sábado, 22 de marzo de 2008

FdC.-La lucha eterna

Psyche is both a garden and a cesspool.
— REX STOUT, The Silent Speaker (1946)


el demonio que vive en las paredes se mueve con miembros finísimos como patas de araña devora el dolor de sus víctimas corroe su ser sueña con dañar de nuevo sorber coágulos de sangre infectada bañarse en su inmundicia añora un sacrificio una presa alguien a quien matar

El antiguo hospital penal: una ruina de esas que salpican las ciudades, aparentemente olvidada por el tiempo, intacto, sin derruir, por razones que quizá no importan; su demolición se enredó en algún engranaje administrativo. Entre los chavales del Instituto, fuente de emociones baratas: es refugio de vagabundos, yonquis, asesinos en serie. No se ha visto a ninguno en él desde hace largo tiempo, pero son una explicación cómoda para lo que pasó con aquella chica. Nadie va allí. Nadie normal. Los padres esbozan vagas amenazas si descubran que sus hijos han estado allí, en las que se nota más su temor a que “pase algo” que su poder de convicción. La policía vigilaba antes; ahora apenas nada. Dicen que han encontrado más cuerpos, pero lo mantienen en secreto. Dicen que por las noches se ven luces tenues. Dicen que se han escuchado gritos, pero nadie se atreve a explorarlo. Dicen.

Dicen también que la mente crea sus propios monstruos, si se la deja, en un eterno batallar de la consciencia. Por ello no conviene creer todo lo que la gente habla.

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Ana, cuando es de día y está en clase, no tiene miedo de lo que pueda haber en el hospital: ratas, jeringuillas olvidadas en los rincones, entidades malignas. Pero no le cuesta hacerse la tonta, y finge un escalofrío de pánico mientras sigue la discusión entre Dani (que le gusta) y Jorge (que le parece un falso y un creído). Como en otras discusiones, la testosterona aflora y todo acaba en una apuesta. Esta noche, después de las once. Sólo linternas, ellos dos. El primero que llegue a la morgue en el sótano y salga con una de las etiquetas de los cadáveres, gana (no puede haber muertos ya, pero debe de haber etiquetas olvidadas en los cajones; de todos modos, poco importa). Con voluntarios fuera, para controlar. Estas noches está haciendo mucho frío, piensa Ana, los que estaremos fuera lo vamos a pasar peor que los que están dentro.

A lo mejor no se puede bajar al sótano porque las escaleras están en mal estado; puede ser que haya puertas cerradas con llave en el camino. Tales cosas no tienen importancia. Dani no quería entrar al trapo, pero Jorge empezó con la idea, y hubo que seguir palo. Jorge, como siempre, se caga en los fantasmas, las estantiguas, las cosas que yacen en la sombra y otros posibles peligros, reales o imaginarios. Dani dice que son cuentos de viejas y lo de la chica aquella fue un crimen normal, por celos o no sé qué, que el padre del primo de un amigo suyo es policía y se lo ha contado. No hay gente rara viviendo allí. Lo que se cuenta que le hicieron a la chica es mentira, es una leyenda urbana.

Es todo

venid a mí sacos de vísceras pútridos hurgaré en vuestro dolor necesito el dolor os clavaré

mentira.

Esa noche, termos de café, linternas, y mucho nerviosismo. Los chicos entran. Algunas chicas esperan fuera, con otros compañeros, para decretar el ganador. Ana nota el frío debajo del abrigo, pero tiene curiosidad por saber cómo acaba el tema. Se sorprende preguntándose si se atrevería a entrar; le asombra un poco darse cuenta de que no se lo ha preguntado antes.

Al principio, Jorge y Dani avanzan por un pasillo central, buscando la escalera. Pronto el polvo y el olor a rancio y a una vaga traza de algo pungente e indefinible hacen olvidar que alguna vez hubo un mundo afuera. Los azulejos, mates con la suciedad de años, apenas reflejan la luz de las linternas.

Al principio ambos hablan, bromean; más de lo normal, quizá. Un recodo en el pasillo y un ruido que ambos escuchan claramente, detrás de ellos. Como algo pequeño que se arrastrase sobre el polvo.

— Una rata — dice Dani.
— Oye tío — comenta Jorge —. ¿Entonces no es verdad que a la chica aquella le hicieron... lo de los ganchos, ya sabes?

Dani tarda en contestar. Enfoca su linterna en algo que hay más allá, en el pasillo, y lo mira fijamente.

ella tenía ángeles en su interior y cantaron

— Es verdad — dice al fin —. Y muchas cosas más que no se saben. En clase no quería darle importancia, pero la policía cree que entonces hubo un loco viviendo aquí, o varios. Los que hicieron eso. Todo el mundo lo sabe. Me inventé lo de que conozco al que lleva el caso, el padre de mi amigo es policía, pero no está en la brigada. No quería espantar a las tías, ya sabes.

— Qué cabronazo eres — contesta Jorge —. Eso fue hace dos años, tú no crees que siga habiendo nadie aquí, ¿no? — pregunta con un tono algo forzado.

— Una historia que me han contado — dice Dani — es que el propio hospital está poseído por la mente colectiva de los que habitaron en él. Por aquí pasaron asesinos reincidentes, violadores de niños, psicópatas, descuartizadores, locos que disfrutaban matando. Las paredes se impregnan poco a poco del Mal que las habita. Y poseen a todo el que profana este santuario — concluye, bajando el tono de voz.

— ¡Joder, pásate menos, tronco! — exclama Jorge, riéndose —. Lo único que hay en estas paredes es una capa de mierda que lo... — la frase se queda en el aire, al volverse Jorge para mirar a su compañero, y no encontrarle.

Por supuesto,

el demonio se come tu cerebro hunde sus patas finísimas en tu médula carcome tu ojo guía tu mano esclaviza tu voluntad pero lo que quiere es doblegar a los ángeles humillarlos corromperlos degradarlos llenar sus sucias bocas sin labios de pus

se habría escondido. Pero qué hijoputa. Luego le daría el susto saliendo de cualquier parte. Jorge se quedó unos segundos sin saber qué hacer, si llamarlo en voz alta o qué. Se sintió idiota. Pero a ese juego podían jugar dos. Dio media vuelta y entró por un pasillo lateral que, según creía, iba a dar al ala oeste del edificio, donde había otra escalera de bajada. A ver quién asustaba a quién. Y, después de todo, esto era una apuesta, no una película de maricas para ir cogiditos de la mano.

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— ¡Callad! — dice Ana, silenciando de pronto la nerviosa cháchara de sus compañeras. — Creo que he oído gritar...

Se hace el silencio por unos momentos.

— Puede que tengan problemas. No sé, igual uno de ellos se ha caído, puede estar herido... deberíamos entrar a ver — exclama alguna de ellas, puede que Rosa, mientras todas se miran anhelantes.

Ninguna quiere entrar: hay cucarachas, ratas, hierros oxidados que rasgan la piel, puede que algo más. Pero si pasa algo que salga de este círculo y nadie hace nada, se podrían ver en problemas. Además, Ana se ha traído un botiquín para estos casos.

La noche es

cálida

fría.

===

Dani se había escondido para darle un susto a Jorge, pero no es poca su sorpresa al ver cómo éste se da media vuelta y sale por otra puerta. Al cabo de un rato, Dani se levanta, chasqueado, dándose cuenta de que la jugada le había salido mal e incluso ahora Jorge podía hacerle lo mismo. Lo urgente es bajar y buscar la morgue. Así que se pone a ello. Encuentra la escalera principal y empieza a descender, lentamente, con mucho cuidado.

Abajo, las paredes están cubiertas de pintadas, el aire estático y gris a la luz de la linterna, los letreros corroídos e ilegibles. Manchas de humedad en las esquinas. Olor a podredumbre. A lo lejos, en la oscuridad profunda, una cadencia apagada en la quietud de las paredes: los pasos de Jorge, sin duda.

Sin duda.

Camina despacio, en la dirección de los pasos. Con un poco de suerte, uno de los dos se llevaría un susto.

===

Algún tiempo después, Jorge sale del edificio y es declarado el ganador de la apuesta. Todos continúan esperando fuera.

sigue vivo y palpitante

===

Dani, al ver la sombra delante de él, no tiene ánimo para tratar de asustar. Por alguna razón.

— ¿Jorge?

— Soy Ana — contesta la sombra, con su voz.

— ¿Ana? — se asombra Dani —. ¿Qué haces aquí dentro? ¿Por qué has venido?

— Me ofrecí voluntaria — señaló —. Las demás estuvieron de acuerdo, querían que alguna entrara a ver si necesitábais ayuda.

— Ana, ¿has encontrado a Jorge? El muy... — empieza a decir Dani.

úngeme con su sangre

— ¿Ves la sangre en las paredes? — le corta Ana.

— ¿Qué? — exclama Dani, perplejo. — ¿La sangre? ¿Qué sangre? Ana, tía, no me vengas ahora tú también con...

— ¿Las paredes? ¿La sangre que fluye? ¿Las patas de araña? — repite Ana, mirando al suelo —. Dime que la ves. Que la ves, por favor, Dani, dime que la ves, no me dejes sola, no puedo hacerlo sola, tú también la ves, Dani, por favor, tú no eres como ellos...

— Ana... — Dani se preguntó si Ana estaba sufriendo un ataque de histeria; nunca había presenciado uno, y no sabía bien cómo reaccionar — no hay nada en las paredes... sólo suciedad, pintadas, mugre. No hay sangre. No hay...

Dani no ve el metal afilado que sale del botiquín de Ana. No se da cuenta de nada, incluso después de llevarse la mano al cuello, de sentir la humedad y la calidez, sin comprender, de sentir sus piernas doblarse, de sentir el suelo.

— Pensaba que tú lo sabías... — dice Ana, con lágrimas en los ojos —. Ha vuelto una vez más, siempre lo hace, y tengo que impedirle el paso. Jorge es malo, no me servía, pero tú eres buena persona, tu alma está limpia, por eso te necesito para

derrotar al demonio que surge de la pared donde yace en su embrión eterno e insondable con los ecos de los ángeles que existen en tu vientre y que deben salir a tajos cálidos y húmedos hacia el fétido exterior lleno de corrupción y de excremento y purificar el mundo y presentar lucha al demonio y cegar su visión y sacar el núcleo de sus ojos y perforar su estómago y sajar sus dedos temblorosos llenos de fe llenos de cantos los ángeles cantan la pureza someter al demonio una vez más y que éste acabe por

morir

y sentir una vez más el frío y el silencio.

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