viernes, 1 de febrero de 2008

FdC.-Demasiadas damas

Para lo que necesitaba hacer, tenía que librarse de aquel individuo lo más pronto posible. Nadie le contrataría si no terminaba con ese tipo. Peter encendió un cigarrillo mientras miraba la casa en la que entraría a saco en pocos minutos. Reflexionó sobre los últimos acontecimientos. Aunque él era un tipo corpulento, la paliza que le había propinado ese cabrón casi le deja tullido. Ese jodido tahúr le había dejado hecho unos zorros. “Será la última paliza que propines hijo de puta”, se prometió. Apagó el cigarro y encendió otro. Miró desde el remonte donde se encontraba, miró con recelo una vieja iglesia que, según creyó ver, no tenía ni un cristal entero. Estaba esperando el momento justo para empezar con los fuegos artificiales.
“¿No se quitará nunca de la puta ventana ese cabrón?”, se preguntó a sí mismo. El tipo llevaba casi una hora sin moverse de la ventana, se veía una figura a través del cristal, una figura inquietante e inmóvil. El paraje estaba totalmente silencioso y en paz.
Todo había empezado hace dos noches, en una partida de póker. Peter llevaba una buena mano… al fin le había tocado una buena jugada, después de llevar toda la noche cagándola una vez tras otra:
—¿Para qué coño quieres seguir palmando pasta? ¿No has tenido suficiente soplapollas?— le dijo Judd, un cacique bigotudo y peleón. Peter tenía muchas ganas de ponerle un traje de madera a ese bocazas.
—Me gusta daros ventaja payasos—, le contestó Peter sonriendo altivamente por encima de sus cinco naipes.
—¡Pues por mí la ventaja te la puedes meter por el culo so gilipollas! —le gritó con los ojos desorbitados el bueno de Fratelli—. ¿Acaso te crees el puto Houdini? ¿Piensas que te puedes sacar una escalera de color de ese sombrero tan jodidamente feo? ¡Bah!, ¡No voy… MIERDA!— finalizó tirando sus cinco cartas sobre el tapete. Fratelli era un buen tipo, menos cuando tenía que trabajar. Una vez contratado, mudaba a un ser implacable. Pero entre amigos era el primero siempre en soltar la gracia de turno y animar el cotarro.
—Veo sus 500 pavos señor Peter— dijo el enigmático tipo que tenía a su izquierda.
Peter se quedó mudo y se le borró la sonrisa al instante. No lo conocía, pero su mirada fría y calculadora, no le gustaban un pelo. Había oído cosas acerca de ese tipo que le ponían los pelos de punta. Se hacía llamar Roland. Todos los movimientos que había hecho desde que se sentase a la mesa para iniciar la partida, habían sido matemáticos, calculados al milímetro. Ejecutados con sobrada elegancia. Peter le sostuvo la mirada.
“Este cabrón va de farol”, se dijo.
—¿Estás seguro amigo?— le preguntó Peter, midiéndolo con la mirada.
—No, nunca estoy seguro de nada… ¿Usted sí… señor Peter?
—Yo sí, señor… gi-li-po-llas, estoy seguro de que te voy a dar una patada en ese feo culo antes de que termine la mano como no empieces a tutearme— le contestó casi sin dejarle terminar la frase.
—Pues veamos que lleva… señor Peter.
—Joder con el “señor Peter” de los huevos…
—Salgamos de dudas, tengo ganas de medirme a alguien con más clase. Me aburren los tipos como usted, que se creen que pueden recuperar en una puta mano lo que han perdido en una noche entera—. Roland arrojó la ceniza con elegancia mientras gesticulaba, apremiando a Peter para que destapase su mano.
—Yo no voy jodidos mangantes —farfulló Judd tirando sus cartas—. ¿Qué coño miras idiota?
Fratelli reía por lo bajini, ridiculizando a Judd. Realmente, estaba cacareando cada vez más alto.
—¡Cállate cabrón o te hago una cara nueva! —Judd se había levantado y ya tenía la mariposa dando vueltas en su mano. Todo el mundo sabía que a Judd le gustaba intimidar al personal al menor indicio de insulto. A Fratelli no le intimidaba, evidentemente. Le sacaba dos cabezas y bien sabía que Judd no se atrevería a hacer nada que terminase con él mismo en el hospital.
—Señores, señores… tranquilidad, al menos hasta que acabe la mano. Quiero mi dinero limpio —se entrometió Roland moviendo las manos arriba y abajo.
—Señor Peter, por favor…
Peter le guiñó un ojo. Deslizó con una mano el primero de sus naipes. Con el canto de esa carta, con estilo, Peter le dio la vuelta a las cuatro restantes, destapando un full de Reyes y sietes.
“¡Jódete cabrón!”, pensó Peter mientras miraba con satisfacción a Roland, el cual sonría tímidamente asintiendo con la cabeza.
—¿Sabe contar, señor Peter?
—¡Déjate de gilipolleces saco de mierda!
—Espero que sepa contar hasta cuatro… señor Peter. Porque esto que tengo aquí…
Roland, como si de un mago se tratase, hizo un movimiento con su muñeca dejando en un santiamén las cartas boca arriba, perfectamente escalonadas. Era un Póker de Damas. Aún estaban mirando los naipes los demás, cuando Roland había recogido el dinero y se había levantado de la mesa. Peter le dijo que se sentase, pero el otro alegó que tenía cosas más importantes que hacer, que andar dando por culo a retrasados mentales.
—Eres un puto maricón, —le espetó Peter.
—¿Por qué… señor Peter?
—Porque huyes como una niña, el Póker… no es para cobardes—, le contestó Peter.
—Cállate la bocaza Pit, vete a casa y reposa, aprende de la puta vida —terció Fratelli.
—Me la suda… señor Peter. Yo soy un poco más rico y usted un poco más estúpido. Se puede dar por satisfecho señor… Peter. Señores…un placer.
—¡Sal a la calle si tienes huevos puto maricón! — le gritó Peter.

