viernes, 1 de febrero de 2008

7.-Dos entradas

El oficinista soltero se decide, tras varios meses de profundo amor anónimo, a pedir una cita a la recepcionista soltera que trabaja en la misma planta del mismo edificio que él. Se acerca a ella y, venciendo su miedo al rechazo, le comenta que tiene dos entradas para el estreno de una esperada obra de teatro (esperada al menos por la recepcionista soltera, según oyó comentar el oficinista soltero). Ella no sonríe ni le dice que irá encantada, sino que lo mira y le pregunta, sin el menor atisbo de simpatía, si le está pidiendo un cita. El oficinista, tras un comprensible periodo de incomprensión, asiente. La recepcionista le pide que le confirme si, como le ha parecido entender, ya ha comprado las entradas. El oficinista soltero, entre confundido y asustado y dando por perdido el esquema previsto para esa conversación, responde de nuevo afirmativamente. Ella menea la cabeza y le dice que el hecho de que haya comprado las entradas antes de saber si iba a aceptar puede significar dos cosas: que es un imbécil engreído o que es un irresponsable derrochador. Y ella no está dispuesta a mantener una relación ni superficial ni profunda con un imbécil engreído, y, aunque sería posible mantener una relación superficial con un irresponsable derrochador, ese tipo de relaciones, a su edad y en su estado (civil) ya no le interesan. Y respecto a la posibilidad de que se trate de un irresponsable derrochador y de una relación profunda, tampoco está dispuesta a seguir adelante, pues, se pregunta, ¿cómo iba a casarse ella con un tipo capaz de pagar, pongamos por caso, la entrada de un piso antes de haberlo visto para que luego resulte ser una porquería, o de dejar paga y señal por algún producto con el que pueden pasar mil y una cosas?, punto en el que la recepcionista soltera hace una pausa de unas décimas de segundo antes de seguir divagando sobre el matrimonio, la pareja, la responsabilidad y el dinero sin darse cuenta de que el oficinista soltero abandona la oficina cabizbajo y con la cabeza gris y llena de humo y las orejas rojas y los párpados medio cerrados y no se inmuta por la tormenta de nieve que cae en ese momento y coge el coche y se dirige a un local donde sabe que se juegan partidas de póquer de verdad, y bebe, y se anima y juega, se juega su escasa fortuna y la pierde, se juega su coche y lo pierde, se juega su piso y lo pierde, y luego se juega su enfermiza virginidad y la pierde (en el lavabo del local con la única jugadora del grupo), y entonces recuerda las entradas de la obra de teatro y se las juega y piensa en lo poético que sería que gracias a ellas recuperara la escasa fortuna, el coche, el piso y, por qué no, incluso la enfermiza virginidad, pero también las pierde por culpa de un full del único bigotudo del grupo (que sonríe y mira cómplice a la jugadora cuando las gana), y el oficinista soltero propone jugarse la vida con la esperanza de perderla, pero nadie cubre la apuesta porque a nadie le interesa, con lo que el oficinista soltero coge el autobús y vuelve a su casa que ya no es suya y duerme y al día siguiente regresa a la oficina donde la recepcionista soltera sigue hablando de tonterías con otras recepcionistas, y coge el diario y lee textualmente que el estreno de la esperada obra se suspende porque el único actor bigotudo y la única actriz de la compañía se han largado con el dinero y el coche que algún gilipollas perdió jugando a las cartas con ellos.

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