domingo, 3 de febrero de 2008

14.-2001, una odisea en el espacio

Y allí estaba Fulgencio…

Había pensado contaros algo divertido. Sé que es lo que esperabais de mí. La puta anécdota de cuando Fulgencio se rompió los dientes bajando del caballo. Pero como soy un sádico prefiero contaros la historia de mi vida.

Yo siempre fui un trasto. Me dedicaba a recoger todo lo que encontraba por el suelo. La verdad es que tenía buena cabeza y cada objeto, sin aparente valor, que recogía acababa sirviendo de alguna forma. Se podría decir que era un genio del reciclaje. Pero mejor no lo hagáis, o acabaréis con menos dientes que Fulgencio.

A menudo me he preguntado por qué nunca he tenido amigos verdaderos. De esos que te duran toda la vida. No me malinterpretéis, os tengo en mis pensamientos. Pero cada uno tenemos nuestra vida y solo quedamos en determinadas fechas para beber hasta emborracharnos. Acostumbro a hacer amigos, pero siempre hay algo que me parece extraño y me obliga a abandonarlos para buscar nuevas amistades; nuevas inquietudes.

No recuerdo en que garito fue, pero recuerdo que sería uno de esos sitios para intelectuales. Lo que hoy en día los jóvenes han dado en llamar “gafapastas”. Allí conocí a un grupo bastante peculiar. Eran tres notas, pijos hasta la médula. La élite. Tuve que cambiar mi aspecto para que me aceptaran, pero aprendí mucho de ellos. En el fondo eran bastante elementales. Resulté ser bastante más pragmático e inteligente que ellos. Y aprovechando un proyecto científico pidieron mi ayuda. Por aquel entonces yo andaba tras las faldas de una auténtica belleza. Tuvimos nuestros momentos, yo la llamaba Luci y ella a mí Sau. Nunca permití a nadie más llamarme Sau. Pero me dejó por un perroflauta, o algo parecido me contó. A mí me sonaron a excusas. Lo peor fue que aproveché algunos materiales del proyecto científico de los otros tres notas y me mandaron a freír espárragos.

De todas maneras, esa vida entre clase alta no me acababa de convencer. A mí me gusta pegar voces cuando hablo y ellos pensaban que era una falta de educación. Así que un día me encontré con siete tipos bajitos que venían de trabajar en la mina y me quedé hablando con ellos. Comentaban que vivían de alquiler en una choza con una tipa bastante guapa pero bastante zorra también. Se pasaban el día cantando en la mina y bebiendo y cantando en las tabernas. Hablamos de los sitios oscuros donde trabajaban y me cayeron bien. Les enseñé algunos bocetos del proyecto científico de los pijales y juntos conseguimos hacer algunas cosas bastante interesantes. Descubrí que eran mejores orfebres de lo que pensaba. Además, eran más parecidos a mí. Muy suyos, siempre pegando voces, y bastante cabezones. Pero andaban todo el día borrachos y pensé que acabaría cirrótico o algo por el estilo.

En consecuencia, tomé la decisión de hacer deporte. Y paseando un día por las afueras conseguí hablar con un grupo de muchachos que andaban correteando. Les propuse formar un equipo de fútbol y nos reunimos todos para lograrlo. Ellos estaban bastante más acostumbrados al ejercicio físico que yo, así que decidimos que yo sería el portero. A mí me pareció estupendo. Podía usar las manos y todo lo que tenía que hacer era coger la bola. Y aunque algunos han salido peor parados que otros, en mi familia siempre nos ha gustado eso de “coger la bola”. Nos las prometíamos muy felices, y aprendí mucho de sus costumbres. Tenían facilidad para fabricar todo tipo de artilugios con los que variar las reglas de sus deportes y, realmente, disponían de un catálogo bastante surtido de ellos. Incluso hacían ligas y campeonatos. Pero todo se fue a la mierda el día que fuimos a inscribirnos en la federación local de fútbol. Tanta disputa de orgullo, tanta pelea por conseguir el dorsal número 10, o el 9, y nunca nos percatamos de que éramos solo diez. Por lo que, tras la vergüenza que pasamos en la oficina de inscripción, todo desembocó en una pelea absurda y tuve que tomar medidas al respecto. Ciertamente, dejé de mirarlos como a mis semejantes.