Lo demás es historia. Salieron y Roland hizo gala de su más que ganada fama. Esquivó un primer directo que le envió Peter y le dio en los riñones un fuerte gancho, dejando sin aire a su oponente, luego fueron los crochet de derecha y más tarde las patadas en el costado, para finalmente, patearle despiadadamente las pelotas. Por último, se alisó el traje y se marchó como si lo que había pasado le sucediera todos los días. Después de la excelente lección de boxeo que impartió gratis Roland, Peter se juró matar a ese cabrón en cuanto le tuviera a tiro. La reputación era lo más importante en su gremio. Nadie contrataba un gallina apaleado. Nadie quería a alguien sin agallas para la venganza.
—¿Cuando cojones te vas a quitar de la puta ventana?, murmuró Peter mirando el vidrio nervioso. Le causaba curiosidad el poco movimiento que había en la casa, la figura seguía en la misma postura. Tiró el cigarro, ya le quemaba los dedos. Encendió otro.
Recordó cómo se habían burlado Fratelli y los otros:
—Serás nenaza —se reía Fratelli—. ¿Pero como coño te has dejado pisotear de esa manera muchacho? ¡Mira que te lo he dicho! Espera siempre a que ellos den el primer golpe… ¡DIOS! ¡No aprenderás nunca niño!
El gordo Fratelli no paraba de reírse mientras fintaba golpes invisibles.
—¡Pues fíjate! que yo creo que ya va aprendiendo… ¿Has visto lo bien que hace de puching ball el pollo?
Las carcajadas se sucedían, Peter casi no podía abrir ninguno de los dos ojos, pero cuando lo lograba, prefería cerrarlos. Se había juntado un gran número de indiscretos matones del tres al cuarto. Todos ellos emitían juicios sobre la pelea. “Este niñato no tiene ni puta idea”… “Una buena patada en los huevos es lo que tenía que haberle dado”… “Este gilipollas tiene una costilla rota” “¡Voy a tirarme a tu mujer, Judd!”, había terminado Fratelli, provocando un nuevo acceso de ira del agraviado y las risas del resto de la parroquia.

—Joder, ahora se apaga la luz. No veo una mierda—, se puso el cigarro en la boca y aspiró con fuerza. Desvió nervioso la mirada hacia la misteriosa iglesia, huérfana de cristales. No le gustaba nada como se estaba poniendo el panorama.
—¿Dónde mierdas te metes Roland?— se preguntó de nuevo mirando la negra ventana. Sacó del bolsillo interior su pistola. Algo no encajaba en el paisaje.
Una leve presión en la sien de Peter le devolvió a la cruda realidad. Era el cañón de un 45. El cigarro se le cayó de los labios.
—Estoy aquí mismo… señor Peter… veo que le gusta mucho mirar damas. Aunque sean de escayola, como la que adorna mi ventana. ¿No es así señor… Peter?— Roland presionó un poco más la sien.
—¡Que te den por culo hijo de perra!
—Nuevamente se equivoca señor… Peter —El 45 hizo más presión—, Nos veremos en el infierno, hasta entonces… —amartilló el arma— espéreme en el camposanto señor... Peter.

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