arriba abajo del callejón, pensando qué hacer. Aunque Barcelona era grande, no deseaba vivir con el temor de encontrarse a uno de Los Veinte y que le recordasen cierta tomadura de pelo.
-¡Ya sé! –le dijo a una rata que salía tranquilamente de un contenedor, y a la que pegó un susto de muerte- ¡Me largaré de Barcelona! ¡Viajaré hasta la otra punta de la Península! ¡Iré a Sevilla o alguna ciudad así!
Pero entonces se le ocurrió algo. Esa loca idea implicaba un montón de cosas: dejar la ciudad donde había nacido, a su madre, a su novia, a sus amigos (los que le quedaran, claro). Además no tendría dinero, ni piso, ni trabajo. Se vería obligado a vivir como un jodido mendigo, de la caridad de los demás... Bajó la mirada. La rata lo estaba mirando fijamente de una manera muy significativa.
Diez minutos después, Fulgencio estaba haciendo autostop en la carretera de salida.
“¡AL PEO CON TODO!” había gritado. Luego casi le pareció que la rata había levantado los pulgares hacia arriba... Dios, algunas de las cosas que había tomado deberían de estar prohibidas (“Además, las ratas no tienen pulgares prensiles... ¿Verdad?”)
A los quince minutos paró un coche que le resultaba vagamente familiar, pero aún así montó. El conductor llevaba un gorro de pesca que le ocultaba media cara.
-Buenos días amigo. Menuda juerga, ¿Eh?
Fulgencio murmuró una afirmación. Se estaba empezando a sentir muy mareado. “Esto tiene que ser psicológico por narices –se decía- ¡Si el coche aún está parado!”
El conductor seguía hablando, pero Fulgencio no escuchaba. Estaba tratando de controlar las ganas de potar y pensar con claridad. Vamos a ver, ¿Qué era lo que su novia le dijo en una ocasión?:
“Houston, tenemos un problema gordo”
“¡FULGENCIO! ¿¡QUIERES DEJAR DE UNA VEZ LA PUTA PLANCHA EN SU SITIO¡?”
El Fulgencio físico dio un brinco. Desde luego, recordar los berridos de su novia resultaba más terrorífico que el berrido en sí. Éste era un hecho que, de contar con más tiempo (para aburrirse, se entiende), le habría gustado analizar. Por desgracia, ahora no lo tenía, pues se había percatado de un detalle muy importante: no habían salido de la ciudad. De Hecho, estaban volviendo a entrar.
-¿Por fin te has dado cuenta, pedazo de maricón?
Fulgencio se volvió. Ya sabía de qué le sonaba el coche.
-¡Dani! ¡Pedazo de mamón concentrado al vacío! ¡De modo que todo ha sido idea tuya!
¡Pues claro, tío! –reía el otro. Le palmeó con fuerza en el hombro- ¡Feliz día de los Pardillos, pringao!
El coche se detuvo delante de la discoteca donde despertó Fulgencio. Los Veinte estaban allí. Todavía riendo, Fulgencio se bajó del coche.
Pero algo iba mal. Los notaba a todos demasiado serios... y creía haber visto un bate de béisbol...
-Dani... ¿Seguro que estos saben que es una broma?
En ese momento, el aludido le lanzó algo, pisó a fondo y desapareció tras la esquina. Fulgencio recogió el objeto: era una nota:

“Y ahora voy yo y me follo a tu novia mientras estos capullos hacen nocilla con tus huevos. A que tiene gracia la broma.
Siempre tuyo, tu compañero de fatigas, Dani.”


“¡Dani, condenado boceto fallido de la Creación, ésta te la guardo!” Pensaba Fulgencio mientras Los Veinte le iban dando caza calle abajo.

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