Yo andaba disperso en mis pensamientos pero no podía parar de pensar en Luci. Luci era de familia pija, de clase bastante alta, y muy guapa. Era un auténtico bombón. Yo sé que un tipo grande y feo como yo no podía aspirar a tanto. Pero habiendo estado anteriormente con tipos de su clase, y habiendo aprendido bastante de ellos, decidí arriesgarme y construir algo con mis propias manos para regalárselo y que volviera a meterse en mi cama. Al principio me pareció algo sencillo, pero con el tiempo consideré que todo lo que hacía para ella no era suficiente. Y decidí utilizar todo lo que había aprendido de todos los tipos que había conocido en mi vida.

Mi primer boceto fue un bate de béisbol de titanio, perfectamente balanceado, y con piedras preciosas incrustadas. Realmente no servía para nada, pero era bastante bonito. Pero lo pensé mejor y decidí hacer algo sencillo pero con sentimiento. Me fui a lo alto de un monte donde en mis tiempos mozos subía a pensar e inspirarme y con ayuda de un viejo ermitaño hice un anillo sencillo. Demasiado parecido a una alianza por lo visto. Ella dijo que sí, yo le explique que no quería pedirle matrimonio y me mandó a la mierda. Pero antes me tiró el anillo a la cara.

Fue uno de los peores momentos de mi vida. Así que llamé a uno de mis amigos por entonces, Fulgencio. Le dije que necesitaba hablar y quedamos en un prado. Yo llegué en moto y él en caballo. Le di el anillo para que lo viese y le dije que estaba destrozado. Él pensó que había pedido matrimonio a una chica y me había dado calabazas y eso me sentó aún peor. En un arrebato de mala uva le enganché el estribo con un arbusto y perdió el equilibrio. El pobre acabó con todos los dientes rotos. Cuando pasó el tiempo y salió del hospital le recordé que debía devolverme el anillo y él lo hizo con una sonrisa. Al mirarlo me di cuenta de que se había dedicado a grabar frases incongruentes, propias de un descerebrado. Pero como me sentía triste e incomprendido me daba igual. Me lo puse y lo llevé una temporada.

Paso el tiempo y yo seguía ahogando mis penas en alcohol. Y un día, en una discusión de taberna con un tipo borracho, perdí el anillo. Al principio me jodió bastante, pero luego me enteré de que el borracho había acabado cayéndose a un canal y ahogándose, tras pelearse con unos pandilleros. No me siento orgulloso de ello, pero recuerdo que pensé “que se joda”. Y me olvidé del asunto.

Pero pasado el tiempo empecé a ser un tipo importante y mis antiguos amigos, presas de la envidia y los celos por mis éxitos, empezaron a señalarme con sus dedos acusadores y a intentar arruinar todos mis negocios. Resultó una época muy entretenida, pero muy cansada. Todas mis empresas, tanto las legales como las fraudulentas, iban viento en popa. Tenía cada día más adeptos y era un tipo poderoso y popular. Pensé seriamente comenzar mi carrera política. Y eso fue lo que lo detonó todo. Todos mis enemigos comenzaron a buscar en mi pasado algo para hundirme. Algunos de ellos mostraron a la luz pública los tiempos en los que fuimos amigos. Me acusaron de manipulador, de malvado. Cada día que pasaba, recibía cartas de admiradores por mis logros. Pero también recibía millares de quejas, desacuerdos, amenazas de muerte, etc. Con el tiempo resolví contratar un equipo de guardaespaldas. Y, aprovechando que mis antiguos compañeros del infructuoso equipo de fútbol seguían en mi nómina, así lo hice. Les compré el mejor equipo, el mejor armamento, ropa de diseño, vehículos de empresa… y los mandé a repartir un poco de leña para imprimir respeto entre mis enemigos. Bien es cierto que más de una vez se les fue la mano y mi reputación se tornó un poco oscura, pero yo no lo había planeado así.

