viernes, 1 de febrero de 2008

5.-La llamada

Se levantó de su silla para dirigirse a la cafetera y verter más café caliente en su ahora vacía taza. Dio un sorbo y miró a través de la ventana a los otros edificios de enfrente. La nieve caía incesantemente que pareciera que nunca iba a detenerse. La oscuridad comenzaba a envolver silenciosamente la ciudad y de las ventanas de enfrente se emitían rayos de luminosidad. Tomó una galleta y mordisqueó la orilla. Pequeñas migajas cayeron al piso y sobre sus zapatos. Observó su reloj y se dio cuenta que la hora de su descanso había terminado hacía 3 minutos. Terminó su galleta y dio el último sorbo a su café.

-A continuar trabajando.- Se dijo-.

Se enfundó nuevamente en su traje hermético y cruzó el umbral de la puerta corrediza hasta llegar a un nicho donde se encontraba un panel de control. Pulsó con sus dedos enguantados una serie de números y letras en el teclado y una corriente de gas lo rodeó completamente durante unos segundos. Volvió a pulsar las teclas y una segunda puerta se abrió. Entró a su sala de trabajo y se dirigió a un pequeño conmutador del que destellaban varias luces indicadoras. Pulso varios botones y mientras unas luces se apagaban, otras se encendían. Cerca del conmutador había una impresora. Arrancó la tira con los papeles aún unidos por las líneas punteadas y la acomodó en un pequeño escritorio.

Volteó en dirección a su estación de trabajo y observó por un instante la luz de la pantalla del monitor de su computadora. -You’ve got mail! – Anunciaron las bocinas. La voz electrónica femenina de su programa de correo electrónico le sobresaltó. Y, sentándose frente al teclado y ratón, con dos clics abrió su bandeja de entrada para leer su mensaje. Era su subalterno que le avisaba que iba a llegar tarde por la mañana. “Buen chico”, pensó. A pesar de haberse casado por la mañana, pretendía ir a trabajar. Le escribió una respuesta autorizándole tomarse el día entero. Que no se preocupara por el trabajo, que él podría adelantar un poco esta noche y que disfrutara su nuevo estado civil. Un clic y el mensaje fue enviado. Se llevó la mano izquierda a la sien sintiendo que una jaqueca se estaba desarrollando. Dio masaje en forma circular durante unos breves instantes pero la sensación de opresión interna no cedía, ya que el protector de su cabeza le impedía hacer buen contacto con la piel del cráneo.

Cerró el cliente de correo y siguió observando el monitor. Veía las cifras y símbolos que se movían en cascada tratando de hallarles significado. Era importante descifrar qué mensaje portaban ya que de eso dependía hacer bien su trabajo. A un lado del tapete del ratón se encontraba una caja de acrílico transparente con un sobre para carta reposando en su interior. Para el ojo casual nada había de extraño en el sobre, sin embargo, él y sus compañeros sabían que en su superficie se encontraba una sustancia sospechosa. Sabía de antemano que podía ser cualquier cosa. Aceite, una mancha de café diluida o, en el peor de los casos, una sustancia tóxica. Pero no cualquier sustancia tóxica. En su área de especialidad, las sustancias tóxicas que se manejaban en su laboratorio podían matar a cientos de personas. Cada año interceptaban sobres de cartas o documentos con esporas o bacterias enviadas por enemigos del gobierno. Las bombas en paquetes eran métodos obsoletos. En esta era moderna, el terrorismo biológico estaba de moda y nunca le faltaba trabajo.

De la computadora comenzaron a salir los primeros resultados del análisis. Jean Luc comenzó a anotar los primeros datos y a cotejarlos con la base de datos de la otra computadora. Lo que dedujo le sorprendió. Era una serie de aminoácidos alineados de izquierda a derecha y de arriba a abajo. Sacó de un cajón un pequeño grabador y pinchó el botón de grabado.

-Entrada de datos 2007-0503. Es una proteína de cadena larga. –Comenzó a hablar.- Es muy parecido a una hormona. Una característica distintiva es que la cadena posee todos los aminoácidos esenciales excepto la lisina. Tiene actividad óptica bajo la luz ultravioleta.

Ensimismado como estaba, no reparó en el dolor de espalda y cadera. Solo cambiaba de posición en su silla de vez en cuando. Además, el dolor de cabeza comenzaba a ser fastidioso, mas no deseaba bajar al primer piso para tomar un analgésico ya que eso significaría tener que seguir el ritual diario de entrada-salida del laboratorio. Abrir la puerta corrediza. Entrar al nicho de desinfección, deshacerse del traje, salir, hacer lo requerido, y hacer todo el procedimiento pero al revés cuando regresara. Ya llevaba más de 11 horas en el laboratorio y apenas en este momento empezaba a ver frutos de sus indagaciones. No podía parar solo por sentirse incómodo por el cansancio. Debía terminar su investigación. Muchas vidas dependían de que sus resultados fueran exactos. Aunque, por otro lado, quizá la sustancia fuera simplemente un residuo de alimento o jugo inofensivo. Pero siempre había que estar seguro, fuera o no peligroso. Y siempre bien protegido para no contagiarse en caso de haber bacterias peligrosas. En caso de descubrir alguna cepa peligrosa, rápidamente enviaba la muestra a Fort Detrick, Maryland, base del USAMRIID, el Instituto de Investigación Médica de Enfermedades Infecciosas del Ejército de Estados Unidos para que terminaran la investigación en base a los datos que él enviaba adjuntos.

Apagó el grabador y comenzó a presionar los botones virtuales de la pantalla para imprimir los datos del análisis. Un mensaje le advertía que la impresora no estaba en línea. Se levantó pesadamente y por un leve momento sintió que se mareaba y que el suelo del cuarto se balanceaba. Cruzó el cuarto y tras el manipuleo de los controles, la luz de la impresora que indicaba que estaba lista para hacer su trabajo, se encendió.

Un dolor en la base del estómago le aguijoneó con gran fuerza. Las náuseas llegaron veloces y la jaqueca se intensificó. La boca se le secó y la lengua se le pegaba al paladar. El teléfono comenzó a sonar y los timbrazos sonaban en su cabeza como martillos hidráulicos torturando su cerebro. La bandeja de alimentación de la impresora comenzó a mover las hojas hacia su interior. ¡Dios! Ese maldito dolor. Cerró los puños de las manos y se dio cuenta que no percibía presión alguna, como si estuviera insensibilizado. Un reflujo subió por el esófago pero aguantó lo suficiente para retener las sustancias a medio digerir. No podía dejar de pensar en el trabajo que restaba por hacer. Jodido ruido del teléfono. Parecía que alguien le había subido el volumen máximo. De hecho parecía que a todo lo que producía sonido le hubieran puesto megáfonos. ¿Qué diablos me pasa? –pensó-.

El teléfono dejó de sonar al tiempo que las bocinas de la computadora recitaban You’ve got mail! You’ve got mail! You’ve got mail! Volteó a ver su estación de trabajo y el monitor de la computadora se veía lejano. La imagen de la pantalla se volvía una mancha azul borrosa. Cerca de la puerta corrediza un intercomunicador se encendió y una voz con sonido casi electrónico salió de la pequeña caja:

-¿Señor Bouffier?

Juan Luc quiso ir a contestar pero las piernas le flaqueaban. Se apoyó en una barandilla pero tan torpemente que desplomó unas placas y tubos de ensayo vacíos.

- Señor Bouffier. Imagino que está en el laboratorio. Su teléfono celular suena insistentemente. Lo dejó olvidado en la mesita del comedor. ¿Desea que lo conteste por usted? ¿Señor Bouffier? ¿Está usted ahí?

El aparato emitió un clic seguido de un chirrido. La persona al otro lado de la línea cortó la comunicación, y pensando que el doctor Jean Luc realmente no se encontraba en el área, decidió intentar contactarlo en otros departamentos.

Jadeando y visiblemente angustiado, el doctor llegó a la terminal. Penosamente se sentó en la silla y torpemente tomó el ratón bajo su mano temblorosa. El cursor se movió erráticamente a la bandeja de entrada de su cliente de correo. Pulsó sobre la línea de “leer correo” y se abrió una ventana conteniendo tres mensajes, uno de los cuales portaba el encabezado “URGENTE”. En ese momento su respiración se volvió más rápida y profunda. Sabía que estaba hiperventilandose. Bajó su mirada al panel de control de O2 de su traje pero no podía leer los datos. Solo veía líneas borrosas luminosas mientras un sudor copioso, frío, caía sobre sus ojos. Le ardían como pinchazos de fuego. Su cuerpo comenzó a arder. Quizá si hubiera podido medir su temperatura sabría que estaba llegando a los 39° C. La garganta se le cerraba y los dientes comenzaron a sentir dolor. Iba a comenzar a leer el mensaje del correo cuando sintió una sustancia que salía de sus fosas nasales. Como mucosidad de bebé. ¿Qué demonios...? ¿Qué es esto? – Pensó aprehensivamente. Cuando el líquido llegó a su boca y lo saboreó supo lo que era. Su propia sangre.

Debía salir de inmediato. Quiso correr al intercomunicador para avisar que prepararan la sala de infectología ya que él se convertiría en el nuevo inquilino. Intentó levantarse de la silla pero las fuerzas se le escaparon. Alargó el brazo derecho buscando un centro de apoyo pero lo único que encontró fue la caja de acrílico donde se encontraba el sobre con la sustancia sospechosa. En el camino al suelo, arrastró la caja que quedó en el suelo cerca de su cabeza. Miró al cielo raso y luego a la luz. Le dolía verla. Un nuevo reflujo surcó el camino del estómago hacia la cavidad bucal. Pero el doctor Jean Luc Bouffier no tuvo las fuerzas para retenerlo. La visera de su protector quedó manchada por la negra sangre.

En la computadora un mensaje quedó abierto. Sin leer.

Asunto: URGENTE
A:jlbffier46@research.inf.com
De:gerdlcx@ research.inf.com
Fecha: Jue, 03 May 2007 19:17:47 +0800

Dr. Bouffier, es imperativo que la caja de acrílico con la muestra sospechosa sea incinerada totalmente y que se presente Ud, con la doctora Jacqueline para que efectúe los estudios adecuados para prevenir alguna contingencia derivada de la manipulación del contenido.

Parece ser que en el sobre hay un tipo de prión muy activo y virulento. Las personas que han estado en contacto con él fallecieron por hemorragia interna de una manera tan rápida que jamás habíamos visto.

Dentro de poco nos pondremos en contacto con usted.

Atte.
Dr. Gerard Lacroix; Jefe del departamento de Virología
Del Centro de Prevención de Infecciones


Pero ese era un mensaje que jamás sería leído por Jean Luc. Su cuerpo ya sin vida reposaba en el piso de linóleo mientras sus órganos internos estaban en proceso de licuefacción y su sangre dejaba de fluir por ojos, nariz, boca y oídos. Una nueva era de terrorismo biológico acababa de nacer.

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