domingo, 3 de febrero de 2008

10.-Vida de esta bala

Un mes, ese es el tiempo medio de vida de una bala, por que nuestra vida acaba una vez que nos disparan, es el momento en que cumplimos el propósito para el que fuimos creadas.
Si perteneces a la policía, como es mi caso, ese tiempo se reduce a una semana, aunque a decir verdad, la mayoría de nosotras acabamos atravesando una diana e incrustándonos en la pared de la sala de tiro.
Existen otros casos, si tu dueño es un delincuente tu tiempo puede variar mucho, por un lado están los auténticos profesionales, suelen tener la sangre fría, sacan la pistola para impresionar, pero solo te harán salir de casa si es imprescindible. Por otra parte está el grupo de los psicópatas y los drogatas, estos son de gatillo fácil, estate segura de que una vez que entres en la recamara vas a estar ahí poco tiempo.
Pero el caso más especial es el de las balas de guerra, en el momento que salen de la caja de munición van a ser utilizadas, su destino es una lotería, pueden acabar flotando en el agua o en el cuerpo de un enemigo, pero en realidad eso nos da igual, hemos cumplido nuestro objetivo, esa es la principal diferencia que tenemos con los humanos, siempre con sus sueños y esperanzas.

Cuando me di cuenta de que me dueño era un policía me alegre, no tendría que esperar mucho para entrar en acción. Además para mayor fortuna se trataba de un novato, todas sabemos que los primeros meses tienen poca calle pero mucho entrenamiento. En pocos días oiría como el percutor se accionaba para propulsarme a toda velocidad por el cañón de la pistola hasta encontrar mi objetivo final.
La salida es algo dolorosa, pues por muy bien engrasadas que estén las pistolas, el cañón siempre posee pequeñas imperfecciones que hacen que al salir vayan arañando tu cuerpo y formando unas estrías apenas perceptibles pero muy molestas, a pesar de estos instantes de sufrimiento todo merece la pena para llegar a cumplir tu misión.
Pero a los pocos días tome conciencia de que mi final no iba a estar en la pared de una comisaría.

Mi dueño debió de ver algo en mí pues me separó del resto de mis compañeras, me seguía llevando con él pero siempre tenía cuidado de no mezclarme con el resto de las balas.
Pensé que quizás me guardaba para el momento en que saliera a la calle, para utilizarme en una situación de “fuego real”. Yo estaba ansiosa por entrar en acción, por cumplir mi cometido, pero estaba aprendiendo a esperar, al fin y al cabo existía para servir a mi dueño, y si el me reservaba para otra ocasión sus razones tendría.
Con el paso de los meses comencé a impacientarme, siempre me llevaba con él pero a pesar de tener que disparar en varias ocasiones nunca llego a acercar la mano a su bolsillo izquierdo, lugar donde yo esperaba mi oportunidad, disparaba con la zurda por lo que guardaba los repuestos justo en el lado contrario de donde yo me encontraba.
Cada día al llegar a casa me ponía encima de la mesa y me limpiaba con delicadeza, por lo que sabía que seguía contando conmigo, pero ¿por qué no me dejaba efectuar mi trabajo?, ¿a que esperaba?

Según fue pasando el tiempo me convencí de que era una bala especial para él, todas hemos oído esas historias de humanos que guardan a una de nosotras durante cierto tiempo para utilizarla en un momento de especial importancia.
Por fin había descifrado mi destino y pese a mi desesperación inicial por no haber sido utilizada comencé a valorar mi nueva misión.

Mi dueño se había convertido en un policía importante, siempre le asignaban las operaciones de mayor importancia. Desde mi posición observaba de manera privilegiada como trabajaba, adoraba la firmeza con que sujetaba la pistola, se tomaba su tiempo para apuntar y justo en el momento que apretaba el gatillo contenía durante un segundo la respiración para que nada interfiriera en el vuelo perfecto que trazaba la bala hasta su objetivo final.
Y a mí se me reservaba un momento de gloria, por aquel entonces no sabía como sería, pero estaba segura de que mi tiempo de espera sería recompensado.

Vi pasar a muchas de mis compañeras por sus manos, en cierto modo las compadecía, se mostraban exultantes cuando salían de la caja de munición para ser utilizadas, les daba igual en que modo, también las comprendía, pues yo había sido igual que ellas, pero desde el momento en que comprendí cual iba a ser mi final todo cambió para mí.

Observaba con paciencia como pasaba el tiempo, esperando que llegara mi momento.
Sus disparos comenzaron a ser más imperfectos, menos certeros, pero después de tantos años no me iba a poner nerviosa, él me seguía cuidando todas las noches, mi momento llegaría y por fin mi ciclo habría terminado, pero no como una bala cualquiera, no, yo era especial.

Poco a poco las operaciones que le encomendaban tenían menos importancia, se pasaba más horas en el bar que había junto a su casa que en el trabajo, algunos días incluso me olvido en su casa y no me llevo consigo.
¿Cómo podía olvidarse de mí? , ¿Y si en alguna de esas ocasiones llegaba mi momento y cuando se cambiara la pistola de mano para buscarme en su bolsillo izquierdo no me encontraba?

Él había cambiado mi existencia, me había hecho especial, mejor y más importante que las demás, y ahora me negaba eso mismo. La misión de una bala es ser disparada, salir por el cañón de un arma hasta impactar en un objetivo, pero ¿qué era una bala que nunca se utilizaba?, ¿en que me había convertido?, en la nada, en un objeto inservible.

Así me he pasado los últimos años, siendo consciente de mi propia inutilidad, observando la patética vida de mi dueño, tanto o incluso más que la mía.
Hasta hoy, por fin ha llegado el gran día, hoy he entrado en la recamara de su pistola, yo sola, un solo disparo.
No será el final con el que soñé durante tanto tiempo, no volare realizando una trayectoria perfecta hasta llegar a mi objetivo, no, en lugar de eso estoy esperando en la rampa de salida observando la sien de un viejo policía expulsado del cuerpo por beber demasiado. Pero aun así estoy contenta, arrebataré la vida al humano que hizo que mi condición cambiara, que me hizo albergar todos esos sueños para después negármelos.

Noto como su dedo se acerca al gatillo, allá va, por fin llega mi momento, eres mío hijo de puta: ¡¡¡¡BANG!!!!!

Maldita sea, ni para suicidarte has valido viejo borracho.

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