Pasó el tiempo y comencé a darme cuenta de que tanto poder no acababa de llenarme. Así que cerré mi despacho a cal y canto y conecté mi portátil al equipo de la oficina vía WiFi. Nunca habría la puerta y contestaba a todas las llamadas desde donde estuviese. Quizá fue el recuerdo de Luci y su nuevo amor el perroflauta, no lo sé. Pero comencé a vagar por el mundo y a visitar pequeñas aldeas olvidadas de la mano de Dios. Esos viajes me hicieron muy feliz y creo que encontré mi karma. En uno de ellos conocí al viejo Tom. Tom era un tipo alegre y amable. Siempre andaba borracho de vino y se pasaba el día canturreando por el monte. Casi todas las canciones eran improvisadas y se las dedicaba a su preciosa hija rubia.

Pero el tiempo no perdona y Tom murió de cirrosis. Fue una tragedia, pero le prometí que cuidaría de su hija, y me quedé a vivir en su cabaña. Pasó el tiempo y el roce hizo el cariño. Me enamoré de la hija de Tom y decidí renunciar a todo lo que anteriormente era mi imperio. Éramos felices y vivíamos tranquilos. Nadie nos molestaba, exceptuando una vez que unos yonkis mediahostia que venían de tripis hasta el culo se colaron en nuestro jardín y comenzaron a gritar que los naranjos les atacaban. Pasé bastante miedo, porque seguramente, las partes más fraudulentas de mis empresas podrían volver a encontrarme. Y, ¡qué coños! Tres yonkis, por pequeñajos que fueran y hasta el culo de droga, podían armar una buena. Aparecí canturreando, como hacía el viejo Tom, e intenté que el “mal viaje” no fuese a peor. Al día siguiente se levantaron sobrios, desayunaron y se fueron.

Nunca más los volví a ver. Pero según he leído en algunos blogs de internet y diarios digitales, se colaron en mis antiguas pertenencias para hacer algún tipo de protesta armada y acabaron echándolo todo abajo. A mi me da igual, pero lo siento por todas las familias de mis antiguos trabajadores que no tendrán ningún tipo de manutención, ya que el propietario de la empresa soy yo y se me dio por muerto, y el nuevo gobierno no quiere responsabilizarse de las decisiones políticas de anteriores partidos.

Lo más curioso es que justo antes de mandarlo todo a la mierda, uno de los tipos, por lo visto el que estaba peor de todos, se lanzó desde la montaña para morir por la causa. Cuando lo encontraron reventado en el suelo llevaba el anillo que yo quise regalarle a Luci. Parece que fue una especie de suicidio ritual simbólico. El mundo cada día está peor.

Y creo que no tengo mucho más que contar. Todos me conocéis desde hace bastante tiempo, cuando comenzamos en estas historias raras que muchos no comprenden pero que nosotros vemos como parte de nuestra vida. Sigo pensando que seremos toda nuestra vida unos incomprendidos, pero os animo a buscar vuestro sino. Todos tenemos un karma propio y todos podemos encontrar algo que nos haga felices. Aunque no sea lo que teníamos pensado en un principio. No os doy más el coñazo.

Un abrazo a todos y todas.

Sauron.

>Mensajes>Enviar>Grupo>Amigos del cole.

-Espera, si se lo envío a todos pensarán que quiero saber otra vez de ellos. Y no es que me importe, pero Cthulu es un raro y lo mismo se me presenta aquí el día de año nuevo con un pulpo relleno de esos que cría en sus piscifactorías.

>Mensajes>Enviar>Añadir destinatario>Darth Vader>Hannibal Lecter>Norman Bates>Ratched de enfermería>HAL 9000>Terminator>La bruja del oeste>OK.

-Creo que con estos la cosa está más que bien. El problema es que el puto sms tiene 2001 palabras y me va a costar una pasta mandarlo a tantos contactos. Pero qué cojones, la navidad hay que felicitarla en condiciones.

No hay comentarios: