domingo, 3 de febrero de 2008

6.-Las crónicas de Amanda: El pañuelo, la pistola y la bolsa de deporte

Otra vez tengo que salir. No sé cuántas veces van ya y, lo peor, cuántas veces me quedan aún. Me deslizo de su bolsillo y recorro el camino hasta la cara. Cuando paso por su pecho, escucho latir su corazón. Cada vez más lento, cada vez más muerto. Llego a su cara y me la encuentro peor que nunca. Los moratones se suben unos encima de otros y la sangre surge a borbotones de su nariz. ¡Esto es nuevo! El cabrón ha utilizado esta vez un objeto para golpearla. Por las dimensiones del corte creo que ha sido la hebilla del cinturón. Miro hacia abajo y lo veo allí. Tirado en el suelo; retorcido y agrietado. Como si estuviera sufriendo una penitencia por el mal causado. Cruzamos miradas y agacha la suya. Pobre.
Me acerco a su cara de nuevo y comienzo a limpiar como puedo toda la suciedad, sangre, moquita y lágrimas que encuentro. No es fácil tarea, pues aún estoy sucio del día anterior. Durante cinco minutos hago lo que puedo hasta que la dejo mínimamente presentable. No obstante, se tendrá que lavar bien la cara porque los fluidos resecos no los puedo quitar. Lo mejor es que se dé una ducha, coja todo lo que pueda y huya para siempre. Pero no lo va a hacer, él la encontraría como encuentra a todo el mundo.
Me deja en la pila junto al camisón. Las sábanas de la cama las echará a la lavadora, pero a nosotros dos nos lavará a mano. Es una manía suya pues somos los últimos regalos que le hizo su madre antes de morir. Nos quiere consigo y nosotros queremos estar con ella. Amanda no puedo casi ni andar, ayer tuvo que ser brutal. Me revuelve con camisón, que está totalmente teñido de rojo, y le pido a éste que me diga lo que pasó la noche anterior, pues yo solo pude oír los gritos y jadeos. No puede casi ni hablar y, entre sollozos, me cuenta como su esposo, el animal, la violó y golpeó con más saña que nunca. Cree que cualquier día la matará. Él dice que su trabajo es muy duro, los negocios van mal y la policía está más cerca que nunca; y que ella no se comporta como debería hacerlo una buena mujer. Pero nosotros sabemos lo que le pasa. No consiguen tener hijos y él culpa a Amanda. No puedo divorciarse de ella, pues su entorno lo prohíbe. Quiere que ella se marche o le ataque para tener una excusa para matarla. Pero ella no lo hace; tiene demasiado miedo y es muy sumisa. Los dos creemos que cualquier día la golpeará demasiado fuerte y acabará con ella. Ya llega, renqueante y dolorida, a lavarnos. Es el único momento bueno del día.
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-¿A 29.50 euros? ¿pero qué mierda de tipo compra una bolsa de deporte a ese precio? Ya sé que llevo casi seis meses a la venta, pero la economía no está bien y encima el color, negro con fucsia, me perjudica bastante a la hora de ser elegida. Aunque de ahí a ponerme en oferta y encima colocarme la primera de la fila hay un trecho. Soy una Reebok, por amor de Dios, tendrían que pelearse por tenerme en sus manos y no venderme a cualquier pobre desgraciado para que me meta dentro sus sucias deportivas y su camiseta apestando a sudor.
Tres horas después…
- No puede ser. Solo quedamos una Nike amarilla y rosa, y yo. Me han ido desechando todos hasta dejarme a solas con esta hortera. Al menos a mí no me ha rechazado un niño diciendo que era la mochila más fea que había visto nunca. - ¿Eh? Parece que alguien nos está mirando. Es un tipo alto, musculoso y elegante; el tipo de dueño que me merezco. Si pudiera sonreír lo haría. Parece dudar entre nosotras.- Maldita sea no me dejes la última, por favor. Está acercando sus manos a mí. Me coge con brusquedad y me sitúa debajo de sus brazos. - Gracias, gracias, gracias.
- ¡Oye, chico! – se dirige el hombre a uno de los empleados. -¿No tenéis esta mochila de otro color?...algo más “masculino”.
- ¿Más masculino dice? – empieza a caerme mal este tipo…
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- Felicidades señor Dean, va a ser mi víctima número cien. Para usted no significará nada, pero debido a la corta vida que suele tener una Desert Eagle Blowback, esta cifra es todo un logro. Y más aún cuando la mayoría han sido eliminadas junto a un mismo dueño. Sepa que al principio trabajé junto a un ladrón de poca monta que me usó de manera rastrera contra unas cuantas ancianas. Gracias a Dios un día se encontró con Norman (para más señales, el señor que me tiene cogido apuntándole a usted a la cabeza) y éste dio buena cuenta de él. Le gusté y se quedó conmigo. Desde ese momento somos inseparables.
- No, por favor. Norman no lo hagas. Te daré todo lo que me pidas.
– Venga hombre, no lloriquee. No hay cosa más humillante para un humano que suplicar por su vida. Además, no hace falta que nos dé nada más; con los doscientos mil dólares que hay en su caja fuerte nos apañamos. – Vamos Norman, aprieta mi gatillo y acaba con este desgraciado.
-Lo siento Jim, pero necesito esa pasta para salir del país. No puedo compartirla con nadie.
Vuelvo a rugir y eso me encanta.
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Vaya, parece que por fin se ha quedado dormida. Ha realizado las tareas y ha colocado la compra; la cual se la traen del supermercado porque él le tiene prohibido salir sola. Tras esto, ha almorzado y ahora está echando la siesta en unas sábanas limpias. Se encuentra profundamente dormida ya que la noche anterior no descansó. Es difícil hacerlo cuando tienes varias costillas apunto de estallar y la cara medio reventada; además de soportar el hedor a suciedad y alcohol que desprende tu marido. Pero ha de ser así y ella lo sabe. Levantarse en mitad de la noche es arriesgarse a despertarlo y sufrir de nuevo su ira. En esos momentos solo le queda esperar conmigo entre sus manos. Hay que hacer algo, está noche no aguantará otra paliza.
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-Puff – cada vez me gusta menos mi nuevo dueño. No solo ha disparado a bocajarro a ese pobre hombre, sino que encima le está desplumando la caja fuerte. Nunca imaginé que acabaría así: en manos de un asesino. Además, el chalado está hablando con su pistola como si esta pudiera entenderle y le respondiese. Le está diciendo algo sobre otra persona. Parece ser que hablan sobre una mujer; que solo falta acabar con ella y largarse del puto país. Recoge el dinero y me lo mete dentro. Que asco joder, ese dinero está manchado con sangre. Prefiero unas zapatillas agujereadas con sus calcetines sudados a juego. Encima me tira a su amiga de acero dentro. Esto no puede acabar bien.
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-Hola Amanda, ¿qué tal estás? -Espero que recuperada tras la “discusión” de ayer. -Verás, como te aprecio te voy a contar un secreto. Ahora mismo, Norman se va a duchar. Si, si a ducharse. Ya sé que siempre lo hace por la mañana, pero es que mañana no va a tener tiempo. Tras eso, se sentará a cenar esa bazofia a la que tú llamas cena. Cuando haya terminado se beberá un café bien cargado. ¿Otra vez te sorprendes? Es que esta noche no se quiere emborrachar viendo el fútbol. Prefiere estar sereno para disfrutar más cuando te vuelva a forzar. Si señora, lo hará varias veces y de forma brutal, como nunca antes, te lo prometo. Y ¿por qué? Pues porque va a ser la última vez. Tras pasarlo bien, querida Amanda, vas a tener el privilegio de ser mi víctima número cien.

Efectivamente. Norman entró en la habitación y saludo, como el acostumbraba, con un gruñido a su mujer. Le dijo que más le valía que la ducha estuviese limpia porque la iba a utilizar y se encaminó hacia ella, tirando su bolsa de deporte nueva al suelo. Ya desnudo le comentó con una sonrisa que esa noche sería especial.
Amanda estaba de pie junto a la mesa donde la cena se enfriaba. Estaba apática y sumisa, como un perro acostumbrado a recibir palizas todos los días. Miró la bolsa de deporte, que estaba a dos o tres pasos, preguntándose su contenido. Algo no iba bien; bueno todo lo bien que puede ir algo cuando se reciben golpes a diario. ¿Por qué ducharse ahora? ¿qué tenía aquella bolsa? y, sobre todo, ¿por qué era especial aquella noche? Sacó su pañuelo, como siempre que se ponía nerviosa, y lo apretó contra su dolorido pecho.

- Oye, oye. Si tú, el de ahí arriba. -Pañuelo bajó la mirada y pudo ver como la bolsa más fea que había visto jamás le hablaba.
- ¿Quién eres tu? Le preguntó mecánicamente.
- ¿Cómo qué quién soy? ¿No ves mi marca? Soy una de las mochilas más perfectamente diseñadas de la historia. Soy una Reebok joder.
- Ya veo. Pero por favor no es el momento. Estamos pasando una… mala racha.
- Pues vais a pasarlo peor como no me hagas caso. Este tipo está loco. Ha matado a un tío hace un rato y después le ha robado. Y encima le he escuchado decir que va a matar a una mujer; y esa a la que acompañas tiene todas las papeletas.
- Pero, ¿por qué, maldita sea? Si ya es su esclava ¿por qué quiere acabar con ella?
- Pues no lo sé, pero tenemos que hacer algo.
- ¿Qué podemos hacer nosotros? Sino puedo ni avisarla.
- Mira, en mi interior está su pistola y un buen dinero. Tienes que hacer algo para que me abra.
- ¡Hey! ¿De qué habláis vosotros dos? ¡Dejad las cosas como están y no os metáis en nuestros asuntos!
- ¿Ves? Esa es. La que está hablando. Haz algo para que se agache y la coja.
- ¿Qué va a hacer un simple pañuelo? Eres tan estúpido como antiestético, menos mal que nos libraremos de ti en cuanto lleguemos a nuestro destino.
- Destino, ¿qué destino, imbécil? ¿Dónde va a ir una pistola canija y medio oxidada cómo tú?

Pañuelo escuchaba la discusión como en un sueño. No le interesaba. Aún retumbaban en su cabeza las palabras de la bolsa: “va a matar a una mujer”, “tienes que hacer algo”. Pero, ¿qué hacer, si no podía interactuar con los humanos? Miró hacia abajo y comprendió. Tenía que deslizarse entre sus dedos y caer justo encima de la mochila. No sería fácil, pues el movimiento no es, precisamente, la característica más marcada de un pañuelo. Aún así debía intentarlo. Comenzó a concentrarse. Ya no escuchaba los gritos furiosos de los dos. Consiguió moverse un centímetro hacia la derecha; después otro hacia la izquierda. Gracias a Dios, Amanda no tenía mucha fuerza en las manos. Poco a poco se fue deslizando entre los frágiles dedos de la mujer mientras Bolsa de deporte y Pistola vociferaban como posesos. Al final, y tras un esfuerzo sublime consiguió caerse. Planeó suavemente durante unos segundos hasta depositarse a pocos centímetros de la malhumorada mochila.

Amanda se agachó casi al instante al darse cuenta de que había perdido su objeto más querido. Lo recogió y se quedó mirando con recelo a la bolsa.
- ¡Venga Amanda, ábrela! – dijo pañuelo.
- Si, joder. No hay tiempo. – contestó la mochila.
Pero la mujer no lo hizo. Se levantó con el pañuelo entre las manos y se lo apretó contra el pecho.
-¡Veis malditos imbéciles! Esta zorra está muy bien amaestrada. Ya os dije que no haría nada. – reía pistola. -¿Eh?, pero ¿qué hace?
Amanda se dio la vuelta y dejó a Pañuelo en la mesa.
Momentos después Pistola rugiría por última vez. Su víctima número cien se hallaba muerto, semidesnudo, a su lado; y aún mojado.

FIN.

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