domingo, 3 de febrero de 2008

1.-Lune

El último rayo de Sol. La habitación en la penumbra. Lágrimas de amarga sal. Sentada frente al escritorio. Sola. Una vez más. Un día más. Roció el papel con perfume. Lo dobló y lo introdujo en el sobre. Una carta. La prueba definitiva. La confirmación de sus temores. Estaba segura. El dolor. Los celos. La pena. El miedo. La desesperación. Todos ellos se lo repetían. No había duda. No podía ser de otra forma. Y pensar que ella le había amado con toda su alma. Diez años. Diez años de su vida con un ser que no la quería. Al principio... pero no importa el principio. Importa ahora, este mismo momento. No podía soportar ni un día más su pasividad, su indiferencia. La carta. Inventó un seudónimo para engañarle. Lune. Modificó cada carácter de su letra, cada trazo, cada forma, para hacerla irreconocible. Palabras de amor que apenas ya recordaba, enterradas años atrás en el jardín del tiempo. Y al final, la firma: Lune.

Fue la primera. Pero no fue la última. Un día, una carta. Y pasaron muchos días. Y su marido jamás le dijo nada. Cada día parecía ignorarla más y más. Ahora ya estaba segura de que no la quería. Se había cansado de ella. Diez años. Quizás hubiera sido demasiado tiempo para resguardar el amor. Lo veía en su cara. Una vez lo sorprendió leyendo una de las cartas. Rápidamente la escondió tras de sí. Había amor en sus ojos. Aquel amor que hubo un día en su mirada para ella, ahora pertenecía a un fantasma, a una fantasía, a una ilusión que ella misma había creado.

Pasó un mes. Un día, una carta. Él las recibía con un extraño placer. Resucitaban sensaciones que apenas recordaba ya, perdidas en el jardín del tiempo. Palabras. Sentimientos. Amor. Como lo que sentía por su esposa. Pero como ella era antes de las lágrimas. Pero como ella era antes de que los años volaran huyendo. Pero como ella era antes, cuando era la más hermosa. Y al final de la carta, una firma. Un nombre. Un misterio. Lune.

Ahora ella ya estaba totalmente segura. Aún así... No sólo quería estar segura. Quería darle una lección que no olvidara jamás. Quería su vergüenza. Quería ver su rostro, vencedora. Quería decirle adiós. Para siempre. La carta. Le escribió más apasionadamente que nunca. Y al final, le dijo que quería conocerle por fin en persona, que ya no podía más, que deseaba tenerle a su lado para siempre. Una dirección. Un bar. Una hora. Mañana. Una venganza. Por todo el tiempo perdido. Por todas las mentiras.

Salió muy temprano. Cuando se fue la besó. Como si fuera la última vez. Y hubo un momento de placer en sus labios, pero desapareció nada más irse él por la puerta. Le dijo que tenía una importante cita... de negocios, y que posiblemente no vendría a comer. Y se fue. Ella se puso manos a la obra. Había preparado muy concienzudamente ese día. Le besaría. Y después le diría quién era realmente ante su mirada de estupefacción. Nada podía fallar. Sólo disponía ya de dos horas. El vestido nuevo, azul, encima de la cama. Los zapatos de tacón, negros. El collar y las joyas de una amiga. El maquillaje. Las tijeras sobre la mesita. Un peinado diferente. Miró al espejo y no se reconoció. Tuvo que hacer gestos y ver que el reflejo los imitaba hasta estar del todo segura. Era imposible que la reconociera. Vio la sonrisa al otro lado del espejo. Se puso el sombrero. Cogió el bolso. Y salió de casa. Había llegado el momento. Todo acababa y todo empezaba en ese preciso instante.

Ahí estaba. A la hora prevista. Aunque no lo quería reconocer, hasta el último minuto había guardado la absurda esperanza de que estuviera equivocada, de que todo hubiera sido producto de su imaginación. El ramo de flores rompió sus sueños. Sonrió intentando que no se le notara. El odio. Pero también el temblor. La emoción. Olió las rosas. Y un montón de sensaciones. Unas extrañas. Otras conocidas. Y otras olvidadas.

Él también sonrió. Y cuando sus ojos se encontraron, tuvo la sensación de haberla conocido antes, en algún lugar del tiempo. Como su pequeña princesa, al principio, cuando los dos estaban enamorados. Como ella era cuando era la más hermosa, antes de que el tedio y la monotonía congelaran su sonrisa.

Estuvieron entonces el uno frente al otro, sin atreverse ninguno a hacer el más leve movimiento. Sólo se miraron.
Entonces, ella, inesperadamente, le besó.
Y después le dijo su nombre.
Lune.

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